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martes, 20 de octubre de 2015

El día en que San Martín y Alvear derrocaron al gobierno central


A poco de llegar a Buenos Aires, los dos camaradas de armas se sublevaron contra el mismo Triunvirato que habia aceptado sus servicios. Cómo fue la trama secreta del "golpe de Estado"

Dos de nuestros más encumbrados y exitosos generales de todos los tiempos: José de San Martín y Carlos de Alvear incursionaron juntos en las arenas políticas patrias, ni bien arribaron de Europa, en marzo de 1812. Al poco tiempo, encabezaron una sublevación contra el mismo Gobierno que había aceptado sus servicios: el Primer Triunvirato, el 8 de octubre de ese año. ¿Cómo fue la trama secreta de ese golpe de Estado?

A partir del 5 y 6 de abril de 1811, el partido saavedrista, aliado con los diputados provincianos, liderado por el deán cordobés Gregorio Funes, hegemonizó el Gobierno revolucionario, conducido por la Junta Grande. Como heredera de la Primera Junta, este órgano concentraba todos los poderes del naciente Estado. Los saavedristas y los provincianos desplazaron a los pocos morenistas que quedaban en la Junta Grande, apresaron y deportaron a varios de sus dirigentes.

La gestión de la Junta Grande se caracterizó por su elevado número de miembros (llegó a superar los veinte), su falta de ejecutividad y dinamismo, sumado a la sucesión de malas noticias que coronaron su gestión. Entre otras: las derrotas en el Paraguay, Huaqui y San Nicolás, el bloqueo y el bombardeo del puerto de Buenos Aires, y la crisis con la Banda Oriental y los portugueses.

Estos hechos sumieron a la gestión en un profundo desprestigio que fue aprovechado por la oposición porteña a este Gobierno, manejado mayoritariamente por provincianos, quienes no estaban muy convencidos, en el fondo, sobre la marcha de la revolución. Un grupo de porteños moderados, aliados con algunos elementos morenistas, venció en unas elecciones impulsadas por el Cabildo de Buenos Aires, en setiembre de 1811. Ante el desprestigio y la parálisis de la Junta Grande, esta resolvió cederle el poder a tres de los candidatos más votados en esos comicios porteños, quienes conformarían nuestro Primer Triunvirato.

A poco de andar, el Triunvirato chocó con la Junta Grande (llamada ahora "conservadora", pues se había reservado el Poder Legislativo del Gobierno revolucionario). Entonces, dirimió la cuestión. Primero la disolvió, luego, apresó y deportó a su líder: Cornelio Saavedra. Con ello, Saavedra desaparecería de la política rioplatense en lo sucesivo. Finalmente, el Triunvirato expulsó a los antiguos diputados e indultó a los morenistas, desterrados por la Junta Grande, quienes retornaron a Buenos Aires.

Todo parecía indicar que el viejo partido morenista había triunfado y que volvería al poder. Sus más reconocidos dirigentes se aproximaron, reivindicados, al Primer Triunvirato: Bernardo de Monteagudo, Nicolás Rodríguez Peña, Miguel de Azcuénaga, Juan Larrea. Uno de los suyos hasta lo conformaba: Juan José Paso.

Sin embargo, quedaron, al poco tiempo, desahuciados, al advertir que el nuevo Gobierno integraba también a algunos saavedristas moderados y que se resistía a "morenizarse". Bajo la influencia del secretario Bernardino Rivadavia, el Triunvirato buscaba una salida moderada a los duros enfrentamientos que, hasta entonces, sacudían a los revolucionarios. Si bien apresó a Saavedra y a otros notorios saavedristas, intentó convivir con los provincianos y sus partidarios más dialoguistas. Ello fue imperdonable para los morenistas, que volvían resentidos del ostracismo.

No obstante y pese a los duros enfrentamientos que había tenido en el pasado con Mariano Moreno, Rivadavia tuvo algunos gestos hacia los morenistas. Indultó y permitió el regreso de los desterrados, integró a algunos al Gobierno. Honró con nuevos destinos y ascensos al general Manuel Belgrano, reconocido morenista. Permitió que volviera a funcionar la Sociedad Patriótica, el clásico club morenista, cerrado por la Junta Grande. Al recién llegado Bernardo de Monteagudo le ofreció la redacción del periódico oficial La Gazeta, convencido de que "iba a instruir a sus semejantes" en el amor a la libertad.

Allí estalló el primer enfrentamiento. Sin poder controlar su apasionado carácter, el furibundo tribuno empezó a denostar, desde la prensa, al deán Funes, con quien el Gobierno había intentado recomponer relaciones, a través de un manto de piedad sobre el pasado. Ahí vino el primer disgusto de Rivadavia. El segundo no tardaría en llegar: Monteagudo dedicó otro artículo a las "Americanas del Sud", para instarlas a poner su sensualidad y sexo a favor de seducir a los hombres, para decidirlos a luchar por la libertad de la patria. Además agregó que era su deber negar favores a quienes no profesaran la fe patriótica.

Al instante tronó la furia moralista de don Bernardino: "El Gobierno no le ha dado a V. la poderosa voz de su imprenta para predicar la corrupción de los sátiros: tenga V. entendido que V. no está autorizado para hacerlo. No, señor: el patriotismo debe ser puro, mientras tanto V. procura darle incentivos impuros: nuestras damas, señor, merecen destinos más sublimes que ese de hacer patriotas provocando pasiones", le espetó al insolente editor tucumano. Allí se quebró definitivamente la endeble armonía entre la Sociedad Patriótica y el Primer Triunvirato, y nació una encarnizada enemistad entre Rivadavia y Monteagudo, que se cruzaban públicamente gruesos epítetos e insultos. De "labiudo" y de "mulato" crecían sus recíprocas descalificaciones.

Los hechos que se sucedieron exacerbaron las diferencias. La orden del Triunvirato a Belgrano de deshacer su bandera, enarbolada en Rosario y luego bendecida en Jujuy, se entendió como una decisión timorata del Gobierno, que en vez de marchar decidido hacia la independencia, tomaba una resolución errática. La realidad era otra: los portugueses habían invadido la Banda Oriental y se aprestaban a atacar Buenos Aires. Rivadavia acudió a la diplomacia inglesa para evitar el ataque, que parecía inevitable. El embajador británico en Río de Janeiro, Lord Percy Strangford, aseguró que impediría el ataque lusitano, a cambio de que el Gobierno se moderara y no avanzara hacia una declaración de la independencia, pues, en tal caso, tendría las manos atadas para intervenir, ya que España era formalmente aliada de Gran Bretaña. Efectivamente, luego de una fuerte presión inglesa, los portugueses se retiraron hacia el Brasil.

Por eso es que el Triunvirato amonestó a Belgrano por haber enarbolado una bandera sin permiso. Sin embargo, los morenistas usaron ese argumento para denostar y desprestigiar al Gobierno públicamente. Banderas con los colores celeste y blanco se empezaron a colocar en lugares públicos porteños, seguramente instaladas por los opositores, en claro desafío a Rivadavia.
Ante la amenaza portuguesa, el Gobierno se vio obligado a levantar el sitio de Montevideo para traer tropas a resguardar la capital. Por esa misma razón, no logró enviarle refuerzos a Belgrano, en el norte, y le ordenó retroceder hasta Córdoba, ya que no había forma de enviarle ayuda. Esos gestos fueron tomados por la oposición morenista como actos de cobardía o de desinterés en defender la revolución. La Sociedad Patriótica exigía marchar ya y atacar en todos los frentes. Algo que era, evidentemente, imposible e impracticable, pero que sonaba bien a los oídos de los vecinos descontentos.

La designación de Juan Martín de Pueyrredón como nuevo triunviro, en reemplazo de Juan José Paso, fue otro detonante en esta ruptura. Pueyrredón, de carácter afable y equilibrado, reputado, al principio, de morenista, tenía buenas relaciones con los saavedristas y los localistas porteños. Los morenistas lo veían como un traidor, pues había sido condescendiente con la Junta Grande. Cuando se enteraron de que venía a integrar el Gobierno, la Sociedad Patriótica se alarmó y lo acusó de ladrón, ya que alegó que se había quedado con dos carretas cargadas con los caudales que Pueyrredón había conseguido salvar de Potosí, luego de la derrota de Huaqui. Desde ese momento, la situación llegó a un punto de no retorno y los morenistas empezaron a tramar en secreto, añorando la hora de cambiar de gobierno.

La providencia vino en auxilio de los conspiradores. En marzo de 1812 arribó al puerto de Buenos Aires la fragata George Canning, que traía consigo a algunos militares (en su mayoría americanos) que ofrecían sus servicios y su experiencia a favor de la lucha revolucionaria. José de San Martín y Carlos de Alvear destacaban entre ellos. Eran los que contaban con más experiencia y prestigio, ganados en las guerras napoleónicas en Europa. El Gobierno los recibió con cautela y algo de desconfianza. No obstante ello, encomendó a San Martín conformar una unidad modelo de caballería, adiestrada en las modernas técnicas de combate, a lo que este se abocó de inmediato. Vicente Fidel López diría: "[Era] un hombre joven todavía, pero ya maduro por el juicio y por la reserva respetable que ponía en sus actos y en sus palabras... De la política interna y de las facciones, nada le interesaba. Lo que él ambicionaba era la gloria de contribuir al triunfo definitivo de la independencia".

Alvear, en cambio, más joven, rico, simpático, ambicioso, entrador y bien conectado, por sus relaciones familiares, se dedicó especialmente a hacer lo que más le gustaba: las lides políticas. Conformó la Logia de Caballeros Racionales, con los recién llegados y demás cófrades que pudo reunir a poco de arribar, como filial de las que había fundado en Europa. Intentó acercarse al Gobierno, pero sufrió una fuerte decepción cuando el Triunvirato designó a Manuel de Sarratea al frente del ejército que luchaba en la Banda Oriental. "Aquí no hay más generales que San Martín y yo", le gritó a Rivadavia, despechado.

Era el quiebre entre los logistas y un Gobierno que cada día se aislaba más, hasta perder la iniciativa. Empujados por la circunstancia, los "caballeros racionales" empezaron a confluir con la Sociedad Patriótica ante un enemigo común. Al poco tiempo, descubrieron que tenían muchas coincidencias e integraron a los viejos morenistas a la flamante logia. Había que esperar el momento indicado para librarse del indeseable Gobierno.

Y esa oportunidad, curiosamente, se la vino a proporcionar, sin buscarla, el propio Gral. Manuel Belgrano. En efecto, el 24 de setiembre de 1812, desobedeciendo las órdenes del Gobierno y contra todos los pronósticos, enfrentó a los realistas en la Batalla de Tucumán, un claro triunfo, con la mitad de efectivos que tenía el enemigo. La noticia arribó a la capital el 5 de octubre. En medio de la sorpresa, la perplejidad y el silencio del Gobierno, estalló la algarabía popular. Los complotados empezaron a batir como parche la necesidad de tener gestos de coraje y animarse, como lo había hecho Belgrano. El Triunvirato quedó sumido en un profundo desprestigio.

Cuenta Mitre: "Todos convenían en la idea de resolver la cuestión por un movimiento popular. El abandono del ejército de Belgrano era el tópico de todas las conversaciones, y sin darse cuenta de los motivos que había tenido el Gobierno para dar una atención preferente al de la Banda Oriental, lo atribuían a malquerencia y aun a traición. La circunstancia hizo que la noticia de la victoria de Tucumán fuese la ocasión que determinara el estallido".

Monteagudo fue el alma de este movimiento y acordó los detalles con los otros líderes de la Logia. Al amanecer del 8 de octubre las unidades que mandaban San Martín y Alvear, con las restantes fuerzas de la capital, amanecieron en la plaza de la Victoria, con acompañamiento popular. Luego elevaron al Cabildo un petitorio firmado por más de cuatrocientos vecinos notables, donde buscaban reasumir la autoridad delegada por el pueblo el 22 de mayo de 1810, cesar al Gobierno en sus funciones y crear un nuevo Poder Ejecutivo provisorio. Ante este impresionante despliegue, el Cabildo accedió a lo reclamado y proclamó un nuevo Gobierno formado por Juan José Paso, Nicolás Rodríguez Peña y Antonio Álvarez Jonte. Como Rodríguez Peña no se encontraba presente, don Francisco Belgrano, hermano del general, ocupó provisoriamente su lugar.

Así nacía el Segundo Triunvirato, producto del único movimiento político-militar en el que el libertador tomó parte, como obediente miembro de la logia política que integraba.

Fuente: Infobae.com

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