Por: José María Posse
Cuenta la tradición de nuestros mayores que en ese momento, en el que todo parecía perdido, aconteció un hecho que ha quedado en la leyenda, por lo curioso y casual o causal. En medio de la refriega se elevó una tromba de viento común para la época, que llevó consigo un gran tierral que levantó una manga de langostas, sorprendiendo a los realistas.
Cabe destacar y aclarar que las invasiones de langostas se sucedieron hasta bien entrado el siglo XX, cuando el DDT y otros insecticidas prácticamente erradicaron a los dañinos insectos. Estos fenómenos naturales eran desconocidos para los soldados de Tristán, quienes en su gran mayoría venían del Alto Perú. En aquella aridez, es claro que las langostas no prosperan, por tanto el portento les pareció dantesco.
Según la tradición oral transmitida por nuestros mayores, los zurrones al estrellarse en sus cuerpos, les hacían sentir que eran atacados a balazos o pedradas, con lo cual pararon en seco su avance.
Fue el momento más crítico. El ala izquierda española, librada de la caballería y apoyada por el batallón extra, arrolló a la columna de infantes Pardos y Libertos de José Superí. Sobre la izquierda, formó los cuadros y atacó. El avance de caballería e infantería de los realistas fue imparable, tomando prisionero al coronel José Superí. Sin embargo, la firmeza de la columna central permitió a los patriotas recuperar terreno y recobrar al oficial; pero los avances desiguales fraccionaron el frente, haciendo la batalla confusa, incomprensible para sus comandantes y dejando en buena medida las acciones a cargo de los oficiales que encabezaban cada unidad.
Por su parte Tristán, quién también había sido arrollado por sus fugitivos hasta El Manantial, reorganizaba a toda prisa su tropa para embestir con la caballería; con lo cual destrozaría el centro, partiendo en dos el ejército rebelde, cuyo flanco izquierdo apenas ya se sostenía.
El campo de batalla quedó momentáneamente en manos de la infantería rebelde. Entonces el mayor general Eustaquio Díaz Vélez y Aráoz, primo de don Bernabé, y quién era el segundo al mando logró tomar -junto con un grupo de infantería de Manuel Dorrego- el parque de artillería de Tristán, que había quedado sin el resguardo de su caballería. Así capturó treinta y nueve carretas cargadas de armas, municiones, parte de los cañones y muchos prisioneros, quienes en la confusión se creyeron vencidos. Se apoderaron además de las banderas de los regimientos Real de Lima, Cochabamba y Abancay.
Apoyado por las fuerzas de la reserva y ocupándose de llevar a los heridos, Díaz Vélez tomó una inteligente decisión: sus hombres habían capturado la mitad de la artillería enemiga, tenían varios centenares de prisioneros y en su momento habían roto en tres puntos la línea española. Pero avizoraba las consecuencias que podía tener el martillo formado sobre la izquierda, y con sus catalejos; de seguro ya advertía el reagrupamiento de la caballería enemiga. Para colmo de males no podía conectarse con Belgrano. Resolvió entonces replegarse a la ciudad, para poner a buen recaudo la artillería y los presos. Confiaba en resistir desde la plaza fortificada, lo que era ajustarse al plan inicial. Como pudo, a fuerza de ordenes gritadas vigorosamente arrastró tras de sí a aquél tropel de hombres y animales que se disgregaban de sus líneas. Hizo replegar la infantería hacia la ciudad de San Miguel de Tucumán, colocándola en los fosos y trincheras que se habían abierto allí en los días previos. También reorganizó la artillería con las piezas tomadas al enemigo y apostó tiradores en los techos y esquinas estratégicas, convirtiendo a la ciudad en una plaza muy difícil de tomar. Fortalecido en ella, Díaz Vélez aguardó expectante el resultado de las acciones de Belgrano y Tristán. Los generales aún contaban con fuerzas de caballería, que aunque dispersas, pronto podían reagruparse.
En esos momentos ocurrió algo bastante curioso, el resto del convoy de bastimentos, parque, víveres y municiones de los realistas, entró pacíficamente a San Miguel de Tucumán por el otro extremo, creyendo que ya estaba tomada. Los defensores de la ciudad los capturaron de inmediato en medio de la lógica algarabía.
El padre fraile dominico Sueldo, contaba que “no había pasado una hora desde que se oyeron los primeros tiros de cañón, es decir, cuando se inició el combate y ya empezaron a entrar en la ciudad soldados heridos. Momentos después, las dos cuadras contiguas a Santo Domingo se llenaron de prisioneros, mujeres, cañones, equipajes y pertrechos tomados al enemigo.
FRAGMENTO: "Bernabé Aráoz, el Tucumano de la Independencia". José María Posse. Mundo Editorial, 2018.-
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