Por: José María Posse
El general Pío Tristán, cuando regresó al campo de batalla con su tropa ya organizada, lo encontró vacío. El escenario era dantesco: cuerpos mutilados, heridos de distinta consideración gritando por ayuda, caballos agonizantes, manchones de sangre por doquier, todo ello envuelto por el humo de la pólvora y los incendios. Se colocó entonces en las afueras y desde allí envió un ultimátum: o se rendían o incendiaba la población. Díaz Vélez contestó que nunca se rendirían. Empezaron así las horas tensas de la noche del 24 al 25 de septiembre. No se sabía si intentaría probar suerte con un ataque, por tanto, la tensión era una constante; en cualquier momento se esperaba una definición. A lo lejos se escuchaban escopeteos aislados, gritos, desafíos y juramentos.
El general Manuel Belgrano por su parte, se había refugiado en la estancia de Ugarte a unos 12 kilómetros del sangriento escenario, con el objeto de esperar noticias sobre el desenlace de la batalla. En un principio, creyó que habían sufrido una derrota y que la ciudad a esas alturas ya estaría tomada. Testigos afirmaron luego que su rostro no disimulaba el abatimiento de pensar que sus tropas habían sido derrotadas. Pero entonces comenzaron a llegar oficiales y soldados, quienes anunciaban el éxito de las acciones, a lo que Belgrano no quiso dar crédito de entrada. Por ello comisionó al oficial José María Paz, para que se dirigiera a San Miguel e informara de la situación, mientras él seguía reclutando la caballería gaucha dispersa, que se había cebado cazando focos de soldados realistas aislados durante su repliegue.
El entonces teniente Paz ingresó a la ciudad y comprobó que seguía en poder de los patriotas. Narra que: había cerca de 500 prisioneros, 5 cañones, armamento y muchos jefes de nota tomados al enemigo. La plaza estaba fuerte: las azoteas y casas inmediatas estaban ocupadas por nuestras tropas; los fosos y calles, bien artillados y guarnecidos; finalmente, todos resueltos a la más vigorosa defensa . Ello cambió toda la visión que tenía hasta entonces, la posibilidad de un impensado triunfo se manifestaba allí de manera patente.
El mayor general Eustaquio Díaz Vélez había organizado su estado mayor en el centro de la ciudad. Allí estaban reunidos sus primos Aráoz con los pocos oficiales de valía que les quedaba. Paz los notó decididos, al punto que Díaz Vélez le encargó informara de las novedades al general Manuel Belgrano, a efectos de que retomara el mando.
Mientras preparaba su caballo, cuenta Paz que, se anunció un parlamentario del enemigo, y efectivamente lo ví entrar a casa de Díaz Vélez, (seguramente la de su primo Bernabé Aráoz, ya que era donde se hospedaba en Tucumán), conducido del brazo por Dorrego, porque tenía los ojos vendados. Sucedía que el jefe realista Pío Tristán, haciendo un esfuerzo, intimaba rendición a la plaza. Díaz Vélez me hizo llamar para encargarme dijera al general (Belgrano) que la contestación que iba a dar era enérgica y negativa. Tristán amenazaba incendiar la ciudad y, según oí, se le contestó que en tal caso los prisioneros serían pasados a cuchillo. Entre estos estaban los coroneles Barreda, primo de Goyeneche; Peralta, tan mal herido que murió esa noche; el comandante de ingenieros Alcon; el auditor de guerra Medeiros (hijo) y algunos oficiales de nota.
José María Paz se dirigió al galope junto a Belgrano, acompañado por el salteño Apolinario Saravia. En el campamento, el general los recibió ávido de novedades. Con esos datos y habiendo reunido 600 jinetes gauchos, de los dispersos por el faldeo del cerro, rumbeó la mañana del 25 hacia la ciudad.
Se acercó a los realistas por el flanco derecho y envió un mensajero a Tristán – con quién tenía un lazo de amistad, ya que habían estudiado juntos en España- solicitándole que capitulara. El realista rechazó indignado la propuesta, pero no se atrevió a entrar en la ciudad. Disparó unos cañonazos, uno de los cuales fue a caer a la torre de la Iglesia de Santo Domingo, hizo movimientos de puro aparato y, hacia la medianoche, emprendió su retirada .
La cruda verdad era que, sin los imprescindibles bastimentos y municiones que habían sido tomados por la caballería gaucha, le era imposible sostener el sitio de una ciudad fortificada. Ello fue lo que en definitiva, selló la suerte de la batalla.
La noche del 24, cuando aún no se sabía si Tristán iba a intentar un ataque, los patriotas -refiere De la Rosa- utilizaron un ocurrente ardid para asustarlo. Escribieron una carta falsa, firmada por un general inventado, fechada en Santiago del Estero y dirigida a Belgrano, donde le anunciaban la inminente llegada de fuerzas muy poderosas en su auxilio. Entregaron la misiva a un paisano "muy avivado y valiente", que se las arregló para hacerse capturar por las fuerzas de Tristán. La carta le fue arrebatada y el jefe la leyó, lo que aumentó sus dudas sobre lo que ocurría en el interior de la ciudad.
La noche del 25 al 26 de septiembre de 1812, Tristán se retiró rumbo a Salta, dejando tras de sí 453 soldados muertos, 626 prisioneros, además 8 cañones, 350 fusiles y 139 bayonetas, 40 cajones de municiones de artillería y 30 de fusil, 3 banderas y 2 estandartes, en manos de tropas patrias que habían quedado entre otros trofeos .
Belgrano, al entrar en Tucumán encontró un clima de total algarabía: en una batalla imposible, el mismo día del Día de nuestra Señora de las Mercedes, se había vencido a un ejército poderoso que venía a imponer por la fuerza los derechos de un rey allende los mares. Los jóvenes se habían colocado los ropajes del general realista y daban vueltas a la plaza con su carruaje en señal de mofa, eran los momentos supremos de la victoria .
Sin el concurso decidido de Bernabé Aráoz y sus familiares, sin la determinación de los tucumanos, especialmente de los gauchos del Norte, Belgrano hubiera retrocedido hasta Córdoba o Buenos Aires y seguramente otra hubiera sido la historia de nuestro país.
En Tucumán, se salvó entonces la suerte de la revolución emancipadora, grabando para siempre el nombre de Belgrano y de Bernabé Aráoz, en la historia de la Patria.
FRAGMENTO:"BERNABÉ ARÁOZ, EL TUCUMANO DE LA INDEPENDENCIA". José María Posse. Mundo editorial 2018.-
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