Era irlandés, no se llamaba Diego de la Vega, pero blandió su espada para defender a los oprimidos
Guillen Lombardo en el pincel de Rubens y Guy Williams, en la piel de El Zorro |
Un día de hace 100 años, el periodista norteamericano Johnston McCulley (cientos de cuentos cortos, 50 novelas, decenas de guiones), entregó a la redacción de la revista pulp All-Story su historia La maldición de Capistrano.
Transcurría en la California española, y bautizó a su héroe como Don Diego de la Vega. Vestido de negro, sombrero de ala ancha, antifaz, un caballo también negro que lo obedecía al primer silbido, e invencible espadachín que, para terror de los malvados, dejaba su marca: una Z trazada con la punta de su arma en el pecho de los vencidos, y también en los refugios de sus enemigos…, como temible amenaza.
Pero, al revés de la famosa sentencia de Oscar Wilde ("La naturaleza imita al arte"), la verdadera historia del Zorro –un torbellino–, el personaje de carne, hueso, sangre y acero superó la imaginación de su padre McCulley…
Se llamó William Lamport. Nació en Wexford, puerto irlandés al sur de la isla, en 1615. Nieto de Patrick Lamport, latían en él los genes del combatiente: su abuelo, entre muchos encuentros cuerpo a cuerpo, había luchado en la batalla de Kinsale: el ejército irlandés contra más de tres mil soldados invasores españoles.
Largo fue el camino de William. Educado entre los jesuitas en Dublín y Londres, quiso el azar que acabara su instrucción en un colegio irlandés de Santiago de Compostela: su pie en España…
Según la leyenda, a los 21 años hablaba catorce idiomas. Pero, cierto o falso, sí está probado que en 1627, a sus 16, cayó preso en Londres por sedición: lo pescaron repartiendo panfletos católicos en el corazón de la iglesia protestante. Pero escapó, a pesar de las invulnerables rejas de la cárceles inglesas y sus brutales carceleros…
Trepó a un barco con proa a Irlanda, pero en el viaje conoció a un marinero pirata que le sedujo los oídos con sus aventuras: espléndidos botines, ron a chorros, mujeres a granel. Argumento suficiente para pasar los siguientes dos años entre el grito "¡Al abordaje!" y como aventajado alumno del arte de la espada…, hasta que colgó las botas y, en una escala, abrazó el puerto de La Coruña. Pero no antes de otra aventura: batallar en las filas francesas católicas contra los hugonotes, protestantes calvinistas.
Ya en tierras gallegas, adopta otro nombre: Guillén Lombardo y Guzmán. Corren las noticias. En 1630 se habla de él como "un hombre de gran cultura y no pocas cualidades", y esos ecos le llegan al poderoso Conde-Duque de Olivares, que lo lleva de la mano a la corte de Felipe IV.
Como muchos irlandeses, se une a un regimiento de los Tercios españoles, lo nombran capitán, y su espada vuelve a conocer la sangre enemiga en las batallas de Nördlingen y el asedio de Fuenterrabía…
Luego, retornó a la corte y al ancho brazo del Conde-Duque, que le asigna un doble papel: diplomático y espía.
Pero su corazón de amante sempiterno le juega una mala pasada: romance de fuego con la nobilísima doña Ana de Cano y Leyva, nacimiento de una hija sin boda previa y consabido escándalo…, y expulsión a Nueva España (México).
Sin embargo, no parte con la cola entre las piernas: el Conde-Duque le encarga otra misión de espionaje. Quiere conocer los nombres de los jefes criollos levantados en armas como protesta contra los abrumadores impuestos.
No tarda en caer en una terrible trampa: el Tribunal de la Inquisición de la Ciudad de México. Cargo: amistad y complicidad con los trabajadores indígenas y los esclavos negros arrastrados brutalmente desde África…
Traza planes justicieros, pero también ambiciosos. Decide hacerse pasar por hijo ilegítimo de Felipe III (ergo, hermanastro de Felipe IV), reclamar su derecho a gobernador del virreinato, y crear un ejército de indígenas, esclavos negros y criollos hartos de los abusos de la Corona.
Demasiado tarde. El capitán español Felipe Méndez Ortiz lo denuncia a la Inquisición, y el Tribunal del Santo Oficio lo condena, en 1642, a larga prisión, "por brujería y conspiración".
Pasa en esas mazmorras los siguientes diecisiete años: hasta 1659. Tiene ya casi medio siglo, y el Conde-Duque, su protector, fue desterrado después de la insurrección de Portugal y sus derrotas en Cataluña.
La suerte está echada. La Inquisición lo condena a morir en la hoguera en un Auto de Fe "a cumplirse el 19 de noviembre del Año de Gracia de 1659 en la benemérita Ciudad de Mexico".
Pero no le da el gusto. Antes de que el verdugo encienda la pira… ¡se ahorca con la cadena que lo sujeta!
El mito ha nacido. "El zorro irlandés", como lo han bautizado, gana un título histórico y eterno: primer mártir de la liberación mexicana de España, un siglo y medio antes que Miguel Hidalgo y Costilla, el padre de la independencia: 16 de septiembre de 1810
En 1872, el escritor mexicano Vicente Riva Palacio, escribió la novela Memorias de un impostor, inspirada en la vida y los hechos de Guillén Lombardo, el Zorro, donde explica el poder de la letra Z: inicial de la palabra hebrea Ziza, que significa "principio de la vida, resplandor, chispa divina".
Pelirrojo, de buena familia, mujeriego, aventurero, romántico, justiciero, don Diego de la Vega –la nueva identidad que le dio el periodista McCulley– fue inmortalizado por Rubens en su cuadro titulado Joven capitán, pintado en 1620. Y su estatua está dentro del Ángel de la Independencia, monumento histórico en el Paseo de la Reforma, México D.F.
Apenas publicado La maldición de Capistrano, el actor Douglas Fairbanks, ídolo absoluto del cine mudo, encarnó en la pantalla el primer Zorro, más tarde (¡y hasta hoy!) fue repetido por súper figuras: Tyrone Power, Alain Delon, Antonio Banderas… y siguen las estrellas.
Pero el más perdurable fue Guy Williams, su cara en la serie de tevé desde 1950, con infinitas, inagotables repeticiones.
Guy Williams (nombre real: Armando Joseph Catalano), actor-fetiche del héroe, alcanzó fama mundial: Zorro eterno. Héroe luminoso. Un Robin Hood con mucho de Quijote y bigote de galán de los años 40. Y una espada que trazaba de memoria la letra Z…
(Post Scriptum. En 1973, invitado por Goar Mestre, entonces el zar de Canal 13, llegó a la Argentina. Lo recibió una multitud: miles de niños y sus padres en Ezeiza. Volvió el mismo año, esa vez con Héctor Calvin, el gordo e imprescindible Sargento García… Williams, casado con Janice Cooper y padre de Steven y Toni, se enamoró de una actriz nativa: Araceli Lizaso, y se quedó a vivir con ella aquí, y para siempre. Nacido en Nueva York en 1924, murió en Buenos Aires, barrio de Recoleta, el 30 de abril de 1989: aneurisma cerebral. Fue encontrado seis días después. Su ataúd fue cubierto por una bandera norteamericana. Ella recordó que "Guy tenía unos ojos verdes alucinantes". Él tenía 54 años, y ella treinta menos. Según Araceli, "fuimos una pareja de novela: nos reíamos todo el día". Vivieron juntos en San Luis. Separados, él murió en absoluta soledad)
Fuente: Infobae
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