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Gral. Juan Galo Lavalle |
Luego de la Batalla de Moquehua, y las famosas y gloriosas Veinte Cargas de
Lavalle, queríamos narrarles que la historia no concluyó allí, sino que
aquellos pobres desdichados, vencidos en batalla, debían atravesar otro
calvario para salvar sus vidas...
Los afortunados,
entre ellos Juan Galo de Lavalle y el General Rudecindo Alvarado, el
inepto comandante de aquella expedición, pudieron llegar a puerto y
embarcar en dos navíos que los sacarían de aquel infierno.
Al
amanecer de uno de los últimos días de enero, aquel grupo de valientes
lograron embarcar en los navíos "Dardo" y "Trujillana".
Evidentemente la inexperiencia de los capitanes de aquellos barcos, hizo
que a poco de avanzar, ambos barcos chocaran contra las rocas de la
costa y se hundieran a treinta kilómetros del Puerto de Pisco. Cerca de
treinta soldados patriotas murieron en el naufragio.
Es decir que
aquella expedición al sur del Perú, que había partido con grandes
expectativas, había sido vencida en batalla dos veces (Torata y
Moquehua), había atravesado un desierto de treinta kilómetros, embarcado
y naufragado, todo ésto en una veintena de días...
La situación
volvía a repetirse. Un nuevo desierto volvía a atrapar a aquel puñado de
valientes. Comenzaron una nueva caminata a través de interminables
arenales. Sin agua, sin alimentos, con las vestiduras desgarradas, aquel
camino era el camino a una muerte segura.
Luego de algunas leguas de marcha, sobre el horizonte distinguieron unas palmeras, y se sabe que donde hay palmeras hay agua...
Hacia aquellos árboles partieron los pocos que aún caminaban, buscando
el líquido salvador. Escarbaron entre las raíces de aquellas palmeras,
despedazándose los dedos en la arena seca, hasta conseguir un pequeño
charco de agua turbia.
Esos hombres que habían conquistado las
mayores alturas de la América, se peleaban entre ellos como fieras por
un sorbo de agua caliente y sucia. Lavalle intentó separarlos, pero vio
que todo era imposible, aquellos soldados habían perdido toda
disciplina.
Luego de estar un día debajo de aquellas palmeras, Lavalle decidió
partir. Prefería morir atravesando aquellos arenales, a seguir esperando
la muerte segura debajo de esa rala sombra. Así se lo hizo saber a
Alvarado, que le dijo:
La noche del segundo día se llevó a veinte almas más.
Cuando se acercaba la noche del tercer día, Lavalle había tomado la decisión de avanzar. ¿Hacia donde? Él no lo sabía. Pero lo que sí sabía, era que no quería morir en ese oasis perdido en el medio de la nada.
-¡Son los Húsares!- gritó alguno
-¿Vio Lavalle?. Al fin de cuentas va a terminar muriendo en batalla, nomás...
Fuente: Granaderos Bicentenario
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