Durante la Guerra de la Independencia, los soldados desdeñaban la lanza,
que se enastaba en maderas de Tucumán. Hasta que, en la Guerra con el
Brasil, mostró su enorme eficacia
La lanza, ese palo largo que lleva en un extremo una punta afilada, es
una de las armas más antiguas que usaron los hombres, desde tiempos de
las cavernas. Así lo testimonian hasta el cansancio los hallazgos de los
arqueólogos. Primero debió ser un palo aguzado, al que luego se le
colocó una piedra afilada: más tarde, esta sería reemplazada por el
hierro.
En cuanto a su presencia en nuestro país, el coronel Juan
Beverina le dedicó un estudio cuyas referencias pueden servirnos de
excelente guía. Informa que hasta después de la Revolución de Mayo de
1810, los soldados acudían a la lanza con bastante disgusto, y solamente
como “arma de emergencia”, cuando escaseaban las carabinas y las
pistolas.
En Tucumán
En las luchas contra el indio,
durante el Virreinato, un tiempo se usaron las llamadas “chuzas”, de
tres varas de largo. Pero el virrey Juan José de Vértiz dotó a sus
fuerzas de carabina, dos pistolas y una espada, ya que los indios,
decía, tienen “mucho miedo a las armas de fuego, pero no a las lanzas,
en cuyo manejo son muy diestros”. Además, los indios blandían una lanza
mucho más larga, con “seis y media varas de largo y tres cuartas de
cuchillo”.
A poco de ocurrida la Revolución de Mayo, ya aparece
el nombre de Tucumán vinculado con las lanzas. La Primera Junta se
alarmó por la falta de armas de fuego y, por decreto del 10 de agosto de
1810, dispuso que los sargentos usaran alabardas (es decir un tipo de
lanza con filosas aletas) en vez de fusiles. Ordenó además que “en la
provincia de Tucumán” se formen “dos compañías de alabarderos, de cien
hombres cada una, pues esta es una excelente caballería para el Perú y
aumenta la fuerza supliendo la falta de armas de fuego”.
Favorita de Belgrano
Disponía
además la Junta que el extremo hiriente de la lanza, la “moharra”,
sería trabajado “con pulidez” en la Real Armería, que estaba bajo la
dirección del vocal Miguel de Azcuénaga. Luego, las moharras se
remitirían a Tucumán, para ser enastadas “con maderas buenas, de las que
abundan en esos destinos”.
No escapó al general Manuel Belgrano
la importancia de que la caballería del Ejército del Norte que mandaba,
emplease la lanza. En abril de 1812, desde Jujuy, avisaba al gobierno
que iba a dotarla de esta arma, pues las de fuego que poseían resultaban
“inútiles en sus manos”, y le servirían para el Cuerpo de Cazadores que
proyectaba formar.
Ya había equipado con lanzas a los Dragones
que no tenían carabinas ni pistolas, y también las portaba su escolta.
Esto para quitarles, decía, “la aprensión que tienen contra ella” y para
que “se aficionen a su uso, viendo en mí esta predilección”. En 1813,
se quejaba: “no he podido convencerlos de su utilidad, conozco a
nuestros paisanos: sólo gustan del arma de fuego y la espada.”
Rechazo del soldado
El
entusiasmo de Belgrano por la lanza produjo gran descontento, tanto en
los oficiales como en la tropa. Refiere el general José María Paz, como
testigo, que “los soldados se creían vilipendiados y envilecidos” por
cargar una lanza. Narraba que “he visto llorar amargamente a soldados
veteranos de caballería, porque se les había armado de lanza”, y a
oficiales “sumergidos en una profunda tristeza, porque su compañía había
sido transformada en lanceros”.
Paz era de la misma opinión en
esa época, hasta que se dio cuenta de que la lanza constituía “el arma
más formidable para el que sabe hacer uso de ella”. En la segunda
campaña al Alto Perú, pudo deplorar la falta de lanzas. Cuenta que, en
Vilcapugio, el regimiento de Dragones cargó sobre un cuerpo de
infantería realista. Cuando estaban a muy corta distancia, todos se
detuvieron. Los patriotas tenían muy pocos sables, y los infantes
realistas no pudieron hacer fuego porque sus fusiles estaban
descargados.
Reflexionaba Paz que, si los suyos hubieran tenido
lanzas, el batallón realista hubiera sido “penetrado y destruido”.
Agrega que tal vez esto determinó que “depusiésemos el horror a la lanza
y la tomáramos con calor dentro de pocos días”.
Tremenda eficacia
Durante
la marcha, los soldados de caballería llevaban la lanza calzada en un
soporte del estribo, conocido como “cuja”. Los indios se la amarraban
con un tiento a la muñeca y la arrastraban, dejando en el desierto la
típica huella llamada “rastrillada”.
En Salta, el general Martín
Güemes tuvo un escuadrón de lanceros gauchos: lo mandaba José Francisco
“Pachi” Gorriti y utilizaban la lanza con matemática y mortal precisión.
La punta consistía en una hoja de cuchillo, o la mitad de una tijera de
esquilar, bien atada.
Es sabido que en 1813, en el combate de
San Lorenzo, el general José de San Martín dispuso que sus granaderos
atacaran a los realistas por sorpresa, utilizando solamente sable y
lanza. Justamente uno de sus lanceros, el puntano Baigorria, le salvaría
la vida. Cuando su caballo fue abatido y cayó trabándole las piernas,
Baigorria atravesó con su lanza al soldado realista que intentaba clavar
su bayoneta en San Martín. Esto mientras, por el otro lado, cubría el
cuerpo del jefe caído –a costa de su vida- el sargento Juan Bautista
Cabral.
Cargas en el Brasil
Según Beverina, fue en
la guerra con el Brasil donde la lanza recibió su “consagración
definitiva”. Dos regimientos argentinos, el 8 y el 16 (al mando de
Pacheco y de Olavarría) estaban totalmente equipados con lanzas. Y otros
tres, numerados 2, 4 y 8 (que mandaban Paz, Lavalle y Zufriategui)
“estaban armados por partes iguales de lanza y carabina”.
En el
combate de Arroyo Ombú, el 15 de febrero de 1827, trescientos lanceros
de los regimientos 16 y 2 se enfrentaron por primera vez con la famosa
caballería brasilera de Bento Manuel. Según el coronel José María Todd,
casi todos los enemigos que quedaron muertos en el campo, habían sido
abatidos a lanzazos. Desde entonces, dice Todd, “adquirió fama esta
arma”.
Y pocos días después, en la victoria de Ituzaingó, fueron
decisivas las reiteradas cargas de lanceros de Olavarría y Paz sobre las
dos divisiones de infantería del Brasil. Tales embates les impidieron
reunirse para romper el centro de los argentinos, como era su propósito.
La Madrid y Álvarez
La
lanza pasó a ser entonces un arma normal de los ejércitos. En las
guerras civiles, le correspondió un rol protagónico. El historiador
Ernesto Quesada expresa que “el arma favorita” del bravo tucumano
Gregorio Aráoz de La Madrid, era la lanza. Blandiéndola, “se arrojaba al
frente de sus falanges históricas, levantando con las picas a los
infantes, clavando de a caballo los cañones y penetrando en los cuadros
enemigos como el huracán impetuoso”.
Su sobrino Crisóstomo
Álvarez no se quedaba atrás. Un testigo, Benjamín Villafañe, narra que
vio en Buenos Aires un retrato de Álvarez a caballo. Tenía un pañuelo en
la cabeza atado como vincha, vestía camiseta con los brazos desnudos y
aferraba “una lanza especial en su mano derecha, en actitud de herir”.
Agrega que “tal como lo vi entonces, lo vi más tarde, en tres ocasiones
diferentes”. Álvarez cargaba lanza en mano, dando “un alarido que
recordaba al de los indios de la pampa”.
Maderas tucumanas
En
los meses posteriores a la batalla de Pavón, desde Córdoba, el general
Wenceslao Paunero escribía (20 de abril de 1862) al gobernador de
Tucumán, José María del Campo. “Teniendo necesidad –decía- de construir
una cantidad de lanzas, y siendo en esa provincia donde hay la madera
aparente para ese objeto, me dirijo a V.E. pidiéndole se sirva enviarme
por una tropa de carretas, a la brevedad posible, unas 1.500 astas para
otras tantas lanzas, debiendo ser el largo de las astas cuando menos de
dos varas tres cuartas”.
Ya entrado el siglo XX, en la sección
Ciencias Militares del Congreso Científico Internacional, celebrado en
Buenos Aires en 1910, se trabó una discusión entre los veteranos
oficiales presentes. Debatían si el sable o la lanza eran las armas
blancas más adecuadas para la caballería argentina.
Oficializada
Intervino
entonces el general Pablo Ricchieri, quien presidía la reunión. Según
narra Beverina, propuso que los asistentes votaran “la conclusión de que
la caballería argentina era igualmente apta para el empleo de la lanza y
del sable y que, por consiguiente, convendría dotarla de las dos
armas”. El criterio fue adoptado por unanimidad.
Obviamente, las
lanzas constituyen hoy piezas de museo. En la “sala” de la estancia “El
Churqui” de la familia Zavaleta, en Tafí del Valle, se conserva una
lanza encontrada en el campo de Los Cardones. Allí, las fuerzas de
Crisóstomo Álvarez batieron a una división del gobernador Celedonio
Gutiérrez, en enero de 1852.
Fuente: LaGaceta.com
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