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miércoles, 5 de agosto de 2020

Sutton Hoo, el barco del año 600 que ocultaba uno de los tesoros más grandes de la historia

Sutton Hoo es el nombre del lugar situado en el Reino Unido en el que se encontraron en 1939 restos de un barco del siglo VII. Es uno de los descubrimientos más importantes por su antigüedad, tamaño, rareza e importancia histórica.


Los entierros en barcos eran una costumbre pagana de los pueblos anglos y sajones, que, como ocurría en Egipto con las pirámides, pretendían proporcionar al fallecido los elementos necesarios para pasar a la otra vida. La riqueza y la importancia ceremonial de las reliquias encontradas dentro de la cámara funeraria llevaron a Phillips y a su equipo a pensar que el Sutton Hoo albergaba los restos de un monarca del reino de Anglia oriental (este de Inglaterra), posiblemente Raedwald o Sigebert, ambos del siglo VII.
Sin embargo, estos pronto marcharon al frente y el terreno que­dó nuevamente desamparado ante los fisgones y los saqueadores. Aunque no por mucho tiempo. El ejército británico cubrió de tierra los montículos para utilizar la zona como campo de entrenamiento militar. Acabada la guerra, en 1945, se trasladaron los tesoros del Sutton Hoo al Museo Británico. Allí, a los seis años de su hallazgo, empezaron por fin a estudiarse.


Poco después de comprar con su marido unos terrenos al sureste de Inglaterra, Edith Pretty comenzó a sospechar. Los enormes túmulos de tierra que salpicaban la zona no eran habituales y estaba casi segura de que ocultaban algo en sus entrañas. Tan solo unos meses antes el matrimonio había viajado a Egipto, y ella había quedado fascinada por su riqueza arqueológica, lo que en buena parte alentó su imaginación.

No obstante, Frank Pretty opinaba que las elucubraciones de su esposa no eran más que pamplinas. Por ello, no fue hasta después de su muerte en 1934 (a los ocho años de la adquisición de las tierras) cuando Edith se decidió a investigar.

En la propiedad de la señora Pretty (situada a doce kilómetros del río Deben, en el condado inglés de Suffolk) se apreciaban dieciocho montículos de diferentes tamaños. Los vecinos de la zona explicaban leyendas acerca de un jinete fantasma y figuras espectrales que aparecían en aquellos campos al atardecer y se paseaban por ellos como almas en pena. También contaban que un labrador había encontrado un broche redondo mientras trabajaba en ellos. Todas esas historias no cesaban de dar vueltas en la cabeza de Edith.

Finalmente, en 1938, la empujaron a contratar los servicios de Basil Brown, un arqueólogo del Museo de Ipswich. Poco se podía imaginar entonces que su curiosidad conduciría al descubrimiento del llamado Sutton Hoo, un magnífico barco funerario anglosajón (conjunto de pueblos procedentes de las tierras costeras del mar del Norte que hacia el siglo V invadieron Inglaterra) del siglo VII. Aquel hallazgo se convertiría, además, en el más importante realizado en Inglaterra, ya que proporcionaría los más exquisitos vestigios de una civilización poco conocida.

No era la primera vez que se excavaba en aquellos terrenos. En 1860 se realizó una primera campaña en la que se examinaron siete montículos y se encontró una gran cantidad de tornillos de hierro. No obstante, casi ochenta años después no se conservaba ningún tipo de documentación ni registro de los objetos hallados. Solo una pequeña nota en el diario local, el Ipswich ­Journal, dejó constancia de los trabajos arqueológicos. Para Brown fue como empezar de cero. 

Eran tiempos difíciles y el calendario corría en su contra. El año 1938 avanzaba veloz, las noches se hacían cada vez más largas, el calor se desvanecía y la amenaza de la Segunda Guerra Mundial se cernía sobre Inglaterra. Brown trabajaba infatigable y, al caer la tarde, se sentaba con la señora Pretty a comentar el estado de la investigación.

Pronto vio cierta recompensa a sus esfuerzos. Halló un remache de hierro perteneciente a un barco, muy similar a otro descubierto en 1862. Brown, conocedor de aquel anterior hallazgo, siguió excavando sin descanso hasta que dio con los restos de una nave funeraria. Tan solo encontró varios recipientes de vidrio, una espada y fragmentos procedentes de un escudo. Seguramente, los ladrones se habrían llevado el resto.

Pero aquel remache metálico le hizo sospechar. Guiado por el instinto, volvió a inspeccionar el primer montículo. Aquella loma de tierra era la más alta: se alzaba casi tres metros y medía cerca de 30 m de largo por 23 de ancho. Edith Pretty le asignó a su jardinero y a otro empleado para que le ayudaran a excavar. Pocas horas después, Basil Brown hizo un descubrimiento increíble.
A medida que iba vaciando el túmulo de tierra fue tomando forma la enorme silueta de un barco. Los tornillos seguían en su posición original, pero no había rastro del resto de elementos. La madera y otros materiales orgánicos empleados en su construcción se habían disuelto en la arena circundante, y se había formado una especie de molde fosilizado del barco. De ahí que lo apodaran "el buque fantasma". Brown, que tenía algo de experiencia en suelos acidificados, pronto se percató de que aquella huella en la tierra era lo único que encontraría de la nave. La tierra lo había engullido prácticamente todo.

La casualidad quiso que los ladrones de tumbas que habían saqueado el montículo uno no dieran con las riquezas que albergaba el buque fantasma. Se quedaron a tan solo diez metros del que resultó ser el tesoro anglosajón más fastuoso jamás encontrado en suelo británico. Phillips y su equipo no podían dar crédito a sus ojos. De­senterraron numerosos objetos de oro, plata, bronce, hierro y madera (entre ellos, varias armas y monedas, un cetro, un casco y un escudo), así como ropa, cuero, cerámica, cera, plumas y unos cuernos.

Justo cuando finalizó la excavación, Gran Bretaña entró en la Segunda Guerra Mundial. Decenas de curiosos se acercaban y campaban a sus anchas por el asentamiento, por lo que Pretty se vio obligada a contratar a un par de policías para que vigilaran la propiedad las veinticuatro horas del día.


En 1988 el heredero de Edith Pretty emprendió una especie de misión de rescate del yacimiento. Se destruyeron los túneles que los conejos habían abierto en los montículos y se limpió la zona de los cartuchos esparcidos en tiempos de guerra. Urgía, además, proteger el recinto de los saqueos.

A finales de los ochenta y principios de los noventa se realizó la mayor y última misión arqueológica. Entre otras acciones, se reconstruyeron los montículos a la altura que tenían cuando se identificaron en 1938. Además, un grupo de expertos dató por vez primera de forma precisa el barco funerario (entre los años 640 y 670), gracias a las monedas halladas dentro de un cofre conservado en la cámara funeraria.
En 2002, el yacimiento pasó a formar parte del National Trust (organismo benéfico independiente que se dedica a la protección del patrimonio del Reino Unido), y se abrió al público. 

Fuente: Clarín

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