El creador de la bandera falleció en el peor día que vivió el país en 1820 y su funeral se hizo casi en soledad. Tardaron más de un año en enmendar el error y el gobierno organizó honras acordes a su figura y al papel que había desempeñado en esos años en que estaba todo por hacer-
Fue el funeral que no había pedido tener. A las 9 de la mañana el cortejo partió de su casa, a metros del Convento de Santo Domingo, donde un año y 39 días antes había sido sepultado. Participaron brigadieres y coroneles, seguidos por autoridades civiles y eclesiásticas. En cada esquina se detenían para un rezo. A lo largo del recorrido, las tropas llevaban los atributos de luto en sus uniformes, en sus armas y en sus banderas. Desde la madrugada de ese día, cada media hora en el Fuerte, con su bandera a media asta, se disparaba un cañón. El ambiente de respeto lo completaban el lento tañir de las campanas de las iglesias que tocaban a muerto. Las actividades se habían suspendido, los comercios permanecieron cerrados y no había gente en las calles. Era el domingo 29 de julio de 1821.
El año anterior había muerto Manuel Belgrano y ahora lo honraban.
El cortejo demoró tres horas en llegar a la catedral, que estaba ornamentada para la ocasión. En su entrada se exhibían banderas que el abogado devenido en general le había arrebatado al enemigo. El ejército permaneció formado en la plaza. Hubo una vigilia y luego se dio misa y el canónigo Valentín Gómez pronunció la oración fúnebre. A las cuatro y media todo había terminado.
El general Manuel Belgrano había fallecido el 20 de junio de 1820 ignorado y olvidado por la grave crisis institucional que se vivía. Cinco días después, solo el diario El Despertador Teofilantrópico del polémico Fray Francisco de Paula Castañeda se había hecho eco del triste suceso:
“Porque es un deshonora nuestro suelo; / “Es una ingratitud que clama al cielo, /El triste funeral, pobre y sombrío, / Que se hizo en una iglesia junto al río. /En esta ciudad, al ciudadano, /Ilustre general Manuel Belgrano.”
Fue un triste e injusto final el que tuvo. Desde marzo de 1820 estaba en su casa, en la misma en la que había nacido el 3 de junio de 1770. Lo cuidaban sus hermanos, especialmente Juana y Domingo Estanislao, que era sacerdote. Lo asistió el médico Joseph James Thomas Redhead, un escocés que decía haber nacido en Connecticut para no ser molestado en Buenos Aires. El general Gregorio Aráoz de La Madrid lo visitaba ocasionalmente y otro médico, Juan Sullivan solía ir a tocar el clavicordio para distraerlo.
El 25 de mayo dictó su testamento y pidió ser enterrado con el hábito de los dominicos. Si bien declaró ser soltero y sin descendencia, a su hermano le encargó la educación de Manuela Mónica del Corazón de Jesús, la hija que había tenido con la tucumana María Dolores Helguero. Su otro hijo, Pedro Pablo, producto de su relación con Josefa Ezcurra, era criado por Juan Manuel de Rosas.
A Redhead le regaló su único objeto de valor que tenía colgado de su cama: un reloj de bolsillo de oro y esmalte con cadena de cuatro eslabones con pasador, obsequio del rey Jorge III de Inglaterra. El 19 se despidió de su hermana y el 20, a las 7 de la mañana, falleció.
Fue un modestísimo cortejo el que cargó el ataúd de pino unos pocos metros, hasta el Convento de Santo Domingo. Lo depositaron a un costado del altar.
En Buenos Aires, donde todo se sabía, a pocos le importó su muerte. Justo el 20 Ildefonso Ramos Mejía, el general Estanislao Soler y el propio Cabildo se disputaban el poder. “El día de los tres gobernadores” pasó a llamarse en los manuales de historia.
Por gestiones de su hermano Domingo Estanislao se rezó una misa en Santo Domingo los días 27 y 28 de junio. En una ceremonia pequeña, con pocos asistentes, fue enterrado. Como lápida se usó un mármol de una cómoda que había pertenecido a su madre. “Aquí yace el general Belgrano”, esculpieron.
Juan Manuel Beruti, en sus Memorias Curiosas, arriesgó una explicación por el olvido: “Por las convulsiones que desde su fallecimiento han sobrevenido a esta ciudad y no tener el Cabildo fondos con qué costearlo, pues lo había ofrecido hacer por su cuenta, y de un día a otro, se ha ido pasando sin haberlo efectuado”.
Y la vida continuó.
Ese domingo 29 de julio de 1821, cuando las ceremonias finalizaron, hubo un banquete en lo de Sarratea, que vivía a unos pocos metros de la casa del prócer. Allí se dieron cita unas ochenta personas, entre las que se destacaron el gobernador Martín Rodríguez, su ministro de Gobierno y Guerra Bernardino Rivadavia, jefes militares, magistrados y demás funcionarios. Hubo discursos laudatorios y Rivadavia anunció que el próximo pueblo que se fundase llevaría el nombre de Belgrano, que efectivizó con el decreto que dio a conocer el 7 de agosto. Y la calle del domicilio del prócer pasó a llamarse Belgrano.
La noche del 30 de julio la actriz Ana María Rodríguez de Campomanes le dedicó la obra “La batalla de Tucumán”, que brindó en el Coliseo Provisional de Comedias, que funcionaba en la actual calle Reconquista al 200.
Por imperio de las circunstancias, Belgrano era honrado como no lo había sido ninguno de los actores principales de la Revolución de Mayo. Años después vendrían otros homenajes. En 1873 el presidente Domingo F. Sarmiento inauguró la estatua ecuestre en la plaza de Mayo; en 1887 Bartolomé Mitre publicó la biografía “La historia de Belgrano y de la independencia argentina”. No había pedido grandes exequias o monumentos pero, aún así, en 1903, bajo la presidencia de Julio A. Roca sus restos fueron trasladados al mausoleo que se erigió en el convento de Santo Domingo. Cuando se exhumaron sus restos, dos ministros fueron sorprendidos cuando se llevaban dientes del prócer y debieron devolverlos.
Fue por una ley impulsada por el presidente Roberto Ortiz que, desde 1938 el 20 de junio es oficialmente el día de la bandera, que él había creado. También fue el responsable que tengamos escarapela. Peleó en las invasiones inglesas, fue funcionario del Consulado; activo promotor de la Revolución de Mayo. En la Junta fue vocal y renunció a su sueldo “porque mis principios así me lo exigen”. Debió vestir el uniforme de general y ponerse al frente de un ejército que hizo las campañas al Paraguay y a la Banda Oriental. Como jefe del Ejército del Norte llevó a cabo la brillante operación que fue el Éxodo Jujeño; por sus triunfos en las batallas en Salta y Tucumán el gobierno lo premió con una fortuna que destinó a la fundación de cuatro escuelas. Fue clave su participación en el Congreso de Tucumán. Creó la Escuela de Naútica y la Academia de Dibujo; ayudó a fundar el diario El Telégrafo Mercantil, desde donde llamó a fomentar la agricultura y el comercio y a fundar industrias. “Este país será sin comercio un país desgraciado”; hasta fue un activo promotor de la aplicación de la vacuna contra la viruela. La lista de sus logros, planes y sueños es interminable. “Mucho me falta para ser un verdadero padre de la patria, me contentaría con ser un buen hijo de ella”, escribió. Ejemplos se buscan.
Fuente: Infobae
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