No ha sido fácil el camino recorrido por la mujer, en el mundo y en nuestra provincia, para lograr el merecido reconocimiento. Aquí se mencionan alguna de las figuras centrales de nuestra historia.
Por José María Posse - Abogado, escritor e historiador.
En su sentido más amplio, héroe es una persona ordinaria que frente a situaciones extremas, ejecuta un acto extraordinario. En el transcurso de la historia de nuestra civilización aquellas mujeres que osaron salirse de las normas culturales de la sociedad en la que vivían tuvieron que luchar contra la incomprensión de sus congéneres en razón de la absurda discriminación basada en el sexo, la clase social o la identidad étnica.
Agueda Tejerina de Posse |
Algunas pocas como Marie Curie, con sus dos premios Nobel, han pasado a la posteridad, pero la inmensa mayoría, que mereció reconocimientos, ha caído en la indiferencia convirtiéndose en las grandes olvidadas de nuestra historia. Los derechos actuales de las mujeres occidentales se deben a los esfuerzos de aquellas que por siglos se han afanado para conseguirlos. Muchas han intentado hacerse un lugar propio en un mundo de hombres. Las costumbres, con el paso de los años, fueron cambiadas gracias a su lucha infatigable para irse acercando a la sociedad que conocemos al día de hoy, en la que si bien es cierto que todavía hay mucho por qué batallar, se ha ganado un terreno impensado apenas unas décadas atrás.
Durante el derrotero de nuestra civilización, las heroínas clásicas fueron personajes trágicos, capaces de despertar pasiones desmedidas, cuando no amores imposibles. Sansón y Dalila; Helena de Troya y Paris; Cleopatra y Marco Antonio; Napoleón y Josefina; Napoleón III y Eugenia de Montijo, entre tantas, que llenaríamos página tras página, para llegar finalmente a concluir que mayormente sus figuras necesariamente se vinculan a las de sus hombres, y más se conoce de ellas por sus pasiones que por su impronta histórica.
Claro que otras, por su posición social, lograron sobresalir per se, como la recientemente fallecida Isabel de Inglaterra, líder de su pueblo, o Isabel La Católica, que cabalgó embarazada de pocos meses, para comandar las tropas castellanas en la reconquista de Granada. En tiempos modernos lady Diana Spencer, se convirtió en un verdadero ícono mundial de la mujer valiente e independiente que obtiene logros significativos más allá de cualquier obstáculo social o cultural.
Pero en líneas generales, su rol fue siempre relegado a segundos planos y aquellas que lograban sobresalir debieron padecer los flechazos de los resentidos y la incomprensión general. Se mancillaba su honra oscureciendo sus fines, ensombreciendo su grandeza. Eran las salvadoras de la situación para luego volver a ser relegadas al segundo plano.
En el siglo XX, los cánones patriarcales comenzaron a quedar parcialmente sepultados por la fuerza y entidad de las luchas por la igualdad de condiciones entre el hombre y la mujer. Aunque el movimiento, silencioso pero pertinaz, había comenzado mucho antes; es por ello que algunas se animaron a escribir cosas como estas: “El nivel de civilización a que han llegado diversas sociedades humanas, está en proporción a la independencia de que gozan las mujeres” (Flora Tristán. Paris 1803/1844).
El claro ejemplo de la relegación de la mujer lo constituye la “capitis deminutio” o disminución de derecho, que padecían en la historia reciente, cuando las mujeres no tenían capacidad civil o comercial, y debían ser “representadas” por un hombre mayor de edad, lo que resulta chocante para los parámetros actuales. Lo cierto es que fue constante el padecimiento por el que nuestras mujeres del pasado debieron recorrer su existencia, siempre bajo el amparo de un varón, ya sea familiar o impuesto por la Justicia.
En la encrucijada
Si tenemos en cuenta que recién en 1921, con la reforma al Código Civil, las mujeres incrementaron sus derechos civiles y que hasta 1947 las mujeres en nuestro país carecieron del derecho al voto, comprenderemos lo reciente del cambio conceptual de su rol social.
En nuestra historia, hubo voces precursoras: el general Manuel Belgrano fue uno de los primeros en bregar por la educación de las niñas. Ellas serían artífices fundamentales de la naciente Nación, las que formarían a los ciudadanos del nuevo Estado. Serían las madres, las maestras, las verdaderas depositarias del saber y de las buenas formas republicanas.
El propio Sarmiento, arquitecto de la educación pública en Argentina, lanzó el siguiente axioma: “Los hombres serán lo que a las mujeres se les antoje. Si queréis que ellos sean grandes y virtuosos, enseñad a las mujeres lo que es grandeza y virtud”. Con esta frase se establece el rol educador de la mujer para con el varón, llamado culturalmente a ocupar los primeros planos a desmedro de su educadora, a quien todo le debe, comenzando por la vida. Fueron esos los parámetros que debieron vencer nuestras abuelas en un mundo que les era adverso, pero que conquistarían por la fuerza de la razón y la verdad.
El contexto histórico
Consideramos importante colocar el telón de fondo en el cual nuestras antepasadas desarrollaron sus actividades. Sobre todo el entorno durante los años anteriores y posteriores a la colonia, cuando el heroico Tucumán no era más grande que una aldea con apenas 7.000 habitantes. Y fue ese núcleo de mujeres y hombres determinados los que colaboraron con aquellos patriotas en las jornadas de la Batalla de Tucumán en 1812 y de la Declaración de la Independencia en 1816. Era una vida dura, a veces brutal, alejada de todo lujo muy difícil de imaginar.
Para nosotros, ciudadanos argentinos de la segunda década del siglo XXI, pensar en la esclavitud nos resulta repugnante. A comienzos de nuestra etapa independentista, los usos y costumbres, se basaban en creencias centenarias, donde por ejemplo, se “justificaba” que el negro africano podía ser esclavizado, por “no poseer alma”. De esa manera, era una suerte de “res parlante”, o sea una cosa que hablaba y carecía de derechos, como los animales. Algunos “pensadores” incluso pretendieron equiparar a las mujeres en esa situación. Tal era el estado de sometimiento aceptado socialmente.
La mujer no debía ser educada en las ciencias o en las artes, simplemente se le colgaba un rol inferior al del hombre, que tenía el papel de ser el proveedor y señor del hogar. Se “enseñaba” a las niñas a ser sumisas y obedecer las normas de padres, hermanos varones y esposos. Esos parámetros odiosos, por calificarlos de alguna manera, fueron cotidianos en la vida de nuestras bisabuelas hasta bien entrado el siglo XIX.
Huellas en la arena
La historia argentina tiene muchas mujeres que han dejado sus huellas profundas en distintos aspectos del quehacer social: La doctora Cecilia Grierson fue la primera médica argentina en graduarse en 1889. Como médica obstetra realizó un extraordinario trabajo en beneficio de sus congéneres. En el año 1899 viajó a Londres para desempeñar la vicepresidencia del Congreso Internacional de Mujeres. A su regreso fundó el Congreso Nacional de mujeres y la Asociación Obstétrica Nacional.
La también médica y farmacéutica Julieta Lanteri fue otra pionera del movimiento feminista argentino. Se la recuerda por ser la primera ciudadana que pudo votar en una elección, en la que todo el padrón era masculino. Llegó a ofrecerse para hacer el servicio militar, por entonces obligatorio, como forma de demostrar la igualdad del hombre con la mujer.
La más célebre sin duda fue Eva Duarte de Perón, figura reconocida universalmente. Entre su legado se destaca que logró, gracias a su prédica e influencia, concretar el voto femenino (sueño y lucha de millares de mujeres de nuestro país), reconociéndose así los plenos derechos cívicos de las ciudadanas de nuestro país.
Fortunada García de García |
También la doctora Alicia Moreau de Justo, figura destacada del feminismo argentino. Desde su ideología socialista, desde muy joven se involucró en los reclamos por dar mayores derechos a las mujeres. No es abundante la literatura que las trata, no son demasiados los autores que se han detenido a estudiar el rol esencial que tuvieron en la formación de nuestro ser nacional. Están las guerreras, las escritoras, artistas, educadoras, mecenas, trabajadoras, sindicalistas; las mujeres del folclore, de las artes escénicas, etcétera.
Tucumanas heroicas
A principios del Siglo XX, en Tucumán comenzaron a levantarse voces masculinas que apoyaban los plenos derechos de las mujeres. El doctor José Ignacio Aráoz fue un férreo defensor del voto femenino y de equiparar a la mujer en todo aspecto del quehacer cotidiano. También Julio López Mañán y Luis F. Nougués se plegaron a quienes bregaban por la igualdad, por medio de proyectos y leyes que las protegían. Nuestra provincia estuvo a la cabeza de aquél incipiente movimiento a favor de la mujer. Tucumán tuvo en su historia, mujeres extraordinarias que se destacaron por sus diferentes formas de romper los moldes socioculturales de su época. Pertenecían a sectores económicos diferentes, vivieron en épocas diferentes, se desarrollaron en ámbitos distintos, pero todas ellas merecen ser recordadas y de hecho lo fueron, con mayor o menor consideración pública.
De entre tantas, rescatamos los siguientes nombres: del período de nuestras guerras por la independencia y conflictos civiles, seleccionamos a cuatro: Manuela Hurtado de Pedraza, Agueda Tejerina, Lucía Aráoz de López y Fortunata García de García. Consideramos que su vida constituye un ejemplo significativo de cómo vivieron aquellas mujeres, entre guerras, saqueos y revoluciones, en medio de miserias y desesperanzas.
Manuela Pedraza |
De la segunda mitad del siglo XIX, elegimos un grupo de figuras destacadas de la filantropía: Elmina Paz de Gallo, Tomasa Posse de Posse, Guillermina Leston de Guzmán, María Luisa Boucau de García Fernández, Serafina Romero de Nougués y las hermanas López Pondal .
En las artes se destacan la poderosa figura de nuestra muy tucumana Dolores Mora o la eximia pianista Sarah Carreras; también la bailarina de fama internacional Angelita Vélez.
Educadoras de fuste fueron la madre Mercedes del Carmen Pacheco, Clotilde Alfonso Doñate, Catalina Jiménez de Ayala, entre tantas.
Ya en el siglo XX resultan descollantes las figuras de las escritoras y educadoras Amalia Prebisch de Piossek, Tránsito Cañete de Rivas Jordán, Brígida Usandivaras de Garneri, Alba Omil, María Elvira Juárez y María Eugenia Virla. También cabe rcordar a la profesora Lucía Piossek Prebisch, una de las mayores filósofas de nuestro país, y a su hermana María Teresa, exquisita historiadora. Sin olvidar, por supuesto, a la maravillosa María Eugenia Valentié.
Tampoco podemos obviar la trayectoria de las eximias folcloristas Ana Schneider de Cabrera, Leda Valladares, Alma García y la extraordinaria Mercedes Sosa, acaso la tucumana de mayor entidad a nivel internacional. En el deporte: Marusa Cossio y Mercedes Paz. Tampoco hay que olvidar el valiente rol de las mujeres periodistas. La primera fue Cornelia Montero de Figueredo Iramain.
Todas ellas, desde su ámbito, fragmentaron paradigmas y se atrevieron a luchar por sus sueños e ideales. Inspiraron a sus contemporáneas y ganaron su sitial en la historia de nuestro Tucumán y del país.
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