A finales del siglo XV, la recién unificada España descubrió en el
Océano Atlántico territorios hasta entonces ocultos, bajo la dirección
del genovés Cristóbal Colón, a los que conquistó y anexionó en esa
centuria y en la siguiente. Aquellos desconocidos territorios constituían un enorme y rico continente
por lo que el pequeño reino peninsular, conforme los fue anexionando y
convirtiendo en sus provincias de Ultramar, aumentó la extensión
territorial, de forma espectacular, a la vez que obtenía inmensas
riquezas y tales factores, unidos al comercio prontamente establecido
con ellos, propiciaron que se transformara en una gran potencia
colonial.
Este inusitado auge de la metrópoli provocó la rivalidad de los monarcas
ingleses, franceses y holandeses, especialmente el comercio que
desarrolló con las lejanas provincias por considerar que arruinaba sus
propios intereses. Fruto de esa rivalidad y tomando como base la autocrítica realizada por el dominico Bartolomé de las Casas, en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, junto con el posterior informe secreto de los científicos Jorge Juan y Antonio de Ulloa enviado a Felipe V, surgió una negativa y moralizadora propaganda contra España
de la que brotó la denominada leyenda negra, la cual fue acompañada de
agresiones oficiales y extraoficiales, según evidencian los numerosos
ataques efectuados por marinos y piratas europeos a las ciudades
americanas, sedes del potente comercio establecido, durante los siglos
XVII y XVIII.
Conquistadores vilipendiados
Francisco de Pizarra |
Como es lógico suponer, la leyenda negra se centró fundamentalmente en las conquistas de México y Perú,
los dos lugares donde se hallaron los más ricos e importantes focos
culturales del Nuevo Mundo, por lo que consecuentemente los capitanes
que las dirigieron, Hernán Cortés y Francisco Pizarro, han sido
vilipendiados con el transcurso de los siglos.
De ahí que su imagen, incluso en la actualidad, siga inmersa en esa
leyenda que rodea los hechos realizados por los españoles y provoquen un
constante rechazo en el continente americano, en Europa y en gran parte
de la misma población hispana. Pizarro ha sido tildado de genocida
en las cerca de 140 biografías que hasta ahora se han escrito sobre él,
a excepción de las de Raúl Porras Barrenechea, José Antonio del Busto,
Manuel Ballesteros Gaibrois y Guillermo Lhomann Villena, un calificativo
también aplicado por supuestos historiadores recientemente surgidos, basándose en que ejecutó a Atahualpa
después de entregar un gran tesoro a cambio de su vida y a su socio
Diego de Almagro; que exterminó a los indígenas y destruyó el gran
imperio del Tahuantinsuyo.
'Crónicas de Indias': un relato distinto
En la mayoría de la historiografía Francisco Pizarro aparece como un oscuro y brutal personaje. Sin embargo, en las llamadas Crónicas de Indias
surge un hombre muy distinto al prototipo de conquistador estereotipado
con que regularmente se le ha presentado, aunque no exento de sombras.
La trayectoria vital del hombre clave del descubrimiento y conquista de Perú -uno de los acontecimientos transcendentales acaecidos en la historia- se muestra alejado de la tradicional visión de barbarie. Es un perfil largo, muy complejo, distorsionado en muchos aspectos,
ya que la mayor parte de sus biógrafos sólo habían tenido en cuenta los
hechos negativos sucedidos, obviando los positivos, al tiempo que
eludían el relato del tenaz y valiente militar que, apenas sin medios
materiales y en durísima lucha contra la árida naturaleza andina,
consiguió llegar hasta los confines del continente sudamericano con sólo
un puñado de hombres. Un aspecto que se abría camino durante la
investigación y estudio de los escritos emanados de algunos
participantes en la empresa descubridora y conquistadora.
Documentos discriminados
Indagando, más allá de las Crónicas de Indias y de los escritos
generados en la etapa de la conquista, existe una valiosa fuente
documental: Francisco Pizarro. Testimonio, la
cual, aunque ha sido publicada por Guillermo Lhomann Villena en 1986,
todavía parece ser un tanto desconocida para los historiadores modernos,
tal vez porque no ha interesado poner de manifiesto cartas, documentos oficiales y otros escritos, dictados por el conquistador
a su último secretario, en los que, mediante su voz, se refleja la
labor que ejerció de estadista legislador, de gobernante creador de
ciudades, más la sensibilidad que tuvo hacía los nativos y hacia sus
tradicionales formas de vida andinas.
Y, junto a esas connotaciones, la revisión de estos documentos permite escuchar las explicaciones del militar cargado de problemas económicos
para poder sostener su ejército, para hacer frente a los ataques de los
aborígenes, para efectuar fundaciones de ciudades. Los problemas de un
jefe situado en medio de constantes intrigas y revueltas de soldados, de subordinados y hasta de amigos.
También las quejas de un hombre incomprendido por su rey, a pesar de
las grandes cantidades de metales preciosos enviados a la corte con los
que se propició un incipiente sistema capitalista, y asimismo percibir a
un profundo cristiano temeroso de que su alma fuera al infierno.
Pero a la vez permiten encontrar a un hombre intrépido, duro y enérgico que no dudó en apresar a su superior Vasco Núñez de Balboa, en castigar a un compañero de la isla del Gallo y en ordenar ejecuciones cuando lo consideró necesario, como las de los caciques de Chira, la del Inca Atahualpa, la de su socio Almagro, la de la princesa Azarpay y la de la esposa de Manco Inca.
Fuente: elmundo.es
Fuente: elmundo.es
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