A poco de llegar a Buenos Aires, los dos camaradas de armas se
sublevaron contra el mismo Triunvirato que habia aceptado sus servicios.
Cómo fue la trama secreta del "golpe de Estado"
Dos de nuestros más encumbrados y exitosos generales de todos los
tiempos: José de San Martín y Carlos de Alvear incursionaron juntos en
las arenas políticas patrias, ni bien arribaron de Europa, en marzo de
1812. Al poco tiempo, encabezaron una sublevación contra el mismo
Gobierno que había aceptado sus servicios: el Primer Triunvirato, el 8
de octubre de ese año. ¿Cómo fue la trama secreta de ese golpe de
Estado?
A partir del 5 y 6 de abril de 1811, el
partido saavedrista, aliado con los diputados provincianos, liderado
por el deán cordobés Gregorio Funes, hegemonizó el Gobierno
revolucionario, conducido por la Junta Grande. Como heredera de la
Primera Junta, este órgano concentraba todos los poderes del naciente
Estado. Los saavedristas y los provincianos desplazaron a los pocos
morenistas que quedaban en la Junta Grande, apresaron y deportaron a
varios de sus dirigentes.
La gestión de la
Junta Grande se caracterizó por su elevado número de miembros (llegó a
superar los veinte), su falta de ejecutividad y dinamismo, sumado a la
sucesión de malas noticias que coronaron su gestión. Entre otras: las
derrotas en el Paraguay, Huaqui y San Nicolás, el bloqueo y el bombardeo
del puerto de Buenos Aires, y la crisis con la Banda Oriental y los
portugueses.
Estos hechos sumieron a la gestión
en un profundo desprestigio que fue aprovechado por la oposición
porteña a este Gobierno, manejado mayoritariamente por provincianos,
quienes no estaban muy convencidos, en el fondo, sobre la marcha de la
revolución. Un grupo de porteños moderados, aliados con algunos
elementos morenistas, venció en unas elecciones impulsadas por el
Cabildo de Buenos Aires, en setiembre de 1811. Ante el desprestigio y la
parálisis de la Junta Grande, esta resolvió cederle el poder a tres de
los candidatos más votados en esos comicios porteños, quienes
conformarían nuestro Primer Triunvirato.
A poco
de andar, el Triunvirato chocó con la Junta Grande (llamada ahora
"conservadora", pues se había reservado el Poder Legislativo del
Gobierno revolucionario). Entonces, dirimió la cuestión. Primero la
disolvió, luego, apresó y deportó a su líder: Cornelio Saavedra. Con
ello, Saavedra desaparecería de la política rioplatense en lo sucesivo.
Finalmente, el Triunvirato expulsó a los antiguos diputados e indultó a
los morenistas, desterrados por la Junta Grande, quienes retornaron a
Buenos Aires.
Todo parecía indicar que el viejo
partido morenista había triunfado y que volvería al poder. Sus más
reconocidos dirigentes se aproximaron, reivindicados, al Primer
Triunvirato: Bernardo de Monteagudo, Nicolás Rodríguez Peña, Miguel de
Azcuénaga, Juan Larrea. Uno de los suyos hasta lo conformaba: Juan José
Paso.
Sin embargo, quedaron, al poco tiempo,
desahuciados, al advertir que el nuevo Gobierno integraba también a
algunos saavedristas moderados y que se resistía a "morenizarse". Bajo
la influencia del secretario Bernardino Rivadavia, el Triunvirato
buscaba una salida moderada a los duros enfrentamientos que, hasta
entonces, sacudían a los revolucionarios. Si bien apresó a Saavedra y a
otros notorios saavedristas, intentó convivir con los provincianos y sus
partidarios más dialoguistas. Ello fue imperdonable para los
morenistas, que volvían resentidos del ostracismo.
No obstante y pese a los duros enfrentamientos que había tenido en
el pasado con Mariano Moreno, Rivadavia tuvo algunos gestos hacia los
morenistas. Indultó y permitió el regreso de los desterrados, integró a
algunos al Gobierno. Honró con nuevos destinos y ascensos al general
Manuel Belgrano, reconocido morenista. Permitió que volviera a funcionar
la Sociedad Patriótica, el clásico club morenista, cerrado por la Junta
Grande. Al recién llegado Bernardo de Monteagudo le ofreció la
redacción del periódico oficial La Gazeta, convencido de que "iba a
instruir a sus semejantes" en el amor a la libertad.
Allí
estalló el primer enfrentamiento. Sin poder controlar su apasionado
carácter, el furibundo tribuno empezó a denostar, desde la prensa, al
deán Funes, con quien el Gobierno había intentado recomponer relaciones,
a través de un manto de piedad sobre el pasado. Ahí vino el primer
disgusto de Rivadavia. El segundo no tardaría en llegar: Monteagudo
dedicó otro artículo a las "Americanas del Sud", para instarlas a poner
su sensualidad y sexo a favor de seducir a los hombres, para decidirlos a
luchar por la libertad de la patria. Además agregó que era su deber
negar favores a quienes no profesaran la fe patriótica.
Al
instante tronó la furia moralista de don Bernardino: "El Gobierno no le
ha dado a V. la poderosa voz de su imprenta para predicar la corrupción
de los sátiros: tenga V. entendido que V. no está autorizado para
hacerlo. No, señor: el patriotismo debe ser puro, mientras tanto V.
procura darle incentivos impuros: nuestras damas, señor, merecen
destinos más sublimes que ese de hacer patriotas provocando pasiones",
le espetó al insolente editor tucumano. Allí se quebró definitivamente
la endeble armonía entre la Sociedad Patriótica y el Primer Triunvirato,
y nació una encarnizada enemistad entre Rivadavia y Monteagudo, que se
cruzaban públicamente gruesos epítetos e insultos. De "labiudo" y de
"mulato" crecían sus recíprocas descalificaciones.
Los
hechos que se sucedieron exacerbaron las diferencias. La orden del
Triunvirato a Belgrano de deshacer su bandera, enarbolada en Rosario y
luego bendecida en Jujuy, se entendió como una decisión timorata del
Gobierno, que en vez de marchar decidido hacia la independencia, tomaba
una resolución errática. La realidad era otra: los portugueses habían
invadido la Banda Oriental y se aprestaban a atacar Buenos Aires.
Rivadavia acudió a la diplomacia inglesa para evitar el ataque, que
parecía inevitable. El embajador británico en Río de Janeiro, Lord Percy
Strangford, aseguró que impediría el ataque lusitano, a cambio de que
el Gobierno se moderara y no avanzara hacia una declaración de la
independencia, pues, en tal caso, tendría las manos atadas para
intervenir, ya que España era formalmente aliada de Gran Bretaña.
Efectivamente, luego de una fuerte presión inglesa, los portugueses se
retiraron hacia el Brasil.
Por eso es que el
Triunvirato amonestó a Belgrano por haber enarbolado una bandera sin
permiso. Sin embargo, los morenistas usaron ese argumento para denostar y
desprestigiar al Gobierno públicamente. Banderas con los colores
celeste y blanco se empezaron a colocar en lugares públicos porteños,
seguramente instaladas por los opositores, en claro desafío a Rivadavia.
Ante
la amenaza portuguesa, el Gobierno se vio obligado a levantar el sitio
de Montevideo para traer tropas a resguardar la capital. Por esa misma
razón, no logró enviarle refuerzos a Belgrano, en el norte, y le ordenó
retroceder hasta Córdoba, ya que no había forma de enviarle ayuda. Esos
gestos fueron tomados por la oposición morenista como actos de cobardía o
de desinterés en defender la revolución. La Sociedad Patriótica exigía
marchar ya y atacar en todos los frentes. Algo que era, evidentemente,
imposible e impracticable, pero que sonaba bien a los oídos de los
vecinos descontentos.
La designación de Juan Martín de Pueyrredón como nuevo triunviro,
en reemplazo de Juan José Paso, fue otro detonante en esta ruptura.
Pueyrredón, de carácter afable y equilibrado, reputado, al principio, de
morenista, tenía buenas relaciones con los saavedristas y los
localistas porteños. Los morenistas lo veían como un traidor, pues había
sido condescendiente con la Junta Grande. Cuando se enteraron de que
venía a integrar el Gobierno, la Sociedad Patriótica se alarmó y lo
acusó de ladrón, ya que alegó que se había quedado con dos carretas
cargadas con los caudales que Pueyrredón había conseguido salvar de
Potosí, luego de la derrota de Huaqui. Desde ese momento, la situación
llegó a un punto de no retorno y los morenistas empezaron a tramar en
secreto, añorando la hora de cambiar de gobierno.
La
providencia vino en auxilio de los conspiradores. En marzo de 1812
arribó al puerto de Buenos Aires la fragata George Canning, que traía
consigo a algunos militares (en su mayoría americanos) que ofrecían sus
servicios y su experiencia a favor de la lucha revolucionaria. José de
San Martín y Carlos de Alvear destacaban entre ellos. Eran los que
contaban con más experiencia y prestigio, ganados en las guerras
napoleónicas en Europa. El Gobierno los recibió con cautela y algo de
desconfianza. No obstante ello, encomendó a San Martín conformar una
unidad modelo de caballería, adiestrada en las modernas técnicas de
combate, a lo que este se abocó de inmediato. Vicente Fidel López diría:
"[Era] un hombre joven todavía, pero ya maduro por el juicio y por la
reserva respetable que ponía en sus actos y en sus palabras... De la
política interna y de las facciones, nada le interesaba. Lo que él
ambicionaba era la gloria de contribuir al triunfo definitivo de la
independencia".
Alvear, en cambio, más joven,
rico, simpático, ambicioso, entrador y bien conectado, por sus
relaciones familiares, se dedicó especialmente a hacer lo que más le
gustaba: las lides políticas. Conformó la Logia de Caballeros
Racionales, con los recién llegados y demás cófrades que pudo reunir a
poco de arribar, como filial de las que había fundado en Europa. Intentó
acercarse al Gobierno, pero sufrió una fuerte decepción cuando el
Triunvirato designó a Manuel de Sarratea al frente del ejército que
luchaba en la Banda Oriental. "Aquí no hay más generales que San Martín y
yo", le gritó a Rivadavia, despechado.
Era el
quiebre entre los logistas y un Gobierno que cada día se aislaba más,
hasta perder la iniciativa. Empujados por la circunstancia, los
"caballeros racionales" empezaron a confluir con la Sociedad Patriótica
ante un enemigo común. Al poco tiempo, descubrieron que tenían muchas
coincidencias e integraron a los viejos morenistas a la flamante logia.
Había que esperar el momento indicado para librarse del indeseable
Gobierno.
Y esa oportunidad, curiosamente, se
la vino a proporcionar, sin buscarla, el propio Gral. Manuel Belgrano.
En efecto, el 24 de setiembre de 1812, desobedeciendo las órdenes del
Gobierno y contra todos los pronósticos, enfrentó a los realistas en la
Batalla de Tucumán, un claro triunfo, con la mitad de efectivos que
tenía el enemigo. La noticia arribó a la capital el 5 de octubre. En
medio de la sorpresa, la perplejidad y el silencio del Gobierno, estalló
la algarabía popular. Los complotados empezaron a batir como parche la
necesidad de tener gestos de coraje y animarse, como lo había hecho
Belgrano. El Triunvirato quedó sumido en un profundo desprestigio.
Cuenta
Mitre: "Todos convenían en la idea de resolver la cuestión por un
movimiento popular. El abandono del ejército de Belgrano era el tópico
de todas las conversaciones, y sin darse cuenta de los motivos que había
tenido el Gobierno para dar una atención preferente al de la Banda
Oriental, lo atribuían a malquerencia y aun a traición. La circunstancia
hizo que la noticia de la victoria de Tucumán fuese la ocasión que
determinara el estallido".
Monteagudo fue el
alma de este movimiento y acordó los detalles con los otros líderes de
la Logia. Al amanecer del 8 de octubre las unidades que mandaban San
Martín y Alvear, con las restantes fuerzas de la capital, amanecieron en
la plaza de la Victoria, con acompañamiento popular. Luego elevaron al
Cabildo un petitorio firmado por más de cuatrocientos vecinos notables,
donde buscaban reasumir la autoridad delegada por el pueblo el 22 de
mayo de 1810, cesar al Gobierno en sus funciones y crear un nuevo Poder
Ejecutivo provisorio. Ante este impresionante despliegue, el Cabildo
accedió a lo reclamado y proclamó un nuevo Gobierno formado por Juan
José Paso, Nicolás Rodríguez Peña y Antonio Álvarez Jonte. Como
Rodríguez Peña no se encontraba presente, don Francisco Belgrano,
hermano del general, ocupó provisoriamente su lugar.
Así
nacía el Segundo Triunvirato, producto del único movimiento
político-militar en el que el libertador tomó parte, como obediente
miembro de la logia política que integraba.
Fuente: Infobae.com
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