LOS COMIENZOS
Autor : José María Posse*
Las primeras noticias que tenemos sobre la caña de azúcar en la provincia datan del siglo XVII, los jesuitas habían comenzado a plantar caña en un pequeño retacillo de cañaveral en su establecimiento de San José del Monte de Lules. Por los documentos podemos establecer que solamente llegaron a fabricar miel y no habían pasado a la etapa de la cristalización del azúcar.
Con la expulsión de la orden en 1767, el cultivo se desvaneció en la provincia, razón por la cual los tucumanos debían importar el producto de Brasil y Paraguay.
Fue un hombre providencial a quien debemos el despertar de nuestra industria madre y de nuestra sociedad en general. Corría el año 1821, don Bernabé Aráoz había implantado la República Federal de Tucumán, en medio de la anarquía que azotaba a las provincias de la reciente nación. Fue entonces cuando un sacerdote, el doctor José Eusebio Colombres, plantó en su quinta de El Bajo los primeros surcos de caña, valiéndose de semillas cuya procedencia se desconoce y que podrían haber sido traídas del Alto Perú.
Utilizando un rústico trapiche de madera movido por bueyes, trituraba cañas mediante procedimientos igualmente primitivos, logrando transformar su jugo en azúcar oscura, sin refinar. Eran panes amarillos con una elemental cristalización que se conocía como “chancaca”, pero ese fue el comienzo.
La actividad que de allí surgió sirvió para despertar la adormilada actividad económica de una provincia empobrecida luego de años de sostener la guerra por la independencia. Fue por ello que sus contemporáneos lo sindicaron como “el vencedor de la miseria”.
Al decir de Ernesto Padilla: “Fue el áspero chirrido de su rústica forma primitiva, hermanado al de la carreta de transporte, el primer ruido fecundo que sacudió y despertó a la economía nacional”.
La iniciativa de Colombres fue imitada por varios vecinos de la ciudad y pronto El Bajo comenzó a poblarse de cañaverales. Hemos visto en la testamentaría de quienes tenían tierras colindantes cómo los cultivos hacia la década de 1830 se extendían paulatinamente en los alrededores de la ciudad, para luego pasar a los actuales departamentos de Cruz Alta y Lules, donde se encuentran los ingenios propiamente dichos más antiguos de la provincia.
Esos primitivos cañaverales quedaron como un oasis de civilización en medio de las guerras civiles que azotaron en las décadas siguientes al territorio provincial.
LAS PRIMERAS INNOVACIONES
Hacia mediados de la década de 1850, pocas innovaciones se hicieron al rudimentario método industrial inaugurado por Colombres. De a poco la madera de los trapiches empezó a ser reemplazada por hierro. El primer ingenio que tuvo esta invención movida por agua fue La Reducción, en Lules, propiedad de don Vicente Posse Tejerina.
Pero algunos ya comenzaban a alucinar con las noticias que venían de Europa en esas tardías gacetillas que llegaban atrasadas meses o años. En ellas, los tucumanos se enteraban de la Revolución Industrial y del prodigio de las máquinas a vapor que transformaban al mundo.
Por entonces el proceso industrial se circunscribía a lo siguiente: se transportaba la caña en carretas tiradas por bueyes, desde la finca de cultivo hasta la fábrica donde se deshojaba y pasaba por un trapiche, accionado por una enorme rueda hidráulica. La mezcla caía en una cuba y de allí era traída, por una operación de bombeo, a unas tinas o tanques y pasaba luego por unos tubos que la depositaban en una caldera donde era reducida por cocción. La madera se utilizaba como combustible.
Anteriormente se blanqueaba o clarificaba el azúcar en tinajas de barro en forma cónica perforadas en la base, sobre la cual se colocaba una delgada capa de paja. Estas tinajas se llenaban casi hasta arriba, en el espacio restante había barro, luego se las colocaba en posición vertical para que la mezcla cayera a través de la perforación. La operación podía durar entre 60 y 80 días, hasta que se secaba la capa de fango y se obtenía un azúcar lo bastante seco y blando como para su comercialización.
Este sistema requería un área bastante grande destinada a viviendas y aparatos, y un capital considerable que permitiera al fabricante esperar a la terminación del proceso y la venta del producto.
Por entonces, década de 1860, existían una veintena de fábricas entre las que podemos destacar, además del mencionado La Reducción, el Ingenio Mercedes de Miguel Padilla, el San Pablo de Nougués, el Lastenia de los hermanos Etchecopar, el Cruz Alta de don Fidel García, el Ingenio Esperanza de Wenceslao Posse, el Trinidad de los hermanos Méndez, el San Juan de Juan Posse, el Paraíso de Vicente García, el San José de Justiniano Frías, el San Felipe de Felipe Posse, el Luján de los hermanos Gallo y, por supuesto, el Concepción de Juan Manuel y Juan Crisóstomo Méndez.
Don Baltazar Aguirre: el primer adelantado
En la búsqueda por modernizar la industria, se destaca la figura señera del tucumano Baltasar Aguirre, propietario de una pequeña chancaquería en la zona de Floresta. Este hombre intrépido logró interesar al presidente Urquiza para realizar una fuerte inversión y hacia 1864 logró traer una primitiva máquina a vapor desde Europa. Sin embargo, la experiencia no funcionó. Cuestiones políticas y de malos cálculos financieros se sumaron a la imposibilidad de desviar eficazmente una acequia a su fábrica.
Tuvo la asistencia de los ingenieros franceses Luis Dode y Julio Delacroix, gracias a los cuales, a pesar de las dificultades, pudo fabricar una pequeña cantidad de producto, principalmente alcohol.
Pero a Baltazar Aguirre no le favorecían sus astros. A la serie de contratiempos técnicos, se le sumaron desinteligencias numéricas con los contadores de Urquiza. Finalmente, la experiencia terminó en un rotundo fracaso.
Don Baltazar tuvo que liquidar todo su capital y murió en la ruina más absoluta. De esa manera cundió el desánimo en los pequeños industriales artesanos; pero entre todos ellos, hubo quién pudo llevar a buen término la experiencia en la que había fracasado Aguirre .
La Revolución Industrial en Tucumán
Wenceslao Posse era un hombre de temperamento fuerte y decidido, quien en 1845 había fundado el Ingenio Esperanza, en el departamento Cruz Alta. La fábrica era una de las más importantes de la época, pero Posse no se conformaba.
En 1866 decidió jugar una carta brava: empeñando hasta su último centavo en la empresa, encargó a la casa Fawcet y Preston de Liverpool las centrífugas a vapor para su ingenio. En una odisea digna de figurar en los libros de historia del país, logró desembarcar las maquinarias desde el puerto de Rosario y trasladarlos en carretas a Tucumán. A partir de allí, el Ingenio Esperanza de Tucumán tomó la delantera en todo lo que fue innovación industrial. Lo que antes llevaba semanas o meses, con las centrífugas demoraba minutos.
Con la llegada del ferrocarril a Tucumán se produjo una verdadera explosión productiva, lo que trajo aparejadas varias consecuencias. Por un lado, permitió que las maquinarias importadas de Europa se trajeran desde el puerto de Buenos Aires de una manera mucho más económica y sencilla. Ese nuevo equipamiento determinaba una nueva división del trabajo: muchos debieron quedarse al margen del negocio ante la imposibilidad de competir con los modernos trapiches. Optaron entonces en convertirse en plantadores de caña o “cañeros” que proveían la materia prima a los ingenios.
Entre 1875 y 1878, los ingenios tucumanos importaron máquinas azucareras por un monto de seis millones de francos, de acuerdo con un informe de los propios agentes de ventas. Debido a que no todos los industriales tenían el capital o garantías suficientes para adquirir las nuevas maquinarias, las casi 80 fábricas existentes se redujeron a una treintena. Pero simultáneamente se multiplicaron los cultivos de caña.
Las innovaciones mecánicas introducidas por el ferrocarril lograron que Tucumán llegue a contar, pocos años después del desembarco del tren, con 107 motores -87 a vapor y 20 hidráulicos-, que representaban una fuerza total de 1.449 caballos de fuerza. El Ingenio Esperanza, de don Wenceslao Posse, dejaba estupefactos a tucumanos y porteños con su fantástica capacidad de elaboración. En 24 horas podía producir nada menos que 2.500 arrobas (28.750 kg) de azúcar. Todo ello hizo crecer exponencialmente la necesidad de contar con ingenieros y personal especializado en las fábricas.
La irrupción benéfica del transporte sobre rieles y su rápida expansión ejercieron una poderosa influencia en toda la geografía de la provincia. Tanto las líneas troncales como las secundarias fueron dibujando el trazado de nuevos conglomerados humanos.
A principios del siglo XX la capital tucumana contaba con cuatro estaciones cabeceras de ferrocarril. Desde Buenos Aires llegaban por distintos ramales tres empresas ferroviarias: el Central Córdoba, el Central Norte -ambos de trocha métrica- y el Buenos Aires-Rosario -trocha ancha-. Desde esta ciudad el ferrocarril Noroeste Argentino recorría, por el piedemonte de las sierras del Aconquija (paralelo a la actual ruta 38), la principal área azucarera de esta zona hasta villa Alberdi. A lo largo de 130 kilómetros de rieles del Ferrocarril Central Córdoba (Belgrano) -inaugurado el 30 de octubre de 1876- nacieron varios pueblos. "El primero de ellos fue Taco Ralo. Luego La Madrid -más tarde empalmó con el Ferrocarril Noroeste Argentino-, Telfener -rebautizado Monteagudo-, Atahona, Simoca, Río Colorado -posterior empalme con el FC NOA-, Bella Vista y García Fernández".
Asimismo, surgieron las colonias ya que el crecimiento de las fábricas exigía la especialización de los cultivos y de las maquinarias. Hacia 1880 la industria tucumana ya proveía a las necesidades de azúcar del país.
Otro acontecimiento de trascendencia fue la instalación en 1895 de la primera refinería que se puso en marcha en el Ingenio Concepción a instancias del recordado don Alfredo Guzmán, una de las figuras de mayor predicamento en la industria tucumana.
En Tucumán, la energía producida por las turbinas de las fábricas proveía a las mismas de luz eléctrica, cuando aún en Buenos Aires no se conocía el reciente invento.
* Abogado/ Escritor/ Historiador Miembro del equipo de Memoria, Identidad y Cultura DATP 2021.
FUENTE DOCUMENTAL:
Arsenio Granillo, (1870); “Provincia de Tucumán, Serie de Artículos Descriptivos y Noticiosos”, Tucumán.
Paul Groussac (1882), “Tucumán, Memoria Histórica y Descriptiva de la Provincia de Tucumán”, Edit. Biedma. Buenos Aires.
Emilio Schleh (1944); “Cincuentenario del Centro Azucarero Argentino, desarrollo de la industria en medio siglo”. Buenos Aires. “La industria Azucarera en su Primer Centenario” (1921), 1821-1921, Buenos Aires.
“Album General de la Provincia de Tucumán: en el Primer Centenario de la Independencia Argentina, 9 de Julio de 1816, 9 de Julio de 1916”. Enero de 1900.-
Adolfo Dorfman (1970), “Historia de la Industria Argentina”, Solar, Buenos Aires.
Olga Paterlini de Koch (1987); “Pueblos Azucareros de Tucumán”, Tucumán.
Eduardo Rosenzvaig (1986), “Historia Social de Tucumán y del Azúcar”, UNT, Tucumán.
Carlos Páez de la Torre (1980), "Un industrial azucarero: Wenceslao Posse" en Ferrari y Gallo (comps.), “La Argentina del Ochenta al Centenario”, Sudamericana, Buenos Aires. “Vida de don Alfredo Guzmán 1855-1951”, (1989), Estación Experimental Agro-industrial Obispo Colombres, Tucumán, 1989. “Tucumán al través de la Historia”; Fundación Banco Liniers Sudamericano S. A, Tucumán.
“Ruta del Azúcar”, Proyecto aprobado por CFI, coautoría del arquitecto Ricardo Viola y José María Posse, luego convertido en Ley Provincial.Los invito a leer la nota que me publicó hoy La Gaceta, referida al Bicentenario de la Industria azucarera, próximo a celebrarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario