...el dicho señor Capitán Diego de Villarroel dijo
que en nombre de Dios Nuestro Señor y de Su Majestad del
Rey Don Felipe, segundo de este nombre, Emperador del
Nuevo Mundo y de las Indias, y del muy Ilustre señor
Francisco de Aguirre, Gobernador y Capitán General de
estas provincias de Tucumán, Juríes y Diaguitas por Su
Majestad poblada y pobló en este asiento en lengua de
los naturales llamado Ibatín esta ciudad a la que ponía
y puso nombre de San Miguel de Tucumán y nueva tierra de
promisión...
(Acta de fundación de San
Miguel de Tucumán, 31 de mayo de 1565)
En el principio no fue más que
selva, la famosa vegetación que encandilaría luego a todos,
desde los cronistas jesuíticos hasta los viajeros europeos. En
sus claros correteaban, desde tiempos antiquísimos, indígenas
cuya cultura todavía se estudia, llena de misterios como los
impenetrables menhires del valle de Tafí.
Cabildo de Tucumán |
Un día, los españoles, tras
haber intentado, viniendo del mar -por el Río de la Plata-
entradas que terminaban con flechazos y campamentos incendiados,
siempre a la búsqueda de la mítica Ciudad de los Césares,
llegaron hasta estas comarcas por el oeste, desde el Perú. Su
objetivo era geográficamente nebuloso. Una voz sobre cuya
etimología se han hecho las más caprichosas interpretaciones,
Tucumán, corría desde tiempo atrás en la Ciudad de los
Virreyes: vagamente, designaba las tierras que se encontraban
más al sur. Pero ellos, sobre todo, buscaban riquezas, y allá
fueron. Hombres de hierro, con un coraje a toda prueba y una
dureza que atemperaban enarbolando la cruz, los misioneros
católicos mezclados en la hueste atravesaron las montañas y
cayeron finalmente al llano. Fue la expedición de la Entrada,
que habría el camino a todas las que vinieron después.
Penoso les fue comprobar que no
había oro, ni piedras preciosas, ni Ciudad de los Césares. Pero
igual empezaron a plantar ciudades en ese territorio donde todo
aparecía hostil, desde la geografía y el clima hasta habitantes
aborígenes que resistían con sus arcos y flechas. Santiago del
Estero fue la primera fundación, en 1553. En 1565 instalaron a
San Miguel de Tucumán en "el lugar que llaman en lengua de
naturales Ibatín". Administrativamente, Santiago era la
cabeza de lo que se llamó "Gobernación de Tucumán" y
que integraban, además de San Miguel, lo que son actualmente
Salta, Jujuy, Catamarca, La Rioja y Córdoba. Durante lo que
quedaba del siglo XVI, San Miguel de Tucumán puso el hombro, sin
desmayo, a toda la obra de la conquista. Sus vecinos fueron
soldados de todas las expediciones fundadoras, mientras sus
bosques proveían la madera para el único vehículo de aquellos
tiempos, la carreta, que por eso se llamó "carretera
tucumana".
No las pasó tranquilas el San
Miguel de los precarios días iniciales. La aldea estaba
recostada junto a la montaña, asiento de los indígenas
calchaquíes, y más de una vez los naturales quisieron
incendiarla. Pero los vecinos supieron resistir. Al fin, lo que
no pudieron los indios y las privaciones, lo logró la caída en
desuso del camino que pasaba por San Miguel y seguía a Buenos
Aires, y las aguas palúdicas del río cercano. La ciudad se hizo
insalubre y quedó al margen de la ruta comercial. Entonces la
transladaron, en 1685, al lugar que actualmente ocupa, y que se
conocía entonces como La Toma. Allí, minuciosamente, se
repitió el rito de la fundación: como en un calco, se
distribuyeron -salvo el Cabildo- los edificios tal como estaban
en el sitio viejo, y los vecinos continuaron sus trabajos y sus
días, en la ciudad y en los curatos de la campaña, Trancas,
Burruyacú, Los Juárez, Monteros, Chicligasta y el Río Chico,
como era la nómina a fines del siglo XVIII. Siglo donde la lucha
contra los indios mocovíes en el Chaco salteño, las peripecias
del clima y de las plagas, parecían ser las únicas novedades
que agitaban esa parte del ya Virreinato del Río de la Plata. La
Real Ordenanza de Intendentes dividió, en 1783, las siete
provincias que formaban la Gobernación de Tucumán, y alejó de
la jurisdicción a La Rioja y Córdoba, pasando la cabecera de
Santiago del Estero a Salta.
El siglo XIX es el de la
Revolución de la Independencia, que para Tucumán significó
cambios fundamentales. Por su territorio pasaría el ejército
que quiere llevar la liberación hacia el Alto Perú en 1810, y
dos años más tarde vuelve, derrotado y en retirada. Es la hora
alta de los tucumanos. En lugar de dejarlo pasar, le pedirían
que se quede y dé una batalla en la que todos comprometen su
apoyo.
La batalla ocurre el 24 de Setiembre de 1812 y es una
victoria de los patriotas, que han luchado invocando la
protección de la Virgen de las Mercedes. Han salvado la
suerte de la Revolución, porque los españoles vuelven
sobre sus pasos y tornarán a parapetarse en el Alto
Perú, hasta que la victoria de Ayacucho termine con
ellos. San Miguel de Tucumán será entonces cabeza de
una nueva provincia, que lleva su nombre, y de la cual dependen Catamarca y Santiago del
Estero, mientras Salta y Jujuy se le separan. A todo esto, se
convierte en cuartel general del Ejército, que ya no intentará
operaciones importantes sobre el Alto Perú. La nueva presencia
la trasforma: cambian su sociedad, su economía, su sistema de
trabajo. En 1816 será sede de otro acontecimiento memorable: el
Congreso de las Provincias Unidas, que afianza jurídicamente el
pronunciamiento de 1810, declarando la independencia de España y
de toda otra dominación extranjera.
Desde entonces, seguirán las
vicisitudes del dramático proceso de consolidación nacional. En
las guerras civiles, durante la década de 1820, verá reducido
su territorio a la jurisdicción actual, al separársele
Catamarca y Santiago del Estero. Toda esa década, y la
siguiente, y los dos primeros años de la posterior, serán de
luchas y enconos, el tiempo del aprendizaje republicano que
hacían los pueblos argentinos librados a sus propias fuerzas,
como dice Juan B.Terán.
Escudos de Tucumán en el libro del Centenario |
En medio de ese ruido de armas,
empero, a 1.200 Km. del puerto, los tucumanos
inaugurarán -con el trapiche, la primera máquina que
conoció el País- la industria del azúcar, que
definirá su prosperidad en los años futuros. Una
prosperidad que se afianzará explosivamente desde 1876,
cuando la llegada del ferrocarril conecte las provincias
con el puerto de Buenos Aires y empiecen a llegar, en sus
vagones, las máquinas que reemplazaran al rústico
trapiche de palo movido por bueyes.
Junto con los trapiches, vendrán la sangre nueva y las nuevas
ideas. La industria traerá inmigrantes, franceses sobre todo,
que darán nuevos vientos a la mentalidad del tucumano. Ese
pueblo al que un viajero europeo, en 1825, hallará dotado de
"un bello espíritu varonil y una elevada noción del
honor", empezará a crecer libre de los mitos que retardaron
la evolución de otras sociedades de la Argentina. Será la suya
abierta a las nuevas ideas, dispuesta a la sociabilidad con el
extranjero, ávida de cultura sin dogmatismos, y sabedora de que
existía otro mundo más allá del campanario de la aldea. La
nueva mentalidad arrasará con muchas cosas viejas, como la
edificación colonial, sin respetar siquiera el venerable Cabildo
de la plaza principal. Entrará también, a la historia nacional,
muchos hijos de su suelo para alentar, como ideólogos o
protagonistas, el cambio: Juan Bautista Alberdi, el autor de la
Constitución Argentina; Nicolás Avellaneda y Julio Argentino
Roca, los presidentes de la Argentina moderna del desierto
conquistado, de los ferrocarriles y de la inmigración, son
tucumanos. "Porteños del interior" llamará un
cronista a los tucumanos del fin del siglo.
Pero, en las primeras décadas del XX, ya no serán nombres
aislados sino toda una generación -la del Centenario- quien
movilice la toma de conciencia cultural de la provincia, creando
su Universidad. Esa fundación, obra de Juan B.Terán, completa
en 1914 el ciclo formativo de la provincia histórica. Su
personalidad nacional se dibujará inconfundible, en los años
siguientes, a través de la industria que la singulariza en esta
parte del país, y la casa de estudios que forma a su juventud y
a la de las provincias vecinas, con un fuerte sello de servicio
regional.
En la actualidad ha experimentado, en mayor o menor
proporción, las alternativas del país que integra. También
ella, como el país, ha acaparado en su capital el crecimiento y
la modernidad, sin repartirlo parejamente en su interior.
Si un viajero desprovisto de preconceptos llegara hoy a la
provincia de Tucumán, lo primero que lo impresionaría sería,
por cierto, la magnificiencia del paisaje, que es lo único que
los siglos no han podido alterar. Hallaría que el clásico
calificativo de Sarmiento, Jardín de la República, no puede ser
más justo, en cualquier parte de ese territorio cubierto de
verdor y surcado por ríos caudalosos, con el paredón de
montañas en su horizonte, el benigno invierno y el torrentoso
verano.
Escudos de Tucumán en AGN |
Después, el viajero se sorprendería por los contrastes. A
poco metros de un niño que pide limosna u ofrece lustrarle los
zapatos, podría hallar un universitario que investiga
concienzudamente las disciplinas más diversas. Encontraría que
su pueblo es tan capaz de apasionarse por el precio de la caña
de azúcar, como de llenar los teatros y las salas de
conferencias. No entenderá el desorden y el capricho de su
arquitectura. El color local le será esquivo: extrañará la
música folcklórica, la constante apelación telúrica de otras
provincias interiores. Sin embargo, hallaría también que de esa
tierra han salido varios de los más importantes compositores e
intérpretes de música nativa. Encontraría en los tucumanos una
como vergüenza de exaltar sus próceres y sus fechas
históricas: un pudor que abandona esos temas al campo de lo
sobreentendido.
Todo eso dejará al viajero muchas veces desconcertado. Si
hallará coherencia, en cambio, en la franca hospitalidad hacia
el recién llegado, que le ahorrará "las horas
indeciblemente amargas de la soledad en la multitud": la
amistad generosa, espontánea. Encontrará tiempo para conversar,
para demorarse discurriendo sobre las cosas de la vida, que corre
afuera con la misma celeridad que en las grandes ciudades. Podrá
entrar a casa de techos altos, y cruzar patios llenos de macetas
y de flores. Podrá caminar por calles plácidas entre árboles
llenos de perfume. El pasado no se le brindará directamente,
sino que tendrá que buscarlo, en algunas viejas arcadas, en
ciertas iglesias, en la humilde Casa de la Independencia, en
algunos ángulos de sus villas y ciudades. Pero, en el transcurso
de un concierto, o de una obra de teatro, o el frecuentar su
singular periodismo, o entrar en alguna facultad de sus
universidades, le parecerá que está en cualquier capital del
mundo, porque el espíritu sopla intensamente cuando quiere. Una
sola cosa es segura : le será difícil olvidarla.
Fuentes:
1. Sr. Carlos
Páez de la Torre (h) -"Tucumán", Lagaceta
2. Albúm del Centenario 1816-1916
3. Archivo General de la Nación - Escudos de la Provincia de Tucumán. Siglo XIX
Mapoteca II-464
hola como estas? gracias por este blog guia de estambul
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