El investigador Enrique Soria destapa una de las estrategias más sibilinas del Siglo de Oro para escapar al "régimen de terror" de la limpieza de sangre y la persecución de la Inquisición española.
Miles de judeoconversos se apropiaron de apellidos de familias nobles entre los siglos XVI y XVII para limpiar su origen manchado y esquivar la implacable política represiva puesta en marcha por la maquinaria inquisitorial y los estatutos de limpieza de sangre. La audaz estrategia de asimilación de la comunidad judeoconversa ha sido estudiada minuciosamente por Enrique Soria, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Córdoba y autor de una prolífica obra investigadora sobre los marranos o cristianos nuevos.
Sus conclusiones son sorprendentes. En medio de una sociedad aparentemente inflexible y sometida a asfixiantes leyes de depuración católica, los judeoconversos encontraron resquicios para escabullirse de su estigma primigenio y activar mecanismos de ascenso social. "El uso de los apellidos entonces era muy caótico", subraya Enrique Soria. "Muchos hijos llevaban apellidos de la madre. Otros de la abuela o de un tío. Y era muy normal que los hermanos tuvieran apellidos distintos. Y, en ese caos, es muy fácil que los conversos jueguen para huir de la marca de la infamia".
El investigador cordobés lleva años sumergido en los archivos. Y ha revisado miles de documentos que revelan una de las prácticas más ingeniosas de reinvención del linaje. "Si yo me llamo Córdoba de apellido, como cientos de personas, porque soy descendiente de un judío, pues me pongo Fernández de Córdoba. Y a un genealogista le pago para que me diga que desciendo de un hijo bastardo de la familia. Y lo injerto en el árbol genealógico. O paso de Ramírez a Ramírez de Arellano. O de Toledo a Álvarez de Toledo. Es decir: usurpo apellidos nobiliarios o que suenan a nobiliario".
Los judeoconversos con poder económico daban un paso más en su sibilina estrategia. Sobornaban a los auténticos nobles, muchos de los cuales vivían en el norte y pertenecían a familias en claro declive. Contactaban con ellos y compraban su inclusión en la estirpe a cambio de un documento que certificara su falso origen hidalgo. "Lo que interesaba es tener una carta que después puedas usar. Una prueba. Y, en efecto, se trataba de toda una industria de la falsificación y el blanqueamiento".
Los estatutos de limpieza de sangre se convirtieron durante siglos en un férreo sistema de depuración ideológica sin precedentes ni parangón en Europa. Una sola gota de sangre judía en generaciones ya manchaba de forma irreparable la reputación personal y desencadenaba todo un proceso de ostracismo social. "Esa monstruosidad demencial hacía que con solo un judío entre tus antepasados ya era suficiente. Podías ser el mejor cristiano del mundo y convertirte en un paria social si alguien demostraba que tenías la sangre manchada. Entonces, no podías entrar en las cofradías, ni en la universidad, ni tener cargos importantes". Son innumerables los casos de obispos, canónigos e incluso santos que tenían huellas judías en su árbol genealógico. "Yo he demostrado en un trabajo que hay una gran parte de la Inquisición que tiene sangre judía. Y esta espada de Damocles permanece encima de la población entre 1550 y 1650, que son los años más duros".
Los judíos ocupaban el vértice del escalafón del desprecio, por encima, incluso, de los moriscos. "Era asco absoluto", describe gráficamente Enrique Soria. Pero, ¿cuál es la razón? El investigador cordobés cree que uno los motores del odio social fue prendido por la Iglesia, que los acusaba de haber matado a Cristo. "Aunque Cristo era judío", remarca el catedrático de la UCO. Los prejuicios y las leyendas antisemitas se expandieron como la pólvora. "Los acusaban de envenenar fuentes y matar niños, y se identificaban con el prestamista y el usurero". El hecho diferencial con el morisco, en opinión de Enrique Soria, es que este es rural y marginal, y el judeoconverso se instala en las urbes, se mezcla con las clases medias y accede a puestos de relevancia, desde escribanos a notarios, contadores médicos o farmacéuticos, lo que excita un fuerte sentimiento de envidia.
A diferencia de Europa, donde los judíos son atacados ferozmente pero enclaustrados en guetos, en España están insertos en la trama social. "Se sienten parte del sistema pero son rechazados por el sistema", puntualiza el profesor. Ese hecho inaudito propicia, bajo su perspectiva, el fenómeno del Siglo de Oro, que es la "máxima etapa de la creación humana". Muchos de los autores son de origen converso y sus desventuras personales en el contexto de una sociedad que los hostiga constituyen el magma de dos de los géneros más celebrados de la historia de la literatura española: la picaresca y la mística. "La picaresca es impensable fuera de España. Es un cántico a mostrar las miserias del sistema. Los escritores no son pobres, pero saben que, por su sangre, son basura social. Y cada uno a su manera, hasta Cervantes, está escribiendo desde el dolor", afirma.
Sobre la controversia originada por la escritora Elvira Roca y su libro Imperiofobia y leyenda negra, Enrique Soria coincide con la autora en que la Inquisición española dictaba sus sentencias en el marco de un proceso con garantías, al contrario de lo que sucedía en el resto de Europa. "Aquí no existe el linchamiento de las sociedades anglosajonas. Pero la cuestión no es cuántos quemaron. De lo que se trata es del régimen de terror que genera la Inquisición y la limpieza de sangre. La Inquisición juzga a los malos cristianos y no admite la libertad de creencias. No solo en España. En toda Europa. Lo distintivo de España es la limpieza de sangre. El miedo a que saliera a la luz tu auténtica ascendencia sí es propiamente hispánico. Y es monstruoso". Enrique Soria cree, por tanto, que Elvira Roca maneja datos veraces en relación a la Inquisición, pero considera que la autora malagueña los utiliza para defender "un discurso reivindicativo de la España imperial".
Fuente: publico.es
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