Por: Luis Horacio Yanicelli
Después de la Batalla de Trafalgar en octubre de 1805, donde la flota inglesa derrota de manera contundente a la armada franco española, cambia sustancialmente la correlación de fuerzas en el enfrentamiento central que se venía desarrollando desde hacía más de cincuenta años: las aspiraciones imperiales tanto de Francia como de Inglaterra.
En tanto que España, ya hace más de un siglo viene a la saga de las primeras operando como una potencia secundaria que de a poco, va perdiendo sus extensos dominios. Y en este momento que comentamos, la decadencia de España se agudiza bajo el lamentable reinado del mediocre Carlos IV.
En los días de Trafalgar, España, a pesar de haber concurrido con todo su disponible de barcos de guerra cuya oficialidad y flota que eran notoriamente superiores a las francesas, no obstante, actuó como apéndice de los objetivos y decisiones que tomó Napoleón. el almirante que comandaba la flota era el frances Villenueve, en tanto que el español Almirante Gravina, un oficial enormemente superior en capacidad y experiencia qie el primero, debió secundarlo por imposición de Napoleón Bonaparte.
En los ingleses el resultado de Trafalgar, operó como un estimulante extraordinario ya que vieron de manera objetiva y evidente, que habían quedado en superioridad de fuerzas en el mar y que a su vez habían logrado encerrar en el continente a Bonaparte quien se había quedado si barcos para poder llevar la guerra fuera de Europa. América jamás sería francesa.
Pero, los franceses hacía tiempo mantenían una alianza con los EEUU, ya que le habían apoyado en su guerra de independencia en la década de los setenta del siglo XVIII, incluso bajo el reinado de Luis XVI. Napoleón apoyó entonces la independencia su propia colonia en la isla de Haití y también negoció con el presidente norteamericano Thomas Jefferson la venta de la Luisiana francesa, extenso territorio en las riberas del Mississippi que amplió sustantivamente el territorio de las otrora 13 colonias.
Pero, después de Trafalgar, Inglaterra vuelve a posar su mirada en América. Primero, en 1806 y 1807 apunta Buenos Aires, empresa que fracasa rotundamente.
Pero, como bien se dice que la política siempre da revancha, en 1808 Bonaparte invade España, deponiendo a los Borbones del trono y sentando en su reemplazo a su hermano José.
Luego en 1812 Gran Bretaña intenta invadir EEUU, con mas suerte que la invasión al Río de la Plata, ya que en 1814, llega a tomar la ciudad de Washington, poniendo en fuga el gobierno del presidente James Madison, incendiando la Casa Blanca, el Capitolio, la Casa de la Reserva y quema hasta convertir en cenizas la Biblioteca del Congreso.
Acto seguido de este triunfo, las tropas de la Albión, se dirigieron a Baltimore, sede de tropas federales con asiento en Fort McHenry, donde finalmente fueron detenidas. En la batalla de Fort McHenry, nace la letra del Himno nacional de los EEUU en inspiración del abogado Francis Scott Key testigo de aquella epopeya de las tropas estadounidenses.
La conclusión fue que en realidad a Inglaterra, no le fue bien por América, porque tanto el Río de la Plata como los EEUU, rechazaron las respectivas invasiones militares. Pero, ni lerdos ni perezosos, los ingleses, negociaron la paz y las buenas relaciones con su ex colonia del norte y en Sudamérica, apoyaron los gobiernos revolucionarios e independentistas de España, mientras a la vez apoyaban decididamente a España a independizarse de las garras de Napoleón Bonaparte. Todo un auténtico juego de ajedrez imperial.
Cuando los acontecimientos de las Invasiones Inglesas, muchos criollos, incluso de los mas radicalizados patriotas independentistas, miraron con simpatía a Beresford, quien, a su vez para congraciarse con los estos, liberó el comercio y a la Iglesia Católica la reconoció como la religión oficial, lo que motivó que el Obispo Lué, prestara juramento al Rey de Inglaterra. Pero no fue solo el obispo el que juró aquella incómoda lealtad, sino que hombres como Juan José Castelli, Nicolás Rodríguez Peña, la familia Escalada en pleno, los Rivadavia, etc., también se sumaron a la nueva condición de súbditos británicos.
Manuel Belgrano, se negó a jurar lealtad al Rey de Inlgaterra, por el contrario, pasó a la Banda Oriental a sumarse a la tropas que preparaba Liniers para la Reconquista y en las discusiones de si optar por la nueva corona o la por la vieja, este afirmó: “El viejo amo o la independencia”.
Estimados lectores, en esta expresión de Belgrano, en realidad debemos encontrar como la primera manifestación de su decisión de caminar hacia la independencia. En días previos a su pase a Montevideo, en charlas con Beresford, Belgrano tantea que actitud había que esperar de Inglaterra en caso de que los criollos resolviesen luchar por su independencia, es evidente que ya la idea rondaba en su mente.
Belgrano ya advertía que el “viejo amo”, se había quedado sin barcos para atender adecuadamente las colonias americanas y desde luego observaba, con que facilidad flotas numerosas de barcos ingleses, fondeaban en el Río de la Plata, desembarcando sus mercaderías de contrabando por el puerto de Ensenada, al sur de la ciudad de Buenos Aires. Era evidente, que España agonizaba en su experiencia imperial. Nuevos horizontes se presentaban y Belgrano pensaba y analizaba el futuro.
Fuente: (*) El Dr. Luis Horacio Yanicelli, es abogado, Miembro de Número del Instituto Nacional Belgraniano y actual Presidente del Instituto Belgraniano de Tucumán.
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