Junto con su familia, el cacique patagónico logró dominar a fines del siglo XIX un vasto territorio entre el sur de Chubut y el norte de Santa Cruz; hoy, sus descendientes son unos 100 y desde 2010 habitan las mismas tierras de sus antepasados, el Paraje Payagniyeo
Luego de una serie de negociaciones diplomáticas con Francia, el esqueleto del cacique tehuelche Liempichún Sakamata, exhibido desde fines de 1800 en una vitrina de un museo de París, regresará en los próximos meses a la Argentina. ¿Cuándo y por qué llegó la osamenta a Europa? ¿Por qué la reclaman? Sus restos representan hoy mucho más que un conjunto de huesos, una causa que hasta llegó a oídos del Papa Francisco.
La historia comenzó en 1896, cuando el conde francés Henry de la Vaulx (1870-1930), amante de la ciencia y de la aviación, realizó un viaje de un año y medio por la Argentina. Durante la travesía, ingresó a la tumba del cacique patagónico y se llevó a Francia no solo la osamenta, sino también su ajuar funerario de plata: un estribo, pendientes y monedas, envueltos en cuero de yegua.
El historiador argentino del Conicet Julio Esteban Vezub, quien en 2009 descubrió el cráneo en París, explica que el objetivo de ese viaje de 5000 kilómetros era la “búsqueda de restos óseos de la Edad de Piedra, con el fin de dilucidar si los ‘gigantes patagones’ que describían las crónicas de los siglos anteriores eran verdaderos o míticos”. Para eso, el coleccionista se desplazó desde Río Negro hasta Tierra del Fuego, tal como lo relata en su libro Voyage en Patagonie publicado en 1900.
El explorador obtuvo cerca de 1300 objetos arqueológicos y etnográficos mediante intercambios, profanaciones y saqueos, que también le permitieron reunir especímenes zoológicos, una docena de esqueletos y un centenar de cráneos humanos. “La dimensión aberrante de las prácticas se puede rastrear en uno de los capítulos llamado ‘Cocina macabra’. Allí narra cómo hirvió ‘un gigante’ en una olla y fue amenazado de muerte, pero logró huir llevándose el cuerpo”, agrega el antropólogo Fernando Miguel Pepe, del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI), quien acompaña el reclamo de las comunidades originarias desde 2015.
En ese entonces era frecuente que los naturalistas viajeros de todo el mundo se llevaran los tesoros de los pueblos aborígenes cobijados en las tumbas, por la compulsión en boga por coleccionar. Pero repentinamente a Henry de la Vaulx dejó de interesarle la naturaleza y se dedicó a la aviación, para morir finalmente en un accidente. Él fue sepultado en el cementerio parisino de Père-Lachaise, mientras que sus colecciones terminaron en el Museo de Etnografía del Trocadero, luego Museo del Hombre, en 29 cajas con un peso total de 1371 kilos.
Lo que nunca imaginó el francés es que 125 años más tarde los descendientes de Liempichún reclamarían sus restos. Y es que no se trata de un esqueleto cualquiera, su significado trasciende fronteras: pertenece a la comunidad aborigen que aún lleva en honor su nombre, Sacamata Liempichún, un cacique que junto a su familia logró dominar a fines del siglo XIX un vasto territorio entre el sur de Chubut y el norte de Santa Cruz. Hoy sus descendientes son unos 100 y desde 2010 habitan las mismas tierras de sus antepasados, el Paraje Payagniyeo, a 15 kilómetros de la localidad de Alto Río Senguer, Chubut.
“Era una persona importante que falleció joven. Cuando fue desenterrado, a su alrededor tenía dos caballos; la cantidad de caballos con los cuales se sepultaba a las personas como ofrenda denotaban su condición social”, afirma Cristina Liempichún respeto a su tío tatarabuelo. “El relato del ‘gigante Liempichún’, esta triste historia, se mantuvo en nuestra memoria. Se decía que faltaba alguien, que se lo habían robado sin saber donde se hallaba”, agregó la mujer, vocera de la comunidad, que hasta le escribió una carta al Papa Francisco pidiendo ayuda para el retorno del tehuelche.
Su esqueleto y el cráneo fueron exhibidos hasta 2009 en una vitrina del Museo del Hombre. A partir de esa fecha, a raíz de la recomendación hecha por el Consejo Internacional de Museos, los colocó en un depósito del subsuelo, lugar en el cual permanece. En cuanto al ajuar funerario, se exhibe cruzando el río Sena, en el Museo del Quai Branly.
Vezub localizó los restos del tehuelche como consecuencia de un proyecto de investigación que desarrollaba sobre la expedición de De la Vaulx a la Patagonia. Se sabía que estaban en Francia, pero no en qué lugar exactamente. Primero el investigador recorrió el Museo del Quai Branly, donde le llamó la atención la vestimenta de los aborígenes y un gran cuero de yegua con forma de urna en la vitrina. “Luego nos fuimos a ver los esqueletos que estaban enfrente, que habían sido coleccionados por el conde cuando tenía 27 años. Al observar la serie, noté que uno de estos cráneos en los huesos laterales tenía la inscripción hecha con tinta por el explorador”, recordó.
Al regresar a Puerto Madryn, le narró el hallazgo a Ángel Ñanco Sacamata, quien a su vez se puso en contacto con las comunidades del oeste provincial para iniciar el reclamo de repatriación: “Comenzó en 2012. Fue una larga intervención y a mí me tocó de oficiar como interlocutor científico. Después hubo toda una avanzada diplomática que fue dando este resultado”, explicó.
Fuente: LaNación.com
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