Hemos tratado aquí a menudo, en varios artículos, las vidas de algunos personajes históricos que protagonizaron la etapa española en América, viendo cómo algunos de ellos eran nativos integrados en el ejército que defendían la legalidad virreinal mientras que otros, por contra, se levantaban contra la autoridad de la Corona dirigiendo insurrecciones. Hoy vamos a ver un caso que combina ambas cosas en una sola persona con la particularidad de que no se inscribe en la Historia de España sino en la de Francia y Guadalupe: Louis Delgrés.
Louis Delgrés nació en 1766 en Saint-Pierre, una localidad de la isla caribeña de Martinica, que era -y sigue siendo- una posesión francesa de ultramar. Aunque sus orígenes no están del todo claros, parece que se trataba de un hijo natural de una mulata llamada Elisabeth Morin, más conocida como Guiby, y un criollo blanco con un cargo de cierta importancia, Receveur du Roi et directeur des Domaines du Roi en la vecina Tobago; este hombre figura en los archivos con el mismo nombre y apellidos que su hijo, lo que demostraría el reconocimiento de ese parentesco.
El chico vivió con sus padres primero en una isla y luego en la otra recibiendo una esmerada educación, tal como prueba un documento del ejército en el que se explicita que sabía leer, escribir y hacer cálculos. Y es que al cumplir diecisiete años ingresó en la milicia colonial local y no tardó en ascender a sargento en un contexto muy especial, ya que en 1789 estalló la revolución en la metrópoli y la nueva Asamblea Nacional Constituyente, promulgó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
El primer artículo de este documento decía textualmente que “los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”, si bien los artículos quinto y sexto definían el concepto de libertad de forma menos abierta y siempre dependiendo de la legalidad vigente. Eso, en la práctica, excluía a las mujeres y los esclavos, aunque las primeras fueron reconocidas en 1791 con la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana que hizo Marie-Olympe de Gouges (pseudónimo de la escritora Marie Gouze). Olympe era abolicionista pero su defensa de los girondinos le hizo granjearse la enemistad del gobierno jacobino y acabó guillotinada.
Así, a la par que algunos negros libres como Julien Raimond y Jacques-Vincent Ogé gestionaban en Francia las cosas por la vía legal, al otro lado del Atlántico empezaban a echar brotes los primeros movimientos de emancipación y antiesclavistas. No sólo en los dominios españoles, como se cree, pues si en Perú ya se había producido la insurrección de Túpac Amaru entre 1780 y 1781, los mulatos de Haití tomaron el relevo en 1790 con una sublevación en la que exigían su equiparación con los hombres libres; al año siguiente se desató la revolución local.
Martinica experimentó un desarrollo propio de los acontecimientos porque los colonos realistas se movilizaron para hacerse con el poder bajo la dirección de Paul-Louis Dubuc. Delgré, republicano, tuvo que exiliarse en Dominica en el otoño de 1791. Un año más tarde participó en la elección de diputados de las Islas de Barlovento (la parte septentrional de las Pequeñas Antillas, que incluía Martinica, Granada, Santa Lucía, Barbados, Guadalupe, Dominica, Trinidad y Tobago) para la Convención Nacional.
En 1793 Delgré ascendió a teniente sirviendo a bordo del barco Félicité, a las órdenes de Jean-Baptiste Raymond de Lacrosse, que en 1793 sería nombrado gobernador de Martinica. Luego se convirtió en oficial del mariscal Jean-Baptiste-Donatien Vimeur de Rochambeau, elevándosele a capitán provisionalmente. El enemigo en aquel tiempo eran los británicos, que habían acudido en ayuda de los monárquicos caribeños a petición de Paul-Louis Dubuc. Precisamente combatiendo contra ellos fue hecho prisionero Delgré al caer Guadalupe en manos del adversario; ocurrió en la primavera de 1794 y no sería la última vez.
Le liberaron pronto, dejándole en Brest. Durante esa estancia en la metrópoli fue adscrito al recién formado Batallón de las Indias Occidentales y en enero de 1795 regresaba al Caribe para continuar la guerra contra Gran Bretaña. Durante la reconquista de Santa Lucía, en la que se distinguió, resultó herido de gravedad, recibiendo la confirmación de su grado de capitán. Ya recuperado siguió combatiendo en la isla de Saint-Vincent al lado de los garifunas, un grupo étnico integrado por zambos, mezcla de africanos y aborígenes caribes y arahuacos procedentes de múltiples rincones de América Central.
Pero en el verano de 1796 Delgré volvió a caer prisionero, pasando un año cautivo en Portsmouth hasta que fue puesto en libertad y partió hacia el puerto de Le Havre, en la costa de Normandía, gracias a un intercambio entre contendientes. Permanecería un tiempo en Francia, destinado en la guarnición de Martinville, en Ruan, para a continuación ser trasladado a la isla de Aix, en el litoral atlántico galo. En octubre de 1799 recibió el ascenso a comandante y se sumó a la pequeña escuadra que iba a viajar a Guadalupe.
Embarcó pocos días después de que, el 18 de Brumario, un joven y popular general llamado Napoleón Bonaparte diera un golpe de estado contra el Directorio estableciendo un Consulado cuyo poder se repartían él como primer cónsul, acompañado de Sieyès y Ducos (estos dos sustituidos al mes siguiente por Cambacérès y Lebrun). Para entonces, la esclavitud ya había sido abolida; lo hizo la Convención el 4 de febrero de 1794, aunque su aplicación práctica era otra cosa. Delgrés arribó a la isla y el panorama no estaba demasiado distinto.
Delgrés estableció contacto con círculos opositores, pues al fin y al cabo se le catalogaba de sans-culotte, término usado para designar a la base social de los revolucionarios, y con un grupo de oficiales rebeldes arrestó a Lacrosse y lo expulsó junto con sus oficiales. En su lugar puso a Magloire Pélage, otro mulato al que conocía de su paso por la isla de Aix. Todo esto venía porque Bonaparte ya había dado un giro a la marcha de la revolución, reorientándola hacia un proyecto imperial personalista que buscaba la estabilidad para prosperar a costa de recortar los radicalismos de la etapa anterior.
Una de las medidas que tomó en ese sentido fue restablecer la esclavitud, ya que su supresión amenazaba con hundir la economía antillana, para lo que envió a esa zona una expedición militar al mando del General Antoine Richepanse. La llegada de las tropas situó a los revolucionarios y esclavos fuera de la ley, en rebelión abierta. De hecho, el 10 de mayo de 1802 Delgrés hizo una famosa proclama desde la comuna de Basse-Terre, en la isla homónima, a “l’Univers entier, le dernier cri de l’innocence et du désespoir” (Al universo entero, un grito de inocencia y desesperación).
La superioridad militar de los hombres de Richepanse le obligó a desalojar el fuerte donde se atrincheraba con los suyos, escapando sigilosamente por una salida secreta para refugiarse en Matouba, una localidad ubicada en las laderas de La Soufrière, el volcán que originó y da forma a la isla. El 28 de mayo de 1802, viendo al enemigo iniciar el cerco a la villa, consideró que la causa estaba definitivamente perdida. Se reunió con sus trescientos seguidores en una casa de la comuna de Saint-Claude y atendiendo a su lema Vive libre o muere, la detonaron con explosivos muriendo en la acción.
La placa del Panteón/Imagen: Triboulet |
Muerto Delgrés y con él su rebelión, la esclavitud quedó restablecida. Sin embargo, Napoleón se proclamó emperador dos años después y eso sumió a Europa en un estado de guerra permanente durante mucho tiempo que tuvo repercusiones en América. Así, en 1810 Guadalupe fue ocupada por los británicos, que la retuvieron durante seis años para luego entregársela ¡a Suecia! No volvió a manos francesas hasta la caída de Bonaparte en 1814 y el sistema esclavista perduraría hasta su eliminación final en 1848. La mano de obra forzada fue sustituida por otra asalariada importada de la India y otros puntos de Asia con sueldos misérrimos, pero ésa es ya otra historia.
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