Por Real Cédula del 29 de agosto de 1563, Felipe II creó la Gobernación del Tucumán, Juríes y Diaguitas, sustrayéndola de la jurisdicción de Chile y poniéndola bajo la dependencia del Virreinato del Perú, en lo político, y de la Real Audiencia de los Charcas, en lo judicial.
Para entonces, en este gran territorio que comprendía las actuales provincias de Córdoba, La Rioja, Catamarca, Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Jujuy y parte de las de Chaco y Formosa, había sólo una ciudad, Santiago del Estero, la más antigua de nuestro país, que sobrevivía a duras penas, gracias al coraje y la tenacidad de sus vecinos.
Las otras que hasta poco antes existían (Londres, Cañete, Córdoba del Calchaquí y Nieva), fundadas en tierras del dominio del poderoso cacique don Juan Calchaquí gracias a la amistad que logró tejer con él Juan Pérez de Zurita, habían sucumbido a causa de la torpeza de su sucesor, Gregorio de Castañeda.
Durante una discusión que mantuvo con el cacique, este oscuro personaje le propinó una bofetada, lo que dio lugar a una feroz invasión de los diaguitas, que destruyeron las cuatro ciudades y mataron a sus vecinos.
El primer gobernador efectivo del Tucumán, nombrado interinamente por el virrey del Perú, conde de Nieva, fue el célebre Francisco de Aguirre, “la primera lanza de Chile”, el hombre que efectuó el tercer traslado de la Ciudad del Barco y le cambió su nombre por Santiago del Estero.
Una de sus primeras disposiciones fue enviar a su sobrino Diego de Villarroel a fundar una nueva ciudad “en el campo que llaman en lengua de los naturales Ibatín, ribera del río que sale de la quebrada”, hoy llamado río Pueblo Viejo o río del Tejar.
En cumplimiento de ello, don Diego de Villarroel fundó el 31 de mayo de 1565 la ciudad de San Miguel de Tucumán y Nueva Tierra de Promisión en el sitio indicado, probablemente el mismo en donde habían estado Cañete y la primitiva Barco, unos 60 kilómetros al sur de su actual ubicación, en el lugar conocido como la Quebrada del Portugués.
De acuerdo al acta de fundación, la ceremonia empezó cuando el capitán Diego de Villarroel, en nombre de la Santísima Trinidad, de la Virgen María, del apóstol Santiago, de San Pedro y San Pablo y del Arcángel San Miguel, hico clavar en la tierra un grueso tronco (llamado “palo y picota”, o “rollo y picota”) marcando el punto donde se ejecutaría en adelante a los malhechores.
Dijo que allí sería la plaza de la nueva ciudad. Y “después de haber puesto el dicho rollo y picota el dicho señor capitán Diego de Villarroel dijo, en nombre de Dios Nuestro Señor y de Su Majestad el Rey don Felipe, segundo de este nombre, primero Emperador del Nuevo Mundo de las Indias, y del muy ilustre Francisco de Aguirre, gobernador y capitán general de estas provincias de Tucumán, Juríes y Diaguitas, que poblaba y pobló en este asiento en lengua de los naturales Ybatín, esta ciudad a la cual ponía y puso nombre de San Miguel de Tucumán y Nueva Tierra de Promisión”. Mandó también que su Iglesia Mayor “se nombrase y fuese la advocación de Nuestra Señora de la Encarnación”.
Igualmente, advirtió que ninguna persona, bajo pena de muerte, osara sacar el “rollo y picota”. El acta fue pregonada por “Francisco, mulato”, en “treinta y un días del mes de Mayo de mil quinientos y sesenta y cinco”. Testigos fueron Juan Núñez de Guevara, Pedro de Villalba, Bartolomé Hernández y Diego de Zabala. Firmó el documento don Diego de Villarroel, ante el “escribano público y de Cabildo”, Cristóbal de Valdés.
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Excelente sinopsis de lo que fue la fundación de San Miguel de Tucuman
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