MÉRIDA, Yuc.- ¿Envenenado o llevado por un ser de ultratumba después de una entrevista en la Catedral?
Julio Amer/SIPSE.com
MÉRIDA, Yuc.- Uno de los casos de la historia
del Yucatán colonial que ha quedado envuelto en el mayor de los
misterios es el de la extraña muerte del entonces Capitán General y
Gobernador de la Provincia de Yucatán, don José Campero y Campos de
Torredevilla, acaecido el 29 de diciembre de 1662, tres días después de
haberle ocurrido un tenebroso episodio en el interior mismo de la S. I.
Catedral. Esta vieja leyenda es conocida como "La Cita en la Catedral".
Don
José Campero, viejo soldado español con títulos de Maestre de Campo y
Caballero de la Orden de Santiago por su valentía y entereza al servicio
del rey Felipe IV de España, tomó posesión como Gobernador de Yucatán
(que entonces abarcaba toda la Península) el 14 de agosto de 1660, en
sustitución de don Francisco de Bazán, convirtiéndose en el gobernante
número 29 de esta provincia.
Gris gobierno
El
mandato de Campero y Campos de Torredevilla hubiera pasado
desapercibido a no ser a esta sobrenatural aventura que tuvo días antes
de su extraño fallecimiento. Las obras del gobernador Campero fueron
escasas, poco dignas de ser mencionadas en los registros históricos, y
solamente se le recuerda el haber dictado orden de que cualquier barco
que saliera de las costas yucatecas (del puerto de Sisal) debería llevar
armamento necesario para repeler algún asalto filibustero, ya que los
piratas ingleses, franceses y holandeses estaban en ese entonces en su
mayor apogeo, y también por haber dejado en libertad a todos los reos de
la prisión de San Benito (siempre y cuando no hubiese reclamación
contra ellos) para celebrar el nacimiento del primogénito del monarca
Felipe IV y su esposa Isabel de Borbón. Hay que tomar en cuenta que la
noticia de la venida a este mundo del futuro rey hispano llegaba con
varias semanas de atraso debido a que todas las comunicaciones con el
Viejo Mundo se hacían por mar.
Ferviente católico
Asimismo,
además de su gran valor como soldado al servicio del rey, don José
Campero era un creyente "exagerado", llegando al fanatismo, tanto así
que su temor a Dios era algo fuera de lo común, casi enfermizo, pues
rezaba por todo y para todo.
Fue así que un día, según las
crónicas, el 26 de diciembre de 1662, cuando don José se disponía a
tomar sus sagrados alimentos del almuerzo, en la envoltura de sus
tortillas apareció un pequeño mensaje con letras de imprenta que decía:
"Don José Campero, a las 12 de la noche, en la Catedral te espero".
A
Campero y Campos de Torredevilla le extrañó un poco tal papelillo, pero
más el hecho de que estuviera escrito con letras de molde, ya que en
Yucatán no existía ninguna imprenta en aquellos tiempos. Sin embargo,
pronto don José recuperó el buen humor, y como era de "muy buen diente",
ingirió su comida, un pollo en escabeche con frijol colado, y se fue a
echar la consabida siesta, olvidándose del singular citatorio.
Pero
cuán grande fue su sorpresa cuando a la hora de la cena de ese mismo
día, al desenvolver el pan de la merienda, volvió a salir de entre el
paño un mensaje idéntico al anterior.
Ahora sí, ya preocupado en
verdad, don José se puso de mal humor e incluso no probó bocado alguno,
cosa extraña en él, que presumía de un apetito voraz, pues se decía que
el gobernante era capaz de comerse un pavo entero en una sentada, y que
sus guisos favoritos eran el carnero asado, el puerco entomatado y el
hígado encebollado, entre otros, todos acompañados de frijol colado o
duro, lo que le producía reflujos, eructos y flatulencias, mismas que,
contaban sus lacayos, dejaba escapar sin ningún recato, pues era escaso
de educación y finos modales, ya que Campero y Campos provenía de la
baja milicia.
Entonces Campero, tras recibir ese segundo
misterioso mensaje, consultó con el propio Obispo de Yucatán, Fray Luis
de Cifuentes y Sotomayor, quien le recomendó acudir a tal llamado.
Incluso, le prometió que la Catedral permanecería con todos sus
candelabros encendidos, y también le indicó que en caso de que la
iglesia tuviera las puertas cerradas, se olvidara del asunto y regresara
a casa a dormir.
Al
llegar la medianoche, don José salió acompañado de un fiel mozo a bordo
de su carruaje para dirigirse a la Catedral, deteniéndose frente al
templo. Al descender, tocó a la puerta, abriéndose un pequeño postigo
del cual surgió una mano huesuda y espectral -según declaración
posterior del acompañante del Gobernador-, la cual, con una señal,
invitó a Campero a penetrar en el recinto y éste lo hizo sin
vacilaciones, ya que, como se ha dicho, presumía de valiente y osado.
Al
hacerlo, según se cuenta, don José y el criado fueron atravesando las
puertas del interior, que se abrían aparentemente solas de par en par,
como también se iban cerrando, hasta llegar a la sacristía, que se
encontraba en tinieblas.
Fue tal la impresión, que el sirviente
no soportó más y cayó desvanecido, rodando por una de las escaleras. Y
así permaneció inconsciente por un buen tiempo.
De lo que
sucedió después, en la sacristía, solamente don José Campero fue
testigo. Durante media hora el Gobernador y Capitán General de la
Provincia de Yucatán permaneció ahí.
Se cuenta que sudó
copiosamente y se orinó de miedo, mojando, incluso, la tela del sillón
donde se sentó para su extraña entrevista.
Después del misterioso
encuentro, Campero y Campos de Torredevilla salió de la Catedral con el
semblante lívido; tenía el rostro completamente descompuesto y llevaba
en una de sus manos un pliego, que entregaría al Obispo Cifuentes, el
cual, se dice, fue enviado a la capital de la Nueva España y se pagó por
él 300 mil pesos. No se aclara, en los apuntes de Eduardo Barroso
Osorio, en su libro "La Mérida Colonial", por qué se entregó esa suma,
pero se deduce que era el valor de sus propiedades, ni tampoco se indica
cuál era el equivalente de esa cantidad actualmente.
Después
de su insólita cita en la S. I. Catedral, don José se dedicó a hacer
algunas obras piadosas y cayó enfermo gravemente, muriendo pocos días
después de su extraño encuentro, de un mal inexplicable (algunos dicen
que pudo tratarse de una pulmonía, ya que aquella madrugada, al salir
tan sudado de la iglesia en una noche gélida de invierno, se habría
resfríado y en un descuido el mal se agravó hasta llevarlo a la tumba).
Sin embargo, la leyenda cuenta otra cosa: que el Obispo Cifuentes y un grupo de jesuitas fueron los que asesinaron a Campero.
Se
comentó en aquellos lejanos ayeres que se había tratado de un complot
urdido por el propio Obispo y algunos jesuitas, explotando la gran
devoción que el gobernante tenía a Dios, para apoderarse de sus bienes, y
se añade que pudo habérsele dado algún brebaje extraño durante su
entrevista con aquel espectral desconocido, ya que a partir de esa
misteriosa cita empezó a sentirse mal. Y aumentan las sospechas contra
los frailes de la orden de Jesús, debido a que tiempo después, según se
descubriría, éstos tenían una imprenta clandestina donde pudo haberse
impreso aquellos mensajes que le enviaban en sus tortillas y el pan a
don José.
Otros historiadores menos fantasiosos descargan de
culpa al Obispo y a los jesuitas, mencionando que Campero, hombre viejo y
cansado, al sentirse afectado por un grave mal, acudió al templo a
hacer una última confesión discreta y nocturna -no quería que nadie se
enterase de su mortal enfermedad-, en la cual resolvió entregar sus
bienes, en legado, a la Iglesia, discreción que a final de cuentas no
resultó tal, porque este fue uno de los pasajes de la historia de
Yucatán más conocido y comentado por nuestros ancestros, precisamente
por el misterio y detalles agregados que lo rodean.
La realidad del caso se disipa entre la niebla del misterio y la leyenda.
La verdad de todo se la llevó a la tumba don José Campero y Campos de Torredevilla.
Otros
gobernantes de Yucatán muertos de forma no natural durante su gestión
son el Conde de Peñalva, don García de Valdés Osorio Dóriga y Tineo
(cosido a puñaladas por una "mujer" vestida de negro, en su habitación
del antiguo Palacio de Gobierno, el 2 de agosto de 1652); don Lucas de
Gálvez (asesinado misteriosamente de un lanzazo en el corazón el 22 de
junio de 1792 por un jinete enmascarado) y Felipe Carrillo Puerto
(fusilado el 3 de enero de 1924 por las fuerzas delahuertistas).
Dos
ex Gobernadores también sufrieron muertes violentas, como es el caso de
José María Pino Suárez (asesinado junto con Madero atrás de la prisión
de Lecumberri el 22 de febrero de 1913, durante la "Decena Trágica") y
Carlos Loret de Mola Mediz (quien falleció en un extraño accidente de
carretera en Guerrero, junto con su secretaria, luego de ser detenido en
un retén militar el 5 de febrero de 1986, por sus críticas a la
corrupción gubernamental).
Fuente: sipse.com
hola como estas? gracias por este blog guia de estambul
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