La célebre familia de militares y dirigentes políticos comenzó en estas tierras cuando Diego de Alvear fue enviado al entonces Virreinato del Río de la Plata. Un recorrido por su vida y la de su hijo
La historia de los Alvear en la Argentina arranca con Diego de Alvear, militar español que en 1749, siendo brigadier, fue destinado a lo que desde 1776 sería el Virreinato del Río de la Plata.
El militar llegó a Buenos Aires con la expedición que encabezaba Pedro de Cevallos y participó en la guerra que enfrentó a Portugal y a España por la posesión de Colonia del Sacramento, hoy Uruguay. Fue a partir de esa gesta que el rey Carlos III decidió crear el virreinato, con Cevallos como primer virrey.
En este virreinato Diego de Alvear permaneció durante casi tres décadas, y allí no solo continuó su ascendente carrera militar, sino que además constituyó su familia. En 1781 contrajo matrimonio con María Josefa Balbastro, con quien tuvo ocho hijos.
La historia cuenta que, a raíz de una furtiva aventura con la indígena guaraní que servía a la familia, Rosa Guarú, Diego de Alvear habría tenido un hijo natural, quien con los años se habría hecho famoso, nada menos que por haber liberado de los españoles, a la Argentina, Chile y Perú. Se trataba de un tal José Francisco, quien para los sostenedores de esta hipótesis histórica, habría sido adoptado por el matrimonio que integraban un capitán español llamado Juan de San Martín y su esposa Gregoria Matorras.
La hipótesis se sustenta en manifestaciones efectuadas por María Joaquina de Alvear, nieta de Don Diego de Alvear, quien en una carta escrita en Rosario, en el año 1877, afirmó ser sobrina carnal de José Francisco de San Martín, afirmando que éste era "hijo natural" de su abuelo (Diego de Alvear). Pero además de lo expuesto por María Joaquina, las características físicas de San Martín -piel oscura, ojos y cabellos bien negros- sustentarían esta tesis, sobre todo si se advierte que el padre del Libertador, Juan de San Martín, era castaño y de ojos claros.
De cualquier manera este polémico manuscrito atribuido a la hija de Carlos María de Alvear, hijo a su vez de Diego de Alvear, fue puesto en duda por otros historiadores, quienes advirtieron que su autora padecía en ese momento un cuadro de demencia senil. Esto es verosímil porque Agustín Arrotea, el marido de María Joaquina de Alvear, el 22 de octubre de 1877 hizo una presentación en un juzgado civil rosarino, para pedir que se lo designara curador judicial de su cónyuge, de quien decía que, por su incapacidad mental, estaba inhabilitada para realizar actos civiles. En ese proceso judicial el juez declaró la demencia de la hija de Carlos María de Alvear.
En este sentido, es importante destacar que entre la fecha en la que supuestamente María Joaquina habría redactado dicho manuscrito (enero de 1877) y aquella en la que se declaró su demencia judicial, transcurrió apenas un año, circunstancia que pone en serias dudas la veracidad del contenido de la referida misiva.
Volviendo a Don Diego de Alvear, lo cierto es que el 9 de agosto de 1804, cuando en Europa hacía tres meses que Napoleón se había proclamado emperador, decidió regresar a España con su familia para terminar allí su carrera. A tal fin se embarcó con sus ocho hijos y esposa, en la nave Mercedes (que formaba parte de una flota integrada también por otras tres fragatas: Medea, Fama y Clara). Esta flota de naves, que comandaban José de Bustamante y Diego de Ugarte, trasladaba un importante cargamento de plata y oro.
Cuando la flota hizo su primera parada en Montevideo, el segundo comandante, que viajaba en la nave Medea, tuvo problemas de salud, por lo que debió ser reemplazado por Diego de Alvear, que era el tercero en orden de jerarquía. Para ello, Don Diego debió hacer un trasbordo y dejar en la nave Mercedes a toda su familia. Pero por expreso pedido de su esposa, el militar se llevó con él al más problemático de sus ocho hijos, quien con casi quince años padecía algunos importantes trastornos de conducta: se trataba del adolescente Carlos María.
Estando cerca de la costa de Portugal, las cuatro naves de la flota fueron interceptadas por una escuadrilla inglesa comandada por Graham Moore, que intentaron quedarse con el rico cargamento que transportaban los españoles. Entonces se desató un trágico conflicto naval: un cañonazo hizo blanco en la fragata Mercedes en la que viajaban la esposa de Diego de Alvear y los siete hijos que estaban con ella. Ninguno de los tripulantes de la nave sobrevivió al ataque.
Los tripulantes de las otras embarcaciones fueron tomados como prisioneros y trasladados a Gran Bretaña, lugar en el que Diego de Alvear planteó formalmente una queja ante las autoridades inglesas, quienes finalmente indemnizaron a los españoles sobrevivientes y los trasladaron a España.
la luz de lo ocurrido, lo lógico hubiera sido que Alvear y su único hijo sobreviviente, Carlos María, desarrollaran sentimientos de odio hacia los ingleses. Sin embargo, los hechos posteriores demuestran que no solo no fue así, sino que además fue exactamente al revés. En efecto, mientras permanecía prisionero en Inglaterra, Diego de Alvear se enamoró de una mujer¡inglesa!, Luisa Rebecca Ward, con quien contrajo matrimonio en segundas nupcias, y con la que tuvo otros siete hijos. Notable energía la del ya casi jubilado militar español, si se tiene en cuenta que, cuando conoció a su segunda esposa, tenía 57 años.
Mientras tanto, el adolescente Carlos María de Alvear ingresó como alférez en el Real Cuerpo de Carabineros y comenzó también una profusa carrera militar. Sin embargo, el 12 de marzo de 1812, cuando tenía 22 años, la nave George Canning lo trasladó de regreso a Buenos Aires, junto con importantes personajes de la época, como Matías Zapiola, Fransisco Chilavert y nada menos que José Francisco de San Martín, quien para aquellos que sostienen la hipótesis según la cual fue hijo de Rosa Guarú y Diego de Alvear, podría haber sido su hermanastro.
En Buenos Aires, el joven Carlos María, junto a San Martín, formó parte de la Logia Lautaro, pero terminó siendo archienemigo del Libertador, a pesar de haber sido padrino de su boda con Remedios de Escalada.
En enero de 1815, con tan solo 25 años, Alvear fue designado director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, cargo que ocupó apenas durante tres meses, breve aunque suficiente tiempo para que se pusieran en evidencia sus ambiciones e intenciones. En efecto, el nuevo director supremo envió a Manuel José García a Río de Janeiro, para que hiciera entrega al embajador británico ante Portugal, Lord Strangford, de una carta dirigida a las autoridades inglesas, en la que increíblemente escribía las siguientes líneas:
"Cinco años de repetidas experiencias han hecho ver de un modo indudable, a todos los hombres de juicio y opinión, que este país no está en edad ni estado de gobernarse por sí mismo, y que necesita una mano exterior que lo dirija y contenga en la esfera del orden, antes que se precipite en los horrores de la anarquía".
"En estas circunstancias, solamente la generosa Nación Británica puede poner un remedio eficaz a tanto males, acogiendo en sus brazos a estas Provincias que obedecerán su Gobierno, y recibirán sus leyes con el mayor placer, porque conocen que es el único medio de evitar la destrucción del país, a que están dispuestos, antes que volver a la antigua servidumbre, y esperan de la sabiduría de esa nación una existencia pacífica y dichosa".
"Estas provincias desean pertenecer a Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso. Ellas se abandonan sin condición alguna a la generosidad y buena fe del pueblo inglés y yo estoy resuelto a sostener tan justa solicitud para librarlas de los males que las afligen. Es necesario se aprovechen los momentos; que vengan tropas que impongan a los genios díscolos y un jefe plenamente autorizado para que empiece a dar al país las fo mas que sean de su beneplácito, del rey y de la nación a cuyos efectos espero que V.E. me dará sus avisos con la reserva y prontitud que conviene para preparar oportunamente la ejecución".
"Inglaterra no puede abandonar a su suerte a los habitantes del Río de la Plata en el acto mismo que se arrojan en sus brazos generosos".
El personaje que había llegado a estas tierras para colaborar fervientemente con la causa de la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata perpetraba este "acto de traición a la causa" sin el más mínimo pudor. Por fortuna esas cartas nunca llegaron a destino, pero mostraban claramente que Carlos María de Alvear no solo no deseaba que las Provincias Unidas del Río de la Plata fueran independientes, sino que además las ponía a disposición de la Gran Bretaña.
Si además se tiene en cuenta que el entonces rey de Inglaterra, Jorge III, sufría de serios trastornos mentales, la actitud del inexperto, impetuoso y traicionero director supremo, constituía además un imperdonable acto de irresponsabilidad. Pero, más allá de estas insólitas consideraciones políticas, también quedaba claro que Carlos María de Alvear no guardaba ningún rencor para con los ingleses, que en el marco de una contienda naval, apenas once años antes, habían cometido el asesinato masivo de su madre y hermanos.
El polémico personaje, cuyo cursus honorum presenta muchas y cerradas curvas y contracurvas, en 1838 terminó aceptando el cargo de embajador argentino en los Estados Unidos, ofrecido por Juan Manuel de Rosas, contra quien Alvear había conspirado para derrocarlo. El hipócrita ex director supremo, defendió, como embajador, la defensa que Rosas hacía de la soberanía nacional frente a las pretensiones francesas e inglesas, cuando antes había pretendido entregarse a las manos británicas.
Carlos María de Alvear falleció en los Estados Unidos, sin pena ni gloria, el 3 de noviembre de 1852. Sin embargo, tuvo la suerte de tener dos descendientes que se encargaron de poner a salvo el crédito histórico del apellido Alvear: el quinto hijo de los diez que había tenido con una andaluza, Torcuato de Alvear, quien fue un brillante intendente de la ciudad de Buenos Aires entre 1883 y 1887; y su nieto, Máximo Marcelo Torcuato de Alvear (octavo hijo de los once que tuvo Torcuato), quien fue un excelente presidente argentino entre 1922 y 1928.
Fuente: Infobae
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