En Estados Unidos, muchos suelen regalar pruebas de ADN para conocer su genealogía. Aquí en España no está muy extendido, pero...
Es muy difícil que Papá Noel se equivoque. Sin embargo, sus presentes a veces pueden llevar a la confusión. Incluso a que las familias se rompan. No es ninguna broma. ¿Alguna vez te has preguntado quiénes eran y de dónde proceden tus antepasados? Tal vez si llegaras a asomarte a esa ventana, solo ofrecida por la genética, te lleves una grata sorpresa. No tan agradable como crees.
¿Qué tiene que ver esto con la Navidad?, explorar la genealogía es la segunda afición más común entre familias, solo después de la jardinería, y la actividad más realizada en Internet sin contar con la pornografía. Uno de los alicientes que llevan a cientos de personas a vislumbrar su código genético es el bajo precio de los kits de prueba de ADN. Por menos de 100 dólares (unos 87 euros) puedes saber de dónde proceden tus raíces. Esto puede resultar curioso y maravilloso para ciertas familias, pero para otras puede deparar un duro varapalo al ver que su ácido desoxirribonucleico no se corresponde totalmente entre sí.
Es lo que le sucedió a Jenny (ya nos podemos imaginar el por qué no quiere desvelar su apellido), una escritora 'freelance' de la localidad de Connecticut (EEUU). A la menor de cinco hermanos siempre le habían intrigado las historias de sus antepasados. Cuando era adolescente, le encantaba mirar fotografías antiguas y había reconstruido su árbol genealógico durante décadas. De esta forma, comenzó a sentir mucha curiosidad por ver que pudiera revelar la prueba, así que envió un kit genético para que se lo analizaran.
Sus orígenes étnicos no depararon grandes sorpresas: era en gran parte británica, incluso tenía un poco de escocesa y un puñado de genes escandinavos. Pero un año más tarde, convenció a su hermano para que se hiciera una prueba con ella en otra compañía. Y, de repente, tuvo que enfrentarse a una realidad amarga en base a cuatro insignificantes palabras: "Relación estimada: medio hermano".
¿Cómo reaccionarías en caso de estar en la piel de Jenny? ¿Y ella? Lo primero, pensar que la prueba había salido mal. Habría dejado el kit de material genético al sol o se habría olvidado de no ir en ayunas de proporcionar la muestra de saliva. Investigó por su cuenta en Internet y descubrió que existe una unidad de mapas genéticos que mide el ligamiento entre dos personas llamada "centimorgan". Los hermanos suelen tener más de 2.500 centimorganos en común, pero ella solo compartía 1.700.
Atormentada por las dudas, le pidió a la prima de su padre, una mujer de unos 90 años, que también se sometiera al test. "Ella me había ayudado mucho con la genealogía, habíamos intercambiado fotografías anteriormente y era una persona muy dulce", asegura Jenny a la 'BBC'. Pero las respuestas volvieron a ser bastante desafortunadas. La curiosidad mató al gato, y al mes siguiente, esta mujer comprobaba atónita delante de la pantalla de su ordenador que no compartía el ADN con ella. "Pude sentir mi corazón rompiéndose. Nunca me había sentido tan sola", confiesa.
Pero en vez de quitarle hierro al asunto y continuar con su vida quiso indagar más y envió varios kits al resto de sus hermanos, convenciéndoles de que le dieran muestras de saliva. Sus sospechas no fueron infundadas; siempre había pensado que su aspecto era diferente, menos alta y más pálida. "Sentí que todo lo que había sabido durante 50 años ya no era cierto", pensó.
Un año más tarde, reunió el coraje necesario para hablar sobre ello con su madre, que estaba enferma de cáncer. Mientras tomaban el té, Jenny le comunicó sus descubrimientos. "Se llevó la taza a la boca pero se detuvo al beber, me miró y sus manos comenzaron a temblar", recuerda. "No creo que la haya visto llorar en mi vida, era una mujer fuerte y orgullosa de Boston. Verla así me dejó en estado de shock. Me angustiaba hacerle las preguntas; no quería molestarle, pero también pensé que no podía dejarla morir y no averiguar la verdad, ya que lo lamentaría toda la vida".
Jenny de pronto recordó la imagen del dueño de una tienda que vivía en el mismo barrio de su familia. Siempre había sido muy amable con ella. Para salir de dudas y dejarlo claro, le preguntó si aquel hombre era realmente su padre. "Solo dije su nombre y sus ojos se volvieron enormes", narra la hija con emoción. "Me preguntó cómo había sido capaz de resolverlo". Entonces, dejando unos segundos para respirar y recomponerse, su madre le confesó que esperaba haberse llevado con ella el secreto a la tumba. Nunca le había contado nada a su marido, por lo que el hombre que crió a Jenny no sabía que no era su padre biológico. "Nunca le conocí", sentencia. "Nunca estreché su mano, ni lo abracé, ni escuché el sonido de su voz. Nunca lo vi caminar o reír".
Estas modas estadounidenses de descubrir tu línea genética no son aplicables a España. Al final, ella pudo descubrir su historia y ahora mismo, a pesar del dolor ocasionado por no haber conocido a su verdadero padre, sabe que su familia sigue siendo la misma. Al fin y al cabo, es el único grupo de personas que están a tu lado y no eliges. Pero no por ello se llama siempre "familia" a aquellos con los que compartes tu material genético, sino el núcleo en el que te educaron, creciste y llegaste a ser la persona que eres ahora. A pesar de que no haya decisión, la familia es uno de esos colectivos que siempre se puede ampliar. Pase lo que pase.
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