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viernes, 15 de noviembre de 2019

El Shincal de Quimivil, una capital inca en la Argentina

Las extraordinarias ruinas de una ciudadela del siglo XV y vestigios del Camino del Inca, en el Londres catamarqueño.



Hay un Londres en el que casi nunca hay niebla y las temperaturas de verano arañan con tranquilidad los 40 grados.

Este Londres no está surcado por el río Támesis sino por el río Hondo y la ruta nacional 40, y a su alrededor no se ve el Big Ben ni la rueda giratoria del London Eye, sino áridas montañas rojizas y terrenos prolijamente cultivados.

Este pequeño Londres no está en Gran Bretaña, claro, sino en la provincia de Catamarca, y además de ser la segunda ciudad fundada por los españoles en territorio nacional (en 1558) después de Santiago del Estero, se caracteriza por su particular doble núcleo urbano -“el de arriba” y “el de abajo”, cada uno con su plaza-, por la bella Iglesia de la Inmaculada Concepción y también por la Fiesta Provincial de la Nuez, que se hace cada febrero.

Pero, además, este Londres árido y de monte resguarda un gran tesoro: uno de los sitios arqueológicos más importantes de la Argentina, el Shincal de Quimivil, una ciudad precolombina que supo ser un importante centro del Tawantinsuyo, el imperio incaico.

De acuerdo con los arqueólogos que trabajaron en el lugar, El Shincal -ubicado a solo 5 km de la plaza central de Londres- fue una wamani (cabecera provincial) del Tawantinsuyo aproximadamente entre los años 1471 y 1536.

Las ruinas hasta ahora descubiertas -podría haber más construcciones cubiertas por el monte- ocupan una superficie de unas 23 hectáreas, que en sus buenos tiempos vieron nacer un centenar de edificaciones, entre depósitos (qollqas y tampus), viviendas de pirca del tipo kallanka y pabellones rectangulares que habrían sido habitaciones comunales y fábricas.

El Shincal de Quimivil, cuyo nombre proviene del arbusto “shinqui”, que abunda en la zona, y del río Quimivil, fue declarado “Monumento Histórico Nacional” en 1997, aunque sus años de gloria se vivieron 500 años antes, cuando la población desarrollaba una importante actividad como parte del estado inca, y sus alrededor de 800 habitantes estaban liderados por un curaca, rango de jerarquía entre los gobernantes.

La ciudadela fue un centro político, religioso, militar y de actividades económicas varias, como elaboración de textiles (tradición que se conserva en la zona) y cultivo de maíz, ají, quinoa, papa y poroto, además de centro de distribución de metales preciosos que se obtenían en la zona y se enviaban a otros centros del imperio, sobre todo al Cusco.

Es más, muchos arqueólogos se refieren al lugar como un “nuevo Cusco” debido a su importancia, su historia y la notable semejanza entre la arquitectura y el diseño urbano de ambas ciudades. Es que el Shincal fue trazado por arquitectos e ingenieros que llegaron desde la capital del imperio inca.

El sector central de la ciudadela, aparentemente, se destinaba a grandes edificios administrativos (cinco estructuras rectangulares de piedra labrada) conocidos como kallankas; también a recintos circulares usados como almacén (qollqas); y a una plaza pública central (aukaipata), que tenía un ushnu o plataforma ceremonial de forma piramidal de 16 metros de lado y 2 de alto, la más grande conocida hasta ahora al sur del lago Titicaca. El ushnu era para los incas un altar desde donde presidían las principales ceremonias del calendario ritual.

También había dos cerros aterrazados de 25 metros de altura, a los que se accedía por imponentes escalinatas de piedra de 100 escalones cada una, que fueron restauradas hace poco tiempo.

En las cimas se realizaban ceremonias dedicadas al Sol, la Luna y la Madre Tierra. Las principales festividades coincidían con los solsticios de invierno y de verano, vinculados con siembras y cosechas.

La ciudad se completaba con un cuartel de tropas y, en los barrios periféricos, kanchas rectangulares usadas como viviendas. Y hasta el casco urbano llegaba un imponente acueducto de piedra de tres kilómetros de largo, que proveía agua a la población desde el río Quimivil; sin dudas, una de las construcciones más notables del lugar.

Además, como cada pueblo del Imperio Inca, Shincal estuvo conectado por caminos de piedra que, en conjunto, conforman el famoso Camino del Inca (Capac Ñan). Una extensa red vial por la que se podía llegar a todas las ciudades y parajes que conformaban el inmenso estado.

La última rebelión
Luego de aproximadamente 70 años de actividad, en 1536 llegó al lugar el ejército español, comandado por Diego de Almagro, que tomó la ciudad y utilizó sus edificios para albergue y aprovisionamiento. Para entonces ya el Imperio Inca estaba desestructurado, y la zona de Shincal regresaba a manos de los ocupantes originales, los calchaquíes, que resistían: luego de la ocupación por los conquistadores, los calchaquíes volvieron a tomarla en 1636.

Entonces en Shincal se instaló el cacique Chelemín, líder de la nueva rebelión calchaquí, que duró poco: la revuelta fue sangrientamente aplastada y el cacique, descuartizado. Los vencedores se encargaron de destruir la ciudadela, cuyas ruinas, con los años, se fueron cubriendo con la vegetación del lugar.

El sitio arqueológico fue recientemente restaurado y reinaugurado y cuenta con buenos servicios, como cabina de recepción al visitante, centro de interpretación, baños, comedor, senderos, espacios de descanso y servicio permanente de guías.

Fuente: Pablo Bizón para Clarin

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