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lunes, 24 de septiembre de 2018

La Batalla de Tucumán (2da Parte)

Por: José María Posse

El general Manuel Belgrano ordenó a la artillería abrir el fuego, bombardeando los batallones realistas de Cotabambas y Abancay, los que respondieron cargando a bayoneta calada. A ellos se dirigieron los infantes de infantería del intrépido Warnes, acompañados de la reserva de caballería del capitán Antonio Rodríguez. De reacción rápida, Belgrano decidió aprovechar el factor sorpresa. Ordenó entonces que el ala derecha de su caballería (compuesta por los referidos “Decididos”), y de Dragones comandada por Juan Ramón Balcarce, atacara. El clarín dio el toque a degüello, el que fue contestado con estruendosos alaridos, gritos de coraje y ruidos de guardamontes. De inmediato la caballería de Balcarce salió disparada sobre el flanco izquierdo de Tristán; la carga tuvo un efecto formidable. Lanza en ristre, los Decididos de Tucumán capitaneados por don Bernabé Aráoz, avanzaron con tal ímpetu que la caballería de Tarija se desbandó a su paso, retrocediendo sobre su propia infantería y desorganizándola hasta tal punto que sin encontrar resistencia, la caballería tucumana alcanzó la retaguardia del ejército enemigo. La atropellada de los gauchos, quienes salían sorpresivamente por imperceptibles senderos del monte circundante dando de alaridos y haciendo sonar con sus facones los guardamontes de cuero duro, mientras atronaban los cascos de sus caballos, fue mortal. Los lanceros criollos hicieron estragos entre los soldados realistas quienes aún no se recobraban de la sorpresa. El ímpetu de la carga puso en fuga la renombrada caballería de Tarija y desbarató la no menos famosa de Arequipa, la élite de las tropas realistas. Batallones enteros se perdieron en la confusión, siendo lanceados y acuchillados sin piedad por esa turba enloquecida que penetró hasta las cercanías mismas del Estado Mayor de Pío Tristán.

Gral. Manuel Belgrano
Las escenas fueron pasmosas, pues los gauchos, arrolladores en su acometida, atropellaron todo los que tenían enfrente y lo que sus armas no lograban lo hacían las patas de sus caballos. Los realistas huyeron dejando atrás una enorme cantidad de bastimentos, cañones, armas y municiones. Incluso el tesoro del ejército y hasta el coche y efectos personales del general.

De inmediato los milicianos gauchos se obstinaron en saquear metódicamente todo lo que pudieron, por lo cual esta tropa terminó perdiéndose para el resto de la acción. Pero, desde los montes cercanos se dedicaron a cazar todo grupo disperso de realistas, como lo relata José María Paz en su mencionado libro .

Para mantener el frente derecho, quedó la sección de Dragones y la caballería regular al mando de Balcarce, quienes mantuvieron la posición.

Mientras, avanzaban disparando los cuadros de infantería de Belgrano, el barón de Holmberg hacía tronar los cañones. Unida esta acción a la eficacia de la artillería derecha y a la de la infantería de Carlos Forest, habían logrado desarmar y hacer retirar a toda el ala izquierda enemiga en total desorden hacia el puente de El Manantial.

En el centro, las cosas también se mostraban felices en un primer momento para los patriotas. El único peligro estaba en que parte de la infantería realista, al avanzar resueltamente, puso en apuros a Ignacio Warnes quién capitaneaba personalmente las milicias de infantes. Pero pronto la reserva, a cargo del intrépido Manuel Dorrego, acudió en su auxilio. Las huestes de Tristán comenzaron entonces a ceder terreno, desamparada como estaba por la derrota de la caballería del ala derecha.


Impensadamente, aquella columna que el general Pío Tristán había desprendido para bloquear por el sur, volvió para participar en el combate. Cómodamente desplegada, acudió en apoyo del ala izquierda realista, que había logrado desorganizar a la caballería patriota de José Bernaldes Palledo, que tenía a su frente.

No debemos olvidar que los partidarios del rey eran profesionales y con los refuerzos, pronto rearmaron sus cuadros, quienes acudían al toque de los clarines y a la voz de mando de sus jefes, en formación a cada regimiento al que pertenecían. La sorpresa había pasado. La hora de la verdad se acercaba, ya que sincronizadamente comenzaron a encolumnarse en una formación conocida como “martillo” para rodear y neutralizar la infantería patriota.

El ímpetu inicial se paró en seco y las tropas de Belgrano, -comenzando por los bisoños-, retrocedieron desordenadamente en medio de aquel escenario humeante, regado por la sangre de griegos y troyanos .

Esto creó un desbande general, lo que motivó que Belgrano, poniendo en riesgo de su vida se corriera él mismo para tratar de reordenar el caos circundante, lo que en parte consiguió. Desde la derecha, galopó hacia esa crítica izquierda para mandar que cargaran, pero cuando llegó, un grupo de milicianos de caballería estaba en tumultuosa retirada. No pudo contenerlos y el ímpetu de la atropellada arrastró al general hacia el sur, sacándolo del campo de batalla, la que finalmente creyó perdida pues el humo de la pólvora y un viento terroso comenzaba a impedir la visibilidad .

FRAGMENTO: "BERNABÉ ARÁOZ, EL TUCUMANO DE LA INDEPENDENCIA. José María Posse. Mundo Editorial. 2018.

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