Hace más de un siglo, se forjó el más grande engaño de la historia arqueológica, que aseguraba que el origen de la humanidad se había producido en Inglaterra. Especialistas analizaron para Infobae la increíble historia del armado y el descubrimiento de la farsa que conmocionó a la ciencia
En los primeros años del siglo XX, en la región de Weald, Sussex, sudeste de Inglaterra, reinaban los bosques por sobre todas las cosas. Allí, el pueblo de Piltdown, donde nunca pasaba nada extraordinario, sería el centro de una conjura de mentiras y falsificaciones, que encandiló a la ciencia y al público por décadas. Los implicados son muchos, pero la historia, apasionante, involucraría desde Francisco Pascasio Moreno, el científico, naturalista, explorador y geógrafo argentino, conocido de manera popular como Perito Moreno, como también a eminencias de la ciencia arqueológica de la época y hasta Sir Arthur Conan Doyle, el padre de Sherlock Holmes.
La historia del hallazgo
Pero para empezar, primero hay que nombrar a Charles Dawson, un anticuario con cierto reconocimiento, coleccionista y arqueólogo aficionado, que para 1908 administraba varias granjas en la zona de Piltdown. Dawson era un amateur con hambre de reconocimiento, ya que en su haber tenía varios descubrimientos: desde dientes de un mamífero del Mesozoico del que no se tenía registro en la zona (el plagiaulax dawsoni), fósiles de un reptil del cretácico (el iguanodon dawsoni), varias plantas (también bautizadas con el dawsoni en su honor) y hasta una estatuilla romana fundida en hierro, algo también único en la región; región que conocía tan bien que lo llevaron a escribir libros de historia y geología.
Dawson y Woodward trabajando en el pozo de los milagros |
El relato de época de Dawson asegura que unos obreros, que habían cavado un pozo para buscar grava para un camino, hallaron restos de un coco -algo ya de por sí llamativo-, pero donde los otros vieron una fruta tropical, él entendió que eran restos de un cráneo y no cualquier cráneo, un cráneo de un grosor inusual, un pedazo de parietal humano que por su tamaño estaba fuera de todo registro.
Tres años después, en 1911, regresó, por esos caprichos del destino, al pozo que ya había visitado en tantísimas oportunidades y entendía como vacío, pero para su suerte halla otro hueso, ahora del frontal izquierdo, del mismo cráneo. Así, con persistencia, aparecen tres piezas más, como también fósiles de algunos animales tallados a mano, lo que demostraba que la zona había sido habitada algunos cientos de miles de años atrás. Comienza a armarse el rompecabezas.
Si bien Dawson es una figura respetada, su opinión no es la de un catedrático, una voz autorizada, ni merece el respeto de toda la comunidad científica y para eso recurre a Arthur Smith Woodward, director del Departamento de Geología del Museo Británico de Historia Natural y presidente de la Sociedad Geológica.
Convencido por las pruebas, Woodward se une a los trabajos arqueológicos en el pozo. Luego, también se sumarían a la excavación dos jesuitas franceses, a quienes Dawson había conocido en uno de sus paseos por la zona, aún antes de los famosos hallazgos. El más conocido de ellos fue Teilhard de Chardin, quien sería luego uno de los teológos más famosos del planeta al proponer una idea en la que creacionismo y evolución no eran contradictorias: "La Santa Evolución". Del trabajo en conjunto salieron resultados asombrosos: más huesos del cráneo, más pruebas de presencia humana prehistórica.
Durante aquellas excavaciones apareció una visita que llamó la atención de los medios de la época, Sir Arthur Conan Doyle. El gran escritor escocés tenía por allí una finca, en la que le gustaba pasar los veranos y, principalmente, jugar al golf.
Conan Doyle, que además era coleccionista de fósiles, se interesó por el trabajo en el pozo y su presencia, si bien no era común, tampoco era extraña. En 1912, publica El Mundo Perdido, la nouvelle con la que introduce al profesor Challenger y que narra cómo los dinosaurios convivían con hombres prehistóricos en Sudamérica. En este trabajo además, escribía acerca de lo fácil que sería crear una farsa con fósiles y engañar a los científicos contemporáneos.
En 1912 se realiza otro increíble hallazgo: aparece la mandíbula inferior, aunque incompleta. Está partida en los extremos, le faltaba el cóndilo articular, la protuberancia que permite la articulación con el cráneo, y también el mentón, desde el canino, aunque conserva de manera milagrosa dos muelas intactas.
Entonces, a simple vista, lo que tenían hasta entonces era un cráneo, de tamaño desproporcionado es cierto (si el cráneo humano de un hombre moderno mide entre 5 y 8 milímetros de espesor, aquel medía entre 10 y 12), pero evidentemente humano y parte de una mandíbula que parecía ser de mono.
¡Hete aquí, el Hombre del Alba!
Woodward se llevó las piezas al museo y diseñó el cóndilo necesario para que ambas partes formaran una sola calavera. Se creaba así el Hombre de Piltdown, el hallazgo más importante de la historia de la paleontología. Ese mismo año expusieron sus conclusiones ante la Sociedad Geológica británica.
De acuerdo a su expertise, Woodward aseguraba que el espécimen pertenecía al pleistoceno, o sea entre 2,59 millones y 10.000 a. C., y su nombre era Eoantropo dawsoni, Hombre del Alba, ya que era el antepasado más antiguo jamás encontrado. Hubo discordancias, escepticismo, pero el científico fue contundente en sus argumentos: habían sido hallados en la misma zona, tenían el mismo estado de fosilización y más. Además, dijo, los molares eran notablemente humanos por una características imposible en los primates: estaban gastados, algo irrealizable fisiológicamente para los monos que poseen grandes colmillos. Cerraba su alocución asegurando que el Eantropo debía considerarse como el eslabón perdido que probaba la exactitud de la teorías de Darwin.
El anuncio llegó en un momento clave. En todas partes del mundo surgían fósiles, de Europa continental a Asia y África, pero jamás lo hacían en Inglaterra. De esta manera, Piltdown, y por carácter transitivo la isla, se transformaba así en la cuna de la humanidad. Entre los científicos que aseguraron que el descubrimiento era auténtico estuvo Sir Arthur Keith, un reconocido antropólogo y anatomista.
Sin embargo, más allá del convencimiento por buena parte de la comunidad científica, la teoría tuvo detractores. De hecho, muchos de los países que mostraron su oposición a los resultados lo hicieron porque los ingleses no dejaban a especialistas de otras latitudes analizar de primera mano a la calavera. Entre ellos el controvertido director del Museo Smithsoniano Aleš Hrdlička: "Lamentablemente… el espécimen no estaba aún disponible para el examen por parte de extranjeros, de modo que no se puede aportar ninguna opinión original acerca de su condición. Representa sin duda uno de los hallazgos más interesantes respecto a la antigüedad del hombre, aunque al parecer todavía no se ha dicho la última palabra sobre su datación y en especial sobre las características físicas del ser al que representa".
Pasado el tiempo, el pozo siguió dando sorpresas. Aparecieron más fósiles, uno excepcional: un fémur de elefante trabajado en la punta, el único instrumento óseo del bajo Paleolítico jamás hallado en ninguna parte del planeta. Esto demostraba que el Eoantropo no solo era antiguo, sino que podía diseñar sus propias herramientas, por lo que era muy inteligente.
Dawson sigue de racha y en los años venideros haya más y más parte del cráneo, aunque en una zona a tres kilómetros del sitio original. Este nuevo pozo jamás fue identificado. En 1916, muere de una septicemia y jamás revela la ubicación de este asentamiento. No sería el único secreto que se llevó a la tumba.
Woodward se dedicó lo que le quedó de vida, exactamente 35 años, a defender los hallazgos de Dawson. Y sin bien abrió múltiples pozos en el área, jamás encontró ningún otro hueso, ni nada que se le parezca. No tenía, al parecer, la suerte o el instinto de Dawson para los descubrimientos.
La caída de los héroes ingleses
Por décadas el Eoantropo era, escépticos aparte, una prueba fehaciente de la evolución hasta que comenzaron a surgir de todo el globo más y más fósiles, como en Java, China y Sudáfrica, que tenían diferencias con el homínido inglés. Los cráneos eran más parecidos a los de los monos y las mandíbulas, mucho menos. Entre otras características, tenían una frente más fugitiva, menos abombada. De esta manera, parecían pertenecer a una familia completamente diferente a la del Eoantropo.
Los nuevos hallazgos demostraban que durante la evolución hubo un paulatino incremento de la capacidad craneal y una simétrica disminución de la mandíbula. Como se interpretaba que el Hombre del Alba era inteligente, por el tamaño de su cráneo y por las pruebas de que había fabricado herramientas, eso no solo lo convertía en el "padre" del hombre moderno, sino en el padre de todos los nuevos hallazgos, ya que se consideraba que había vivido hacía unos 500 mil años. Sin embargo, esta última hipótesis no fue más que un intento desesperado por mantener vivo al espécimen de Piltdwon, algo imposible cuando los hallazgos del resto del planeta demostraban que el famoso cráneo no tenía nada que ver con los demás, que era una anomalía, una rareza sin lógica.
Woodward no vivió para ver como la obsesión de su vida se hacía pedazos. La resistencia que había encontrado en EEUU, Alemania o Francia resurgía con más fuerza, aunque el Hombre de Piltdown encontró su verdugo en su propio país. Kenneth Oakley, investigador del Museo Británico, había desarrollado una técnica para analizar el contenido en flúor de los fósiles y así conseguir una datación mucho más próxima que la simple visualización. La datación, ahora, se hacía de un fósil con respecto a otro y se fundamentaba en que los huesos enterrado absorben flúor del entorno; a mayor tiempo, más flúor. El primer resultado fue alentador, el cráneo y la mandíbula podrían haber pertenecido a un solo individuo, decía el informe. El júbilo era inglés.
Cuatro años después, Oakley presentó un informe más detallado, en el que se incluían todos los huesos, humanos y de animales, procedentes de Piltdown. El científico concluía que el Eoantropo no había vivido hacía 500 mil años, sino, como mucho, hacía 50 mil. Este cambio convirtió el Hombre del Alba en un absurdo evolutivo, un ser que no se ajustaba a ninguno de los hallazgos anteriores, ni posteriores. Luego, la técnica de datación por flúor se mejoró, y a los pocos años no había dudas de que el cráneo y la mandíbula habían vivido en distintas épocas, por lo tanto pertenecían a seres diferentes. Fin del fraude.
¿Quién llevó a cabo el fraude?
Más de un siglo después del comienzo de esta rocambolesca historia, existen diferentes hipótesis sobre la verdadero perpetrador del fraude. Para algunos, fue Dawson, la evidencia principal radica en que fue quien hizo los descubrimientos, para otros Woodward, ya que por sus conocimientos era quien tenía más herramientas, incluso algunos apuntan a su ayudante Martin Hinton, debido a que tras su muerte se encontraron varios huesos y dientes teñidos (técnica que se había aplicado en Piltdown) y modificados entre sus posesiones.
El francés Teilhard de Chardin, quien realizaba excavaciones en el área aún antes de los descubrimientos, también es señalado, debido al sospechoso silencio que guardó durante toda su carrera con respecto al tema, en los 23 libros que reúnen su obra científica, filosófica y epistolar, solo menciona el caso en una oportunidad y de manera elíptica.
Para los investigadores del Museo de Historia Natural y de la Universidad John Moores de Liverpool no cabe duda: Charles Dawson es el único responsable. "Dawson era conocido por ser ambicioso. Quería un reconocimiento profesional. Él quería ser un miembro de la Royal Society, quería que la gente dejara de verlo como aficionado", dijo Chris Stringer, antropólogo del Museo. Pero su opinión no solo se basa en suposiciones sobre egos, sino en que una prueba de ADN a los fósiles demostró "que el diente descubierto en 1915 por Dawson pertenecía al cráneo original (1911), lo que sugiere que los había plantado a ambos", por que, "las posibilidades de que Dawson tropezase con dos sitios arqueológicos falsos, a tres kilómetros de distancia, está más allá de la credulidad".
Sin dudas el implicado más famoso fue Conan Doyle. La historia sobre su responsabilidad duró más de un siglo y aún hoy algunos llegan a dudar de que sea realmente inocente. La cuestión es que el autor se incriminó en El Mundo Perdido y, como la comunidad científica, lo acosaba y desacreditaba por apoyar de manera pública al espiritismo, muchos creyeron que esta fue su manera de devolver el favor, de ridiculizar a los investigadores.
"Conan Doyle era conocido por jugar al golf en Piltdown e incluso se sabe que había recorrido la zona en auto con Dawson. Pero él era un hombre público y muy ocupado y es muy improbable que hubiera tenido el tiempo de armar tamaño engaño. En términos de motivación, habría sido una manera de humillar a los científicos que se burlaban de él por expresar su creencia en el espiritismo. Así que hay algunas coincidencias, pero creo que son sólo coincidencias. Cuando miras la evidencia fósil, sólo puedes asociar a Dawson con todos los hallazgos", dijo Stringer.
Para el licenciado en ciencias física y autor argentino Matías Alinovi la participación del escritor siempre estuvo basada en "tentaciones del relato, o de los narradores. Fabular, hacer de un personaje famoso el protagonista secreto de un fraude".
"Conan Doyle era un coleccionista de rarezas antropológicas y, como tal, pasó una tarde con Charles Dawson, a quien hoy consideramos como el personaje decididamente fraudulento de la historia, conversando sobre su hallazgo. De ahí la conexión, y la fábula", explicó a Infobae el autor de "Historia Universal de la infamia científica" (Siglo XXI), donde se recopila esta historia.
Por otro lado, en los últimos años, Gerell Drawhorn, investigador de la Universidad de California, llevó a cabo el análisis más completo de los fósiles hallados en Piltdown. Descubrió, entre otra cosas, que los de animales eran procedentes de sitios como Malta, Túnez o Normandía. Tras el análisis de la mandíbula determinó que había pertenecido a un orangután de Indonesia, pero ¿qué sucedió con el famoso cráneo? Para Drawhorn estaba compuesto por diferentes personas, de edad medieval, siendo una de ellas una ona fueguina.
El papel del Perito Moreno
Drawhorn afirma en "Piltdown: la evidencia antropológica e histórica de la complicidad de Woodward" que ya antes de los descubrimientos existía una relación estrecha entre Woodward y el antropólogo, geógrafo y explorador argentino Francisco Pascasio Moreno, el Perito Moreno. Para esto se basa en documentación del Museo Británico y los propios cuadernos de Woodward, donde se declara que la institución había recibido "la generosa ayuda del Dr. Moreno al presentar a la sección de historia natural numerosos objetos provenientes de la Patagonia y de la República Argentina en general". Es más, descubrió que el arqueólogo inglés había sido el curador de una muestra de huesos onas a cargo del Perito y hasta halló en un libro cómo Woodward ya había notado la similitud entre los fósiles presentados por Dawson y los especímenes de aquella muestra.
En su libro, Alinovi sostiene que Moreno nunca fue una parte activa del fraude, sino un partícipe involuntario, pero necesario. Sin embargo, para Luis Borrero, reconocido arqueólogo argentino, especialista en los pobladores originales en la Patagonia, "toda la evidencia apunta a Charles Dawson como el único falsificador, presentándole a Smith Woodward 'los resultados' de supuestos hallazgos realizados fuera de las colecciones del museo".
"No conozco evidencia de que haya estado implicado material llevado por Moreno. El Natural History Museum incluye algún material de Tierra del Fuego, básicamente adquirido vía Bridges. Todas las tareas de recuperación de material humano de Moreno ocurrieron en el continente, principalmente en el norte de la Patagonia. La llamada 'momia' del Gualicho es una de las pocas excepciones, que proviene de la costa sur del lago Argentino", explicó Borrero a Infobae.
Cómo afectó a la ciencia
Existen dos tesis con respecto al hombre de Piltdown, una sostiene que ayudó a la generación de nuevas técnicas de datación, por ejemplo; y la otra que gracias a este engaño la ciencia estuvo "demorada" por 40 años.
Para Alinovi las dos "no son necesariamente excluyentes". "El fraude de Piltdown habrá detenido la posibilidad de establecer un árbol genealógico de la humanidad más verdadero. Habrá, entonces, demorado el saber teórico. Pero, al mismo tiempo, habrá permitido el desarrollo de nuevas técnicas de datación de fósiles. En conclusión, el saber teórico sufrió tal vez algún atraso, la tecnología, algún adelanto. Pero entonces, ¿qué decir? ¿La 'ciencia' estuvo demorada o adelantó gracias a Piltdown? La verdad es que si pensamos en la confabulación entre saber teórico y tecnología –en el sentido de que un nuevo saber teórico permite una nueva posibilidad tecnológica, y una nueva posibilidad tecnológica permite un nuevo saber teórico– ocurrieron ambas cosas al mismo tiempo", finalizó.
Fuente: Infobae
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