Por: José María Posse
Luego de la victoria en Tucumán, el General Manuel Belgrano se abocó a la reorganización, instrucción y reclutamiento de nuevos efectivos. Las armas, cañones y municiones tomadas en la referida batalla habían podido equipar un pequeño ejército. La intención era avanzar hacia el norte en una contradanza que permitiera recuperar las provincias dejadas a los españoles en 1812.
Crnl. Alejandro Heredia |
Belgrano, quién ya había visto demasiada sangre de hermanos derramada, se dirigió al general realista Goyeneche, invitándolo a encontrar una solución pacífica entre americanos. Éste le contestó el 29 de octubre, expresando sus deseos de paz y enviándole un ejemplar de la nueva Constitución liberal española. El Triunvirato se opuso a un arreglo pacífico ya que no aprobaba la actitud de tratar con el enemigo.
Por su parte el general Pío Tristán se había acantonado en Salta con 2500 hombres, a los que se podían agregar 500 que ocupaban Jujuy y efectivos menores en ciudades del Alto Perú (hoy Bolivia).-
En sí, la ciudad de Salta constituía un fuerte bastión realista, ya que su clase dirigente era afecta al Rey. Por entonces, su caudillo emblemático Martín Miguel de Guemes, se encontraba separado del ejército por orden de Belgrano, quién en junio de 1812 lo había enviado confinado a Buenos Aires “por actos de su vida privada”. La situación social y política entre la población era distinta a la encontrada en Tucumán el año anterior. Asimismo, el de Tristán no era ya un ejército en marcha, sino una fuerza que podía fortificarse en la ciudad salteña y no se tenía certeza como reaccionarían sus pobladores ante ello.
El 12 de enero se inició la expedición del ejército patriota hacia Salta, por escalones. El 1 de febrero, Belgrano, escoltado por el Regimiento de Dragones de Milicias de Tucumán, partió de la ciudad de San Miguel. La marcha se hizo por divisiones, con grandes intervalos de tiempo. Los días 9, 10 y 11 de febrero se emplearon en vadear el río Pasaje. Se celebró a continuación una ceremonia castrense, en la que se prestó juramento de obediencia a la Asamblea General Constituyente, que acababa de establecerse. Los oficiales y soldados hicieron el juramento ante una cruz formada por la espada de Belgrano y la bandera creada por él. A partir de ese momento el río pasó a llamarse Juramento.
El 16 de febrero la vanguardia patriota bajo el mando de Eustaquio Díaz Vélez, chocó con las avanzadas de Tristán que ocupaban las alturas detrás de un riachuelo llamado Zanjón de Sosa. Allí este bravo militar (hijo de una tucumana de la familia de Aráoz) y héroe de la Batalla de Tucumán, sufrió una herida de bala, aunque terminó la carga tuvo que ser asistido perdiéndose para el resto de la batalla.
Detrás de la vanguardia, Belgrano ordenó efectuar un movimiento envolvente con el grueso del ejército por caminos de montaña, marchando 17 km en una jornada, guiado por el capitán salteño Apolinario Saravia. Tras efectuar un rodeo a través de la quebrada de Chachapoyas, acamparon a 5 km de la ciudad, bajo una copiosa lluvia.
La vanguardia atacó frontalmente, para luego replegarse y así accionar juntamente con el grueso de las tropas que el día 19, a las 11 de la mañana, avanzó por la pampa de Castañares, y atacó la posición realista por la retaguardia bajando de los cerros.
Belgrano se encontraba seriamente enfermo, por lo cual había preparado un carro para efectuar en él los desplazamientos, pero a último momento se repuso y pudo montar a caballo.
Al mediodía del 20, el ataque se generalizó desde distintas direcciones. Tristán desplazó su dispositivo, improvisando una posición defensiva hacia el norte. Actos de bravura y coraje se multiplicaron por doquier y la tierra bramaba ante las cargas de caballería y estallidos producidos por fusiles, tercerolas y cañones de diferentes calibres. Primero los flancos realistas y luego el centro comenzaron a ceder ante el ataque arrollador de los patriotas quienes cargaban una y otra vez ignorando la lluvia de plomo con la que eran repelidos.
Gral. Gregorio Aráoz de Lamadrid |
Continuó el ataque a través del Tagareté, en momentos en que los realistas se replegaban al recinto fortificado de la Plaza Mayor. Ante ello, el abrumado Pío Tristán se vio obligado a ofrecer la capitulación, que fue aceptada por Belgrano, quién incluso les permitió retirarse desarmados, prestando previamente juramento de no tomar las armas contra las Provincias Unidas del Plata hasta el límite del Desaguadero, que era el objetivo a alcanzar que le había fijado el gobierno a Belgrano.
Así fue como el 20 de febrero de 1813, las armas patriotas, venidas desde Tucumán, triunfaron sobre los realistas en la batalla de Salta. En el parte respectivo, el general Manuel Belgrano decía al poder central que "la acción duró tres horas y media, y ha sido muy sangrienta tanto en el campo como en las calles de la ciudad. Los enemigos se han comportado con mucha energía y valor, pero tuvieron que ceder al ardor, fuego y entusiasmo patriótico del ejército de mi mando, que sin desordenarse llevaba la destrucción y la muerte por doquiera que acometía".
Agregaba: "No hallo, Excelentísimo, expresión bastante para elogiar a los jefes, oficiales, soldados, tambores y milicia que nos acompañó del Tucumán al mando de su coronel don Bernabé Aráoz". Entre otros tucumanos, se destacaron los hermanos Alejandro y Felipe Heredia, quienes luego tuvieron una importante actuación durante los años de nuestras guerras civiles. También Jerónimo Zelayarán al mando de los escuadrones de milicias se batió valerosamente, secundados por el capitán de Dragones, José Valderrama. A la cabeza de ellos, siempre sobresaliente por su arrojo y valentía estuvo Gregorio Aráoz de Lamadrid, joven oficial a quién Belgrano le tenía especial afecto y consideraciones.
En nota elevada al Cabildo el 1 de marzo de 1813, Feliciano Chiclana elogiaba la actuación de los tucumanos en la batalla de Salta. Encomiaba el patriotismo y la generosidad que nuestra provincia había desplegado, "para sostener por no poco tiempo un poderoso ejército y auxiliar su transporte hasta el teatro en que se han coronado nuestras glorias, y lo que es más, desprender de su paternal seno a muchos de sus hijos valerosos, que en el 20 de febrero supieron duplicar los laureles de que vencedores salieron cargados el 24 de Setiembre".
La de Salta fue la última gran batalla en territorio argentino de nuestras guerras por la independencia contra España. Luego de ello, salteños y jujeños se convirtieron en guardianes de la frontera norte, llevando a cabo encarnizados combates contra columnas realistas que ingresaban a nuestro territorio.
Mientras Tucumán se erigía, desde la Ciudadela, en el bastión militar donde se preparaban las tropas y se enviaban los recursos al norte. Nuestros comprovincianos sostuvieron en soledad el grueso de los costos de mantenimiento de aquél ejército patrio. Fue así que los hijos de nuestra provincia, tanto los que pelearon como aquellos que dieron sus fortunas a la causa, escribieron con letras de oro sus nombres en la historia argentina. A más de doscientos años de aquellos sucesos, debemos rendir honor a la memoria de aquellos, a quienes debemos lo que somos como nación libre y soberana ante el mundo.
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