por: José María Posse
Antecedentes:
En junio de 1812 el general Manuel Belgrano, quién se encontraba en Jujuy, al mando del Ejército del Norte derrotado en Huaqui (actual Bolivia), recibe la orden del poder central (el Triunvirato, residente en Buenos Aires), de abandonar las provincias del Norte a su suerte.
Debía retroceder hasta Córdoba y allí intentar reforzar el Ejército. En el camino, le ordenaban pasar por Tucumán con el fin de requisar todo el armamento de la ciudad y levantar la fábrica de armas que se estaba instalando. También se le exigía guardar la bandera blanca y celeste que había creado en Rosario y que el Ejército juró en Jujuy, el 25 de mayo de ese año.
El 29 de julio en un terrible bando militar ordenaba que todos los habitantes se unieran al ejército llevando cuantas armas de fuego y blancas tuvieran en su poder, además de todos sus ganados vacunos, caballares, mulares y lanares; hasta los charquis (tiras de carne salada, secada al sol), debían ser sacados de los campos y llevados con los soldados. Los comerciantes debían embalar sus mercaderías y remitirlas a Tucumán.
Las sanciones eran severísimas. Todo aquél que se encontrara fuera de las avanzadas del ejército o intentara franquearlas, sería fusilado en el acto, “sin forma alguna de proceso”. Igual pena se destinaba para quién “por sus conversaciones o por hechos, atentase contra la causa sagrada de la Patria, sea de la clase, estado o condición que fuese”. También se fusilaría a “los que inspirasen desaliento”, con solo la declaración de dos testigos e igualmente serían tenido por traidores, “todos los que a mi primera orden no estuviesen prontos a marchar y no lo efectúen con la mayor escrupulosidad” .
Imágenes del Éxodo Jujeño, obra del artista tucumano César Carrizo |
En aquel contexto de desesperación generalizada, la orden de Manuel Belgrano era terminante y debía cumplirse sin queja alguna. Los jujeños, en su forzado éxodo, habían sido obligados por las circunstancias y marchaban habiendo abandonado sus posesiones más preciadas. Se dirigían hacia un destino incierto, dejando atrás sus sueños y esperanzas.
La situación era crítica, el comandante realista Pío Tristán, enviado del teniente general José Manuel de Goyeneche, encabezaba una fuerza militar punitiva que avanzaba desde el Alto Perú (hoy Bolivia), sometiendo cada ciudad y población importante. A su paso iba ajusticiando de manera cruel a los líderes revolucionarios y empujando a sus familias a la miseria. Las cabezas en lo alto de picas sangrientas en las principales plazas altoperuanas, así lo atestiguaban .
El general Manuel Belgrano avanzaba lentamente, en medio de grandes tribulaciones. De la clase gobernante salteña no podía esperar ayuda; así lo denuncia en una carta fechada el 30 de agosto de 1812, donde manifiesta su desaliento por el escaso apoyo encontrado en esa provincia. Se le habían negado caballos y mulas, mientras que a los realistas que los perseguían, se les vendían a buen precio todo cuanto precisaran.
Además, cada día desertaban soldados de su maltrecho ejército, mientras el general realista Pío Tristán, entraba con sus tropas a la ciudad de Salta donde eran recibidos como a un ejército triunfante.
Mientras, los jujeños acompañaban en jornadas extenuantes a su general, siendo picados en su retaguardia por los realistas, los que a duras penas fueron repelidos en el Combate de las Piedras, paraje del territorio salteño . Allí se probaron en batalla por primera vez los milicianos jujeños, a las órdenes del general Eustoquio Díaz Vélez, demostrando un arrojo excepcional, derrotando a la vanguardia del Ejército enemigo.
Los jóvenes Decididos de Jujuy, héroes del Combate de Río Las Piedras, ilustración de autor anónimo. |
El Combate de Las Piedras vino a cambiar sustancialmente el cuadro de situación: de pronto la vanguardia española había sufrido una humillante derrota, demostrando que no eran invencibles. Pero a todos quedaba claro que a la fuerza arrolladora de los realistas, solo cabía oponerle una fuerza contraria, pues no venían en sones de diálogo y convencimiento, sino a someter la insurrección por el terror, la venganza y la muerte .
El peor mes para esa marcha era Agosto, ya que los ríos estaban secos o apenas llevaban un hilo de agua. No había pastaje para la caballada y hacienda, causando todo ello una gran mortandad.
Llenos del polvo del camino, sedientos y hambrientos, pero jamás vencidos, llegaron a Tucumán en la primera semana de Septiembre.
El general Manuel Belgrano, en vez de entrar a la ciudad de San Miguel de Tucumán, eligió desviar la ruta hacia Burruyacú, para partir por el antiguo “Camino de las Carretas” hacia Santiago del Estero, y desde allí a Córdoba.
Mientras tanto, el exhausto general realista Pío Tristán, al ver la maniobra de Belgrano, creyó que se dirigía directamente hacia Santiago del Estero; por ello decidió quedarse en Metán para reaprovisionarse. La estrategia de Belgrano para demorar la marcha de los realistas daba al fin sus frutos.
BELGRANO EN LA ENCRUCIJADA
En la primera semana de Septiembre el general acampó en el paraje de La Encrucijada (un cruce de caminos en Burruyacu), para dar descanso a la tropa y enviar emisarios a Tucumán, ciudad que debía desarmarse a la brevedad. Pero el sagaz Belgrano barajaba otra posibilidad .
Los tucumanos comenzaban a organizarse alrededor de la familia patriota de los Aráoz. Dibujo del artista tucumano César Carrizo. |
El grueso de la columna de vecinos jujeños se dirigió hacia San Miguel, donde fueron recibidos por las familias tucumanas, quienes abrieron sus casas para socorrerlos. Mientras el Teniente Coronel Juan Ramón Balcarce intimó al vecindario a entregar todo el armamento que tuvieran, tanto en el Cabildo, como en las casas particulares. La noticia cayó como una bomba en la pequeña ciudad aldea: claramente los porteños los abandonaban; la suerte estaba echada.
La situación en Tucumán era de extremo peligro ya que todos conocían el apoyo que los tucumanos habían brindado al Movimiento de Mayo. En ninguna otra parte sería tan duro el escarmiento como en San Miguel de Tucumán; por ello, muchas familias de cierta fortuna abandonaban la ciudad rumbo a sus estancias o provincias vecinas .
Era poco el margen de acción entre los habitantes de ese pequeño núcleo poblacional que no llegaba a las 7.000 almas. La sociedad estaba fragmentada, ya que existían partidarios del Rey, quienes influían ante el Cabildo para apoyar abiertamente a las fuerzas españolas en marcha. .
Queda imaginar el nerviosismo de aquellos tucumanos: sus destinos se encontraban ligados al éxito o al fracaso de la causa, con consecuencias probablemente dramáticas. En sí, los partidarios de la revolución no podían tener muchas esperanzas en ese grupo desmoralizado y derrotado que comandaba un abogado sin experiencia militar y que las circunstancias lo habían convertido en general. ¿Cómo podría enfrentar a ese ejército profesional, que avanza prácticamente sin oposición desde el Alto Perú?
Siempre en las guerras, es el pueblo llano la primera víctima de la iniquidad. Esos que no tienen los recursos para escapar, atados a sus pocas posesiones, imposibilitados de dejar atrás su mundo, porque ello significaría entregarse a la miseria más absoluta. Por su parte, las familias más acomodadas no la pasaban mucho mejor, pues conocían de la ira del general Goyeneche y que serían blanco directo de su escarmiento. Nada como mostrar en plaza pública los cadáveres de principales figuras de una reducida comunidad, para rendir la voluntad de resistencia de los pueblos.
Seguramente ello dio las fuerzas necesarias a quienes temían que si Pío Tristán alcanzaba a Belgrano, lo inevitable sería una masacre, que liberaría a todos los demonios de una guerra que ya tocaba a sus puertas. Fue allí que nació la idea de demandarle al general porteño que se quedara a pelear con ellos, jugándose en una partida desesperada, los destinos de la revolución.
EL HISTÓRICO ENCUENTRO ENTRE BELGRANO Y BERNABÉ ARÁOZ EN LA ENCRUCIJADA
Curiosamente no fueron los cabildantes quienes se dirigieron a conferenciar con el general Belgrano en el camino que ya se aprestaba a tomar hacia el Sur. No eran los representantes del pueblo tucumano quienes le pidieron al militar porteño que se quedara a dar batalla en Tucumán. Muy por el contrario, quienes salieron al encuentro de Belgrano fueron las cabezas de la criolla familia de los Aráoz; comerciantes, clérigos y hacendados de gran ascendencia entre el pueblo llano de la provincia. Patrones de cientos de hombres rudos, fogueados en las faenas del campo quienes trabajaban en sus estancias, diseminadas por toda la provincia.
Don Bernabé Aráoz marcha a |
Los tucumanos buscaron en la figura del caracterizado vecino don Bernabé Aráoz, el líder civil que los representara. Conocido por su carácter firme y probada ascendencia entre los gauchos, no había quién igualara sus méritos. Miembro prominente de un poderosa familia, en su mayoría jugados por la causa de Mayo, representaban un grupo expectable. Esa fue la fuerza real con la cual los tucumanos apoyaron al Ejército del Norte.
En casa de Aráoz, según Rudecindo Alvarado, se decidió quienes integrarían la embajada; la que estaría compuesta por el propio Bernabé y Cayetano Aráoz, (quien si bien ocupaba un lugar en el cabildo, no fue en su representación), su pariente, el cura Pedro Miguel Aráoz (luego congresal de nuestra Independencia, en 1816), y el oficial salteño Rudecindo Alvarado, bravo patriota de la primera hora. Belgrano también recuerda a don Diego Aráoz en aquella reunión.
El propio Belgrano relató ello al comentar acerca del envío del comandante de Húsares Juan Ramón Balcarce “para promover la reunión de gente y armas...” Eligió a Balcarce en razón de las vinculaciones que tenía en la ciudad desde 1806, cuando estuvo en Tucumán como ayudante de milicias. Destaca Belgrano que Balcarce: “desempeñó esta comisión muy bien, dio sus providencias para la reunión de la gente, así en la ciudad como en la campaña, bien que más tuvo efecto en ésta en que intervinieron don Bernabé Aráoz, don Diego Aráoz y el cura Pedro Miguel Aráoz, pues en la ciudad, con vanos pretextos, o sin ellos, no tomaron las armas, siendo los primeros que no asistieron a los capitulares… ”
Lo primero que hicieron los Aráoz fue hablar con el enviado Balcarce, para solicitar una conferencia personal con el general. Previamente expusieron un plan desesperado, conviniéndose una reunión con el general porteño. Pero las órdenes del militar eran muy claras, además de levantar las existencias de la maestranza del ejército en la ciudad, debía confiscar todas las armas de fuego, sables, espadas y lanzas en existencia en San Miguel. Las órdenes fueron tomadas de muy mala manera por los tucumanos ya que era sentenciarlos a una muerte segura, sin posibilidad de resistencia.
Esa embajada que marchó al encuentro de Belgrano, como grupo representativo del sentir de la mayoría de sus comprovincianos, se dirigió a un punto en el antiguo camino de las carretas hacia Santiago del Estero llamado curiosamente La Encrucijada, a efectos de convencer al general porteño de que existía una mínima esperanza. Era el lugar y el momento para jugarse el todo por el todo.
La entrevista se produjo el 10 de Septiembre. Los Aráoz le expusieron fundamentos estratégicos, como el hecho que dejar a Tucumán y el norte a los realistas, llevaría a un resentimiento profundo hacia los porteños, quienes difícilmente podrían volver a contar con los pueblos del Norte. También por supuesto, los motivos humanitarios de rigor fueron expuestos, pero quizás lo que más decidió a Belgrano fue el argumento de que el pueblo, al verse despojado de todo armamento y librado inerme a los enemigos se sublevase. Ello sería el fin de la revolución.
Encuentro en el campamento
de |
Claramente Manuel Belgrano estaba buscando una excusa para desobedecer a Buenos Aires y esto lo decidió, no sin antes solicitar como condición 1.500 milicianos de caballería y 20.000 pesos en plata para la tropa, cantidades que Bernabé Aráoz ofreció duplicar .
En aceptar el desafío, desobedecer la orden de Buenos Aires y dar batalla estuvo la genialidad de Belgrano y esto marcó el destino de la patria naciente; como también el arrojo y firmeza de los tucumanos, decididos a jugarse por una causa que no terminaba por revelarse en cuanto a sus reales alcances. Su determinación inscribió sus nombres en letras de oro en los anales de la guerra revolucionaria.
Ese día en La Encrucijada, se decidió la suerte de los acontecimientos que culminaron en la Batalla del 24 de Septiembre de 1812, en la cual se salvó la suerte de la Revolución Sudamericana.
Nota: Recientemente la Legislatura de la Provincia de Tucumán, votó una Ley por la cual se declara como “Sitio Histórico Provincial”, al paraje conocido como La Encrucijada, en el Departamento Burruyacú.
José María Posse
Instituto Belgraniano de Tucumán
Miembro de la DATP 2020
BIBLIOGRAFÍA:
Manuel Belgrano, “Autobiografía y Memorias sobre la expedición al Paraguay y la Batalla de Tucumán”, Bs As. 1945.-
Ricardo Jaimes Freyre, “Historia de la República de Tucumán”, Edit. Imprenta Coni, Bs As. 1911.
Julio P. Avila, “La Ciudad Arribeña, Tucumán 1810/1816”. Reconstrucción histórica, Tucumán 1920.
Manuel Lizondo Borda. “Actas del Cabildo. Vol I 1810/1816” (Tucumán 1930).
Bartolomé Mitre, “Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina”, Bs As 1902.-
Ramón Leoni Pinto, “Aporte de Bernabé Aráoz a la Organización Nacional”, en La Gaceta, Tucumán 23/08/ 1981. “Tucumán y la Región Noroeste, período de 1810/1825”; Edit. UNT 2007.-
Carlos Páez de la Torre; “Historia de Tucumán”, Edit. Plus Ultra 1987.
José María Posse, “Bernabé Aráoz, el Tucumano de la Independencia.” Mundo Editorial, 2017.-
Cristina del Carmen López, “Bernabé Aráoz, los caudillos y la movilización de la plebe”, en “Cuatro Bicentenarios 1810/1812/1814/1816; Junta de Estudios Históricos de Tucumán, 2009.-
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