Benito de Lué y Riega, Rodrigo Antonio de Orellana y Nicolás Videla del Pino comandaban las sedes episcopales de Buenos Aires, Córdoba del Tucumán y Salta. Los tres se pronunciaron a favor de la continuidad del Virrey Cisneros. Y esa elección les salió caro. Durante años, el nuevo territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata careció de un “alto clero”
El obispo de la Santísima Trinidad, como se llamaba entonces Buenos Aires: Benito de Lué y Riega |
Sobre lo acontecido en los días de mayo de 1810 en la ciudad de la Santísima Trinidad del Puerto de Santa María de los Buenos Ayres, se ha escrito y se seguirá escribiendo de todo. La mayoría de las cosas que nos han contado sobre los hechos en esas jornadas son medias verdades. Es decir, también son medias mentiras.
Cada momento histórico de nuestro devenir acomodará lo sucedido al discurso político del momento, a veces con mucha naturalidad, otras con fórceps. Cuentos y cuentitos que repetimos hasta al cansancio, sea porque nos gusta o porque no nos interesa saber la verdad de lo que fue la “Revolución de mayo”. Creo que lo primero que deberíamos preguntar si fue una verdadera “revolución”, porque la palabra independencia jamás aparece en las actas del cabildo de Mayo de 1810.
Entre los cuentitos que nos gusta oír está que French y Beruti repartían cintitas celestes y blancas en lo que hoy es la plaza del barrio de san Telmo; pero lo cierto era que estaban al mando de “la Guardia Infernal”, una terrible fuerza de choque que no dudaban en pasar a degüello a cualquiera que se opusiera a ellos. Los próceres y héroes de nuestra emancipación para cierta postura ideológica no eran casi seres humanos, no poseen intereses personales alguno ni ambiciones. Viven, lloran, se alegran y respiran solo por y para la construcción de la futura patria. Tampoco hablan comúnmente, ni tienen una vida normal, y ni siquiera se mueven normalmente, caminan con poses estatuarias barrocas. Y cada vez que un prócer habla es solo para decir frases célebres que engalanará los pétreos basamentos de sus monumentos. Nada tan lejano de la verdad.
Pero en todo lo que ocurrió en la semana de mayo ¿qué papel jugaron los eclesiásticos del alto clero? Porque la Argentina no existía como país, pero había tres sedes episcopales: Buenos aires, Córdoba del Tucumán y Salta. ¿Cómo creen ustedes que actuaron frente a los hechos consumados del primer grito de libertad? Vamos a investigar un poco.
Los hechos de Mayo comenzaron a pergeñarse luego de las invasiones inglesas en 1806 y 1807 y tuvieron su colofón entre el 22 de Mayo y el 25 de mayo de 1810. Los cabildantes se reunían en las sesiones ordinarias llamadas “cabildo ordinario” o “cerrado” y los “cabildos abiertos” eran convocados para casos excepcionales: eran una sesión ampliada con la participación de los vecinos la cual era convocada a campanazo limpio desde la torre del cabildo. Pero para ser “vecino” debías ser blanco, adulto, ser propietario de bienes inmuebles, poseer limpieza de sangre y ser cristiano viejo. O pertenecer al alto clero, ser párroco o superior de congregación o jefe en los altos mandos militares. Las personas que vivían fuera en ejido de la ciudad no podían ser miembros del cabildo, tampoco los negros esclavos, los pueblos originarios y los sirvientes, los gauchos, los que no tuvieran propiedades y las mujeres tampoco eran consideradas dignas.
En la ciudad de la Santísima Trinidad el obispo era don Benito de Lué y Riega, pero antes de ingresar a la vida sacerdotal, fue militar e incluso llegó a casarse, no por mucho tiempo porque enviudó muy joven. Y de viudo le nace la vocación. En 1802, con casi cincuenta años de edad, fue designado obispo de la Santísima Trinidad del puerto de santa María de los Buenos Aires por el Papa Pío VII. Algunos datos que olvidamos del Sr. Obispo es que fue sumamente riguroso, pero con él mismo primero. Y en la segunda invasión inglesa fue quien con su dinero y apoyo ayudó a Martín de Álzaga a reconquistar la ciudad.
Pero lo que más se recuerda de él fue su participación el 22 de mayo de 1810 en el cabildo abierto dirá, según nos narra el Pbro. Juan Guillermo Durán en su texto de La Iglesia y el movimiento independentista rioplatense: incertidumbres, aceptación y acompañamiento (1810-1816) en el cual cita a la “Memoria Autógrafa” de Cornelio Saavedra:
“El señor Obispo fue singularísimo en este voto. Dijo que solamente no había que hacer novedad con el Virrey, sino que aun cuando no quedase parte alguna de España que no estuviese subyugada, los españoles que se encontrasen en las Américas debían tomar y reasumir el mando de ellas; y que este sólo podía venir a manos de los hijos del país cuando ya no hubiese quedado un solo español en él.
Cuando los patriotas quisieron contradecirlo, les contestó que él no había sido llamado a debatir, sino a decir libremente su opinión. Llegado el momento de que los concurrentes emitieran sus votos, el primero fue el del obispo…, únicamente cinco de los eclesiásticos que votaron después de él votaron por la continuidad del virrey, y 38 a favor de la revolución.”
Pero el Sr. Obispo, aunque era conocido por todos, debía mostrar el poder por el cual había sido investido y concurrió al cabildo abierto con todas las insignias de dicho poder. Según nos describe Vicente Fidel López en “Historia de la República Argentina”: “El obispo tenía tomado asiento con anticipación, vestido con un lujo eclesiástico excepcional. Con capa cauda y llevaba todas las cadenas y cruces de su rango, riquísimos escapularios de oro y pectoral y cuatro familiares, de pie detrás de él, tenían la mitra el uno, el magnífico misal el otro, las leyes de Indias y otros volúmenes con que se había preparado a hundir a sus adversarios”
Pero luego de los hechos de mayo, no le fue muy bien y todo su oropel no le sirvió de mucho. El Sr. Obispo morirá en marzo de 1812, en el pueblo de san Fernando, el día después de la celebración de su cumpleaños y de su onomástico aparentemente envenenado y algunos hasta se animan a mencionar quien pudo ser el encargado del asesinato: el archidiácono de la catedral, Andrés Ramírez.
En Córdoba se encontraba el obispo Rodrigo Antonio de Orellana. Al llegar a Córdoba la noticia de los acontecimientos de Mayo, no reconoció a las nuevas autoridades y junto al gobernador Juan Gutiérrez de la Concha organizó una milicia para enfrentar militarmente a la Primera Junta, pero éstas se desbandaron al acercarse a la ciudad el ejército del Norte. No obstante fueron capturados. Entre ellos estaba el ex virrey Santiago de Liniers. Se envió la orden de fusilamiento de los sublevados, pero el general Francisco Ortiz de Ocampo se negó a obedecer la orden y los envió a Buenos Aires. La Junta envió a su vocal Juan José Castelli a cumplir la sentencia, pero con la conmutación de la pena al obispo Orellana por la de prisión por su rango eclesiástico y debió confesar a los condenados y presenciar su fusilamiento. Quedó muy seriamente afectado por las ejecuciones, quedando por mucho tiempo temeroso de todo lo que lo rodeaba. Luego de muchas vicisitudes en 1817 se lo verá en Corrientes, y desde allí huyó a caballo y luego caminando a través de la selva misionera hasta llegar a São Borja, en Brasil. A fines de mayo de 1818 se embarcó hacia Lisboa, llegando a fines de año a Madrid. Se dedicó a redactar un largo informe sobre los acontecimientos en el Río de la Plata, que resultó el primer informe oficial recibido por un Papa sobre los hechos emancipatorios de la América hispana. Nombrado obispo de Ávila, morirá el 29 de julio de 1822 en esa ciudad.
En Salta se encontraba un obispo nacido en las tierras americanas, Nicolás Videla del Pino. Era oriundo de Córdoba del Tucumán. Pensaríamos que por ser americano apoyaba las acciones de Mayo en Buenos Aires, al principio así fue y fervoroso defensor de lo acontecido, pero al notar que lo que se buscaba no era gobernar en nombre del rey depuesto, sino un conato de emancipación, mudó de idea y en 1812 apoyó con vehemencia las invasiones realistas a su provincia. Cuando al año siguiente, el general Manuel Belgrano liberó Salta de las fuerzas españolas simplemente separó al obispo de su cargo y ordenó su traslado a Buenos Aires el 15 de abril de 1813 con este párrafo: “En el término de veinticuatro horas se pondrá Vuestra Señoría Ilustrísima en marcha para la Capital de Buenos Aires, pidiendo todos los auxilios precisos, pero a su costa, al prefecto de esa, a quien con esta fecha imparto la orden conveniente” más tarde el mismo Belgrano escribirá: “Generalmente se me había dicho que este Prelado era contrario a la sagrada causa de la patria; que de su casa salían las noticias más funestas; que se empeñaba en el desaliento y, por consiguiente, en la desunión” podríamos decir que es el primer conato de fake news en nuestro territorio.
Pero el obispo huirá de Salta para no cumplir la orden de Belgrano y merodeará por varias semanas por las montañas, hasta llegó a vivir en una cueva, pero al notar que sus fuerzas menguaban decidió entregarse al gobernador de la ciudad Domingo García el 3 de agosto 1813. Poco después fue enviado a Buenos Aires. El Congreso de Tucumán le permitió volver a Salta, pero no le permitió ejercer su autoridad eclesiástica, ni siquiera celebrar misa o predicar. En 1817 decidió regresar a Buenos Aires donde fallecerá en su quinta en las afueras de la ciudad en el actual barrio de Barracas el 17 de marzo de 1819.
Con la muerte de Videla del Pino significó la desaparición de todos los obispos del actual territorio de la Argentina. No hubo más “alto clero”, originándose un “interregno episcopal” prolongado: el de Buenos Aires, desde la muerte de monseñor Lué y Riega, en 1812, hasta el nombramiento de monseñor Mariano Medrano en 1834 como se describió más arriba; el de Córdoba, desde el arresto de monseñor Orellana, en 1810, hasta la llegada de monseñor Benito Lezcano, en 1831; y el de Salta es el más largo de todos desde la muerte de monseñor Videla del Pino, en 1819, hasta la llegada de monseñor Buenaventura Rizo Patrón, en 1860. Durante la ausencia episcopal los gobiernos de las Diócesis estuvieron a cargo de los “vicarios capitulares”.
Pero volvamos a mayo de 1810. El día 26 de Mayo se publicó la proclama inicial con los propósitos inmediatos de la constitución de la primera junta de gobierno: “Fijad, pues, vuestra confianza y aseguraos de nuestras intenciones. Un deseo eficaz, un celo activo y una contracción viva y asidua a promover por todos los medios posibles la conservación de nuestra Religión Santa…etc.” El documento está fechado en la Real Fortaleza de la Santísima Trinidad a 26 de mayo de 1810. Para ese mismo día fueron citados a concurrir a la sala de capitular del cabildo para prestar juramento de obediencia al nuevo gobierno todos los representantes de las órdenes religiosas y del clero. El obispo Lué y Riega declaró por nota estar dispuesto a cumplimentar y felicitar a la Junta aunque solicitó ser eximido de concurrir. Si concurrió el pleno del cabildo eclesiástico y los superiores de las cuatro órdenes religiosas: franciscanos, dominicos, mercedarios y betlemitas. Se completó la ceremonia con una función de acción de gracias en la catedral el 3 de junio con el canto de un Te Deum y no el mismo 25 de mayo como todos creemos. Según la “revista de la biblioteca Nacional Nº 11, Buenos Aires, 1944: “Se hizo una solemne función en la catedral, y se cantó el Tedeum en acción de gracias por la instalación de la Junta; la que asistió a ella con todos los tribunales; y pontificó el señor Obispo; y dijo el sermón el doctor don Diego Zavaleta, habiendo ocupado la Junta el lugar preeminente donde presiden los señores virreyes”.
Como vimos, a estos tres personajes el tema de Mayo no les fue fácil. Actuaron casi con intenciones de novela: el de Buenos Aires moriría presumiblemente envenenado; el de Salta huyendo por los montes y viviendo en cuevas; y el de Córdoba casi fusilado y más tarde escapando a Brasil a través de la selva.
Fuente: Infobae
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