IV)
La Expulsión de la Compañía de Jesús
La
expulsión de la Compañía de Jesús tuvo como causales una serie de
circunstancias, que provocaron que el Rey y su entorno decidieran tomar la
drástica medida, que ya había sido tomada en otras monarquías europeas. Entre
las principales causas de la expulsión, se pueden mencionar las siguientes:
- Empuje renovado y agresividad del regalismo borbónico con una fuerte influencia del galicanismo y las obras antipapales (Febronius)
- La Compañía de Jesús no fue aceptada por los regalistas, ya que constituía una milicia papal que ponía los intereses de la Iglesia por encima de los del Rey (opinión simplificada por los enemigos de la orden).
- Pérdida de la influencia de los Jesuitas en la corte del Rey (a partir de 1755).
- Ascenso al trono de Carlos III y presencia en puestos de gran importancia en el gobierno de Campomanes y Aranda (enemigos de la Compañía de Jesús). Ascenso al trono de San Pedro de Clemente XIII (1758) y nombramiento de Lorenzo Ricci, como general de la Orden.
- Expulsión de la Compañía de Jesús en Portugal (1759) y Francia (1764).
- La acusación hecha a los jesuitas como los instigadores del Motín de Esquilache (23 de marzo de 1766).
- La rebelión de los 7 pueblos guaraníes luego del tratado de Permuta (1750).
El expulsión de la Compañía de Jesús representó una manifestación
vigorosa del poder y la autoridad del Rey frente a la Iglesia. Fue un mensaje
de advertencia dirigida al clero regular de no oponerse al Monarca, mientras al
mismo tiempo armonizaba con los esfuerzos de la Corona por enaltecer la posición
del Episcopado Nacional bien sumiso y disciplinado.
Esta sumisión del clero secular al Rey se
manifiesta en la carta del Obispo de Tucumán con sede en la ciudad de Córdoba,
a los Cabildos de la gobernación, en la cual expresa los beneficios obtenidos
por la expulsión de los jesuitas.
La Expulsión de la Compañía de Jesús fue aprobada
por una Junta especial, el 20 de febrero de 1767, y el Rey mismo el 27 encargó
al conde de Aranda, presidente del consejo, la responsabilidad de ejecutar la
medida que iba a llevarse a cabo secretamente, el 31 de marzo. La pragmática
sanción del Rey Carlos III data del 2 de abril de 1767, fue el instrumento
legal por el cual se ordenaba la expulsión de todos los jesuitas de los reinos
de España y Indias.
A
las tres de la mañana del 12 de julio de 1767, el colegio máximo de Córdoba,
centro de la Compañía de Jesús en el Río de la Plata, fue tomado por soldados
enviados por el gobernador de Bueno Aires, Francisco Bucareli.
Este gobernador nombró juez ejecutor de la
reales ordenes, en Santiago del Estero al Capitán D. Juan Martínez, el cual
cumpliría ordenes del Gobernador y Capitán General Tte. Coronel de los Reales
Ejércitos D. Juan Manuel Fernández Campero. El Juez ejecutor Juan Martínez, en
comunicación con el Teniente de Gobernador, General D. Manuel Castaños y el
Maestre de Campo de la plaza de Santiago del Estero. D. Diego Lezana, que
tenían el gobierno de las armas, llevarían a cabo la orden del secuestro de los
Padres Jesuitas el 9 de agosto de 1767.
El 9 de agosto, el Capitán Juan Martínez,
se presentó en el colegio de los Jesuitas de Santiago, cuyo rector era Juan
Nicolás Aráoz, se hace cargo de las llaves, secuestra a los padres y los pone
en custodia del Franciscano Frey Luis de Santa Rosa. Posteriormente serán
enviados a Buenos Aires. Los bienes del colegio, estancia de Maco, campos del
Palomar, casa de ejercicios fueron inventariados el 16 de agosto de 1767.
La estancia de San Ignacio, distante 40
leguas de Santiago del Estero, fue intervenida por una partida de 25 hombres
que salieron de Santiago del Estero el 9 de agosto de 1767, a cargo de Juan
Martínez como juez ejecutor. Los padres fueron secuestrados al día siguiente, e
inmediatamente se los transportó a Santiago del Estero y de allí a Buenos Aires
con escala en Córdoba.
El Procurador de San Ignacio, Padre Miguel, juntamente
con el administrador Pedro López de Urmendía, realizaron en inventario en el
cual se detalló las características edilicias del casco, con la iglesia
aposentos cocina, talleres, huerta, corral, perchel, herramientas, máquinas,
muebles, papeles, libros, esclavos, adornos, imágenes sacras, parcelas,
estanzuelas y potreros que formaban parte de la gran estancia.
La
estancia quedó en manos de su administrador Pedro López de Urmendía y de
acuerdo al “libro de gastos y apuntes de la estancia de San Ignacio” (mayo
1982). El establecimiento funcionó de la misma forma , que en época de los la
padres jesuitas, entre 1767 y 1768.
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