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miércoles, 16 de julio de 2025

Crónicas del viejo Tucumán: cuando fuimos potencia

 Por José María Posse

Abogado, escritor, historiador

Un tiempo dorado que llevó al azúcar elaborada en la provincia a ser elegida la mejor en la Exposición Mundial de Chicago de 1893.




La Real Academia Española define potencia como la “capacidad para ejecutar algo o producir un efecto”. En cuanto a la palabra, en relación a la política o a las relaciones internacionales, se considera “potencia” a un “estado o nación con gran influencia o capacidad de imponer su voluntad”. Es una clara cuestión de definición, qué país puede considerarse como una “potencia mundial”; generalmente son aquellos con la suficiente capacidad bélica como para ser temidos; también cuenta el peso de las opiniones a nivel internacional de sus líderes. Las “potencias nucleares” son las que marcan de alguna manera el actual concepto.


El caso tucumano


Para intentar abordar acerca de si en algún punto de la historia tuvimos esa “potencialidad de ser”, es interesante analizar la historia de Tucumán, en el marco del desarrollo de la Argentina. El fenómeno tucumano tuvo que ver con el nacimiento, a 1.200 kilómetros del puerto de Buenos Aires, de la primera industria pesada de nuestro país y una de las primeras de América del Sur. Solamente Mendoza tenía en la actividad vitivinícola una industria de características tan especiales como la azucarera.

En la década de 1880 los industriales azucareros que habían conseguido acaparar un capital suficiente, importaron las primeras máquinas centrífugas a vapor, generando en poco tiempo riquezas de ensueño; cristalizar un grano de azúcar, que con el viejo procedimiento se conseguía en semanas, llevaba tan sólo segundos. Las fábricas de maquinarias de Londres (cuna de la Revolución Industrial) y Francia pronto abastecerían el florecimiento de una industria que cambió para siempre la faz económica de Tucumán.


La última moda llegaba desde París a Buenos Aires y desde allí en tren a la provincia, donde se construían edificios lujosos al estilo europeo. En pocos años, la fiebre del oro dulce transformó prósperos hacendados en poderosos industriales, con vínculos políticos provinciales y nacionales. Influían en la banca, en la Legislatura nacional y hasta forjaban las candidaturas presidenciales. Tal el caso del general Julio Argentino Roca, quien llegó al poder con el apoyo de grupos industriales, principalmente de Tucumán y del NOA, donde también intervenían.


Al punto llegó el desarrollo de la nueva industria, que en la famosa Exposición Mundial de Chicago de 1893, el azúcar del Ingenio Esperanza de Tucumán obtuvo el primer premio a la mejor azúcar de la muestra… lo que debe entenderse, por entonces, la mejor del mundo. Claramente, las políticas liberales que aquellos hombres de la Generación del 80, pudieron instrumentar gracias a un Estado que “creaba las condiciones” para el desarrollo económico, fructificaron de manera extraordinaria en la más pequeña de las provincias argentinas.

Oro dulce

Al mismo tiempo, la industria azucarera demostraba su “efecto multiplicador”, tanto en la actividad económica de la provincia y de la región. No sólo constituía la columna vertebral de ingenios y explotaciones cañeras, otorgando trabajo a una enorme cantidad de personas (en épocas de zafra se extendía a todo el noroeste, con la cantidad de braceros de provincias vecinas que convergían a Tucumán). Nacieron actividades satélites a la industria: los fabricantes de bolsas, los fraccionadores, los mecánicos especializados en el mantenimiento y reparación de maquinarias, las empresas metalúrgicas para la fabricación de piezas y engranajes, los transportistas de caña, los consignatarios, etc. Las fuentes de trabajo se multiplicaban en la vasta cantidad de obras de irrigación que comenzaban a cruzar todo el territorio.


Como resultado de esta fantástica conjunción de factores, comenzaron a surgir pueblos a la vera de los ingenios, en tal cuantía que puede decirse, hasta hoy, que la actividad azucarera fue el más grande factor de urbanización en el interior de la provincia. El libre mercado abrió expectativas fenomenales, que se volcaron incluso en beneficio de los trabajadores, así lo cuenta el Dr. Juan Bialet Massé (en su célebre Informe sobre el estado de las clases obreras en 1904), quien escribió destacando de manera especial al referido Ingenio Esperanza. Luego de confesar su prevención acerca de las condiciones de vida de los obreros azucareros en Tucumán, se maravilla de las condiciones de salubridad, limpieza y espacio de la fábrica, manifiesta: “…nada podría pedirse por el socialista más exigente”. Destaca la seguridad de las máquinas, sus guarda volantes y guarda engranajes, barandillas, escaleras con pasamano, etc. Todo lo que podía pedirse, de lo mejor. Subraya, además, la existencia de un grupo de edificios para talleres, amplio, completo, con todas las medidas higiénicas necesarias: “basta al observador experimentado el primer golpe de vista para ver que allí hay orden, justicia y bienestar; el solo saludo del obrero al director indica que allí hay algo de subordinación filial, que no existe donde no lo engendra el buen trato. No hay proveeduría, en el establecimiento hay tres casas de negocio, pero el obrero compra donde mejor le parece. El jornal es justo y la retribución es la mejor que se paga en los ingenios. Hay descanso dominical. La casa tiene médico y botiquín que asiste a los obreros. En caso de accidentes del trabajo se presta toda la asistencia y se da el jornal. Si el individuo queda inútil, se le da una pensión, sin perjuicio de que se le dé una colocación compatible con su estado. Lo mismo sucede con los ancianos, al que cumple los sesenta años de edad, habiendo servido en la casa más de 15 años, se le da pensión, sin perjuicio de que se le dé colocación compatible con sus fuerzas. Única casa en la república que hace esto”.


La UNT


Además estaría directamente vinculada a la creación de la Universidad Nacional de Tucumán, que fue primero provincial y luego nacional. Una de las secciones iniciales que abrió sus puertas en 1914 estaba destinada al estudio de la Química y Mecánica y sus conexiones biológicas en su aplicación a la industria y agricultura de la región. Palmariamente la génesis misma de la UNT puede rastrearse en el desarrollo de la actividad azucarera y el requerimiento de las fábricas en contar con profesionales idóneos para la construcción, manejo y desarrollo de las grandes maquinarias y edificación de estructuras, como también el avance en los procesos para la mejora del producto.

La atención requería ingenieros civiles, mecánicos, electricistas, hidráulicos, como así también ingenieros químicos para el tratamiento y mejor aprovechamiento del producido de la caña. Cada salto tecnológico debía ser aprovechado; en ello estaba el futuro de la economía tucumana. La generación conocida como “del centenario”, que brilló en esos años, fue hija dilecta de la onda expansiva que impactó en el ámbito económico, social y cultural. Varios de sus integrantes formaban parte del núcleo de familias ligadas a la actividad.


Todo esto se construyó con aportes de capitales privados; el Estado por entonces era quien resguardaba la propiedad, la libertad de acción y el marco jurídico en el que la actividad se desarrollaba. Tucumán se convirtió en una meca productiva. Comenzaron a edificarse suntuosos edificios, la moda llegaba directamente de París a Buenos Aires y al mismo tiempo a Tucumán. El ingenio Santa Ana se convertiría en un coloso industrial, y así lo describió un visitante ilustre.


Máximo Puskovas escribió: “Theodore Roosevelt llegó al país el 5 de noviembre de 1913, siendo sometido a una incesante e inacabable rueda de agasajos, paseos y homenajes que incluyeron recorridas por la ciudad, por La Sportiva, el teatro Colón, la Facultad de Medicina, La Plata y su museo, el Hipódromo Argentino y un encuentro con el multifacético Clemente Onelli, director y habitante del Zoológico de Buenos Aires. Y aun más allá, recorrió el país desde la Patagonia hasta Tucumán. Desde el 1900 que Estados Unidos había comenzado a desplazar la hegemonía británica en la economía mundial, Gran Bretaña había perdido su condición de primer país industrial del mundo, y Estados Unidos dejó de ser un mercado para sus productos, acrecentándose la competencia en el resto del mundo. Al finalizar la primera guerra mundial, transformó su condición de país deudor en país acreedor. En el año de la visita de Roosevelt, las inversiones estadounidenses en el país, que eran de U$S39 millones, alcanzaron en 1931 los U$S654 millones. En realidad, Argentina era la última ‘resistencia’ al predominio norteamericano, situación que se extendería por varias décadas, convirtiéndose, sobre todo durante la Segunda Guerra Mundial, en el campo donde Gran Bretaña y aquel país libraran su colosal batalla entre el declive de una y el apogeo de la otra”.


En su visita a Tucumán, Roosevelt quedó impactado con el nivel industrial y educativo de los tucumanos: escribió muchos pasajes bastante elogiosos, principalmente en temas medulares como la pujanza industrial, la fuerza de trabajo, la ciudad limpia y progresista, y un nivel educativo igual o superior al de las ciudades norteamericanas más importantes: “En resumen, quedé impresionado del punto de vista educacional, como que es una notable demostración de un gran esfuerzo. En esta ciudad subtropical del norte de la Argentina, la consagración de los maestros y su inteligente aplicación de los métodos modernos, la universalidad de la educación a los niños, el tipo de educación superior que se practica como un ideal realizable, y también la forma del entrenamiento físico y deportes, son exponentes que reflejarían gran crédito a cualquier ciudad progresista en nuestro país”.


Visiones


Como escribía Federico Pinedo (hijo), en la década de 1970: “…Antes de medio siglo de la organización del país llegamos a formar parte, real y positivamente, del grupo de naciones más destacadas en el concierto mundial por su riqueza material, por su creciente cultura, por el grado de bienestar de que disfrutaba toda su población, comparado con el que en la época tenía la generalidad de las naciones. Por eso el país atraía como pocos a inmigrantes extranjeros, en su mayoría de origen europeo... En cuanto a nivel de vida de la masa de la población, todo investigador que haya estudiado la realidad y que se expida con verdad, forzosamente tiene que reconocer que desde hace casi un siglo hasta hace 30 o 40 años (es decir en 1930-1940) ese nivel de vida era en la Argentina de los más elevados que se conocían en el mundo... Ese exitoso resultado fue la consecuencia de un sistema de vida en lo interno y de una definida conducta frente al extranjero. En lo interno el sistema consistió en confiar en la acción de los habitantes de esta tierra y el estímulo de la actividad productiva por el reconocimiento de las ganancias que se obtienen con ella. En lo externo la regla fue la admisión ilimitada de la cooperación de los de afuera; de la cooperación de personas de otros países que quisieran venir transitoria o definitivamente a esta tierra, y de capitales de otros países que transitoria o de modo definitivo se asociaran voluntariamente a nuestra suerte. Todo anduvo bien mientras marchamos por esa ruta y todo dejó de andar bien cuando nos apartamos de ella”.


El Dr. Abel Posse nos enseñaba cómo, a principios del siglo XX, “Argentina entraba a paso firme en el concierto de las naciones”; y agregaba “Este fue el siglo en el que fue lo que quería ser. Desde la Organización Nacional y la Generación del 80 avanzamos con increíble velocidad hasta definirnos hacia 1930 como gran nación moderna en la siesta continental. Nos afirmamos como nación en medio del más fascinante, terrible, criminal y creativo siglo XX (sólo comparable por su conmoción con el siglo IV y al del Renacimiento-Descubrimiento). Creer y crear la Argentina fue pasión de todos. Por entonces como lo cuenta el doctor Cavallo en ‘Volver a crecer’ y a la luz de las estadísticas, Japón, España, Italia y el mismo Canadá, venían a nuestra zaga. (Por vivir mejor que ellos y verlos inmigrar por miles terminamos creyéndonos superiores…)”.


Todo lo hasta aquí desarrollado constituyen DATOS, NO RELATOS antojadizos acerca de lo que fue nuestro país en los primeros años del siglo XX. Tuvimos la “potencia de ser” y lo fuimos; de manera palmaria estuvimos tocando, en primera fila, en la orquesta de las primeras naciones del mundo. Pretender negar (como intentan algunos “doctorados” de izquierda) la posición de privilegio de nuestro país en la historia, constituye una necedad que raya en lo ridículo. Luego de las presidencias fundacionales de principios de siglo, vinieron los gobiernos “populistas”, la penetración de la izquierda, primero intentando tomar el poder por la fuerza de las armas, para finalizar encaramándose políticamente durante 20 años en lo que ya se consideran como los gobiernos más corruptos y decadentes de la historia argentina. Los adalides del relato de la nueva historia, que pretenden degradar la grandeza que tuvo el país, son los mismos “historiadores” que intentan establecer al Che Guevara como un héroe válido, y se sacan fotos junto al montonero Mario Firmenich. ¡Cuidado, que de tanto insistir con el panfleto, algunos lo creerán verdadero! Antonio Gramsci estaría orgulloso de sus seguidores actuales, filo kirchneristas, creadores del “Relato Histórico Argentino”. Es preferible abrevar en las enseñanzas de Jordan Bruno Genta quien afirmaba: “La patria es la historia de la patria, si nos quitan la historia, nos quitan la patria”. El enemigo está allí, agazapado, esperando que bajemos la guardia para volver a la carga. Hay que reconocerle a la izquierda su perseverancia...

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