Por José María Posse - Abogado - Escritor - Historiador.
El 31 de mayo de 1565 se fundó, en el paraje denominado Ibatín, la ciudad de San Miguel de Tucumán. Dos años antes, el rey Felipe II había creado la Gobernación de Tucumán, que dependía del virrey del Perú. Este designó gobernador de la vasta jurisdicción a don Francisco de Aguirre. La capital de la gobernación estaba en la ciudad de Santiago del Estero.
Aguirre tuvo que reprimir los alzamientos indígenas que se habían desencadenado a raíz de una serie de errores concebidos por la irreflexiva conducta de su antecesor en la región, Gregorio de Castañeda, hombre de trato brutal. Si bien pudo lograr pacificar el territorio, no sin derramar sangre de indígenas y españoles, se encontró en Santiago del Estero una ciudad solitaria rodeada de potenciales enemigos. El audaz conquistador rápidamente comprendió la necesidad de fundar nuevos asentamientos, que de algún modo se protegieran entre sí.
El encargo
El capitán Diego de Villarroel, además de ser sobrino de Aguirre, era su soldado más leal y de confianza. Era un veterano, con más de una década de experiencia en los territorios que iban siendo colonizados por los españoles. Sin duda en todo ello pensaba don Francisco al encargarle la difícil tarea de fundar un nuevo pueblo, en medio de esa inmensidad de selva nubosa.
El 10 de mayo de 1565 Aguirre firma un largo documento, donde juzga los innegables méritos de Villarroel: su “valor, prudencia y experiencia”, su condición de “caballero e hijodalgo” y “todas las demás calidades que conviene tener en las personas a quienes se les encarga cargos de tanta confianza”. El encargo era muy claro: “que podáis poblar y pobléis la ciudad y pueblo de San Miguel de Tucumán en el campo que llaman en lengua de los naturales Ibatín, ribera del río que sale de la quebrada”. Allí se instalaría “El tronco de la Justicia”. Se lo designaba, además, “teniente de gobernador y capitán” de la nueva ciudad. También lo autorizaba a “dar y repartir tierras” en el nuevo asiento.
Arribado al paraje el 31 de mayo de 1565, con absoluta solemnidad, Villarroel realizó todo lo establecido para la fundación de las ciudades españolas en América. Primero hizo cavar un agujero en el centro del cuadrado que destinó para plaza, y allí clavó un grueso tronco: era el símbolo del poder real y marcaba el lugar donde serían ejecutados, en adelante, los condenados por graves delitos. También debe haber realizado una serie de actos simbólicos que se utilizaban en las fundaciones: cortar matorrales, sentarse en el suelo, lanzar mandobles a los cuatro puntos cardinales y desafiar a viva voz a que alguien le discutiera la posesión que en ese momento tomaba. Luego proclamó que el acto se hacía en nombre de “Dios Nuestro Señor y de su Majestad el Rey don Felipe, segundo de este nombre, primer Emperador del Nuevo Mundo de las Indias, y del muy ilustre Francisco de Aguirre, gobernador y capitán general de estas provincias de Tucumán, Juríes y Diaguitas”. Le impuso el nombre de San Miguel de Tucumán y Nueva Tierra de Promisión, para que así “se llamase desde hoy en adelante”, con una Iglesia Mayor bajo “la advocación de Nuestra Señora de la Encarnación”.
Advirtió también que “nadie podía tocar el poste (que se conocía popularmente como “palo y picota”), bajo pena de muerte y confiscación de todos los bienes. Y como era necesario que la ciudad contase con un Cabildo, para que “la rigiese y gobernase según y como se rigen los demás pueblos y ciudades pobladas en nombre de Su Majestad”, de inmediato designó a los primeros cabildantes y se repartieron los solares alrededor de la plaza, en un trazado en damero, típico de las poblaciones españolas.
La fundación se realizó en ese sitio por su cercanía con el río Pueblo Viejo, antes conocido como El Tejar. Si bien aseguraba el aprovisionamiento del agua, recurso vital para la supervivencia de aquellos pioneros, fue también un problema por los frecuentes desbordes del río, que inundaban el poblado y las tierras de cultivo. En su apogeo, la ciudad de San Miguel de Tucumán en Ibatín se distribuía sobre un total de 49 manzanas; en la actualidad se pueden definir sólo cuatro, el resto está cubierto por una selva subtropical o yunga de una gran biodiversidad, cañaverales y de otras plantaciones. Han llegado a nuestros días algunos objetos, como los santos de las iglesias de Ibatín, que se encuentran repartidos entre la iglesia San Francisco y la Catedral, de nuestra ciudad capital actual.
El traslado
Fueron varios los factores que determinaron, en septiembre de 1685, su traslado hasta el lugar conocido como La Toma, donde se encuentra actualmente la capital provincial. Las inundaciones que ocasionaban el desborde de El Tejar y las epidemias que asolaban a la población fueron algunos de ellos. En 1678, el gobernador Juan Diez de Andino en misiva al rey Carlos II, relataba los serios problemas que causaban las referidas inundaciones y al parecer el agua enfermaba a la población de un mal llamado cotos, que causaba serias hinchazones en los vecinos.
Pero había otra cuestión de fondo que preocupaba aún más a las autoridades: el intercambio comercial. A raíz de los constantes ataques indígenas, las tropas de carretas de los mercaderes que distribuían los “efectos de Castilla” y llegaban al Alto Perú, ya no pasaban por Ibatín. Los mercaderes prefirieron el llamado Camino del Perú, que llevaba a los viajeros por Esteco, Choromoro y Tapia, sin pasar por San Miguel de Tucumán, con lo cual la ciudad quedaba a trasmano, provocando la ruina del comercio en la región.
PRESENCIA OFICIAL. La imagen refiere a la llegada del enviado español.
Finalmente, la petición de Diez de Andino fue escuchada por el monarca español; el 26 de diciembre de 1680 expidió la Cédula Real que autorizaba el traslado de la ciudad a La Toma. Al año siguiente fue reemplazado por don Fernando de Mendoza y Mate de Luna. Durante los tres años siguientes, el Cabildo discutió la forma de mudar la ciudad al nuevo asentamiento. Eran muchas las dificultades: había que comenzar de cero, no había ni dinero ni mano de obra suficiente. Aducían también la fertilidad de las tierras cercanas a Ibatín y el problema de volver a construir edificios como la Matriz o el convento de San Francisco. Por otro lado, no se contaba con “maestros de arquitectura”.
En ruinas
El año de nuestro Señor de 1684 fue acaso el peor de la población desde su fundación. La ciudad fue azotada por una plaga de langostas, seguida de una prolongada sequía y la rotura del molino que provocó la falta de alimentos básicos. El Cabildo estaba abandonado por su estado ruinoso. Es de destacar que, como en gotera, los vecinos comenzaban a trasladarse a La Toma, lugar al cual la ciudad llegaría el siguiente año.
El 4 de julio de 1685, dado el “estado miserable” de San Miguel de Tucumán, se pidió al gobernador que hiciera efectiva la Cédula Real de la mudanza, la cual fue habilitada el 16 de agosto por Mate de Luna, que dispuso el traslado al sitio señalado. Luego de instalar el “Árbol de la Justicia”, el Real Estandarte y el cepo, símbolos de la autoridad del monarca, el 29 se ofició “la misa cantada con sermón y los demás oficios divinos”, en homenaje al patrono, quedando fundada la nueva ciudad de San Miguel de Tucumán.
Una visita
“De Ibatín a la Toma” es el título de un imponente mural del dibujante tucumano Isaías Nougués, recientemente restaurado y colocado en la sala educativa de la Casa Histórica, Museo Nacional de la Independencia. En una visita a la referida Casa del profesor uruguayo Julio Pereyra, experto en autismo, reconocido a nivel mundial por sus trabajos de campo en el área de su especialidad, recomendó poner en valor el mural de Nougués, que se encontraba en el área de Dirección del Museo. Para el maestro, no debe subestimarse a los niños a la hora de interpretar una obra artística, pues ellos tienen una cosmovisión pura de las cosas y pueden captar sutilezas, dándoles un sentido mucho más profundo incluso, que los mayores ya formados. “¡No tanto dibujo infantil y más arte!”, sentenció.
Ello movió al equipo del equipo de educación del museo a desarrollar un proyecto integral de enseñanza de nuestra historia comarcana, desde una obra artística extraordinaria que era ya parte del patrimonio del Museo Nacional. El mural cuenta la historia del traslado de la ciudad de San Miguel de Tucumán, desde su antiguo asentamiento en Ibatín, al actual. Los tres paneles cuentan acerca de tres momentos de aquellos tiempos fundacionales de nuestro Tucumán, desde la imaginación de un artista, reconocido como un verdadero “maestro de la línea”, y que nos ha legado una obra que sin duda va a trascender a futuras generaciones. A propósito de la restauración, el periodista Roberto Espinosa realizó un amable reportaje al autor. Vale la pena leer sus reflexiones:
“Isaías Yita Nougués, destacado artista tucumano de 94 años, se refiere a la génesis de su mural ‘De Ibatín a La Toma’. Un ombligo del mundo. Pare un punto. Ejercita movimientos. Se cuelga del tiempo. Driblea el espacio. La línea conversa con la historia. Improvisa formas. Personajes. Hechos. 1565. En Ibatín respira un pueblo. Indígenas. Invasores. Plantan un nuevo destino. Adversidades. Frustración. Necesidad de cambio para huir de la desdicha. 1685. El lápiz de cera vertebra el traslado hasta La Toma. Nuevos aires fundan la esperanza en un Jardín. El grafito del muralista detiene los 120 años de una epopeya tucumana. Está feliz porque su histórico mural vuelve a salir a la cancha, restaurado, luego de un ostracismo en que corrió peligro su vida. ‘Es de 1986. Sara Peña, directora de la Casa Histórica, me había invitado a hacer una muestra sobre el sobre el Suplicio de la Hechicera; yo había hecho una carpeta sobre ese tema con dibujos sobre el libro de mi abuelo (Julio López Mañán). Se cuenta el juicio a esa hechicera a quien habían condenado por haber hechizado al dueño de la encomienda, donde ella vivía y trabajaba. Entonces, hice una carpeta que publicó la papelera Massuh como regalo para sus clientes de fin de año. Sara Peña me invitó a exponerlos de nuevo en la Casa Histórica donde, como no se podía poner clavo en las paredes, lo habían revestido con esos paneles de aglomerado’, cuenta Isaías Nougués, destacado artista tucumano que el 23 de julio soplará 95 años. Yita, que vive hace varias décadas en Buenos Aires, ha realizado varios murales en su ciudad natal. -¿Cómo surge la idea de hacer un mural sobre el traslado de San Miguel de Tucumán? -Le dije a Sara Peña que en vez de exponer los 10 dibujos, iba a hacer un solo dibujo grandote, aprovechando los paneles. Entonces en esos paneles que estaban colgados para cubrir las paredes, yo hice el dibujo sobre el traslado de la ciudad de Tucumán. Tenía un boceto hecho sobre el traslado de la ciudad. Lo dibujé ahí mismo, en la Casa Histórica, en los paneles que ya estaban colocados en la sala que da al patio del aljibe. -Te habrás documentado históricamente… -Claro, saqué todo de lo que tenía mi abuelo, primero con el suplicio y la hechicera y después con el traslado que coincidía con las festividades de la Virgen y de San Miguel. Julio López Mañán era mi abuelo por parte de mi mamá. -¿Cuánto tiempo te llevó a hacerlo? -Como tenía el boceto hecho, me llevó dos o tres días. Son ocho metros de largo por dos de altura. Son tres paneles. El primero representa la separación y el alejamiento de las tribus indígenas, después están las cosas que tenían que trasladar para la ciudad. Ahí está, por ejemplo, colgado, el manto sagrado, el archivo histórico de la ciudad y el cepo, que era la prisión que tenían por esa época. Después tenían que llevar el Santísimo Sacramento y el final era el poste de la justicia, que estaba puesto en la plaza principal, que era ahí donde ajusticiaban a los muchachos”.
La sala quedará formalmente habilitada en estos días, para deleite de los visitantes a nuestra Casa Histórica, enriquecida por la restauración de tan magnífica obra.
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