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domingo, 6 de enero de 2019

De espaldas para toda la eternidad: la historia de amor y rencor del primer vicepresidente argentino y su joven esposa

Salvador María del Carril se casó con Tiburcia Domínguez: vivieron años felices hasta que la humilló públicamente porque gastaba demasiado. No se hablaron durante 30 años. Para sorpresa de todos, cuando murió, ella ordenó construir un mausoleo impresionante en la Recoleta: él, sentado en un sillón, mirando al sur. Pero no fue un acto de amor. En su testamento dejó su última voluntad: que su busto fuera instalado de espaldas al de su marido "como vivimos siempre"


Salvador María del Carril no está entre los personajes más conocidos de nuestra historia; sin embargo fue un jurista y político argentino, liberal, unitario, soberbio y arrogante, cuya actuación pública se caracterizó por haber sido el primer ministro de economía que tuvo el país, el primer vicepresidente argentino, y por haber sido uno de los primeros 5 integrantes que tuvo la Corte Suprema de Justicia de la Nación.

Cuando en el año 1929 Juan Lavalle produjo el derrocamiento del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Manuel Dorrego, y lo mantuvo secuestrado con la intención de fusilarlo, quien con más insistencia exhortó al general unitario para que efectivamente concrete ese fusilamiento, fue Salvador María del Carril; paradójicamente el mismo que 24 años más tarde sería integrante de la Convención Nacional Constituyente que elaboró la Constitución Nacional, en cuyo preámbulo se invocaba como fundamento de su creación la necesidad de afianzar la justicia, y en cuyo artículo 18 se disponía que "queda abolida para siempre la pena de muerte por causas políticas…".

Antes de la sanción de la Ley Suprema en 1853, del Carril había sido gobernador de San Juan entre el 10 de enero de 1823 y el 26 de junio de 1825, y también el primer ministro de economía que tuvo la Argentina mientras Bernardino Rivadavia fue presidente de la Nación, entre el 8 de febrero de 1826 y el 27 de julio de 1827.

Luego formó parte de la Convención Constituyente que en 1853 sancionó la Constitución Nacional (siendo allí su performance muy pobre y deslucida), y al año siguiente fue vicepresidente de Justo José de Urquiza en el período comprendido entre el 5 de marzo de 1854 y el mismo día de 1860.

Dos años después, siendo presidente de la República Bartolomé Mitre, del Carril fue elegido para integrar la primera Corte Suprema de Justicia que tuvo la Argentina, cuyo titular fue Francisco de las Carreras. Permaneció en su cargo durante catorce años, hasta 1877.

El 28 de septiembre de 1831, mientras permanecía exiliado en Uruguay durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, Salvador María del Carril contrajo primeras nupcias con la porteña Tiburcia Domínguez, una joven 16 años menor que él. En ese momento del Carril tenía 33 años de edad, y ella apenas 17. El matrimonio tuvo una prolífera descendencia: una mujer y seis hijos varones.

Los primeros 25 años de matrimonio no parecieron ser complicados, porque si bien tuvieron algunas dificultades económicas en el exilio, no fueron graves. Sin embargo insólitamente los problemas parecen haber empezado cuando mejoró la situación económica de del Carril, quien tuvo la suerte de recibir una herencia de su familia y de compartir algunos emprendimientos con el acaudalado Justo José de Urquiza.

A partir de entonces Tiburcia descubrió que padecía una compulsión: la de gastar dinero en joyas, perfumes y vestidos, lo cual comenzó a generarle serias dificultades con su marido, quien le reclamaba que cuidara sus gastos.

Harto ya de esta situación, en 1862 del Carril publicó una solicitada en todos los medios de Buenos Aires, informando que él ya no se haría cargo de los gastos de su cónyuge, motivo por el cual exhortaba a los comerciantes a que cancelaran el crédito del que ella era acreedora por su condición social, exponiendo a su esposa a un escarnio público.

Tiburcia se sintió humillada a tal punto que, sin llegar a separarse de su esposo, no volvió a dirigirle la palabra. Así, en silencio, vivieron durante 20 años más, hasta que Don Salvador murió el 10 de enero de 1883, exactamente el mismo día en el que 60 años antes había asumido la gobernación de la provincia de la que era oriundo: San Juan. Ella lo sobrevivió 15 años. Se cuenta que cuando le informaron de la muerte de su marido se limitó a preguntar: ¿cuánto dinero dejó?

Cuando la viuda advirtió que no era poco, convocó al arquitecto francés Alberto Fabré, para que, en un predio que el matrimonio poseía en Lobos, construyera una enorme residencia en la que luego organizaría grandes fiestas destinadas a agasajar a sus amigos.

Pero esa opulenta vida no apagó el odio que evidentemente seguía sintiendo por su difunto esposo, a tal punto que encargó a Camilo Pomairone, un majestuoso mausoleo en el cementerio de la Recoleta, ordenándole construir una estatua de su marido sentado en un sillón mirando hacia el sur. La idea era que, cuando ella falleciera, se erigiera un busto de sí misma que debía colocarse de espaldas al de su marido, argumentando que, aún después de muerta, iba a seguir enojada con él.

Al respecto dijo: "No quiero mirar en la misma dirección que mi marido por toda la eternidad".

Tiburcia Domínguez falleció en septiembre de 1898. Desde entonces está de espaldas a su marido… para siempre.

Fuente: Infobae.com

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