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lunes, 29 de septiembre de 2014

Fundación de San Miguel de Tucumán


...el dicho señor Capitán Diego de Villarroel dijo que en nombre de Dios Nuestro Señor y de Su Majestad del Rey Don Felipe, segundo de este nombre, Emperador del Nuevo Mundo y de las Indias, y del muy Ilustre señor Francisco de Aguirre, Gobernador y Capitán General de estas provincias de Tucumán, Juríes y Diaguitas por Su Majestad poblada y pobló en este asiento en lengua de los naturales llamado Ibatín esta ciudad a la que ponía y puso nombre de San Miguel de Tucumán y nueva tierra de promisión...
(Acta de fundación de San Miguel de Tucumán, 31 de mayo de 1565)

En el principio no fue más que selva, la famosa vegetación que encandilaría luego a todos, desde los cronistas jesuíticos hasta los viajeros europeos. En sus claros correteaban, desde tiempos antiquísimos, indígenas cuya cultura todavía se estudia, llena de misterios como los impenetrables menhires del valle de Tafí.


Cabildo de Tucumán
Un día, los españoles, tras haber intentado, viniendo del mar -por el Río de la Plata- entradas que terminaban con flechazos y campamentos incendiados, siempre a la búsqueda de la mítica Ciudad de los Césares, llegaron hasta estas comarcas por el oeste, desde el Perú. Su objetivo era geográficamente nebuloso. Una voz sobre cuya etimología se han hecho las más caprichosas interpretaciones, Tucumán, corría desde tiempo atrás en la Ciudad de los Virreyes: vagamente, designaba las tierras que se encontraban más al sur. Pero ellos, sobre todo, buscaban riquezas, y allá fueron. Hombres de hierro, con un coraje a toda prueba y una dureza que atemperaban enarbolando la cruz, los misioneros católicos mezclados en la hueste atravesaron las montañas y cayeron finalmente al llano. Fue la expedición de la Entrada, que habría el camino a todas las que vinieron después.

Penoso les fue comprobar que no había oro, ni piedras preciosas, ni Ciudad de los Césares. Pero igual empezaron a plantar ciudades en ese territorio donde todo aparecía hostil, desde la geografía y el clima hasta habitantes aborígenes que resistían con sus arcos y flechas. Santiago del Estero fue la primera fundación, en 1553. En 1565 instalaron a San Miguel de Tucumán en "el lugar que llaman en lengua de naturales Ibatín". Administrativamente, Santiago era la cabeza de lo que se llamó "Gobernación de Tucumán" y que integraban, además de San Miguel, lo que son actualmente Salta, Jujuy, Catamarca, La Rioja y Córdoba. Durante lo que quedaba del siglo XVI, San Miguel de Tucumán puso el hombro, sin desmayo, a toda la obra de la conquista. Sus vecinos fueron soldados de todas las expediciones fundadoras, mientras sus bosques proveían la madera para el único vehículo de aquellos tiempos, la carreta, que por eso se llamó "carretera tucumana".

No las pasó tranquilas el San Miguel de los precarios días iniciales. La aldea estaba recostada junto a la montaña, asiento de los indígenas calchaquíes, y más de una vez los naturales quisieron incendiarla. Pero los vecinos supieron resistir. Al fin, lo que no pudieron los indios y las privaciones, lo logró la caída en desuso del camino que pasaba por San Miguel y seguía a Buenos Aires, y las aguas palúdicas del río cercano. La ciudad se hizo insalubre y quedó al margen de la ruta comercial. Entonces la transladaron, en 1685, al lugar que actualmente ocupa, y que se conocía entonces como La Toma. Allí, minuciosamente, se repitió el rito de la fundación: como en un calco, se distribuyeron -salvo el Cabildo- los edificios tal como estaban en el sitio viejo, y los vecinos continuaron sus trabajos y sus días, en la ciudad y en los curatos de la campaña, Trancas, Burruyacú, Los Juárez, Monteros, Chicligasta y el Río Chico, como era la nómina a fines del siglo XVIII. Siglo donde la lucha contra los indios mocovíes en el Chaco salteño, las peripecias del clima y de las plagas, parecían ser las únicas novedades que agitaban esa parte del ya Virreinato del Río de la Plata. La Real Ordenanza de Intendentes dividió, en 1783, las siete provincias que formaban la Gobernación de Tucumán, y alejó de la jurisdicción a La Rioja y Córdoba, pasando la cabecera de Santiago del Estero a Salta.

El siglo XIX es el de la Revolución de la Independencia, que para Tucumán significó cambios fundamentales. Por su territorio pasaría el ejército que quiere llevar la liberación hacia el Alto Perú en 1810, y dos años más tarde vuelve, derrotado y en retirada. Es la hora alta de los tucumanos. En lugar de dejarlo pasar, le pedirían que se quede y dé una batalla en la que todos comprometen su apoyo.

La batalla ocurre el 24 de Setiembre de 1812 y es una victoria de los patriotas, que han luchado invocando la protección de la Virgen de las Mercedes. Han salvado la suerte de la Revolución, porque los españoles vuelven sobre sus pasos y tornarán a parapetarse en el Alto Perú, hasta que la victoria de Ayacucho termine con ellos. San Miguel de Tucumán será entonces cabeza de una nueva provincia, que lleva su nombre, y de la cual dependen Catamarca y Santiago del Estero, mientras Salta y Jujuy se le separan. A todo esto, se convierte en cuartel general del Ejército, que ya no intentará operaciones importantes sobre el Alto Perú. La nueva presencia la trasforma: cambian su sociedad, su economía, su sistema de trabajo. En 1816 será sede de otro acontecimiento memorable: el Congreso de las Provincias Unidas, que afianza jurídicamente el pronunciamiento de 1810, declarando la independencia de España y de toda otra dominación extranjera.

Desde entonces, seguirán las vicisitudes del dramático proceso de consolidación nacional. En las guerras civiles, durante la década de 1820, verá reducido su territorio a la jurisdicción actual, al separársele Catamarca y Santiago del Estero. Toda esa década, y la siguiente, y los dos primeros años de la posterior, serán de luchas y enconos, el tiempo del aprendizaje republicano que hacían los pueblos argentinos librados a sus propias fuerzas, como dice Juan B.Terán.

Escudos de Tucumán en el libro del Centenario
En medio de ese ruido de armas, empero, a 1.200 Km. del puerto, los tucumanos inaugurarán -con el trapiche, la primera máquina que conoció el País- la industria del azúcar, que definirá su prosperidad en los años futuros. Una prosperidad que se afianzará explosivamente desde 1876, cuando la llegada del ferrocarril conecte las provincias con el puerto de Buenos Aires y empiecen a llegar, en sus vagones, las máquinas que reemplazaran al rústico trapiche de palo movido por bueyes.

Junto con los trapiches, vendrán la sangre nueva y las nuevas ideas. La industria traerá inmigrantes, franceses sobre todo, que darán nuevos vientos a la mentalidad del tucumano. Ese pueblo al que un viajero europeo, en 1825, hallará dotado de "un bello espíritu varonil y una elevada noción del honor", empezará a crecer libre de los mitos que retardaron la evolución de otras sociedades de la Argentina. Será la suya abierta a las nuevas ideas, dispuesta a la sociabilidad con el extranjero, ávida de cultura sin dogmatismos, y sabedora de que existía otro mundo más allá del campanario de la aldea. La nueva mentalidad arrasará con muchas cosas viejas, como la edificación colonial, sin respetar siquiera el venerable Cabildo de la plaza principal. Entrará también, a la historia nacional, muchos hijos de su suelo para alentar, como ideólogos o protagonistas, el cambio: Juan Bautista Alberdi, el autor de la Constitución Argentina; Nicolás Avellaneda y Julio Argentino Roca, los presidentes de la Argentina moderna del desierto conquistado, de los ferrocarriles y de la inmigración, son tucumanos. "Porteños del interior" llamará un cronista a los tucumanos del fin del siglo.

Pero, en las primeras décadas del XX, ya no serán nombres aislados sino toda una generación -la del Centenario- quien movilice la toma de conciencia cultural de la provincia, creando su Universidad. Esa fundación, obra de Juan B.Terán, completa en 1914 el ciclo formativo de la provincia histórica. Su personalidad nacional se dibujará inconfundible, en los años siguientes, a través de la industria que la singulariza en esta parte del país, y la casa de estudios que forma a su juventud y a la de las provincias vecinas, con un fuerte sello de servicio regional.
En la actualidad ha experimentado, en mayor o menor proporción, las alternativas del país que integra. También ella, como el país, ha acaparado en su capital el crecimiento y la modernidad, sin repartirlo parejamente en su interior.

Si un viajero desprovisto de preconceptos llegara hoy a la provincia de Tucumán, lo primero que lo impresionaría sería, por cierto, la magnificiencia del paisaje, que es lo único que los siglos no han podido alterar. Hallaría que el clásico calificativo de Sarmiento, Jardín de la República, no puede ser más justo, en cualquier parte de ese territorio cubierto de verdor y surcado por ríos caudalosos, con el paredón de montañas en su horizonte, el benigno invierno y el torrentoso verano.

Escudos de Tucumán en AGN
Después, el viajero se sorprendería por los contrastes. A poco metros de un niño que pide limosna u ofrece lustrarle los zapatos, podría hallar un universitario que investiga concienzudamente las disciplinas más diversas. Encontraría que su pueblo es tan capaz de apasionarse por el precio de la caña de azúcar, como de llenar los teatros y las salas de conferencias. No entenderá el desorden y el capricho de su arquitectura. El color local le será esquivo: extrañará la música folcklórica, la constante apelación telúrica de otras provincias interiores. Sin embargo, hallaría también que de esa tierra han salido varios de los más importantes compositores e intérpretes de música nativa. Encontraría en los tucumanos una como vergüenza de exaltar sus próceres y sus fechas históricas: un pudor que abandona esos temas al campo de lo sobreentendido.

Todo eso dejará al viajero muchas veces desconcertado. Si hallará coherencia, en cambio, en la franca hospitalidad hacia el recién llegado, que le ahorrará "las horas indeciblemente amargas de la soledad en la multitud": la amistad generosa, espontánea. Encontrará tiempo para conversar, para demorarse discurriendo sobre las cosas de la vida, que corre afuera con la misma celeridad que en las grandes ciudades. Podrá entrar a casa de techos altos, y cruzar patios llenos de macetas y de flores. Podrá caminar por calles plácidas entre árboles llenos de perfume. El pasado no se le brindará directamente, sino que tendrá que buscarlo, en algunas viejas arcadas, en ciertas iglesias, en la humilde Casa de la Independencia, en algunos ángulos de sus villas y ciudades. Pero, en el transcurso de un concierto, o de una obra de teatro, o el frecuentar su singular periodismo, o entrar en alguna facultad de sus universidades, le parecerá que está en cualquier capital del mundo, porque el espíritu sopla intensamente cuando quiere. Una sola cosa es segura : le será difícil olvidarla. 

Fuentes:

1. Sr. Carlos Páez de la Torre (h) -"Tucumán", Lagaceta
2. Albúm del Centenario 1816-1916
3. Archivo General de la Nación - Escudos de la Provincia de Tucumán. Siglo XIX
Mapoteca II-464



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