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miércoles, 9 de enero de 2019

Un objeto arqueológico reaviva una misteriosa leyenda sobre un retrato de Rosas

Podría ser un daguerrotipo perdido. Pero expertos cuentan que al ex gobernador de Buenos Aires no le gustaba posar para esas tomas. Fue un estratega de su imagen, dicen.



El objeto es metálico. Parece una bandeja, quizás un espejo. Tiene manchas de óxido verde, que crecen desde los bordes y se dispersan en puntos. Está corroído desde hace tiempo. Para el ojo no entrenado, podría ser cualquier cosa, algo viejo o abandonado. Pero para el ojo experto podría ser más, tanto más como un daguerrotipo perdido, acaso uno que podría llevar la imagen de Juan Manuel de Rosas.

Hacia principios de 2013, en excavaciones en una casona de San Telmo, en la calle Defensa -donde hoy está la conocida Pulpería Quilapán-, se descubrió un aljibe y dos pozos subterráneos. Según los investigadores, tanto los pozos como el aljibe -una vez fuera de uso- pudieron haber cumplido la función de fosa donde descartar basura. Lo que explicaría que en su interior se hayan encontrado fragmentos de pipas, botones, vajillas, botellas y huesos de corvina.

"También, el posible daguerrotipo", el arqueólogo urbano Daniel Schávelzon. Para el investigador argentino “no es alocado pensar que llevaría la imagen de Rosas” y argumenta con su experiencia en otras excavaciones: “Después de la derrota en la batalla de Caseros, la gente de Buenos Aires se sacó de encima lo que tenía de Rosas y eso pudo haber ocurrido en este caso. En otros pozos encontramos botones que decían ‘Viva la Federación’ o cintas coloradas. El descarte de objetos rosistas fue una actitud habitual”.

 Durante casi una década, el historiador de la fotografía Carlos Vertanessian buscó el daguerrotipo perdido de Rosas. En su casa, en un rincón de Acassuso, al norte de Buenos Aires, tiene la mayor colección de Latinoamérica focalizada en el Río de la Plata (Argentina y Uruguay). Tiempo atrás quiso publicar un libro de esa serie, pero al llegar a la época de los unitarios y federales advirtió que le faltaba la imagen de Rosas.

Del intento de encontrar un daguerrotipo del caudillo nació Rosas: el retrato imposible”, explica Vertanessian. Su libro llega a la conclusión de que el líder federal se resistió a ser fotografiado, pese a que la tecnología del daguerrotipo llegó a Buenos Aires en 1843.

La técnica podría resumirse como la obtención, a través de una caja enfocada hacia un motivo y por la manipulación de ciertos químicos, de una imagen en una placa de cobre, cubierta de plata. En el Museo Histórico Nacional y en el Museo Casa Rosada hay dos daguerrotipos de Rosas, pero, aclara Vertanessian, son reproducciones de retratos anteriores e insiste en que el caudillo jamás posó ante una cámara.

 “Rosas fue un estratega de su imagen en términos modernos. Él entendió la importancia de su retrato y lo promovió”, dice Vertanessian. En su investigación, fundada en correos privados, documentos y artículos periodísticos de entonces, logró demostrar hasta qué punto el caudillo hizo de su imagen una cuestión de Estado. Y eso, explica el historiador, implica: “poner plata del erario público, promover la circulación de algunos retratos y la censura de otros, y no elegir aquel que lo representara de manera fiel, con veracidad fotográfica, sino aquel con la grandilocuencia de un militar europeo”.

De acuerdo a las cartas privadas que recopiló Vertanessian, el caudillo reconoció solo una vez haber posado ante un pintor. Dijo que fue en su juventud y a pedido de un representante británico de la Corona en el Río de la Plata. Fue su “retrato bueno” de la juventud y del que se tomó el modelo para llegar a la representación del Rosas del billete de $ 20 y hacer otras copias. “También tuvo un retrato bueno de la ancianidad”, agrega Vertanessian. Y sigue: “Es un cuadro que estaba en poder de la familia y fechado en 1851, en su casa en Palermo. Fue utilizado para las representaciones que vinieron después, en las que se lo envejecía y se lo mostraba en el exilio”.

 A Rosas se lo presenta, entre otras maneras, como un gaucho de ojos azules. “Era un hombre considerado buen mozo para la época, pero a pesar de eso siempre rechazó los retratos. Lo que no le impidió darle mucha importancia a su iconografía”, evalúa el fotohistoriador Abel Alexander. Vertanessian suma: “Esa negativa sostenida me llamaba la atención. Fui a sus cartas y el por qué de esa oposición me lo respondió él. En cartas a sus padres, cuando no era una figura pública y después, ya reconocido, en textos a su tropa y familia, reitera que le cuesta despedirse. ‘Toda la valentía que tengo para otras cosas me falta para un personal adiós’, escribía. En otra carta también dice ‘si los retratos de mis padres no conservo porque me da pena verlos, no pido ningún retrato ni doy’. Y me pongo a pensar. ¿es tan raro eso? Hoy a nosotros también nos cuestan las fotos porque muestran la ausencia, los containers de la Ciudad están llenos de fotos viejas. A Rosas, en tiempos en los que la imagen era casi una presencia, podía no costarle o no gustarle”.

Después de tanta investigación, Vertanessian no encontró daguerrotipo perdido de Rosas ni cree que el supuesto daguerrotipo de la excavación de la Pulpería Quilapán sea del caudillo. “Si no es de Rosas, tiene que haber sido de alguien muy importante, no cualquiera accedía a esa tecnología”, agrega el arqueólogo Schávelzon, quien señala que el año pasado el objeto encontrado fue enviado al INTI para su estudio. Pero desde el área de Patrimonio del Gobierno de la Ciudad niegan que forme parte del registro arqueológico. Así, el misterio sigue.

Fuente: Clarin

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