La nuestra fue la primera ciudad del interior que contó con ese
adelanto, traído por Belgrano en 1817. Produjo impresos durante casi
cuatro décadas
La primera imprenta que funcionó en la actual Argentina, a
comienzos del siglo XVIII, fue armada en Misiones por los padres
jesuitas, según informan las obras de referencia. Manejada por los
nativos, se imprimieron allí numerosos libros y folletos.
La
segunda imprenta llegó también gracias a los jesuitas. La importaron en
1766 para su colegio de Córdoba, donde funcionó hasta la expulsión de la
Compañía. Quedó ociosa una docena de años, y en 1779 el virrey Juan
José de Vértiz dispuso trasladarla a Buenos Aires, y la instaló en la
Casa de Niños Expósitos. Allí empezó a prestar sus largos e históricos
servicios a la cultura nacional, luego de ser debidamente reparada. En
1824, por gestión del gobernador Juan Antonio Álvarez de Arenales, el
presidente Bernardino Rivadavia donó esa máquina a la provincia de
Salta.
Primera del interior
En el caso de Tucumán, la
primera imprenta llegó a la ciudad en 1817. La trajo el general Manuel
Belgrano, quien meses atrás había reasumido la jefatura del Ejército del
Norte. De esa manera, Tucumán vino a ser la única ciudad del interior
argentino que contaba con una máquina de imprimir. Así lo informa el
historiador Manuel Lizondo Borda en el documentado estudio “La imprenta y
el periodismo en Tucumán”, que utilizamos para la mayoría de las
referencias de esta nota.
La imprenta venía a servir las
necesidades de la fuerza que mandaba el vencedor de Campo de las
Carreras. Así, publicó un pequeño periódico denominado “Diario Militar
del Ejército Auxiliar del Perú”, cuyo primer número apareció el 10 de
julio de 1817.
Tenía el formato “en cuarto”, llevaba el pie
“Imprenta del Ejército” y estaba dirigido por el militar chileno
Francisco Antonio Pinto. Con los años, Pinto revistaría en el Ejército
de los Andes, llegaría a general y terminó siendo presidente de su país
natal.
Militar y civil
El historiador Antonio Zinny
expresa que esta publicación periódica “se ocupó de la táctica militar y
publicaba los partes del Ejército Unido de Chile y de Los Andes”,
además de correspondencia que enviaban los oficiales, entre muy pocos
otros temas.
Cuando el Ejército del Norte se retiró de la
provincia, la imprenta quedó entre nosotros como propiedad del Gobierno,
no se sabe si comprada o incautada. En tiempos de la “República de
Tucumán” (1820), allí se imprimió un periódico llamado “El Tucumano
Imparcial”. Lo dirigía el capitán Manuel de la Lama y lo redactaba el
doctor Pedro Miguel Aráoz, ex congresal de la Independencia. Fue la
primera expresión de periodismo “civil” que conoció Tucumán, y apareció
el 14 de agosto de 1820.
Después, con esas prensas, se publicaron
otros periódicos, de vida generalmente muy breve: dos años, el que más.
Se llamaron “El Restaurador Tucumano” (1821); “Los Amigos del Orden”
(1826); “La Estrella Federal” (1841); “El Monitor Federal” (1842); “El
Conservador” (1847).
Una Constitución
Pero no sólo para
imprimir periódicos servía la imprenta. También se editaban en ella
–puesto que era la única- todas las otras publicaciones, como el
“Boletín del Ejército Pacificador de la Provincia de Tucumán”, de 1823, o
el “Registro Oficial”, que se publicó durante los gobiernos de Gregorio
Aráoz de La Madrid y de Alejandro Heredia. Además tiraba, en hoja
suelta, ejemplares de decretos, leyes, bandos y proclamas.
Merece
destacarse la excelente edición que hizo de la Constitución de la
“República de Tucumán”, de 1820. Lizondo Borda hace notar que, en esa
carta, el artículo 3 del capítulo II reconocía, por primera vez en la
provincia, que “la libertad de publicar las ideas en la prensa es un
derecho tan apreciable como esencial, para la conservación de la
libertad civil de un Estado”…
A La Rioja y vuelta
La
rudimentaria máquina tuvo una azarosa vida. En 1827, La Madrid fue
derrotado por las fuerzas de Juan Facundo Quiroga, en El Rincón del
Manantial. Como vencedor del encuentro y siguiendo la costumbre de aquel
tiempo, el “Tigre de los Llanos” arreó gran cantidad de ganado hacia La
Rioja, y cargó sus alforjas con importantes sumas de dinero extraídas,
por vía de empréstito, del bolsillo de los comerciantes de Tucumán. Y
además, decidió llevarse la imprenta.
Así, cargada sobre mulas,
la vieja prensa con sus cajas de accesorios, viajó rumbo a La Rioja.
Allí estaría durante dos años, hasta que el general Javier López, en su
expedición a esa provincia luego del triunfo unitario en La Tablada, la
rescató y la trajo de vuelta a Tucumán. Corría el mes de octubre de
1829.
Estrago del tiempo
Tras estos sobresaltos, la
venerable prensa siguió trabajando en la ciudad. Se sabe que en 1847 ya
estaba hecha una calamidad. Un inventario oficial de ese año, la
describía como “una prensa completa con su frasquería y sin tímpano,
todo de mucho uso y en mal estado; tres galeras de latón; un tintero con
pala y muleta; dos cajones de varios tipos inservibles; seis cajas de
composición de letra de mucho uso; diecisiete cajas de composición de
letra inútil”, y así.
En 1854, el gobernador José María del Campo
elevó al Gobierno de la Confederación –a su pedido- un informe sobre la
vieja máquina, que seguía siendo la única disponible. Expresó que ya
era “inútil”, dado su pésimo estado. Como “treinta años tiene de
servicio, manejada por operarios sin inteligencia, sin cuenta ni razón”,
la imprenta “ha sufrido las consecuencias del abandono y la desatención
de los gobiernos anteriores”, decía.
La imprenta nueva
Agregaba que “hubo una época en que se hicieron municiones de guerra de
los tipos; al punto de que, parte por este hecho repugnante, parte por
la letra perdida por incuria, hoy apenas sirve para imprimir un medio
pliego de papel escrito”. A esto se añadía que “la prensa es de madera,
sujeta por su antigüedad a frecuentes accidentes que paralizan o hacen
muy lento el trabajo”.
Por todo esto, Campo pedía al Gobierno
federal ayuda para adquirir la nueva máquina que le ofrecían. El
comerciante tucumano Santiago Palacio había importado una de Valparaíso y
la tenía en Salta. La ayuda le fue acordada, por decreto de la
Confederación del 17 de agosto de ese año. Se pudo contar entonces con
mucho mejores condiciones de impresión.
Ni bien instalada esa
máquina, Campo pidió a la Sala de Representantes que lo autorizara a
entregar la antigua al gobierno de Santiago del Estero. Esto, para
enterar el pago de alguna de esas interminables “indemnizaciones de
guerra” que los Taboada exigían a Tucumán cada vez que lo apoyaban en
algún conflicto con los “federales”.
Pasa a Santiago
Entendía
Campo que de esa manera se evitaba “una total pérdida de la prensa
vieja” que, como decía, “es ahora inútil enteramente”. La Sala sancionó
la autorización, por ley promulgada el 28 de julio de ese año 1854.
Así, Santiago vino a tener su primera –aunque muy desvencijada- máquina
de imprimir.
Y, a la vez, salió definitivamente de la provincia
la imprenta que poseía desde 1817. Había servido para que los guerreros
de la Independencia primero y los unitarios y federales después,
estamparan –en hojas efímeras, de las que muy pocos ejemplares se
conservan- sus periódicos de breve vida, sus proclamas y sus decretos
inflamados de pasión política.
Los santiagueños se esmeraron en
repararla. El ministro de esa provincia, Ezequiel Paz –narra Zinny-
utilizando sus herrajes “hizo construir una prensa de madera de
algarrobo, con el único aprendiz regular de carpintero que allí había”.
La prensa tenía “una vara de largo por tres cuartas de ancho” y sólo
había tipografía “para llenar “poco más de un frente de pliego de papel
de oficio”.
Papel de cigarrillos
Con ese armatoste, Paz se las arregló para editar el primer periódico de Santiago, “El Guardia Nacional”, en 1859.
Añade
Zinny que el número inicial se estampó en “papel de cigarrillos” y,
como este se agotó pronto en la plaza, imprimió el periódico “en papel
de cartas” traído de Tucumán. Cuando Paz quiso darle mayor formato y en
mejor soporte, los Taboada se opusieron, “sosteniendo que la provincia
tenía bastante con un periódico impreso en papel de cigarrillos”…
En
cuanto a Tucumán, aquella nueva imprenta adquirida en 1854 continuó
siendo la única hasta que concluía la década de 1860. Fue por esos años
que terminó el monopolio estatal de las ediciones: los particulares
empezaron a comprar máquinas para imprimir sus periódicos, con lo que el
diarismo independiente hizo su aparición.
Fuente: Lagaceta.com
Excelente información.
ResponderEliminarHoy ya podeos encontrar imprentas buenas, como la Imprenta en Galicia, de muy alta calidad.