Los antiguos navegantes españoles se aventuraron a
cruzar el océano en busca de oro y especias, pero equivocaron su
travesía al querer llegar a las Indias Orientales; sin embargo,
encontraron en el Nuevo Mundo, entre muchos otros productos desconocidos
en Europa, la pimienta gorda y la vainilla, que hoy en día son dos de
los condimentos y saborizantes más importantes en el mundo.
El
comercio de especias, aunque parezca mentira, llegó a tener precios más
altos que el mismo oro, lo que provocó graves conflictos entre los
pueblos que pretendían monopolizar su mercado; paradójicamente, a través
de la historia los poseedores de la vainilla –indígenas campesinos y
pequeños productores totonacos– no han manejado directamente su
comercialización, ni se han visto beneficiados a pesar de la riqueza que
este producto representa.
La vainilla es una orquídea originaria
de México y fue descubierta por los totonacos, quienes ya la utilizaban
extensamente antes de la llegada de los españoles. Para este pueblo, la
vainilla era una de las plantas de mayor importancia y su uso se
extendió entre los pueblos prehispánicos, quienes la llamaron xahnat,
hasta los aztecas, que le dieron el nombre de tlilxochitl.
En el
Totonacapan, la vainilla representaba un símbolo cultural, como lo fue
el maíz para otros grupos; más allá de su uso como condimento o
saborizante, fue un elemento fundamental del comercio; de manera similar
al cacao, uno de los tributos que exigían los aztecas a los pueblos
conquistados fue precisamente la vainilla.
Para los totonacos, la
vainilla desempeñaba un papel fundamental y su aprovechamiento a partir
de las plantas silvestres era muy respetado; así, antes de entrar al
bosque a recolectarla, tenían que pedir permiso y mostrar su
agradecimiento a Ki Mi Ekolo, o Quihuipolo, el dios del monte.
Durante los años que duró la Conquista, la bebida conocida como xocoatl
(chocolate) entre los aztecas era condimentada con vainilla, apreciada
no solo por su sabor sino por su valor estimulante. En una de sus
cartas, Hernán Cortés describe sus efectos a Carlos V, asegurando que
bastaba con una taza de esa bebida indígena para sostener las fuerzas de
un soldado durante todo un día de marcha sin ningún otro alimento. Los
nobles mexicanos en los tiempos de Moctezuma Xocoyotzin (1466-1520)
cocían el cacao con agua, miel de abejas silvestres y un poco de
vainilla, bebida a la que consideraban estimulante y sobre todo
afrodisíaca. Los españoles quedaron admirados por los usos de esta
planta y la documentaron en sus códices, siendo la primera orquídea
americana ilustrada en el códice de la Cruz-Badiano en 1552.
En
el viejo mundo, el uso de la vainilla se popularizó como saborizante del
chocolate, principalmente en Francia, ya que en España e Inglaterra
preferían añadirle canela, y ante la demanda creciente y su escasa
presencia silvestre se establecieron los primeros vainillales. En
efecto, las más antiguas plantaciones registradas se ubicaron en
Papantla, en el año de 1760; en ese entonces, México era el único
productor mundial.
En virtud de la demanda constante que el
mercado europeo ejercía para su comercialización, la vainilla fue
llevada a Inglaterra en el año 1800, posteriormente a los jardines
botánicos franceses, y transportada después hacia las islas del Océano
Índico, donde llegó a mediados del siglo XIX.
Indonesia y
Madagascar pronto se convirtieron en los mayores productores mundiales
de la vainilla mexicana, lo que significó que la comercialización de la
producción nacional fuera desplazada.
Otro de los problemas que
surgieron fue el descubrimiento de un producto sintético con sabor a
vainilla, cuya producción resultaba más barata. Por falta de comercio,
el producto natural declinó y muchos cultivos fueron abandonados o
desplazados. A pesar de la crisis, la vainilla permaneció como un
símbolo de identidad entre los totonacos, y fue gracias a esta
apropiación que el cultivo no desapareció durante las épocas más
difíciles.
El producto sintético no sustituyó a la vainilla por
mucho tiempo pues se descubrió que era cancerígeno. Debido a sus reglas
sanitarias, Estados Unidos y algunos países de Europa incrementaron otra
vez el consumo de productos naturales al considerarlos más saludables,
demandando de nuevo el producto natural y desechando los sintéticos.
Esta circunstancia ha abierto un posible campo de desarrollo para el
comercio de vainilla orgánica. Al respecto, algunos autores señalan que
será necesario emprender campañas dirigidas a los consumidores para que
exijan el consumo de la vainilla natural producida por técnicas
tradicionales, así como por su buqué y por los compuestos aromáticos
combinados, al igual que se hace con el vino, que se sigue consumiendo
en todo el mundo a pesar de que podría fabricarse industrialmente casi
al instante a partir de jugo de uva adicionado con alcoholes y taninos.
Por otra parte, cultivos como la vainilla se consideran de bajo impacto
ambiental, como el café bajo sombra, por lo que ofrecen alternativas de
diversificación productiva y protegen la biodiversidad del ecosistema.
El cultivo de la vainilla está basado en una especie autóctona,
asociada a aspectos culturales prehispánicos, que crece bajo
árboles-sombra, lo que propicia los corredores de aves y de otros
animales silvestres. Por otro lado, el clima del Totonacapan ofrece
condiciones ambientales específicas para concentrar los elementos
aromáticos dentro de los frutos, lo que hace que el cultivo tenga la
mayor calidad del mundo.
Históricamente, podemos señalar que el
proceso de comercialización de la vainilla nunca ha sido controlado por
los productores. Desde la dominación de la cultura totonaca por los
aztecas y posteriormente por los conquistadores y hacendados, fueron
estos quienes acapararon y controlaron totalmente el comercio de la
vainilla, no los indígenas que la producían.
Así, es necesario
promover las acciones necesarias para que los productores puedan
beneficiar su propia producción, evitando intermediarios y acaparadores;
así mismo, se debe buscar que estos sean competentes, promuevan el
producto en un tipo de comercio justo y se organicen para que puedan
satisfacer la demanda internacional, logren la certificación de su
producto y obtengan el valor agregado de los cultivos orgánicos.
Han sido numerosos los intentos por extraer el saborizante con sabor a
vainilla a partir de otras materias primas, como el aceite de clavo, el
eugenol o la madera de coníferas; incluso, en 2007, la investigadora
Mayu Yamamoto, del Centro Médico Internacional de Japón, ganó el premio
Nobel Ig1 por el desarrollo de un método para obtener “vainillina” (el
componente principal de los extractos de vainilla) a partir de
excremento de vaca; sin embargo, nada es comparable a la vainilla
natural, cultivada en plantaciones y curada con métodos tradicionales.
El cultivo de la vainilla es un recurso que encara grandes
dificultades, no solo las que se derivan de los intermediarios y
acaparadores, las fluctuaciones de precios y la competencia ante los
saborizantes sintéticos; por ejemplo, el hábitat silvestre de esta
orquídea está seriamente amenazado, por lo que podrían perderse las
variedades silvestres que tienen un gran potencial genético.
La
vainilla es una especie tan utilizada, pero a la vez tan desconocida en
México –a pesar de que es su país de origen y de que posee la mejor
calidad mundial–, que es necesario diseñar estrategias para promover el
consumo de la vainilla natural, así como para conservar y proteger la
diversidad de la vainilla silvestre, ya que es muy probable que este
recurso biológico y cultivo prehispánico desaparezca para siempre.
Fuente: Planet of Aztecz
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