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martes, 23 de junio de 2020

Martina Chapanay, la mujer que peleó junto a Facundo Quiroga y vengó al Chacho Peñaloza

En “Martina Chapanay, montonera del Zonda”, la escritora Mabel Pagano reconstruye la vida de una de las guerrilleras más destacadas de las luchas civiles argentinas en el siglo XIX.

Decir “montonera” hoy remite casi automáticamente a una militancia política en los ‘70 y casi exclusivamente a la figura de Norma Arrostito, sobre todo, ahora que el libro Aramburu, de María O’Donnell, lidera el ranking de ventas. Pero el término es anterior y remitía –y remite aún hoy en una de sus acepciones– a las fuerzas de combate de los ejércitos independentistas durante las guerras civiles anteriores y posteriores a la Independencia. Es decir, unirse a la montonera era unirse a la fuerza de choque en el 1800.

En la semana “belgraniana”, en la que se recuerda el nacimiento, la muerte y el legado de Manuel Belgrano, uno de los próceres que impulsó de la Revolución de Mayo, que creó la bandera, que participó de la Independencia, que peleó en batallas y que, con sus claroscuros, aportó ideas para la creación de una nueva nación, vale la pena también recordar a una heroína de aquellas luchas, una de las primeras montoneras argentinas: Martina Chapanay.

Martina Chapanay fue, entonces, una guerrillera de las guerras civiles argentinas en los comienzos del siglo XIX. Su historia está narrada en múltiples libros, pero acá traemos el recuerdo de la novela histórica Martina Chapanay, montonera del Zonda, de la escritora Mabel Pagano, publicado hace poco más de una década.


Hija de un cacique huarpe, se cree que Martina Chapanay nace en el 1800 en la Intendencia de Córdoba del Tucumán, hoy territorio de la provincia de San Juan, en la zona de las Lagunas de Guanacache y el Valle del Zonda.

Cuenta la novela que su nacimiento está marcado por la visión de una anciana, quien a modo de oráculo como en las tragedias griegas, les comunica a sus padres que el destino de esa niña es “distinto” al de los otros indios huarpes. El oráculo no falla y por más que su padre desee que su hija se case y perpetúe el apellido, Martina nunca se siente a gusto con los quehaceres de las mujeres y, en cambio, es la mejor cazadora y la que mejor monta a caballo.

Con sus trenzas largas y oscuras, Martina se une a la montonera y pelea junto Facundo Quiroga: “Se preguntaba cómo era aquel hombre que habiendo nacido en buena cuna defendía la causa del pueblo y que, aunque se confesaba unitario había peleado por la Federación”. Hasta que se desilusiona con el Colorado de Los Llanos y abandona esa lucha. Empiezan las disputas entre unitarios y federales.

Así es la potente voz de Martina Chapanay, en la pluma de Mabel Pagano, que les dedica el libro “a los que murieron por una Patria que no pudo ser” y “a la tribu huarpe”:

Los blancos nos desprecian, sólo se acuerdan de nosotros cuando nos necesitan para la guerra”.

Los pobres siempre ponen el cuerpo para que otros se lleven la ganancia. ¿A quién le importa el destino de los indios, los negros, los mestizos, los gauchos?”.

La palabra patria siempre viene acollarada con la muerte, la miseria, las guerras”.

Cuando uno escucha la palabra civilización se pone en guardia. Todos los que dicen pelear por ella son asesinos”.

Ser porteño es ser ciudadano exclusivista; ser provinciano es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin derecho”.

En la vida de Martina Chapanay se cruzan distintos hombres: cuando es chica, un gringo malherido que habita ocasionalmente en su tribu le enseña a leer, lo que la pone en una situación de privilegio, en una época en que el analfabetismo es lo habitual. Se casa con Agustín Palacios hasta que la muerte los separa. Y ella, la Quijote hembra, según la caracterizó el escritor sanjuanino Juan Pablo Echagüe, tiene varios pretendientes.

El vínculo con la naturaleza también es importante y está presente a lo largo de la novela: la luna, el puma, la cordillera, la pampa interminable, la tierra áspera y brava.

Martina Chapanay admira desde siempre al Chacho Peñaloza, al punto de vengar su muerte. Y cuando no pelea en ninguna lucha, asalta caminos, les roba a los que más tienen y reparte el botín entre los más humildes. Indultada y ascendida a sargento mayor del Ejército Nacional, muere en 1887. Su tumba recibe la devoción de cientos de fieles en el pueblo sanjuanino de Mogna.

Fuente: Clarín

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