En 1908, el presidente José
Figueroa Alcorta tomó una drástica medida contra el Poder Legislativo,
donde la mayoría opositora se negaba a tratar el presupuesto
No
se ignora que el doctor José Figueroa Alcorta (1860-1931) fue el único
argentino que condujo los tres poderes del Estado, en distintos momentos
de su vida. Fue vicepresidente de la República y por tanto presidió el
Senado Nacional (1904-1906); presidente de la República (1906-1910) por
muerte del titular, y presidente de la Suprema Corte de Justicia de la
Nación (1930-31). Pero fue también el único presidente que clausuró el
Congreso. Es una historia que merece contarse a grandes rasgos.
Figueroa Alcorta tenía vinculación familiar con Tucumán: su esposa,
Josefa Bouquet, era hermana de Clemencia Bouquet, casada con el
distinguido político tucumano Zenón J. Santillán. Como buen cordobés,
había sido siempre hombre de Julio Argentino Roca y del Partido
Autonomista Nacional (PAN), que el ex presidente lideraba y cuyo núcleo
duro estaba en aquélla provincia.
De la mano de Roca logró ser,
sucesivamente, ministro en Córdoba, diputado nacional, gobernador de su
provincia y senador nacional. En la “Convención de notables” de 1903, el
apoyo de Roca le significó la candidatura a vicepresidente, en la
fórmula que encabezaba el doctor Manuel Quintana y que, triunfante,
asumió en 1904. Con la muerte de Quintana (1906) quedó como presidente
titular.
Era ministro del Interior de Quintana, el doctor
Joaquín V. González, hombre de Roca, demostrando así su fidelidad al
PAN. Pero al renunciar González, Figueroa Alcorta lo sustituyó por un
antirroquista, el doctor Manuel Montes de Oca, y luego por otro
–tucumano- de la misma tendencia, el doctor Marco Avellaneda. Quedaba
claro, de ese modo, que ya no aceptaba la tutela del PAN, que seguía
siendo muy fuerte en el Congreso, sobre todo en el Senado.
Pero
Figueroa Alcorta, además, maniobró con seguridad y con firmeza para
demostrar que tampoco lo dirigían los legisladores mitristas; ni los
numerosos partidarios del caudillo bonaerense y senador doctor Marcelino
Ugarte, quien aspiraba a sucederlo en la presidencia en las elecciones
de 1910.
La cerrada oposición legislativa hacia el presidente se
manifestaba a cada rato, y eso convirtió en improbable la aprobación del
presupuesto 1908. Figueroa Alcorta convocó al Congreso a sesiones
extraordinarias, desde el 15 de noviembre de 1907, para tratar esa ley
clave y varias otras. Pero pasaron tres meses sin que las Cámaras se
ocuparan de los asuntos de la convocatoria. Además, se sabía que Ugarte
maniobraba con sus legisladores para plantear juicio político al
Ejecutivo.
Entonces, el presidente tomó una decisión que nadie
sospechaba. El 25 de enero de 1908, expidió, en acuerdo de ministros, un
decreto por el cual declaraba clausuradas las sesiones extraordinarias
del Congreso, retiraba todos los asuntos elevados a su consideración, y
ponía en vigencia, para 1908, el presupuesto del año anterior.
Los considerandos tenían en cuenta que, desde el comienzo de las
sesiones, “no han sido considerados por las Cámaras, ni puestos a la
orden del día para su discusión, ni uno solo de los asuntos incluidos en
la convocatoria”.
Y añadía que, específicamente, la falta de
sanción del presupuesto privaba al Gobierno “de los recursos necesarios
para el sostén de instituciones como el Ejército, la Marina, la Policía,
el Correo, los Ferrocarriles; sin cuyo funcionamiento desaparecería el
gobierno de la Nación”.
Esto además de impedir “el servicio de la
deuda pública, cuya suspensión produciría la ruina del crédito
nacional”. Tampoco se habían tratado los pliegos de curso para el
intendente municipal y para el presidente del Consejo Nacional de
Educación.
En esas condiciones, entendía que prolongar las
sesiones del Congreso era “contrario a la letra y al espíritu de la
Constitución, la cual prescribe que sólo debe sesionar durante cinco
meses, y faculta al Poder Ejecutivo para que lo convoque a sesiones
extraordinarias, con el único objeto de tratar asuntos de gran
importancia”.
Expresaba que semejante proceder “amengua la
autoridad moral del Poder Ejecutivo y puede ser el germen de la anarquía
y de la guerra civil”. Y que, en última instancia, “el presidente es el
jefe supremo de la Nación y tiene a su cargo la administración del
país”, con el deber de “velar por la paz y la tranquilidad pública y
mantener la marcha administrativa del Estado”.
El cierre fue
bastante más allá de los papeles. Figueroa Alcorta dispuso, el 27 de
enero, que el Cuerpo de Bomberos ocupara el edificio del Congreso, y que
impidiera el acceso de los legisladores de ambas Cámaras, en la
proximidad de cuyos domicilios, además, se apostó la policía.
Al
mismo tiempo, el Ministerio del Interior informaba que estaban
prohibidas las reuniones de legisladores nacionales en todo el
territorio de la República. Cualquier gobernador que las facilitara,
sería intervenido.
Como es de imaginar, la medida tuvo enorme
resonancia pública. En la prensa, la condena fue prácticamente unánime.
“La Nación”, por ejemplo, habló de un “atropello constitucional” y en el
mismo sentido se pronunció “El Diario”. El título de “El Nacional”
expresaba: “Golpe de Estado”.
Se sabía que Marcelino Ugarte
instaba a sus amigos para alzarse directamente contra el Gobierno, y que
con el mismo propósito se comunicaba con las provincias. No lo
apoyaron. Cuando invitó a alzarse al gobernador de Entre Ríos, este le
respondió que movilizaría sus fuerzas “veinticuatro horas después de que
Buenos Aires movilizara las suyas”. Y en cuanto al gobernador de Buenos
Aires, Ignacio Irigoyen, respondió a Ugarte que movería sus uniformados
“siempre que Roca se ponga a su frente”.
En suma, los opositores
no pudieron hacer nada concreto para revocar la drástica medida
presidencial. El paso del tiempo iría jugando a favor de Figueroa
Alcorta. La oposición más fuerte, que encabezaba Ugarte, planeaba que,
ni bien se reabriera el Congreso, podría votarse rápidamente un juicio
político al presidente.
Pero Figueroa Alcorta exigió al
gobernador de Buenos Aires que rompiera con Ugarte, bajo amenaza de
intervenirlo. La ruptura consistiría en armar una lista de candidatos a
diputados nacionales donde no hubiera ningún “ugartista”. Fue una oferta
que Irigoyen no pudo rechazar.
En la Capital Federal, roquistas y
ugartistas se sumaron al Partido Republicano para armar una coalición
que derrotara al presidente. Pero Guillermo Udaondo, jefe de los
republicanos, no estaba muy convencido. Se demoró en el veraneo y,
cuando por fin regresó, objetó la lista armada. No hubo tiempo para
reunir la convención del partido y confeccionar otra: por lo tanto, no
hubo lista opositora. Figueroa Alcorta indicó a cada gobernador de
provincia la nómina que debía votarse. El único que no la aceptó fue el
roquista Antonio Ortiz y Herrera, gobernador de Córdoba, y el Ejecutivo
lo intervino, designando comisionado al médico y diputado nacional
tucumano Eliseo Cantón.
Sin oponentes en la elección de diputados
nacionales, cuando se integró de nuevo el Congreso se sentaban en las
bancas numerosos hombres que respondían al presidente. En cuanto al
Senado, los opositores encontraron conveniente plegarse a los nuevos
vientos. Sólo desentonaba con la postura complaciente, el doctor Manuel
Láinez, quien, desde “El Diario” satirizaba a Figueroa Alcorta sin
descanso: lo llamaba “vice en ejercicio” y aseguraba que tenía fama de
“yeta”…
Al reanudarse las sesiones, el 7 de mayo de 1908, con un
Congreso despoblado de opositores, cayeron en el vacío las fuertes
críticas que algunos diputados (como Antonio Piñero, Luis María Drago,
Carlos Saavedra Lamas o Emilio Mitre) lanzaron contra la clausura.
En su mensaje de apertura de las Cámaras, aseguró Figueroa Alcorta que
no había tenido intención alguna de violar la Constitución ni de
inmiscuirse en el ámbito reservado a otros poderes del Estado. Mentó de
paso la clausura del Congreso, a la que calificó de “uno de los
procedimientos ulteriores” del decreto de implantación del presupuesto,
determinado “por circunstancias graves y móviles elevados y dignos,
absolutamente ajenos al designio inconcebible de incurrir en una
violación de fueros parlamentarios, que no habría tenido justificación
razonable”.
El tan resonante cierre del Congreso se canceló con
una medida realmente insólita: el cuerpo resolvió procesar y multar al
jefe de Bomberos, coronel José María Calaza, por haber impedido a Láinez
el ingreso al Senado durante la clausura…
Fuente: Raúl Hill
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