En el decreto revolucionario del 20 de octubre de 1812, después del
triunfo, Belgrano expresaba: Tucumán más que ningún otro estado
argentino, debe manifestar la pureza de su civismo. Porque si en las
horas de incertidumbre, en los momentos preñados de tempestades,
mientras las demás provincias sólo juntaban las manos para aplaudir el
esfuerzo y la constancia, el tesón y el patriotismo de este pueblo
noble, siempre entero en las horas de peligro, altivo en los instantes
en que la gloria reclamaba la abnegación de sus hijos, Tucumán daba a la
República el ejemplo auténtico de las convicciones .
En su
Ensayo de 1882, Paul Groussac recuerda que aquel día Belgrano, con la
serenidad y rapidez del que ya siente que se ha vuelto un hombre del
destino, toma su pequeño y mal armado ejército y sale al campo
transfigurado, como si un anuncio misterioso le asegurara que va a fijar
la suerte de la patria. Sí, ese hombre fue grande en aquel día, escribe
Groussac. Lo que aconteció aquí el 24 de setiembre, fue la lucha
decisiva, el encuentro estrepitoso de dos ideas. Se vio la espada de la
Conquista estrellarse en el escudo de la Libertad. En resumen, lo que
engrandece a Belgrano no es un plan estratégico que no pudo preparar
maduramente, sino la fe que tuvo en la idea cobijada debajo de esa
bandera flamante, que iba a estrenarse en la batalla. De ese modo, la
batalla del 24 de setiembre es algo más que un glorioso hecho de armas:
es la toma de posesión del continente sudamericano por la revolución. Es
el primer día de la hégira republicana. Porque desde entonces, la
independencia argentina se volvió un hecho indestructible: los patriotas
conocieron su fuerza y los realistas su debilidad. La batalla de
Tucumán es el primer canto de la epopeya que, desde Panamá hasta Buenos
Aires, escribirán con su espada Belgrano, Bolívar y San Martín. Ella no
anuncia un general de genio a los pueblos del Plata, sino una nación de
fibra y valor a sus hermanas del continente .
La victoria de
Tucumán y su consecuencia, el triunfo de Salta, son las dos únicas
batallas campales que se libraron en el actual territorio argentino,
durante la guerra de la independencia. La de Tucumán fue fundamental
para la gesta pues se detuvo el avance realista. Sin ese hecho, las
consecuencias habrían sido otras, la mitad de nuestro territorio hubiera
sido dominado por los españoles, como prolongación del control del Alto
Perú, que ya ejercían tras el desastre de Huaqui. Hubieran podido
conectarse los centros realistas altoperuanos con los de Montevideo,
cortando en dos los territorios del antiguo virreinato.
En esas
condiciones, es forzoso pensar que difícilmente se habría declarado la
independencia en 1816, como tampoco armarse la posterior campaña
libertadora de San Martín.
Sin duda, la liberación
estaba en el alma de los pueblos y se habría logrado finalmente. Pero
sin el triunfo del 24 de septiembre hubiera costado muchos más años y
mucha más sangre.
Fuente: José María Posse. "Tucumanos en la Batalla de Tucumán" Tucumán 2012.-
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