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jueves, 11 de septiembre de 2025

Sarmiento, el enamorado de Tucumán que la retrató sin conocerla

Por José María Posse - Abogado, escritor, historiador.

Durante su exilio en Chile, el sanjuanino forjó amistad con José Posse, quien le mandaba quesos con ají. Elogios y pedidos.



Es sabido que Domingo Faustino Sarmiento fue un enamorado de Tucumán. Su geografía, flora y fauna lo cautivaron aún antes de pisar nuestra provincia; incluso algunos de sus mejores amigos y colaboradores fueron tucumanos. También su gastronomía alimentaba sus recuerdos, en especial los famosos quesos de Tafí del Valle.

En su inmortal “Facundo”, el sanjuanino la describe vívidamente, razón por la cual se ha especulado cuáles habrían sido sus fuentes de información tan exactas. Se contempla si pudo inspirarse consultando la obra del capitán Andrews, quién recorrió las provincias del norte y luego publicó sus impresiones en Inglaterra y se tradujo al castellano. También se cree que su amigo en el exilio chileno, José Posse, pudo haberle informado en detalle acerca de las características de estas tierras. ¿Habrá accedido a la Memoria Histórica Descriptiva de nuestro Juan Bautista Alberdi, que contiene una descripción maravillosa de Tucumán?

Lo cierto es que Sarmiento al conocerla, no hizo más que ratificar en sus escritos todo aquello que había expresado tan poéticamente.

En el Álbum de la Sociedad Sarmiento se conserva el siguiente escrito del gran maestro argentino: “Si hubiera de admitirse que el pensamiento tiene edades, no obstante la continuidad de sus actos, diría que en los primeros destellos del mío, canté las bellezas naturales de Tucumán, como los poetas cantan idilios, pastorales y bucólicas.


Muchos años han pasado por mi cabeza desde entonces, y a visitarlo en los primeros días de la vida, hallólo adulto, poseedor de una de las industrias que embellecen la existencia y endulzan las penas de la vida: la producción del azúcar. Dime cuanta azúcar comes, y te diré quién eres. Un tártaro consume dos onzas al año; un porteño en confites, traga cincuenta libras. Todavía los poetas no han compuesto himnos ni cantares a la maquinaria. El vapor ahuyenta en los mares a las ninfas, a las náyades en los ríos, a los faunos en el bosque. Desde que se encienden los fuegos que alimenta el bagazo, que aspiran cien chimeneas como agujas en los templos de la industria. Tucumán deja muy atrás a la risueña Niza, extiende su mano amiga a la Francia y otra a la Italia. La zafra del azúcar es la vendimia de la uva, despojadas una y otra de sus antiguas bacantes. Escribo estas palabras dos días después del solsticio de invierno, bajo diez y nueve grados R a la sombra y veinte y dos al aire libre!

El clima

Clima tan suave, bajo un cielo siempre azul celeste, luminosos, que ninguna ligera nubecilla perturba por meses, tiene en junio la temperatura de la primavera de otros países, pues se necesitan diez y ocho grados para animar los gusanillos de seda, a fin de que se alimenten con los primeros brotes de la morera. País cubierto de limoneros y naranjales que ostentan un millón de sus doradas manzanas, hacia donde quiera que alcance la vista, asombrada y regocijada, como la de griegos y romanos al tocar las playas de la afortunada Bética llamada el Jardín de las Hespéridas. Tucumán está designado por la naturaleza misma a reconstruir el soñado Edén, o las Islas Fortunadas, para el recreo de los sentidos, como la Mansión de sanidad para los dolientes.

El vapor dándonos alas, nos ha puesto en posesión del sistema higiénico que enseñaban en vano a nuestros pedestres padres, golondrinas, cigüeñas; cambiar de clima, huir de las neblinas de los extremos polares de las tierras, acercándose a la morada del sol entre los trópicos, no tanto sin embargo, que se le quemen como a Icaro las alas.

No sueñan aún las vaporosas porteñas, hijas de la bruma de su gran Río, lo que, transportándose en Mayo, Junio y Julio, les tiene reservados a villegiatura de Tucumán, bajo un sol tibio, sobre campiñas de naranjos derramando naranjas al sacudir de la brisa, aspirando el ambiente perfumado de la zafra, que huele a caramelo y azúcar quemada. Ojos que no han visto producen corazones que no sienten…! He aquí el Tucumán que cantara el cisne, ahora, el Tucumán tibio del ocaso de la vida útil, ofreciendo salud a los que declinan y tardes apacibles como las del sol que va a dormir tras el nevado Aconquija, en una de esas tardes de invierno sin nubes…”.

Los buenos sabores

La estrecha amistad entre don “Pepe” Posse y Sarmiento debe rastrearse, según escritos del sanjuanino, en el exilio de ambos en Chile, en la década de 1840. Allí se conocieron y por su carácter e intelecto, ambos se cayeron en gracia. Posse era el único de los amigos a los que el presidente tuteara. Fue el confidente de sus amores y desdichas, en quien confiara su asesoramiento en temas delicados durante su mandato.

Es también conocido que a Sarmiento le encantaba el buen comer. En 1883, en Montevideo, Paul Groussac, en el hotel donde se alojaba, admiró el espectáculo del sanjuanino en la mesa. A los 75 años y “empuñando el cuchillo como tizona”, devoraba las lonjas de lechón con apetito que hubiera envidiado un joven.

Don “Pepe”, quien bien conocía esa afición, le enviaba de tanto en tanto manjares provincianos: entre ellos, el famoso queso de Tafí del Valle. En carta del 20 de junio de 1876, desde Buenos Aires, le escribía Sarmiento para, decía, “darte las más rendidas gracias por el queso con ají. Son admirables los dichos quesos, con ají o sin él, con requisición o sin ella, de la Constitución de Alberdi“. Esto último era una ironía sobre los requisitos constitucionales para intervenir una provincia.

Continuaba: “Cuando recibo uno de estos emisarios de Tucumán y expresión genuina de tu cariño, me abstengo de darte las gracias con encarecimiento, por miedo de que la oposición me atribuya el torcido propósito de inducirte a mandarme otro. Pero como me anuncias uno en camino, sin esperar a que el ferrocarril llegue a tus puertas, no puedo contener por más tiempo los impulsos entusiastas de la gratitud de mi estómago que aplaude (como tú lo experimentabas con las empanadas de San Juan) ¡haciéndose agua la boca!”. Siempre en tono de broma, la misiva pasaba a narrarle las cuestiones políticas y la última sesión del Senado. Las líneas de Sarmiento terminaban así: “Y manda el otro queso, que aguardan con decisión”.

Las empanadas

Cuando Sarmiento visitó Tucumán en junio de 1886, fue invitado a conocer la maquinaria del moderno ingenio Esperanza. En la fábrica, llevó de regalo a la dueña de casa un raro ejemplar de San Antonio. Ella tenía un florido jardín en el patio trasero de la casa de la administración, donde se decidió colocar el árbol que aún hoy se yergue, imponente. Luego de que ambos plantaran el ejemplar, se lo invitó a un almuerzo. Su biógrafo, Augusto Belín Sarmiento, nos relata una anécdota referida a las empanadas tucumanas: “…Al aparecer las empanadas, Sarmiento nos dijo observáramos si entre los comensales estaban representadas todas las provincias argentinas, y, verificado que no faltaba ninguna, alzando en el aire una empanada, pronuncio gravemente este aforismo: ‘La verdad es que ninguna empanada en el mundo vale la empanada sanjuanina’. Un jujeño interrumpió el silencio de estupor que causó tan insólita declaración, observando que tenía en mucho la opinión del señor Sarmiento, a quien consideraba un genio, aun en achaque de empanadas; pero era de presumir que sus conocimientos no hubiesen alcanzado hasta la empanada de Jujuy, la más sabrosa y la mas babosa, la que no podía comerse sino con la camisa arremangada, para chuparse los dedos hasta el codo... Un correntino dijo que esas cosas no se discutían, siéndola de su heroica provincia la única empanada posible. Siguiéronse mendocinos, puntanos, catamarqueños, santiagueños, salteños, etc., declarando detestables a todas las empanadas que no fuesen las de su pago. Don “Pepe” Posse (tucumano) desafió a quien quisiera revelar el guante que presentase ahí mismo algo mejor que la empanada tucumana que todos estaban saboreando, lo que parecía darle una fácil victoria. Un senador por Córdoba, con cara de filo de cuchillo y muy más fino, casuista, estableció como petición de principio que, aun cuando en su vida hubiese comido ninguna especie de empanada, tenía por averiguado en su fuero interno y en el santuario de su conciencia que la cordobesa era el non plus ultra de las empanadas.

La batahola de encontradas pasiones fue subiendo de punto, hasta que Sarmiento impuso silencio, diciendo, más o menos: ‘Señores: para hacer valer cada uno la empanada de su predilección, hemos hecho caso omiso de la empanada nacional. Esta discusión es un trozo de historia argentina, pues mucha de la sangre que hemos derramado ha sido para defender cada uno su empanada. El ferrocarril que inauguramos servirá a la unión de la República como conductor de sus progresos y agente para la realización de sus instituciones, y servirá a la unión disipando la deplorable fascinación de la mezquindad de aldea que nos hace creer detestable la empanada del vecino. La desasociación de nuestros pueblos proviene de las distancias intermediarias, como las tonadas vienen de los largos viajes, la marcha de la cabalgadura haciendo acentuar la palabra al asentar el caballo la pata. La tonada es el localismo, como la empanada. El localismo es nuestra historia. En detrimiento del poder, de la dignidad y de la gloriadle todo, cada rincón empezó a pugnar por zafarse de toda sujeción, y a título de amor a la independencia los unos, a nombre de un patriotismo local los otros, ambiciones pigmeas trataron de achicar a su talla el campo de la acción y alejar hombres para que la sombra que deja tras sí el mérito real no los eclipsase y obscureciese. Merced a estos amaños, hemos visto durante medio siglo sucederse en la escena política notabilidades singulares, que al desaparecer han dejado Estados que hoy piden limosna para subsistir. He aquí la historia de las empanadas y sería bueno que alguna vez, al lado del sacrosanto amor a la empanada de nuestro terruño, tengamos indulgencia por las demás empanadas. Amemos, señores, la empanada nacional, sin perjuicio de saborear todas las empanadas...’


Y siguió en larga plática, dejando a sus oyentes el solo recurso de aplaudir y de cazar al vuelo, para echárselas al bolsillo, las observaciones profundas y los chispazos humorísticos”.


Fuente Documental “Sarmiento Anecdótico” de Augusto Belin Sarmiento, (1961) Ed Kapeluz, Buenos Aires.

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