Por José María Posse
Abogado. Escritor. Historiador. Miembro de la DAPT 2021.
Los acontecimientos del Cabildo de Buenos Aires se conocieron en la provincia el 11 de junio y motivaron un debate entre los realistas fieles a la corona española y los revolucionarios. La decisión adoptada.
LA CASA NATAL DE ALBERDI. El padre del prócer, el español Salvador Alberdi, arengó por el sector criollo |
En los primeros años del siglo XIX, San Miguel de Tucumán era apenas una aldea de no más de 6.000 habitantes. La vida giraba en torno a la plaza principal, donde se encontraba el Cabildo, la Iglesia Catedral (en estado ruinoso) y el templo de San Francisco.
En sí, aquel villorrio era pobre y sus habitantes se encontraban aislados y lejanos de los acontecimientos que sobrecogían al mundo. Napoleón Bonaparte se paseaba triunfante por la vieja Europa y las naciones modificaban sus fronteras al antojo del corso. Por todo ello, los tucumanos recién tuvieron noticia de los hechos de mayo el 11 de junio de 1810.
Un chasque enviado a mata caballos por el Cabildo de Buenos Aires informaba de los acontecimientos del 25 de mayo. En la noticia se instaba a que San Miguel de Tucumán rindiera obediencia a lo allí tratado y se enviara a la brevedad un representante a los efectos de erigir un nuevo gobierno para las Provincias Unidas del Río de la Plata, salvaguardando a todos los efectos los derechos del monarca prisionero de Bonaparte.
Lo que los revolucionarios tramaban era aparentar sumisión y, con la excusa de “preservar los derechos del Rey cautivo”, constituir un gobierno criollo para luego avanzar en la independencia definitiva. Ello se conoce como “la máscara de Fernando VII”.
El Cabildo de Tucumán no contestó de inmediato ya que era subalterno del gobernador intendente con asiento en Salta. Así las cosas, la respuesta quedaba pendiente de la resolución del gobernador Nicolás de Isasmendi. Pero los tucumanos no se cruzaron de brazos a esperar la decisión del salteño. Por el contrario, se reunieron y discutieron arduamente lo que debía hacerse.
A esta altura de las circunstancias comenzaron la lógica serie de cabildeos entre los españoles y los criollos (“españoles americanos”, como se definían los partidarios del rey), quienes manifestaban opiniones encontradas.
Por supuesto que los “realistas” no se dejaban engañar con las verdaderas intenciones de los revolucionarios, mientras que estos trataban de convencer a la mayoría.
El más ferviente defensor de los derechos del rey prisionero era el gallego don Manuel Posse; por esa época, pisaba ya los 60 años. Nacido en España, era un comerciante enriquecido por el monopolio español en las colonias americanas. Gozaba de todas las prerrogativas por ser “español peninsular”; era lógico entonces suponer que resistiría el "nuevo orden".
Desde el comienzo miró con desconfianza las proposiciones de los criollos. Al día siguiente de la reunión del Cabildo tucumano preparó tres borradores: por uno de ellos contestó, como Cabildo de Tucumán, al de Buenos Aires: “... Las pequeñas demostraciones que ha hecho este pueblo (se trata, sin duda, de las expresiones revolucionarias), no dejan de manifestar... amor al soberano”... Con otro borrador, responde al gobernador intendente de Salta denunciando que en el Cabildo de Tucumán hubo “propuestas sediciosas”, que se citaba a la gente de la campaña y que “el vulgo de ánimo superficial estaba dispuesto a cualquier desastre”. Un tercer informe fue enviado al gobernador contrarrevolucionario de Córdoba.
Ese patriotismo improvisado, con el cual los viejos textos escolares enseñaron nuestra historia de manera cuasi romántica, resulta en sí ofensiva a la memoria de aquellos peninsulares que luchaban por sus creencias. Se daba el caso que, bajo un mismo techo, existían fervorosos sostenedores de una germinal idea independista y otros conservadores del antiguo orden.
A las dos semanas se reunió nuevamente el vecindario en el Cabildo de Tucumán para leer el oficio del gobernador salteño quien aceptaba las condiciones de los porteños, con algunas objeciones. Pero también se leyó un oficio del gobernador de Córdoba donde se anunciaba un próximo juramento a la Junta de Cádiz e invitaba a Tucumán a sumarse a la resistencia.
Es entonces cuando tomó la palabra el doctor Nicolás Laguna y en un enérgico discurso solicitó una inmediata reunión general de representantes de todas las poblaciones del actual territorio tucumano, a los efectos de acordar una forma de Gobierno para Tucumán. Proponía que se continuara con los lazos fraternales hacia Buenos Aires, sin prestarle obediencia a los porteños. Sin dudas, es esta la primera vez que se registraba una moción de ideas democráticas y federales en nuestro suelo, todo un acontecimiento digno de destacarse.
Por fin primó la idea de los criollos, acaudillados paradójicamente por el español Salvador Alberdi (padre del doctor Juan Bautista Alberdi), designándose un diputado a la Junta. El elegido fue el doctor Manuel Felipe Molina.
El 25 de junio de 1810 es la fecha histórica que marca la adhesión de Tucumán a la revolución precursora de la independencia argentina.
Se decidió además que los tucumanos aportarían armas y provisiones para las tropas que habían partido desde Buenos Aires para sofocar los focos opositores realistas en Córdoba.
El Cabildo tucumano recibió la orden de alistar 200 hombres aptos para el servicio de las armas, que compondrían un escuadrón de alabarderos destinados a engrosar la expedición.
La mayoría de la población de la provincia (además de la ciudad de San Miguel, cada pueblo y caserío de la campaña), se movilizó haciendo llegar armamentos, víveres, animales de carga y de transporte para las tropas en marcha. El historiador Ricardo Jaimes Freyre escribió al respecto: “Toda la juventud de Tucumán acudió a alistarse. Fue necesario contener este desbordamiento de entusiasmo, limitándose los jefes militares a la cifra de doscientos hombres fijada por la Junta de Buenos Aires”.
Al ingresar el grueso de las tropas comandadas por Castelli y Ocampo, se los recibió con la ciudad iluminada como un día festivo y se les rindió honores de una fuerza triunfante. Luego continuaron el largo y difícil camino al Alto Perú (hoy Bolivia), donde se esperaba una fuerte reacción por parte de los españoles.
Un nutrido grupo de esos jóvenes tucumanos formaron parte de ese improvisado Ejército Libertador, que obtuvo su primera victoria en las orillas del río Suipacha, la que fue celebrada con gran júbilo en Tucumán.
Así, nuestra provincia tiene el honor de haber sido de las primeras en apoyar el movimiento revolucionario de mayo, lo que no ha sido debidamente reconocido por la historiografía nacional.
(Nota: Este trabajo forma parte del aporte del equipo de “Historia Identidad y Cultura” a la plataforma del Ministerio de Educación para la enseñanza de Historia de Tucumán)
Bibliografía:
Ricardo Jaimes Freyre, “El Tucumán colonial (Documentos y mapas del Archivo de Indias)”, Tucumán, 1915.
Ricardo Jaimes Freyre, “Tucumán en 1810, noticia histórica y documentos inéditos”. Tucumán 1909. Ambos reeditados por la Fundación Lillo en la Colección del Bicentenario. Tucumán, 2016.
Carlos Páez De la Torre, “Historia de Tucumán”, Edit. Plus Ultra 1987.
Eduardo Rosenzvaig, “Historia social de Tucumán y del azúcar, ayllu, encomienda, hacienda”, Tucumán, 1986.
José María Posse, “El espíritu de un clan”, Edit. Sudamericana 1993.
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