El aristócrata argentino Aarón de Anchorena se destacó como deportista, explorador y amante de la naturaleza
Jorge Newbery y Aaron de Anchorena |
Cuando todos jugaban al pato o a la pelota vasca, él se lanzaba a las pistas para correr las primeras carreras automovilísticas en el Hipódromo Argentino y emprendía el primer viaje en globo para atravesar el Río de la Plata hasta llegar a Colonia. A principios del siglo XX, cuando sus contemporáneos se embarcaban en largas travesías a Europa, él también lo hacía. Pero, además, se aventuraba tierra adentro de nuestro país, al que recorrió de punta a punta, llegando a sitios todavía inexplorados, dejando siempre su aporte. Destacado entre los hombres de su generación, Aarón de Anchorena fue también un dandy, aunque lo que lo definió fueron sus características como deportista, explorador, pionero y, básicamente, amante de la naturaleza, a la que se abrazó durante toda su existencia.
Todo estaba preparado para que Aarón Félix Martín de Anchorena Castellanos, cuyo primer nombre lo había heredado de su abuelo materno, se dedicara al campo o a los negocios, desde su juventud. Pero el espíritu aventurero, curioso e inquieto de Aarón lo llevaron por otros caminos. Su madre, Mercedes Castellanos, condesa pontificia, mandó construir, en el barrio de Retiro, la Basílica del Santísimo Sacramento y el Palacio Anchorena, hoy conocido como Palacio San Martín, sede de la Cancillería.
Su padre, Nicolás Anchorena Arana, era la tercera generación de la familia en el país y, dueño de grandes estancias, había amasado una importante fortuna. Aarón nació en 1877 y fue uno de los once hijos de la familia. Cursó sus estudios primarios en el Colegio del Salvador para luego completarlos en París y en Inglaterra. Desde entonces y durante toda su vida desplegó un espíritu abierto a conocer distintas culturas y siempre se dejó asombrar por la naturaleza.
El deporte ocupaba una parte central en su vida. “Anchorena hizo un culto de la actividad deportiva. Le entusiasmaron el automovilismo, el tiro, el yachting y la caza, y aún la más riesgosa aventura de los globos aerostáticos, que en esos días era jugarse la vida. Desarrollando su agilidad física y mental, satisfacía así esas aficiones y, a la par, una infinita curiosidad por conocer las inmensidades del espacio aéreo, además de la vida y costumbres de las comunidades indígenas de su patria, las lejanas civilizaciones de otros continentes, su flora, fauna y arqueología”, describe Pedro Fernández Lalanne en su libro Los Anchorena.
En los días en los que asomaban los primeros autos, Anchorena Castellanos fue uno de los competidores de la primera carrera que se corrió en el Hipódromo Argentino, el 16 de noviembre de 1901. En esa ocasión compitió contra uno de sus más amigos, Marcelo Torcuato de Alvear. A fines de ese mismo año, Anchorena partió en expedición al sur argentino, junto a Esteban Llavallol y Carlos Lamarca, respondiendo así a su inquietud por conocer y entrar en contacto con la naturaleza.
El periplo partió de Puerto Madryn, siguió en tren a Trelew, bordearon el río Chubut y sus integrantes se deslumbraron al llegar al lago Huemul, donde permanecieron dos semanas. Finalmente se detuvieron en el lago Nahuel Huapi y la Isla Victoria, cuyo puerto impactó a Aarón de Anchorena. “Los vecinos le dieron al puerto el nombre de Anchorena en recuerdo de la tan halagadora que fue para ellos la visita de Aarón a esas regiones, hasta entonces ignoradas, y que solo el perito Moreno conocía en profundidad”, destaca Fernández Lalanne. Varias páginas dedicaron los diarios de la época al viaje encabezado por Aarón de Anchorena.
“Una nota que causó sensación se publicó en la muy leída revista Caras y Caretas en su edición del 10 de mayo de 1902: seis páginas y 23 fotos titulando “A través de la Patagonia”. Era un anticipo del libro Descripción Gráfica de la Patagonia y Valles Andinos, donde Anchorena incluye nada menos que 149 fotografías de buen formato y calidad, resultando un sorprendente estímulo a la aventura de turismo. La publicación -ampliamente difundida- muestra en sus páginas la navegación del Lago Nahuel Huapi, una bucólica estadía en Isla Victoria y la visita al Ciprés Histórico”, describe Ricardo Vallmitjana en su libro Turismo pionero: 1900-1965.
Más adelante transcribe una impresión del propio Anchorena: “Nada iguala la magnificencia imponente de estos paisajes andinos: la masa enorme de sus nieves, lo impenetrable de sus bosques, la extensión de sus lagos y de sus pampas en las que el indio bolea todavía el guanaco y el avestruz como en tiempos primitivos. En un día no lejano se infiltrará también allí la civilización y no por eso se habrá desprendido del panorama una sola pincelada de su incomparable belleza…”.
Interesado en promocionar turísticamente la región y decidido a que la isla se convirtiera en un centro de atracción, Anchorena pidió comprarla, pero, ante la imposibilidad legal, solicitó su usufructo, que le fue otorgado. Con el fin de crear una estancia modelo en la isla Victoria, allí invirtió dinero en enriquecer su fauna, con la introducción de animales. Edificó allí un chalet de dos pisos donde contaba con una biblioteca, un pequeño museo y una bodega.
Construyó un muelle, mandó fabricar un vapor, introdujo faisanes, caballos de raza, vacas holandesas, ovejas y ciervos Axis con el fin de crear un coto de caza. Era frecuente la presencia de invitados a los que alentaba para que invirtieran en la zona del lago Nahuel Huapi. Pero, ante las críticas recibidas por haber tomado posesión de la isla, en 1916 Anchorena la devolvió al gobierno, renunciando a su usufructo “con las costosas mejoras que había hecho, sin pedir compensación alguna”, afirma Fernández Lalanne. Entonces compró en la zona tierras -la estancia Huemul- donde crió vacas de raza holandesa, además de ciervos, jabalíes y otros animales exóticos.
En ese entonces, París era el centro de reunión de argentinos que pasaban allí varios meses o hasta años. En París, entre 1902 y 1916, Aarón ocupó el cargo de secretario honorario del consulado. Desde chico frecuentaba la Ciudad Luz a la que conocía como si fuera propia. En la Costa Azul, se desplazaba en su yate Pampa. “Aarón era un buen navegante. Tenía un barco en el Nahuel Huapi y otro en el Yacht. A todo le ponía de nombre Pampa, hasta a su perro”, cuenta su sobrina nieta Susana Ortiz Basualdo, que nació en Arenales 761 -hoy sede de Cancillería-. Su abuela, Matilde Anchorena de Ortiz Basualdo era hermana de Aarón. “Lo que no sabía lo inventaba. Tenía chispa y era incansable. Conseguía lo que quería porque tenía un carácter decidido. Le gustaban los animales”, lo describe su descendiente. ¿Cómo era Aarón de Anchorena en la intimidad de su hogar? “En el trato era gracioso, nos tomaba el pelo. Todos lo adoraban porque se integraba al lugar donde estaba. Tenía conocimiento de todo. Los cuentos que hacía eran fabulosos. Yo siempre le preguntaba por qué era tan preguntón. Él decía que el que quiere saber tiene que preguntar”, recuerda Susana Ortiz Basualdo.
Estando en París siguió paso a paso la evolución del desarrollo de los globos aerostáticos, que le permitirían dar rienda suelta a otra de sus pasiones: la aeronáutica. En París conoció al brasilero Santos Dumont, que allí perfeccionó sus conocimientos sobre aeronáutica hasta descubrir las ventajas de la seda japonesa en reemplazo de telas más pesadas. “La seda facilitaba el ascenso y el desplazamiento que era compensado utilizando el lastre. El brasileño llevó a cabo el primer vuelo el 18 de junio de 1906. Sus acompañantes fueron una pareja amiga y -¡cómo estar ausente de ese acontecimiento!-, naturalmente, Aarón. Quedó deslumbrado. Tanto que, transcurrido menos de un año, a principios de 1907, le compró el globo por el que pagó 7000 francos de la época. Sobre la seda amarilla le hizo pintar Pampero en letras rojas. Antes de embarcarlo a mediados de ese año hacia Buenos aires, ya tenía un plan basado en la experiencia acumulada en más de diez ascensiones, como lo consignó el diario LA NACION en su edición del 25 de diciembre de 1907″, narra el escritor uruguayo Raúl Ronzoni en su libro Anchorena: La leyenda del patricio aventurero.
Nada detendría a Anchorena en su plan de hacer lo que nadie había hecho hasta entonces: llegar por aire hasta Colonia, en Uruguay. Dada la imposibilidad de inflar el globo con gas de helio, decidió recurrir al gas de hulla que se usaba en el alumbrado público, a pesar de las advertencias de que ese tipo de gas no era el adecuado y que resultaría peligroso. Ni siquiera el técnico francés que había traído para asesorarlo y acompañarlo en la expedición fue capaz de disuadirlo de la arriesgada aventura.
“Ubicado dentro de la barquilla, su explosión temperamental lo había dejado sin compañero. Pero también tuvo una reacción positiva: les preguntó a los presentes ubicados en torno al globo, si alguno estaba dispuesto a acompañarlo”, detalla Ronzoni. Fue así como Jorge Newbery se sumó a la expedición, acomodándose en la barquilla junto a un determinado Anchorena. “En esos momentos se rumoreaban distintas versiones de una acalorada discusión que estaban manteniendo los aeronautas con el francés Fabères, que sostenía que el gas de hulla era más pesado que el hidrógeno usado en Francia y, por lo tanto, tenía menor poder ascensional. El experto se mostraba inquieto. Con lápiz y papel hacía cálculos y conjeturas y trataba de convencer a Anchorena y a Newbery del peligro que corrían si no esperaban que el globo estuviese bien inflado”, describe Ronzoni.
Finalmente, partió y completó un trayecto que llegó a destino sin un rasguño. Cerca de donde aterrizó el globo, sobre la desembocadura del río San Juan, años después compraría campos Mercedes Castellanos de Anchorena, que luego se los cedería a su hijo.
En 1908 Aarón de Anchorena fundó el Aeroclub Argentino “que tuvo el reconocimiento de la entidad mundial que agrupaba a todos los aeroclubs”, señala Fernández Lalanne, que adjudica a la insistencia de Mercedes Castellanos de Anchorena la decisión del hijo de dejar de volar. El 5 de noviembre, recordando el nacimiento de Aarón de Anchorena, se celebra el Día de la Aviación Civil.
En los años siguientes el millonario pasó largas temporadas en París, que eran alternadas con sus días en Buenos Aires. Una vez desatada la guerra, como muchos compatriotas, abandonó Europa y se dispuso a satisfacer su curiosidad recorriendo, esta vez, el norte argentino. Así, en 1918 llegó a Formosa.
“Su hermano Emilio Evaristo, que era miembro de la comisión que se ocupaba de la reducción de los indios, le había pedido que en su viaje gestionara un apaciguamiento de las tribus y Aarón se dispuso a hacerlo”, señala Fernández Lalanne en su libro. Lejos del confort al que estaba habituado, recorrió el territorio cumpliendo con la gestión encomendada. Entonces conoció al temible cacique Garcete, con quien no tuvo inconvenientes. “Aarón le regaló al cacique Garcete su carabina y el cacique le dio su poncho. Él quería conocer el norte. Conoció toda la Argentina. Vivía en campamentos, con carpas y lonas. Tenía que cazar para comer. Llevaba con él un fotógrafo francés para documentar todo. Por donde pasaba dejaba huella”, apunta Susana Ortiz Basualdo.
“Atravesó caminos intransitables, esteros y pantanos, a la vista de inmensos bosques todavía inexplorados y satisfizo su curiosidad por lo exótico y desconocido”, agrega Fernández Lalanne. Sus ansias de aventura más tarde lo llevaron a África y en 1923 conoció la India, China y Japón.
Su vida amorosa fue conocida por sus conquistas y por una historia que puede ser ya considerada un mito urbano. Es la que lo vincula a Corina Kavanagh con quien se dice que tuvo intenciones de casarse, contra la voluntad de Mercedes Castellanos, su madre, quien se opuso porque no la consideraba lo suficientemente patricia.
Cuenta la historia que, ante la ofensa recibida, Kavanagh decidió edificar un moderno edificio -hoy conocido como edificio Kavanagh- justo enfrente del Santísimo Sacramento, la iglesia construida por la devota madre de Aarón. Y, de este modo, impediría su vista desde el Palacio Anchorena, siendo necesario pararse justo en el pasaje que hoy lleva el nombre de Corina Kavanagh, para contemplar la iglesia de frente. “Es fake. Mercedes Anchorena murió en 1920. En 1936 el Palacio Anchorena se vendió al Estado y Corina construyó el edificio entre 1935 y 1936″, afirma contundentemente el historiador Daniel Balmaceda. Por otra parte, el historiador asegura jamás haber encontrado alguna vinculación que permitiera considerar un posible proyecto de casamiento entre Anchorena y Kavanagh.
Finalmente, el soltero empedernido y candidato de las chicas bien de la época, dio el sí en París, en 1933. Se casó con Zelmira Paz Díaz, hija de José C. Paz, dueño del diario La Prensa, y viuda de Alberto de Gainza. El novio tenía 56 años. El matrimonio vivió en la estancia que Anchorena tenía en Uruguay, en la Barra de San Juan, cerca de Colonia, hasta que a principios de la década del 40 se separaron. En 1965, a los 87 años, Aarón de Anchorena murió allí, donde descansan sus restos.
Aarón “quería hacer un Parque Nacional que en Uruguay no había. Por eso tuvo la idea de dejar parte de sus tierras al gobierno para que las cuidara. Su legado más importante fueron los animales que introdujo”, señala Susana Ortiz Basualdo. Unas 1369 hectáreas de su propiedad fueron legadas al gobierno uruguayo para allí establecer un parque de acceso al público, con fines educativos y recreativos. Hoy la propiedad está dividida en tres: 245 hectáreas corresponden al parque; 464 son monte nativo; 539 se dedican a la producción lechera y ganadera; y restan 121 hectáreas no productivas, donde hay montes, caminos y casas. Desde 1989 el parque está abierto al público y, cumpliendo con lo dispuesto en el testamento de Anchorena, la casa principal, que fue construida en 1911 con bloques de piedra extraída del lugar, es residencia de descanso presidencial y sede de encuentros internacionales. Con la misma piedra se edificaron una capilla, la capatacía (o administración), un palomar y una torre de 75 metros de altura, inaugurada en 1927 en homenaje a Sebastián Gaboto. La torre consta de una escalera caracol de 320 escalones que conduce a dos miradores. En la base de la torre Anchorena hizo construir un sepulcro donde descansa desde 1965.
El parque fue diseñado por el paisajista alemán Hermann Bötrich. De estilo inglés, cuenta con plantaciones que allí están desde 1908 y árboles y arbustos traídos de distintas partes del mundo conviven con flora autóctona del lugar. Es así como es posible encontrar robles, alcornoques, araucarias, cipreses calvos, arces japoneses, más de sesenta especies de eucaliptos, ceibos, canelones, lapachillos, mataojos, coronillas y arrayanes. También hay fauna autóctona y exótica. Entre las especies que introdujo Anchorena se cuentan el jabalí y el ciervo Axis, traído de la India.
“No fue un simple bon vivant, porque le distinguió sobremanera su inquietud obsesiva, propia del hombre de ciencia, por conocer los secretos de la naturaleza y las antiguas civilizaciones. Testimonios de ese afán desbordante fueron las valiosísimas y rarísimas especies de animales, árboles, flores y piezas arqueológicas que seleccionó y trajo a Argentina y Uruguay”, afirma Pedro Fernández Lalanne en su libro.
Fuente: LaNación.com
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