Por José María Posse
Durante todo el año de 1818, los hacendados comerciantes y productores tucumanos, continuaron solventando penosamente el soporte del acantonamiento del ejército en Tucumán.
Manuel Belgrano era muy detallista en el cuidado de cada centavo de gastos y había ordenado además que los distintos cuerpos del regimiento cultivaran huertas propias para ayudar a su alimentación. Pero era, tal como lo señala el general Tomas de Iriarte, extremadamente duro con la disciplina. No ordenaba nada que él mismo no hiciera o cumpliera. Ningún otro general argentino fue tan frugal en sus necesidades, al punto que vestía un raído y descolorido uniforme de color verde, además del de gala que utilizaba solo en funciones importantes o protocolares[1].
Exigía mucho, así como se exigía asimismo. Pero la mayoría de la población no entendía de tantas expiaciones; simplemente querían normalizar sus vidas e ingresos, lo que los apuros de la guerra impedían. Belgrano pedía sacrificios y él mismo, con su ejemplo, mostraba cuanto debía entregarse a la patria naciente.
Recordemos que la inmensa suma de dinero que se le otorgó como premio por las batallas de Tucumán y Salta fue donada por él para la construcción de cuatro escuelas. Lo daba todo a la causa, si hasta su vida personal y amorosa la había relegado por un ideal superior. Por todo ello su autoridad moral era intachable y su sola presencia infundía respeto; pero la población ya murmuraba acerca de cuando se acabaría el pesado yugo que el mantenimiento de la guerra implicaba.
Para colmo de males, a principios de 1819, Belgrano recibió la orden del Director Supremo de las provincias de marchar contra los ejércitos de los caudillos litoraleños López y Ramírez. De inmediato, y a fines de solventar la marcha, impuso dos empréstitos forzosos, uno de veinte mil y otro de cuatro mil pesos al vecindario de Tucumán y una contribución de sangre para organizar un nuevo regimiento. Todo esto terminó, lógicamente, por arruinar la economía de la provincia y crear decididamente un clima adverso a la persona de Manuel Belgrano.
Quedó al mando de Tucumán el gobernador Feliciano de La Mota Botello, quién aplicó al extremo el rigor que exigían estas nuevas exacciones. Las prisiones de vecinos principales, los embargos de bienes, caballares y vacunos se multiplicaron hasta límites nunca antes vistos. Para continuar con las desgracias la campaña culminó en un verdadero desastre, coronada con la rebelión de Arequito[2].
Mientras tanto, los 300 hombres que quedaron en Tucumán, más los nuevos reclutas forzados, eran tratados con inaudito rigor por el coronel José Domingo Arévalo. Este jefe, nacido en Uruguay, exageraba la severidad de Manuel Belgrano aunque, como señala Ricardo Jaimes Freire, no tenía el prestigio ni la autoridad moral del vencedor de Tucumán y Salta[3].
Los tucumanos entonces fueron sometidos a normativas de severidad inusitadas que venían de las antiguas ordenanzas españolas y que, entre otras cosas, disponían el toque de queda por el cual todos los habitantes de la ciudad debían encerrarse en sus casas bajo pena de multa y de cárcel. Igual pena sufrían aquellos que demoraran las “ayudas al ejército”. Los gestores de tantos abusos y atropellos eran el gobernador de la Mota Botello y el jefe del destacamento Arévalo. Con éste estado de cosas, era lógico que los oficiales de la guarnición tramaran una insurrección, seguramente en connivencia con hombres de importancia de la vida cívica y económica de la provincia[4].
PRISIÓN DOMICILIARIA DE BELGRANO
En esos días volvió a Tucumán el general Manuel Belgrano, enfermo y abatido al presuponer que, los sucesos de Arequito, iban a ocasionar un estallido sin precedentes en las antiguas provincias del Río de la Plata. Pudo haberse dirigido a Buenos Aires, pero circunstancias personales lo regresaron a su ciudad adoptiva.
Cansado y deprimido fue a reposar a su humilde casa en las cercanías del Campo de las Carreras. Allí recibía a unos pocos íntimos y a su pequeña hija de meses, fruto de su amor con doña Dolores Helguero. Pero su estrella en Tucumán se había oscurecido, pues como ya vimos, la severidad de sus últimas medidas al frente del ejército, y la severidad de quién había dejado al mando de las tropas, lo habían alejado de la estima popular. Por ello no es de extrañar que en la sublevación que estalló el 11 de Noviembre de 1819 fuera él uno de los primeros en ser detenido por los insurrectos, todos ellos capitanes de los regimientos acantonados en Tucumán encabezados por Abraham González, Felipe Heredia y Manuel Cainzo. En una rápida maniobra, apresaron también al gobernador de La Mota Botello y al odiado comandante José Domingo Arévalo.
Manuel Belgrano no fue engrillado como era de costumbre en estos casos debido a su enfermedad. Tenía los pies muy hinchados y no representaba peligro alguno para los complotados pues se encontraba en un delicado estado de salud. El médico personal del general porteño hizo entrar en razón a los sediciosos quién en respeto y consideración no le ocasionaron mayores incomodidades. Pero debió pasar por una humillación totalmente inapropiada para un hombre de su entidad. El jefe revolucionario dejó un centinela en la puerta de Belgrano y allí terminó la cosa. Nunca se ejerció violencia física sobre él, ni fue engrillado, como erróneamente se consigna en algunos textos [5].
Neutralizados los tres jefes de la plaza, los revolucionarios nerviosamente se dirigieron al Cabildo para deliberar sobre la situación creada en la provincia y garantizar la paz y el orden.
La mañana del 12 de Noviembre concurrieron el alcalde de segundo voto don José Víctor Posse, junto al regidor de policía don Francisco Javier Avila y el regidor de fiestas José Mur, entre otros, quienes trataron el oficio de los complotados en donde manifestaban que: “ ciertos acontecimientos relativos a los intereses generales de la nación los habían obligado en la noche precedente a separar del gobierno al señor don Feliciano de la Mota Botello y en consecuencia, exigían de la municipalidad que a fin de no dejar al pueblo en anarquía, se encargara ella del mando político, en tanto que se proveía ese empleo en la persona que conviniera”[6].
La situación era sin dudas muy complicada para esos hombres con conocimientos jurídicos rudimentarios. La casualidad fue que justamente se encontraban en Tucumán los camaristas de Charcas don Silvestre Icazate, con José de Ulloa y don Mariano Serrano. El Cabildo los convocó junto a los abogados tucumanos don Domingo García, don José Serapión de Arteaga y don Juan Bautista Paz a efectos de analizar la situación y buscar una salida legal al asunto.
Reunidos los asesores concluyeron dictaminando que, cediendo a las circunstancias y para evitar mayores males y disturbios se debía aceptar la propuesta de los sediciosos y el cabildo debía hacerse cargo del gobierno interino de la provincia. Asimismo se informó de lo sucedido al Congreso de las Provincias Unidas y al Director Supremo del Estado. Se formó una comisión de enlace entre el Cabildo y los complotados, compuesta por Posse, García y Arteaga. También se convino llamar a la ciudad a una serie de ciudadanos importantes que se encontraban en sus campos a efectos de ponerse al tanto de los sucesos que eran de interés común.
Entre los convocados estaba, por supuesto Bernabé Aráoz, uno de los tucumanos de mayor prestigio de la provincia. Una nota que se conserva en el Archivo Histórico de la Provincia dice lo siguiente: “Al Sr. Coronel Mayor Don Bernabé Aráoz. Conviene a la pública tranquilidad y a los intereses de la nación que V.S. tenga la voluntad de apersonarse con la mayor brevedad posible en esta capital y al efecto se le hace una Diputación por medio de un regidor. Dios guarde a Ud. Noviembre 12 de 1819”.[7]
BERNABÉ ARÁOZ GOBERNADOR INTERINO
Llamados nuevamente los capitulares y vecinos principales al cabildo se tomó la decisión de solicitar a don Bernabé Aráoz, a la sazón el militar de mayor grado en la provincia, que se hiciera cargo del gobierno. Se consideraba que era el único que podía someter a los sediciosos por el peso de su prestigio y del apoyo de los gauchos veteranos de las batallas de Tucumán y Salta, quienes lo veían como su líder natural[8].
Aráoz en principio no aceptó, pues ya había decidido dejar la cosa pública de lado; su fortuna personal se había visto seriamente comprometida y le dolía la ingratitud. Pero ante la insistencia aceptó con la única condición de que sería relevado de su cargo en cuanto el supremo gobierno eligiese a otra persona para desempeñarlo.
Con ello queda claro que Bernabé Aráoz llegó nuevamente al gobierno “elegido de manera popular” por los cabildantes y de “manera unánime”, aunque “provisoria” hasta que la autoridad superior eligiera a su sucesor. Lo que nadie contaba por entonces era que poco tiempo después el Directorio caería y no existiría ya una autoridad superior en el país que pudiera nombrar su reemplazante.
Como reflexión, cabe entonces establecer que el golpe de 1819 fue la consecuencia de un sinnúmero de situaciones que habían exasperado los ánimos tanto de los vecinos, como de las tropas emplazadas en La Ciudadela. Años de exacciones forzosas a los comerciantes, industriales y hacendados, sumado al trato de rigor de Mota Botello y la brutalidad de Arévalo, tanto a militares como a civiles hicieron eclosión esa noche[9].
Pero está claramente establecido por los hechos y probado por la documentación obrante, que en ningún momento Bernabé Aráoz tuvo que ver, ni directa ni indirectamente con el movimiento. No existe un solo documento que pruebe su participación en la asonada. No se encontraba en la ciudad y aceptó hacerse cargo del gobierno luego de muchos ruegos y de manera transitoria. Fueron hechos ajenos a él y que nadie podía preveer, como fue la caída del Director Supremo, los que desencadenaron los sucesos posteriores que ocasionaron la ascensión de ésta cuadillo popular, al rango de Presidente de la República del Tucumán.
Tampoco él tuvo nada que ver con el arresto de Manuel Belgrano en su habitación; no comandaba tropas y hacía dos años que había dejado cualquier actividad política, enfrascado en sus haciendas, negocios y en la atención de su familia. Mal podía ordenar medidas tan extremas una persona sin mando directo sobre los capitanes que actuaron esa tumultuosa noche.
Por su parte, Manuel Belgrano pronto recuperó la libertad ambulatoria, pero su autoridad ante la población civil se había deteriorado. Como suele ocurrir en casos similares, se hizo leña del árbol caído y allí surgió evidente aquello tan humano como la envidia y el revanchismo de algunos. Sumado a ello, la enfermedad lo tenía abatido y sin fuerzas[10].
Lo que Manuel Belgrano no entendió es que a pesar de su ejemplo, no todos aceptaban los sacrificios que él ofrecía a diario al ideal por la libertad, la gente común, sólo quería continuar con su vida y entendían que ya habían cumplido en demasía con sus extraordinarios aportes.
Párrafo aparte, y allí están los escritos del propio caudillo salteño en el “Guemes Documentado”, Mota Botello tampoco pudo enviar importantes ayudas desde Tucumán. El 2 de mayo de 1819, escribe a Guemes, luego de hacer notar la pequeña ayuda enviada: “…yo estoy en estado de desesperación para llenar los pagos de la guarnición y asignaciones de esta recargada esta caja y los otros gastos de maestranza; amigo, no basta la economía donde escasean recursos…”[11]
A pesar de haber actuado de manera violenta contra la población, exigiéndoles más allá de los límites que correspondían. Su gestión fue un rotundo fracaso.
Lo que Aráoz sostenía, fue confirmado por su sucesor. No había existencias suficientes en la provincia para continuar auxiliando a Guemes. Sin embargo, Bernabé Aráoz no negaba ayuda, simplemente contribuía con lo posible, tratando de no romper la paz social de la provincia y arruinar aún más la economía de Tucumán. Todo lo contario a lo que hizo Mota Botello, quién no tuvo reparos en los medios que utilizó. Ese fue el germen del final de su accidentada gobernación.
Par el general José María Paz, el movimiento del 19 de Noviembre fue “la primera chispa de incendio que corrió luego por toda la República”. En cuanto a los ecos que el movimiento tuvo en Tucumán, Paz rememora que: “la parte ilustrada de Tucumán no mostró gran interés en el cambio, pero sí la campaña, donde Aráoz era sumamente querido. Además el elemento popular, como lo han llamado unos, gaucho o salvaje como lo han llamado otros, pretendía sobreponerse, y no es extraño que el movimiento que lo elevaba, hallase simpatías en la masa de la población campesina”.[12]
Para concluir, se debe tener siempre presente al momento de interpretar un acontecimiento histórico, el contexto en el cual se desenvuelven los hechos y sus protagonistas. Manuel Belgrano cumplió a rajatabla su labor castrense y Bernabé Aráoz intentó hacer lo mismo como gobernador de Tucumán. Las circunstancias los alejaron, pero nunca se perdieron el respeto y la estima mutua[13].
Fue entonces que, tal como lo señala la constitucionalista, Dra Gilda Pedicone de Valls: “El día 13 de Noviembre de 1819, el Ayuntamiento convoca a Cabildo Abierto y designa a Bernabé Aráoz Gobernador Intendente. Era la primera vez que los tucumanos ejercen su capacidad para designar sus autoridades.
Fuente: José María Posse, "Bernabé Aráoz, el Tucumano de la Independencia".
[1]José Celedonio Balbin, Observaciones y rectificaciones históricas a la obra “Memorias póstumas” del general José María Paz, en : Senado de la Nación, Biblioteca de Mayo…II (Bs As 1960) p.1013.
[2]Ricardo Jaimes Freyre, Historia de la República de Tucumán (Bs As 1911), p.8.
[3]Ibídem.p.9.
[4]Jaimes Freyre…cit. ps. 10/11.
[5]Jaimes Freyre…cit. ps.10/12.-
[6]Ibidem 13/16.
[7] Archivo Histórico de la Provinciaen el libro copiador de oficios del Cabildo (Vol 26, Sec Ad.),
[8] Jaimes Freyre…cit. ps. 18/19.
[9] Jaimes Freyre…cit.ps. 10/11.
[10]Jaimes Freyre…cit. p.12
[11]Guemes Luis…Guemes Documentado…cit. T. VI, ps.385/386.
[12]Paz José María. Memorias Póstumas, cit.p.161.
[13] Jaimes Freyre…cit.
No hay comentarios:
Publicar un comentario