V. Desmembramiento
de la Estancia de San Ignacio de la Cocha
A partir del la Carta Orden del gobernador
de Buenos Aires, Francisco de Paula
Bucareli al gobernador Juan Manuel Fernández Campero, los bienes secuestrados,
a partir de mayo de 1769, deberían ser vendidos a arrendados… “Todas las
haciendas, estancias y potreros, para lo cual es escribano deberá fijar
carteles es esquinas y parajes públicos…para la vente de la hacienda…separadas
o juntas como sea más útil a los compradores de contado a senso, y que se
envíen cartas ordenes a los administradores de La Rioja, Santiago y Salta para
que procedan igual” (AHT Secc. Administrativa Vol. V 1767-1770 Fs. 303 y vta.),
de esta forma, comenzó el desmembramiento de lo que otrora era un sistema
integrado, según un modelo nuclear, en donde potreros y estanzuelas funcionaban
produciendo y consumiendo en torno a un casco principal ubicado en el paraje de
San Ignacio, donde residía el Padre Procurador de la estancia, los demás padres
jesuitas, capataces y maestros, y artesanos, en lo que sería un complejo agrícola -manufacturero productor de herramientas,
carpetas, suelas, alimentos, textiles, manufacturas en cuero, madera y
sombreros.
El
casco de la Estancia de San Ignacio de la Cocha
Era
la residencia del Padre Procurador y los demás sacerdotes que administraban y
dirigían la estancia. Además había una capilla con sacristía, junto a la casa
de los padres, estaban, la carpintería, curtiembre, comillería, herrería, sombrería
y fábrica de lienzos, cocina molino y horno.
En el inventario de 1767 se describe el
casco “…tiene el recinto del patio nueve aposentos con sus puertas y llaves
corrientes, y en los dos costados, y en el que corre al lado de la capilla
tiene una puerta grande que entra a ella, otra a un lado que entra a la
sacristía, con otra al otro lado por donde se sube y en el otro costado que es
que cae el lado de la puerta de calle tiene su sobrado de cañizo debajo del
corredor, entrando los otros tres dichos costados cubierto de corredores con
sus pilares correspondientes de madera con más otras dos puerto que la una a la
carpintería y otras oficinas y la otra por el refectorio que corresponde a la
cancha, cocina y molino, y huerta cuyo edificio todo como el de dicha capilla
está bien enmaderado y fabricado de adobes cubierto de tejas con seis árboles
tres naranjos chinos y tres limones y en medio de dicho patio un cuadrante
sobre pilar de madera y a los lados dichos árboles y debajo de los corredores
de dicho patio se hallan también dos campanillas que sirven para los acros de
la comunidad…”
Del casco de la estancia, hoy solo está de
pie la capilla, ubicada en el interior del cementerio de San Ignacio de la
Cocha.
“…La carpintería que se compone de un galpón bien largo y
ancho en el campo contiguo a la casa al lado del naciente techado de paja y
madera…”
En la carpintería había herramientas propias de la labor:
hachas, cuñas, azuelas, sierras y serruchos, cepillos, escoplos, cuatro
compases, escofinas, martillos, escoplos, formones, etc..
En la lomillería había escarmadores, suelas partidas,
fustes, moldes.
En la curtiembre: seis noques de material debajo de un
ramadón bien largo cubierto de paja y madera con cien cueros en cebil para
hacerlos suela, treinta cueros para sancochar en cal. Veinte baquetillas de
cabrito en cebil.
En la carpintería además había 66 camas para carretas
labradas, 36 rayos, 15 masas escopleadas, tablas traídas de los aserraderos,
trozos de madera para extraer tablas y siete carretas armadas.
Contiguo a la carpintería había una casa fabricada de
adobes y techada de paja y madera que se compone de tres viviendas utilizada
para hospedería.
El perchel techado de paja y madera, con pared de adobe
con dos puertas de madera, conteniendo trigo en espigas (20 fanegas), ubicado a
una cuadra de la casa.
El corral de horquetería detrás del prechel, y contiguo a
este, un horno para coser tejas y ladrillos.
Al oeste de la casa del casco una huerta cercada de ramas
2 cuadras de largo por una de ancho, con árboles frutales, hortalizas y
parrales y un retazo de caña dulce. Esta era exprimida en un trapiche de mano,
ubicado debajo del corredor de la casa. También en uno de los corredores había
un badan (de 4 masos de madera), un cajón de 3 baras usado para depositar el
trigo.
Había un depósito para harina y maíz en mazorca (50
fanegas).
En la herrería había: fuelle de una mano como de 3 varas
de largo hecho de 3 o 4 suelas con un cañón, un yunque de hierro de 4 arrobas,
una bigornia con asiento de madera, un horno 2/3 de largo, un macho, 3
martillos, 3 pares de tenazas, 15 limas, y 4 sinseles, 2 punzones, un cortador,
un rompedor, una clavera, un pico, 10 pares de espuelas.
En la fábrica de sombreros: batea de agua con banco,
cuatro pares de calzas, cuatro hormas de madera, un par de tijeras medianas,
una paila pequeña batan del oficio de cobre, con 2 planchas de cobre, 2
sombreros ordinarios.
En la cocina (un galpón grande), 2 fondos de cobre, una
paila de cobre de 100 libras (para la evaporación del jugo de caña) una paila
mediana y dos pequeñas, 5 ollas de hierro con sus pies, un almirez pequeño, una
sartén vieja.
En el molino de harina: 2 piedras con que se muele
(gastadas) con su forma y cajón con su almud y una batea. Dos piedras
corrientes nuevas horno de cocer pan, a
la par del molino.
Las distintas fábricas del casco fundamentalmente servían
para atender las necesidades de la mano de obra esclava, que era la más
numerosa y más preparada para el funcionamiento de talleres y demás
dependencias. El personal conchabado, menos numeroso, era ocupado en momentos
en que la producción necesitaba más mano de obra, y el pago era realizado con
una parte de género (fustes, espuelas, sombreros, etc.) 75% y el resto en plata
amonedada 25% en promedio.
La producción de carretas era el principal ingreso del casco,
el cual era destinado para la adquisición de herramientas (cuchillos, tijeras,
balanzas, etc.) textiles de alta calidad (encajes, seda, etc.) y alimentos
(yerba, vino, aguardiente, etc.) e insumos (algodón, botones de metal, hierro,
etc.) que eran adquiridos por la estancia a comerciantes de Santiago del
Estero, Catamarca o Tucumán.
La producción de trigo y maíz habría sido suficiente para
la alimentación de personal. El molino con piedras nuevas era usado para la
producción de harina para consumo interno de la estancia y colegio, para
realización de servicios a terceros cuyos ingresos, lo mismo que la venta de
pan era la principal fuente de ingresos luego de las entradas por las ventas de
mulas en Salta. Estos ingresos eran plata amonedada (Mayo 1982)
La presencia de un retaso de caña en la huerta, un
trapiche de mano para exprimir caña dulce y una paila de cobre de 100 libras,
indican la posibilidad de la elaboración de azúcar, la que estaba presente en
el casco, 35 libras de azúcar en pan, el cual servía para el consumo interno de
la explotación, por parte de su personal. (padres, esclavos, peones
conchabados).
La herrería producía y reparaba herramientas (escoplos,
goznes, punzones, hachas, cuñas, frenos, sierras, espuelas, barrenos, clavos,
tenazas) fundamentales para el funcionamiento del establecimiento. También la herrería
prestaba servicios a terceros, lo que representaba una fuente de ingresos, por
ejemplo terceros entregaban hierro y otros insumos para la elaboración de
bienes lo cual era una fuente más de ingreso, generalmente pagado en metálico.
La presencia de una hospedería en el casco, nos indica
que San Ignacio recibía a visitantes ya sea personas de negocios, religiosos o
viajeros que seguramente eran hospedados por el procurador, en los viajes al
casco de San Ignacio.
La curtiembre procesaba los cueros extraídos del ganado
vacuno abundante en la estancia. El mismo era trabajado en la lomillería, y se
fabricaban fustes, caronas, asientos y respaldares para sillas. Los fustes eran
utilizados por esclavos (63%) y dados como forma de pago al personal conchabado
(28%) otra parte era vendido fuera del establecimiento, solo una pequeña parte
6.8% (Mayo 1982)
Los cueros además eran usados para techar carretas y
carretones, el terminado de aperos y el pago del personal.
El carpintería además de carretas y carretones, fabricaba
bateas, taburetes, tablas, cajas, mesas, sillas y otros objetos de madera, que
eran usados en el interior del casco, y el resto era vendido a vecinos o
pobladores cercanos o de Santiago del Estero, San Miguel de Tucumán o
Catamarca, generalmente la forma de pago era en género (algodón, ropa, etc.) (Mayo
1982)
La carpintería abastecida de madera que era extraída de
los coposos bosques de pedemonte Las
maderas eran principalmente el cedro, el nogal o el lapacho, este último para
la fabricación de rayos de las carretas.
Los lienzos de algodón eran realizados en el taller con
telares, trabajados por mujeres principalmente.
La presencia de una huerta con árboles frutales, caña
dulce, hortalizas y parrales, nos permite pensar en baja comunidad productiva
que se auto abastecía de alimentos, ya que la carne vacuna era abundante lo
mismo que la harina de trigo o el maíz, alimentos complementados con una dieta
bien balanceada al incorporar, las hortalizas y la fruta de distinto tipo
(cítricos, duraznos, higos, uvas, etc.).
El corral y el trascorral, era el lugar de ubicación del
ganado para las faenas correspondientes, la carne era consumida por el personal
esclavo y conchabado, los cueros eran tratados en la curtiembre, las suelas
eran trabajadas en la comilleria para la obtención de fustes o asientos y
respaldares de sillas.
Detrás del corral había un horno de ladrillos y tejas, en
esta cortada los padres de la compañía obtenían el material necesario para la
reparación y o ampliación de muros habitaciones y tejados del casco de San Ignacio
La capilla del casco estaba compuesta de un altar mayor,
un ala derecha, un ala izquierda. El
centro de la capilla conducía al altar, además había una sacristía y contrasacristía. El campanario ubicado a la
derecha de la capilla tenía una torre, compuesto de tres campanas, Hoy se
conservan solo dos de las tres campanas una de las cuales tiene inscripto el año 1746,la tercera fue trasladada a la capilla de Graneros.
En el interior de la capilla existía una gran cantidad de
objetos (baso de plata, pila de agua bendita, vaso comulgatorio, vinajeras de
plata, hostiario de plata, etc.)
Entre las imágenes sacras más destacadas estaban la
imagen de San Ignacio (de bulto), Santa
Rosa (de bulto), La Purísima, San Francisco Javier (de bulto). Hoy se
conservan estas imágenes salvo la de San
Ignacio que fue destruida y reemplaza por otra moderna.
Había tres puertas, que conducían a la sacristía,
interior de la capilla (más importante) y al coro ubicado en la parte superior
de entrada a la capilla.
Destrucción de la unidad productiva
El 8 de octubre de 1769 por Real Cédula se establecían
juntas provinciales y municipales con la normativa en la cual se debían
ajustarse para la vente de los bienes que habían pertenecido a los jesuitas de
esta forma, las tierras que se explotaban, y el personal de la estancia,
principalmente esclavos, fueron vendidos en pública almoneda, desmembrando la
unidad, en múltiples explotaciones inconexas, y sin el personal que sabía y
quería hacer funcionar la estancia, San Ignacio comenzó a desaparecer, quedando
solo un triste esqueleto, como lo describe en 1784, su administrador Pedro
López de Urmendía en su memorial.
De los 234 esclavos contabilizados en el inventario de
1767 en 1784 solo quedaron 4, viejos y enfermos.
Los esclavos eran el sostén de la estancia, ya que los
padres jesuitas prepararon a este personal para que realizaran la tarea en
forma eficientes y productiva, en el casco, la actividad principal fue la labor
de carpintería, al especialidad era la fabricación de carretas (había 11
oficiales carpinteros), pero además se fabricaban, mesas, sillas, bateas,
cajas, etc.
Además, el casco de la estancia de San Ignacio, tenía un
personal dedicado a la tarea de sostener la atención del personal, el cual
recibía alimento cotidianamente, había 2 oficiales cocineros seguramente
asistidos por varios ayudantes.
La liturgia era importante, y dentro de esta había asistentes,
1 sacristán y a su vez varios dedicados a la preparación de la parte musical, dentro
de los servicios religiosos, había 1 músico y 1 violinista.
El mantenimiento de los edificios y la elaboración de
materiales de construcción (ladrillos y tejas) requería un personal permanente,
por lo cual había 2 oficiales albañiles asistidos por numerosos capacheros.
Entro los servicios, que la división del trabajo dentro
de la estancia, requería, era la del trabajo barbero al cual seguramente todo
el personal y padres habrían acudido.
El inventario de
1767 refleja el agrupamiento de los esclavos en familias, cuyo promedio
da 2 hijos más o menos por cada agrupamiento familiar, la descripción racial de
cada individuo indica, una fuerte mestización, predominando los mulatos 63%, le
siguen los zambos 21% y negros 15%.
Se observa un personal esclavo manejado por los padres
pacíficamente, con una preocupación de los religiosos por la alimentación
necesario y suficiente, el suministro de viviendas y vestimenta si no lujosa,
digna. Parece ser que posteriormente a la expulsión, los esclavos se rebelaron
a la nueva administración, ya que se registraron que de campos incendiados y
escapes esclavos.
La decadencia y desorganización de la administración
laica, estuvo patente por la cantidad de esclavos fallecidos, en forma
creciente entre los años 1767 con 4 fallecidos, 1768 con 14, y 1769 con 17, en
total 35 (AHT Secc. Administrativa Vol. V folio 409-409v).
.
La carestía , por la mala administración, provocó que el administrador de San Ignacio
solicitara, entre 1770 y 1771, al administrador de Temporalidades de San Miguel
de Tucumán, Pedro Collante (AHT Secc. Administrativa Vol. V folio 409-414), una
serie de productos y ayudas: aguardiente (para uso medicinal), indumentaria,
insumos como hierro, algodón, yerba, tabaco y papel. Además, solicitò el pago a peones, capataces, y al ministro cura y vicario de las doctrinas de
Marapa Don Alonso de Frías, quien se ocupó del entierro, entre 1767 y 1769, de 35 esclavos fallecidos.
Las Tierras de la Estancia de San Ignacio
La Estancia de San Ignacio comprendía de 18 a 20 leguas de ancho por otras tantas de largo,
fue subdividida luego en parcelas para su venta, la cual se hizo efectiva a
través de la Junta de Municipal de Temporalidades de la ciudad de Santiago del
Estero, que subastó las tierras en pública almoneda en esa ciudad, luego de ser
tasadas por funcionarios nombrados por las autoridades municipales.
Al final de las gestión de la administración de San
Ignacio por parte de Pedro López de Urmendía, en 1784 se envió un memorial al
presidente de la Junta Municipal de Temporalidades, Antonio García de Villegas,
en el se detallan las existencias hasta esa fecha, de los potreros, puestos y
tierras enajenadas por la administración de la temporalidades, como así también
el ganado existente en 1784
De las tierras vendidas, se menciona la parte sur del
casco de San Ignacio, una legua y media, de las cuatro que componían el
originario casco, adquirida al contado por el vecino de la jurisdicción Isidro
Correa.
La Ceja del monte, vendida a crédito a Pedro Eracrio
López Gramajo, vecino del paraje de San Ignacio, hijo del administrador Pedro
López de Urmendía.
El monte redondo, distante tres legua del casco, sin
venderse en 1784.
El Pozo Hondo, campo abajo del Monte Redondo, se vendió
una legua y media, sin agua, en cincuenta pesos a Isidro Correa, al contado.
Yanima y La Soledad fue vendida a Antonio Gómez. Este
último puesto, no fue pagado su importe, porque la escritura no fue entregada
por las autoridades de las temporalidades de Santiago del Estero.
El puesto de la Invernada, ubicado sobre el río Marapa,
vendido al Sargento Mayor Juan Clemente Santillán, por el importe de
cuatrocientos pesos. En 1781, el protector de naturales de San Miguel de
Tucumán, Luis Aguilar, atendió el reclamo del alcalde del pueblo de Marapa el
indio Nicolás, que ocupaba el puesto de la Invernada, aduciendo que desde
tiempos inmemoriales dicho pueblo ocupaba las tierras, y que el procurador de
San Ignacio, padre Requera hacía treinta o cuarenta años atrás había
reconocido, por intervención del cabildo de San Miguel de Tucumán, el protector
de naturales y un vecino encomendero, una legua de tierras a todos vientos de
la otra banda del río Marapa.
La Junta Municipal de Santiago del Estero, comisionó en
1783, al administrador de San Ignacio, Pedro López de Urmendía para que diera
posesión a Juan Clemente Santillán, desalojando al indio Nicolás y su familia,
considerado intruso, al no demostrar su legítima posesión, por no presentar
título alguno de propiedad, luego de esto la Junta Municipal de Temporalidades
de Santiago del Estero, hizo efectivo el cobro de la venta del puesto de la
Invernada, en 1787.
Además de las tierras del puesto de la Invernada, Juan
Clemente Santillán adquirió las sobras de dichas tierras río abajo, con una
superficie de media o una legua, según declara López de Urmendía, tierras que
fueron tomadas en posesión sin conflicto inmediatamente.
Sobre el río de Marapa, Félix Mariano Herrera, cuñado de
Juan Clemente Santillán, adquirió una legua de
tierras, pagadas a dos años de plazo.
El puesto de los Chañares Lagos (cercano al río), fue
vendido a Juan Vicente Herrera, de una legua de superficie, distante 6 leguas
del casco , que hasta 1784 no se tenía
constancia del pago del importe de la compra.
Las estanzuelas de Namitala y Tacoraco fueron vendidas a
plazo a Sebastián Álvarez.
Es puesto de San Francisco fue reducido en su superficie,
por la Ilustre Junta de Temporalidades. Estas tierras fueron agregadas al
puesto de Quimilpa, que fue vendido a
Patricio Lobo Meleres. Debido a la reducción de superficie de tierras, San
Francisco, según, López de Urmendia, debía ser retasado, para que ese nuevo
precio, esté de acuerdo con el precio de un puesto mucho más pequeño. Además
manifestaba la necesidad que la Junta Municipal de Santiago del Estero, mandara
una comisión para establecer la cantidad de Ganado existente en dicho puesto,
perteneciente a las Temporalidades.
El puesto de Guacra, inmediato a San Francisco, no se
había vendido en 1784.
El Potrero de la Viña, inmediato a Guacra, fue vendido a
plazo, una tercera parte de su superficie, a Lucas Córdoba, funcionario tasador
de la Junta Municipal de Temporalidades de
San Miguel de Tucumán. Este había fallecido poco después de la compra y
sus herederos no pagaron el saldo del capital por lo que dicho potrero pasó a
las Temporalidades.
El potrero del Duraznillo, fue vendido la mitad de su
superficie, al capitán Ventura Salas Yanze, al precio de su tasación a crédito
otorgado por la Junta de Temporalidades, el cual fue pagado hasta en un plazo
de dos años.
La tercera parte del Duraznillo, fue vendida dinero al
contado, al señor don Claudio Mayorga, al precio de la tasación realizada por
las Temporalidades.
El puesto de Quimilpa, inmediato al Duraznillo, fue vendido
a Patricio Lobo Meleres, al contado y en 1784 estaba en poder del doctor Juan
Santos Porcelo.
El Pozo del Chañar, sobras de Quimilpa, fue tasado en una
segunda mensura. En ciudad de Santiago del Estero, en la subasta de estas
tierras, Patricio Lobo Meleres compró dichas tierras al contado.
El potrero de Cochuna, 18 leguas de San Ignacio fue
vendido a crédito otorgado por las Temporalidades a Antonio Sánchez de la
Torre, que en 1784 no había pagado dichas tierras. Las parcelas llamadas la
Calera y Quebrachos, en la falta caída del potrero, no fueron vendidas en 1784.
El valle El Rosario que formaba parte de Gualcoma fue
vendido media legua al sur, al señor Pedro Eracrio López, el cual pagó al
contado según lo estipulado por el precio de la tasación.
El valle de San Antonio también parte de Gualcoma, fue
fraccionado en tres parcelas más pequeñas que fueron vendidas: al Capitán Pedro
Ortega, media legua al contado; otra media legua a Pedro Pablo Cardozo, también
al contado y tres cuartas leguas más, a Pedro Ortega. La parte norte en dirección
a Gualcoma .
En 1784, Gualcoma no había sido vendida por las
Temporalidades de Santiago del Estero.
El Potrerillo distante del casco de San Ignacio, casi 6
leguas se vendió al Capitán Isidro Correa, tres leguas y media. Este comprador en
1784, no había pagado el precio de dichas tierras, tasadas por las
Temporalidades , por lo cual no se le había dado posesión ni se había realizado
mensura correspondiente.
De las veintitres propiedades mencionadas en el documento
de 1784, elaborado por el administrador
Pedro López de Urmendia, solo quedaron sin venderse: Monte Redondo, Puesto San
Francisco, Guacra, una parte del potrero del Duraznillo (20% de la superficie),
el potrero de Cochuna (66% de la superficie), Calera y Quebrachos y la parte norte
del potrero de Gualcoma.
La mayoría de las parcelas de la estancia de San Ignacio
de La Cocha, fueron vendidas al contado (11 de las 23), el resto fueron
rematadas a crédito otorgado por las Temporalidades, con plazos de dos o más
años.
Algunas propiedades tuvieron conflictos con la
comunidades de pueblos originarios, asentados en tierras pertenecientes a San
Ignacio, como la Invernada, otras tuvieron que ser retasadas, por la reducción
que hizo las Temporalidades de su superficie, por lo que su valor disminuyó con
respecto al precio de la primera tasación, tal es el caso del puesto de San
Francisco.
La Estancia de San
Ignacio de la Cocha paso de ser propiedad perteneciente a la Compañía de Jesús,
tierras que tenían un carácter comunal, a ser propiedades de particulares, que
en muchos casos , estaban vinculados a la administración de Temporalidades,
como Pedro Eracrio López Gramajo, hijo del propio administrador, Pedro López de
Urmendía. Los compradores eran en muchos casos funcionarios que ostentaban grados
militares, como Isidro Correa, Ventura Salas Yanze, Pedro Ortega, con grados de
capitán, y el Sargento Mayor Juan
Clemente Santillán, todos vinculades al estado que en muchos casos contaron con
el privilegio de posecionarse de las tierras, a través de un medio que era el
crédito, que otorgó la Junta Municipal de Temporalidades, de Santiago del
Estero. No fue difícil el pago de las propiedades ,ya que las mismas fueron
tasadas a precios bajos y muchas parcelas contaban con ganado cuya venta
facilitaría el pago de la propiedad, solo la Viña, adquirida por Lucas Córdoba,
volvió a la Temporalidades, al fallecer su comprador, y no poderla pagar sus
herederos.
Los compradores de las parcelas de San Ignacio que
ocuparon cargos en el Cabildo de San Miguel de Tucumán, fue Lucas Cordoba, natural
de Córdoba, alcalde ordinario de segundo voto en 1760, y luego tasador de
temporalidades de San Miguel de Tucumán. Antonio Gómez, fue juez pedáneo de Los
Sauces en 1773, Juan Clemente Santillán ocupó el cargo de Alcalde de Santa
Hermandad en 1767 y 1778, este era natural de Santiago del Estero.
El administrador de San Ignacio, ocupó el cargo de juez
pedáneo de San Ignacio 1776.
El señor Sebastián Álvarez comprador de Tacoraco y Namitala,
era de origen lusitano y vivió hasta sus últimos años en Namitala
Parcelas pertenecientes a la estancia Jesuítica de San
Ignacio (según Razón y Cuenta de 1784).
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