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jueves, 24 de septiembre de 2020

24 de setiembre de 1812: La Batalla Imposible

por José María Posse 

La Batalla de Tucumán aconteció el 24 de septiembre de 1812, en un claro del bosque nativo (Campo de las Carreras), hacia el oeste de la ciudad de San Miguel de Tucumán. Se enfrentaron las tropas realistas comandadas por el general Pío Tristán y Moscoso, contra las fuerzas patriotas dirigidas por el general Manuel Belgrano, al mando del Ejército del Norte y de milicianos gauchos de las provincias de Tucumán, Jujuy, Salta, Catamarca y Santiago del Estero. Fue la batalla más importante librada en el actual territorio argentino.

La batalla de Tucumán ilustrada por César Carrizo
Antecedentes:

El 23 de agosto de 1812, el general Manuel Belgrano ordenó al pueblo de Jujuy a marchar junto a los restos del Ejército del Norte, derrotado en Huaqui en dirección a Tucumán, en lo que se conoció como Éxodo Jujeño.

Tenía la orden del Poder Central (el Triunvirato con sede en Buenos Aires), de abandonar las provincias del Norte y dirigirse hacia Córdoba a efectos de reorganizar allí el ejército. Debía pasar por Tucumán y requisar todo el armamento existente.

El 9 de Septiembre llegó al paraje conocido como La Encrucijada en el actual departamento Burruyacú y armó su campamento con la intención de descansar y luego dirigirse, por el antiguo camino de las carretas hacia Santiago del Estero sin pasar por la ciudad de San Miguel de Tucumán.

Envió al Tte Cnel Juan Ramón Balcarce a la ciudad tucumana para levantar las armas e intentar reclutar milicianos para que se unieran el Ejército. Los tucumanos tomaron de mala gana la orden de Belgrano y le pidieron a Balcarce una reunión con su general con el objeto de solicitarle detuviera la marcha y se quedara a dar batalla en Tucumán.

La embajada, encabezada por el comerciante y hacendado Bernabé Aráoz y sus familiares Pedro Miguel, Cayetano y Diego Aráoz, se entrevistó el 10 de Septiembre en el campamento de La Encrucijada con Belgrano. Al escucharlos, el general les pidió como condición para quedarse una importante cantidad de soldados, armamentos, dinero y bastimentos, a lo que don Bernabé se comprometió a dar el doble. Ello decidió al general Manuel Belgrano a quedarse y dar batalla en Tucumán.

La Histórica Desobediencia

Belgrano, sin duda alguna había reflexionado mucho los días anteriores sus acciones. Sabía que seguir retrocediendo era traicionar a los pueblos que se habían pronunciado por la libertad. Dejarlos a su suerte significaba una derrota política inconmensurable para la Revolución. Conocía y así se lo habían hecho conocer los tucumanos, que abandonarlos en esa hora hubiera significado que los amigos de hoy serían los enemigos del mañana. Nunca otro ejército porteño podría haber requerido el apoyo de los norteños en la guerra contra España y sus súbditos americanos. Por lo tanto, decidió jugarse a la suerte de las armas y triunfar o morir junto a aquellos hombres determinados.

El 12 de septiembre escribió al Triunvirato informándoles su decisión de desobedecer las órdenes. Subraya su oficio con éstas palabras “Acaso la suerte de la guerra nos sea favorable, animados como están los soldados. Es de necesidad aprovechar tan nobles sentimientos que son obra del cielo, que tal vez empieza a protegernos para humillar la soberbia con que vienen los enemigos. Nada dejaré por hacer; nuestra situación es terrible, y veo que la patria exige de nosotros el último sacrificio para contener los desastres que la amenazan”[1]

Los preparativos:

A partir de ese momento todo fue febril actividad para formar cuerpos de combate y conseguir armamento.

La tarea de regimentar un ejército de reclutas, darle una mínima instrucción militar, fortificar una ciudad indefensa y levantar el temple a una población que por primera vez, veía a sus puertas el peligro de una batalla sangrienta, debió ser una ardua tarea.

Bernabé Aráoz y sus familiares estuvieron a la cabeza de los patriotas decididos en dar batalla. El grueso de la tropa se compuso por las peonadas de sus estancias. Aráoz puso allí de manifiesto su ascendencia entre los gauchos a quienes convenció de luchar en una guerra que muchos, tanto en el campo como en la ciudad, no terminaban de entender.

Un testigo y protagonista de esos días, Gregorio Aráoz de Lamadrid, en sus Memoriasrelató: …el gobernador Aráoz, acompañado del cura y vicario (por Pedro Miguel Aráoz), y de otros ciudadanos fueron a la campaña y al tercer día presentaron al señor general… hombres decididos los que fueron armados inmediatamente de lanzas y aún de cuchillos que colocaban amarrados en lugar de moharras, los que las tenían…. Agrega: …al amanecer del 24 salió el general en jefe (refiriéndose a Belgrano) acompañado del señor gobernador(sic)… con sus ayudantes y una escolta de dragones a practicar un reconocimiento…[2] En sí, Bernabé Aráoz aún no había sido designado gobernador, pero en las evocaciones de Lamadrid, evidentemente era el lugar de liderazgo que recordaba.

Los Aráoz y otros vecinos principales se ocupaban entre tanto de alistar gente de la campaña para engrosar al ejército, en reunir caballadas y en proporcionar reses para el mantenimiento de los defensores”.[3]

Se dispusieron barricadas en las calles y fortificaron las azoteas, se improvisaron escuadrones de lanceros que suplían experiencia y disciplina con decisión, determinación y coraje. Armados con lanzas, facones campesinos, machetes de diferentes dimensiones, boleadoras y lazos, se los puso a las órdenes de los pocos hombres de armas que allí se encontraban. El referido Balcarce les dio una instrucción básica, que serviría para los primeros momentos de la batalla. Durante diez días, les había enseñado a formar en batalla, marchaban por secciones y conocían tal o cual movimiento. Con toda urgencia, consiguió distinguiesen ciertos toques de clarín, y en especial el de ataque, que en aquél tiempo llamaban a degüello.[4]

La estrategia de Belgrano:

Se echó mano a la inventiva para convertir a San Miguel de Tucumán en una fortaleza. El plan de Belgrano era salir a enfrentar al enemigo fuera de la ciudad para sorprenderlo y causarle la mayor cantidad de bajas, luego intentaría atrincherarse en la urbanización para pactar una rendición conveniente.

En ese sentido, el 14 de septiembre escribe a Rivadavia anunciándole su plan de presentar combate en las afueras de la ciudad de Tucumán. “El último medio que me queda es hacer el último esfuerzo, presentando batalla fuera del pueblo, y en caso desgraciado encerrarme en la plaza hasta concluir con honor. Esta es mi resolución, que espero tenga buena fortuna. Algo es preciso aventurar y esta es la ocasión de hacerlo. ¡Felices nosotros si podemos conseguir nuestro fin, y dar a la patria un día de satisfacción, después de las amarguras que estamos pasando”.

Pero Belgrano no puede hacer milagros: trabajó por el honor de su patria, y por el de sus armas cuanto le fue posible, y se puso en disposición de defenderse para no perderlo todo. Por ello escribió: Dios quiera mirarnos con ojos de piedad, y proteger los nobles esfuerzos de mis compañeros de armas! Ellos están llenos del fuego sagrado del patriotismo, y dispuestos a vencer o morir con su general[5].”

Leyendo las Memorias Póstumas de José María Paz se puede conjeturar que como estrategia, se contaba además con la caballería gaucha, conocedora de los senderos de los montes adyacentes para picar los escuadrones de Tristán obligándolos a dispersar tropas para debilitarlos. Esta metodología tan utilizada posteriormente en la guerrilla norteña[6].

En los brevísimos días que quedaban, la ciudad se convirtió en un cuartel donde todo el mundo estaba movilizado. Sin distinción de estados, sexo o edad, se ofrecían como voluntarios. Se aprestaron hombres y cabalgaduras. La escasez de armas de fuego se contrapesó, como ya vimos, con improvisados armamentos.

Las calles se fosearon. Fueron reforzadas con la artillería de mayor calibre las esquinas de la plaza. Se construyeron defensas por doquier en medio de un pandemonio de órdenes y contra órdenes. Frenéticamente los criollos, comenzaron a regimentar un improvisado ejército de milicias. Los habitantes de la ciudad, de alguna manera imitaban lo que los porteños habían hecho en la defensa de Buenos Aires durante las invasiones inglesas.

Las mujeres cortaban géneros que se utilizarían para vendas de los heridos, se construían camillas y catres. En suma, se organizaba un escenario de guerra. Hasta los niños de corta edad participaban de los preparativos, mientras los jóvenes y adultos recibían en esos pocos días una instrucción militar mínima.

Un ejército de indígenas, criollos, extranjeros, negros y mestizos:

Había entre los soldados algunos veteranos de la Reconquista y Defensa de Buenos Aires, tal el caso del irlandés Thomas Craig, que si bien llegó a las costas del Plata con las tropas inglesas, paradójicamente al caer prisionero de los criollos, quedó libre del ejército que lo había tomado como soldado forzado. Desde entonces abrazó la causa patriota y años después alcanzaría el grado de sargento mayor de marina del almirante Guillermo Brown[7].

La composición de aquellos valientes era muy diferente: negros libertos, mestizos, indígenas de etnias que ya no era posible diferenciar, españoles puros, porteños y de todas las provincias del Norte llegaron en cuentagotas a la ciudad de San Miguel de Tucumán. Contingentes reducidos de Catamarca, conducidos por Bernardino Ahumada y Barros; de Santiago del Estero y también jinetes desde el Alto Perú , comandados por Manuel Ascencio Padilla. Estos últimos formaron la escolta de Belgrano. Pero el tamaño del Ejército Realista alarmaba los corazones. Sin duda eran los unidades de mayor experiencia y mejor regimentados que habían pisado estas tierras.

En la ciudad, el escaso armamento se distribuía y se armaban lanzas con cualquier elemento punzante, espadas criollas y machetes se forjaban en fraguas permanentes. Todas las armas de fuego se requisaron para la milicia urbana y montada[8].

La Devoción a la Virgen de La Merced

En medio de esa tensión casi insoportable, en el campamento militar y en las casas de familia se oraba a la Virgen de la Merced, la “Mamita del Cielo” de los gauchos. La devoción mercedaria de los tucumanos era tan antigua como la misma ciudad, pues databa de la época de la fundación en Ibatín. La fiesta se celebraba todos los años el 24 de setiembre, con gran pompa, y la imagen era sacada en procesión, con asistencia de todo el vecindario. La Cofradía databa del año 1744. Con el inminente combate a las puertas de l ciudad y la proximidad de la fiesta, es lógico imaginar que se habrían multiplicado las rogativas. El general Manuel Belgrano, en las vísperas de la batalla, encomendó su ejército a la Virgen "a quien había confiado el triunfo". Además, el mismo jefe diría posteriormente, en el parte que la victoria fue "alcanzada el día de Nuestra Señora de las Mercedes, bajo cuya protección nos pusimos".

Antonio Zinny relata que, antes de empezar la acción, Belgrano se dirigió a las tropas diciéndoles que "la Santísima Virgende las Mercedes, a quien he encomendado la suerte del ejército, es la que ha de arrancar a los enemigos la victoria". Una piadosa tradición asegura, que cuando las tucumanas iban en tropel a rezar a la Virgen, el general les recomendó que, "pidan al cielo milagros, que de milagros vamos a necesitar para triunfar". Y siguen así multiplicándose los testimonios, que hablan de la devoción del general, del ejército y del pueblo. Ya en medio de la batalla, narra uno de sus protagonistas, el coronel Lorenzo Lugones, que mientras los soldados combatían, "las mujeres del patriota pueblo dirigían sus plegarias al Cielo y a la Virgen Santísimade las Mercedes"[9].

El Ejército Grande de Tristán y el Ejército Chico de Belgrano

Estaban todos ellos ensimismados en los preparativos, cuando por fin llegó una buena noticia: en Trancas, el bravo capitán tucumano oriundo de la zona, Esteban Figueroa junto con un grupo de Decididos, había apresado a un notorio oficial realista, el coronel Ángel de Huici, con algunos de sus soldados.

Tan envalentonados estaban los hombres del rey, que ya se animaban a internarse en las cercanías de la retaguardia criolla, sin mayores cuidados[10]. El general Pío Tristán pidió en una carta enviada a su antiguo amigo, el general Manuel Belgrano, que el oficial prisionero fuera tratado con humanidad y respeto, diciendo que él haría lo mismo con los prisioneros patriotas en su poder. Envió también cincuenta onzas de oro para cubrir los gastos de la manutención del prisionero, y firmó:

"Campamento del Ejército GRANDE, setiembre de 1812"

Manuel Belgrano, con un toque de humor, devolvió las cincuenta onzas para que con ellas cubriera los gastos de los prisioneros patriotas y firmó la nota:

"Cuartel General del Ejército CHICO, 17 de septiembre de 1812[11]"

Más allá de lo anecdótico, para Tristán lo de Huici fue una sorpresa. Pero era tanta su superioridad numérica y de armamentos que ensoberbecido como estaba, el hecho no lo inquietó mayormente, mientras continuaba su avance. Sus espías le habían informado que Belgrano enfilaba rumbo a Santiago del Estero, en consecuencia Tucumán caería fácilmente; por ello se quedó unos días en Metán aprovisionando su tropa; ese lapso sería fatal para él, pues le regaló un precioso tiempo a los criollos para alistarse.

El Ejército Realista Avanza:

El 22 de setiembre llegó a Tapia y el 23 acampó en Los Nogales. Eran más de 3.500 hombres veteranos, bien armados y con cañones. Los patriotas, alrededor de 1.700, de los cuales poco más de 400 veteranos. La mayoría contaba, como ya establecimos, con armamento precario: conformaban apenas una entusiasta, aunque claramente inexperta milicia.

En un principio, el general Manuel Belgrano había apostado a sus tropas hacia el Norte de la ciudad, donde aproximadamente se encuentra el actual estadio de Atlético Tucumán; por entonces era esa una zona de bosques tupidos, donde era fácil ocultar las tropas, pero las cosas iban a cambiar con las primeras luces[12].

La Marcha de los Ejércitos:

Al amanecer del jueves 24 de septiembre de 1812, los realistas se pusieron en marcha en perfecta formación. Pero cuando comenzaban a moverse desde Los Nogales, el incendio de los pajonales de la Puerta Grande-artimaña armada por una partida del joven oficial criollo Gregorio Aráoz de La Madrid- obligó a Tristán a torcer y tomar el Camino del Perú. Ya para entonces sabía perfectamente que Manuel Belgrano estaba en la ciudad, a la que había fortificado[13].

Dirigió sus fuerzas hacia el oeste y rodeó la ciudad para ingresar por los descampados del sur, pues la espesura de la vegetación, le impedía maniobrar. En el puente de El Manantial despachó un batallón hacia Santiago del Estero para cortar una eventual retirada patriota; con ello encerraba definitivamente a Belgrano. Luego, cruzó el puente y con el grueso de la fuerza rumbeó a la ciudad, con el pensamiento que el general criollo buscaría una solución parlamentaria. En sí, nunca creyó que entraría prontamente en combate.

Cuando los exploradores informaron a Belgrano que Tristán iba a entrar por el oeste, movió sus fuerzas para esperarlo allí, en el llamado Campo de las Carreras. Para defender la ciudad, dejó dos compañías de infantes y las piezas de artillería más pesada. La idea como ya establecimos era dar batalla, y según los resultados, resguardarse en la ciudad en caso de un revés militar. El general porteño había peleado durante las invasiones inglesas y conocía muy bien la manera más eficaz de combatir desde una ciudad atrincherada. Tenía muy en cuenta del valor que nace en los hombres y mujeres, al tener que defender el hogar amenazado por fuerzas beligerantes. Es entonces cuando los actos de mayor arrojo y valentía pueden arrancarse, y la entrega a un objetivo común, derriba cualquier límite autoimpuesto. Cada día que pasaba, el general se convencía más que aquella ciudad de valientes, haría pagar caro la vida de sus habitantes. Decididos como estaban, aquellos pacíficos comerciantes, artesanos y agricultores se convertían en centauros.

…Belgrano, sin pérdida de tiempo ni vacilación alguna, a paso de trote volvió por las actuales calles 25 de Mayo, dobló por Mendoza, ya que las calles de la plaza estaban foseadas y desde allí se dirigió al único descampado existente, donde naturalmente se desencadenarían los acontecimientos”.[14]

Llegado al lugar donde se desarrollaría la batalla, el general Manuel Belgrano dispuso la caballería en ambos flancos y en la primera línea. Los infantes se cuadraron al frente, formados en tres columnas. En cada uno de los claros dejados por infantes y jinetes, emplazó una pieza de artillería y una fracción de caballería.[15]

Las tres columnas de infantes eran comandadas por el coronel José Superí, la izquierda, el capitán Ignacio Warnes, la central y el capitán Carlos Forest, la derecha. Una sección de Dragones apoyaba la caballería. Una cuarta columna de reserva estaba al mando del teniente coronel Manuel Dorrego; el barón Eduardo Kaunitz de Von Holmberg comandaba la artillería, ubicada, como ya dijimos entre las columnas de a pie.

Así comenzó a desplegarse la línea del Ejército, que ocupaba una decena de cuadras. Una punta llegaba hasta el actual convento de Las Esclavas, y la otra hasta Los Vázquez, en el paraje conocido hasta mediados del siglo XX, como Quema de basuras.

El escenario de la Batalla:

Al mediodía del 24 de septiembre, día de la Patrona de Tucumán, la Virgen de la Merced, los patriotas esperaron en formación en las puertas mismas de la ciudad el ingreso del Ejército del Rey.

El Campo de las Carreras era un sector despejado hacia el oeste de San Miguel, de unos cuatrocientos metros de largo, por unos cien de ancho. Allí se corrían carreras cuadreras, la gran diversión de los tucumanos de entonces. Hacia el suroeste, estaba la Canchade las Carreras, que era un descampado aún mayor. Allí fue donde las acciones se hicieron más cruentas[16]. Lo rodeaban espesos bosques de árboles y arbustos, flora típica de la zona que impedían la visión, lo que fue aprovechado por Belgrano para esconder el grueso de su caballería gaucha compuesta por los “Decididos de Tucumán”, al mando de Juan Ramón Balcarce.

Allí había formado Bernabé Aráoz, junto a los gauchos que había levantado en armas. Principalmente eran peones de sus estancias de Monteros, a quienes había armado para la batalla. Julio P. Avila describía esa caballería criolla: “eran campesinos que concurrieron a la batalla en sus propios caballos y con su habitual indumentaria, grandes sombreros, ponchos de variados colores, lazos atados al recado, muchísimos con coletos y guardamontes, armados de cuchillos, boleadoras, lanzas y chuzas, milicia que don Bernabé y el cura Pedro Miguel Aráoz habían reclutado en la campaña.” [17] Pero estaban con ellos los gauchos de Jujuy y una columna de salteños comandados por el “Chocolate” Saravia. También formaban un reducido número de santiagueños, catamarqueños y altoperuanos.

Se confunde algunas veces al lector al decir que la batalla se desarrolló en la “Ciudadela”, lo que no es correcto por cuanto esa fortificación se construiría dos años más tarde, en terrenos donde habían ocurrido los acontecimientos del 24 de septiembre. Pero la Batalla debe decirse, ocurrió en el “Campo de las Carreras”, en las inmediaciones del lugar donde años más tarde se instalaría la referida fortaleza.

La infantería Patria se encolumnó en perfecta formación con las baterías del Barón Von Holmberg que había construido su prestigio en Europa, secundado por un jovencito José María Paz, quien dejó en sus Memoriasun excelente relato de la batalla, por ser testigo y partícipe de los hechos. [18] Los otros capitanes del ejército patriota eran muchachos jóvenes valerosos e intrépidos; entre tantos rescato los nombres de los tucumanos: Miguel Aráoz, quién no obstante haber sido herido en el combate de Las Piedras, peleó con valor en Tucumán. También Alejandro y Felipe Heredia, el legendario Gregorio Aráoz de Lamadrid, Diego Aráoz y un hijo de tucumana (también de sangre de los Aráoz) Eustaquio Díaz Vélez, quién tuvo una actuación decisiva como segundo, al mando de Belgrano.

Es falso que los patriotas ese día enarbolaran la bandera de los ejércitos españoles. Pero como Belgrano tenía prohibido por el Triunvirato utilizar la bandera que había creado ese año en Paraná y jurar en Jujuy, las tropas rebeldes se distinguieron por la escarapela nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata, compuesta por los colores blanco y azul celeste[19].

Ese grupo heterogéneo vio ingresar en la mañana una compacta columna de soldados, seguramente polvorientos, pero en perfecta sincronía con el deber ser de una tropa en marcha. Con los cañones aún sobre las mulas y las armas descargadas, fueron virtualmente sorprendidos en un callejón de tiro al blanco por los patriotas.

Comienza la Batalla:

El general Manuel Belgrano ordenó a la artillería abrir el fuego, bombardeando los batallones realistas de Cotabambas y Abancay, los que respondieron cargando a bayoneta calada. A ellos se dirigieron los infantes de infantería del intrépido Warnes, acompañados de la reserva de caballería del capitán Antonio Rodríguez. De reacción rápida, Belgrano decidió aprovechar el factor sorpresa. Ordenó entonces que el ala derecha de su caballería (compuesta por los referidos “Decididos”), y de Dragones comandada por Juan Ramón Balcarce, atacara. El clarín dio el toque a degüello, el que fue contestado con estruendosos alaridos, gritos de coraje y ruidos de guardamontes. De inmediato la caballería de Balcarce salió disparada sobre el flanco izquierdo de Tristán; la carga tuvo un efecto formidable. Lanza en ristre, los Decididos de Tucumán capitaneados por don Bernabé Aráoz, avanzaron con tal ímpetu que la caballería de Tarija se desbandó a su paso, retrocediendo sobre su propia infantería y desorganizándola hasta tal punto que sin encontrar resistencia, la caballería tucumana alcanzó la retaguardia del ejército enemigo. La atropellada de los gauchos, quienes salían sorpresivamente por imperceptibles senderos del monte circundante dando de alaridos y haciendo sonar con sus facones los guardamontes de cuero duro, mientras atronaban los cascos de sus caballos, fue mortal. Los lanceros criollos hicieron estragos entre los soldados realistas quienes aún no se recobraban de la sorpresa. El ímpetu de la carga puso en fuga la renombrada caballería de Tarija y desbarató la no menos famosa de Arequipa, la élite de las tropas realistas. Batallones enteros se perdieron en la confusión, siendo lanceados y acuchillados sin piedad por esa turba enloquecida que penetró hasta las cercanías mismas del Estado Mayor de Pío Tristán.

Las escenas fueron pasmosas, pues los gauchos, arrolladores en su acometida, atropellaron todo los que tenían enfrente y lo que sus armas no lograban lo hacían las patas de sus caballos. Los realistas huyeron dejando atrás una enorme cantidad de bastimentos, cañones, armas y municiones. Incluso el tesoro del ejército y hasta el coche y efectos personales del general.

De inmediato los milicianos gauchos se obstinaron en saquear metódicamente todo lo que pudieron, por lo cual esta tropa terminó perdiéndose para el resto de la acción. Pero, desde los montes cercanos se dedicaron a cazar todo grupo disperso de realistas, como lo relata José María Paz en su mencionado libro[20].

Para mantener el frente derecho, quedó la sección de Dragones y la caballería regular al mando de Balcarce, quienes mantuvieron la posición.

Mientras, avanzaban disparando los cuadros de infantería de Belgrano, a tiempo que el barón de Holmberg hacía tronar los cañones. Unida esta acción a la eficacia de la artillería derecha y a la de la infantería de Carlos Forest, habían logrado desarmar y hacer retirar a toda el ala izquierda enemiga en total desorden hacia el puente de El Manantial.

En el centro, las cosas también se mostraban felices en un primer momento para los patriotas. El único peligro estaba en que parte de la infantería realista, al avanzar resueltamente, puso en apuros a Ignacio Warnes quién capitaneaba personalmente las milicias de infantes. Pero pronto la reserva, a cargo del intrépido Manuel Dorrego, acudió en su auxilio. Las huestes de Tristán comenzaron entonces a ceder terreno, desamparada como estaba por la derrota de la caballería del ala derecha.

Impensadamente, aquella columna que el general Pío Tristán había desprendido para bloquear por el sur, volvió para participar en el combate. Cómodamente desplegada, acudió en apoyo del ala izquierda realista, que había logrado desorganizar a la caballería patriota de José Bernaldes Palledo, que tenía a su frente.

No debemos olvidar que los partidarios del rey eran profesionales y con los refuerzos, pronto rearmaron sus cuadros, quienes acudían al toque de los clarines y a la voz de mando de sus jefes, en formación a cada regimiento al que pertenecían. La sorpresa había pasado. La hora de la verdad se acercaba, ya que sincronizadamente comenzaron a encolumnarse en una formación conocida como “martillo” para rodear y neutralizar la infantería patriota.

El ímpetu inicial se paró en seco y las tropas de Belgrano, -comenzando por los bisoños-, retrocedieron desordenadamente en medio de aquel escenario humeante[21].

Esto creó un desbande general, lo que motivó que Belgrano, poniendo en riesgo de su vida se corriera él mismo para tratar de reordenar el caos circundante, lo que en parte consiguió. Desde la derecha, galopó hacia esa crítica izquierda para mandar que cargaran, pero cuando llegó, un grupo de milicianos de caballería estaba en tumultuosa retirada. No pudo contenerlos y el ímpetu de la atropellada arrastró al general hacia el sur, sacándolo del campo de batalla, la que finalmente creyó perdida pues el humo de la pólvora y un viento terroso comenzaba a impedir la visibilidad[22].

El Ejército de Langostas

Cuenta la tradición de los antiguos tucumanos que en ese momento, en el que todo parecía perdido, aconteció un hecho que ha quedado en la leyenda, por lo curioso y casual o causal. En medio de la refriega se elevó una tromba de viento común para la época, que llevó consigo un gran tierral que levantó una manga de langostas, sorprendiendo a los realistas[23].

Cabe destacar y aclarar que las invasiones de langostas se sucedieron hasta bien entrado el siglo XX, cuando el DDT y otros insecticidazas prácticamente erradicaron a los dañinos insectos. Estos fenómenos naturales eran desconocidos para los soldados de Tristán, quienes en su gran mayoría venían del Alto Perú. En aquella aridez, es claro que las langostas no prosperan, por tanto el portento les pareció dantesco.

Según la tradición oral transmitida por nuestros mayores, los zurrones al estrellarse en sus cuerpos, les hacían sentir que eran atacados a balazos o pedradas, con lo cual pararon en seco su avance.

Fue el momento más crítico. El ala izquierda española, librada de la caballería y apoyada por el batallón extra, arrolló a la columna de infantes Pardos y Libertos de José Superí. Sobre la izquierda, formó los cuadros y atacó. El avance de caballería e infantería de los realistas fue imparable, tomando prisionero al coronel José Superí. Sin embargo, la firmeza de la columna central permitió a los patriotas recuperar terreno y recobrar al oficial; pero los avances desiguales fraccionaron el frente, haciendo la batalla confusa, incomprensible para sus comandantes y dejando en buena medida las acciones a cargo de los oficiales que encabezaban cada unidad.

Por su parte Tristán, quién también había sido arrollado por sus fugitivos hasta El Manantial, reorganizaba a toda prisa su tropa para embestir con la caballería; con lo cual destrozaría el centro, partiendo en dos el ejército rebelde, cuyo flanco izquierdo apenas ya se sostenía.

La retirada estratégica a la ciudad fortificada

El campo de batalla quedó momentáneamente en manos de la infantería rebelde. Entonces el mayor general Eustaquio Díaz Vélez y Aráoz, primo de don Bernabé, y quién era el segundo al mando logró tomar -junto con un grupo de infantería de Manuel Dorrego- el parque de artillería de Tristán, que había quedado sin el resguardo de su caballería. Así capturó treinta y nueve carretas cargadas de armas, municiones, parte de los cañones y muchos prisioneros, quienes en la confusión se creyeron vencidos. Se apoderaron además de las banderas de los regimientos Real de Lima, Cotabambas y Abancay.

Apoyado por las fuerzas de la reserva y ocupándose de llevar a los heridos, Díaz Vélez tomó una inteligente decisión: sus hombres habían capturado la mitad de la artillería enemiga, tenían varios centenares de prisioneros y en su momento habían roto en tres puntos la línea española. Pero avizoraba las consecuencias que podía tener el martillo formado sobre la izquierda, y con sus catalejos; de seguro ya advertía el reagrupamiento de la caballería enemiga. Para colmo de males no podía conectarse con Belgrano. Resolvió entonces replegarse a la ciudad, para poner a buen recaudo la artillería y los presos. Confiaba en resistir desde la plaza fortificada, lo que era ajustarse al plan inicial. Como pudo, a fuerza de ordenes gritadas vigorosamente arrastró tras de sí a aquél tropel de hombres y animales que se disgregaban de sus líneas. Hizo replegar la infantería hacia la ciudad de San Miguel de Tucumán, colocándola en los fosos y trincheras que se habían abierto allí en los días previos. También reorganizó la artillería con las piezas tomadas al enemigo y apostó tiradores en los techos y esquinas estratégicas, convirtiendo a la ciudad en una plaza muy difícil de tomar. Fortalecido en ella, Díaz Vélez aguardó expectante el resultado de las acciones de Belgrano y Tristán. Los generales aún contaban con fuerzas de caballería, que aunque dispersas, pronto podían reagruparse.

En esos momentos ocurrió algo bastante curioso, el resto del convoy de bastimentos, parque, víveres y municiones de los realistas, entró pacíficamente a San Miguel de Tucumán por el otro extremo, creyendo que ya estaba tomada. Los defensores de la ciudad los capturaron de inmediato en medio de la lógica algarabía[24].

El padre fraile dominico Sueldo, contaba que “no había pasado una hora desde que se oyeron los primeros tiros de cañón, es decir, cuando se inició el combate y ya empezaron a entrar en la ciudad soldados heridos. Momentos después, las dos cuadras contiguas a Santo Domingo se llenaron de prisioneros, mujeres, cañones, equipajes y pertrechos tomados al enemigo.[25]

El final de la Batalla

El general Pío Tristán, cuando regresó al campo de batalla con su tropa ya organizada, lo encontró vacío. El escenario era dantesco: cuerpos mutilados, heridos de distinta consideración gritando por ayuda, caballos agonizantes, manchones de sangre por doquier, todo ello envuelto por el humo de la pólvora y los incendios. Se colocó entonces en las afueras y desde allí envió un ultimátum: o se rendían o incendiaba la población. Díaz Vélez contestó que nunca se rendirían. Empezaron así las horas tensas de la noche del 24 al 25 de septiembre. No se sabía si intentaría probar suerte con un ataque, por tanto, la tensión era una constante; en cualquier momento se esperaba una definición. A lo lejos se escuchaban escopeteos aislados, gritos, desafíos y juramentos.

El general Manuel Belgrano por su parte, se había refugiado en la estancia de Ugarte a unos 12 kilómetros del sangriento escenario, con el objeto de esperar noticias sobre el desenlace de la batalla. En un principio, creyó que habían sufrido una derrota y que la ciudad a esas alturas ya estaría tomada. Testigos afirmaron luego que su rostro no disimulaba el abatimiento de pensar que sus tropas habían sido derrotadas. Pero entonces comenzaron a llegar oficiales y soldados, quienes anunciaban el éxito de las acciones, a lo que Belgrano no quiso dar crédito de entrada. Por ello comisionó al oficial José María Paz, para que se dirigiera a San Miguel e informara de la situación, mientras él seguía reclutando la caballería gaucha dispersa, que se había cebado cazando focos de soldados relistas aislados durante su repliegue.

El entonces teniente Paz ingresó a la ciudad y comprobó que seguía en poder de los patriotas. Narra que: había cerca de 500 prisioneros, 5 cañones, armamento y muchos jefes de nota tomados al enemigo. La plaza estaba fuerte: las azoteas y casas inmediatas estaban ocupadas por nuestras tropas; los fosos y calles, bien artillados y guarnecidos; finalmente, todos resueltos a la más vigorosa defensa[26]. Ello cambió toda la visión que tenía hasta entonces, la posibilidad de un impensado triunfo se manifestaba allí de manera patente.

El mayor general Eustaquio Díaz Vélez había organizado su estado mayor en el centro de la ciudad. Allí estaban reunidos sus primos Aráoz con los pocos oficiales de valía que les quedaba. Paz los notó decididos, al punto que Díaz Vélez le encargó informara de las novedades al general Manuel Belgrano, a efectos de que retomara el mando.

La intimación de Pío Tristán

Mientras preparaba su caballo, cuenta Paz que, se anunció un parlamentario del enemigo, y efectivamente lo ví entrar a casa de Díaz Vélez, (seguramente la de su primo Bernabé Aráoz, ya que era donde se hospedaba en Tucumán), conducido del brazo por Dorrego, porque tenía los ojos vendados. Sucedía que el jefe realista Pío Tristán, haciendo un esfuerzo, intimaba rendición a la plaza. Díaz Vélez me hizo llamar para encargarme dijera al general (Belgrano) que la contestación que iba a dar era enérgica y negativa. Tristán amenazaba incendiar la ciudad y, según oí, se le contestó que en tal caso los prisioneros serían pasados a cuchillo. Entre estos estaban los coroneles Barreda, primo de Goyeneche; Peralta, tan mal herido que murió esa noche; el comandante de ingenieros Alcon; el auditor de guerra Medeiros (hijo) y algunos oficiales de nota[27].

José María Paz se dirigió al galope junto a Belgrano, acompañado por el salteño Apolinario Saravia. En el campamento, el general los recibió ávido de novedades. Con esos datos y habiendo reunido 600 jinetes gauchos, de los dispersos por el faldeo del cerro, rumbeó la mañana del 25 hacia la ciudad.

Se acercó a los realistas por el flanco derecho y envió un mensajero a Tristán – con quién tenía un lazo de amistad, ya que habían estudiado juntos en España- solicitándole que capitulara. El realista rechazó indignado la propuesta, pero no se atrevió a entrar en la ciudad. Disparó unos cañonazos, uno de los cuales fue a caer a la torre de la Iglesia de Santo Domingo, hizo movimientos de puro aparato y, hacia la medianoche, emprendió su retirada[28].

La cruda verdad era que, sin los imprescindibles bastimentos y municiones que habían sido tomados por la caballería gaucha, le era imposible sostener el sitio de una ciudad fortificada. Ello fue lo que en definitiva, selló la suerte de la batalla.

La noche del 24, cuando aún no se sabía si Tristán iba a intentar un ataque, los patriotas -refiere De la Rosa-utilizaron un ocurrente ardid para asustarlo. Escribieron una carta falsa, firmada por un general inventado, fechada en Santiago del Estero y dirigida a Belgrano, donde le anunciaban la inminente llegada de fuerzas muy poderosas en su auxilio. Entregaron la misiva a un paisano "muy avivado y valiente", que se las arregló para hacerse capturar por las fuerzas de Tristán. La carta le fue arrebatada y el jefe la leyó, lo que aumentó sus dudas sobre lo que ocurría en el interior de la ciudad.

El Ejército realista se retira rumbo a Salta

La noche del 25 al 26 de septiembre de 1812, Tristán se retiró rumbo a Salta, dejando tras de sí 453 soldados muertos, 626 prisioneros, además 8 cañones, 350 fusiles y 139 bayonetas, 40 cajones de municiones de artillería y 30 de fusil, 3 banderas y 2 estandartes, en manos de tropas patrias que habían quedado entre otros trofeos[29].

Belgrano, al entrar en Tucumán encontró un clima de total algarabía: en una batalla imposible, el mismo día del Día de nuestra Señora de las Mercedes, se había vencido a un ejército poderoso que venía a imponer por la fuerza los derechos de un rey allende los mares. Los jóvenes se habían colocado los ropajes del general realista y daban vueltas a la plaza con su carruaje en señal de mofa, eran los momentos supremos de la victoria[30].

Sin el concurso decidido de Bernabé Aráoz y sus familiares, sin la determinación de los tucumanos, especialmente de los gauchos del Norte, Belgrano hubiera retrocedido hasta Córdoba o Buenos Aires y seguramente otra hubiera sido la historia de nuestro país.

En Tucumán, se salvó entonces la suerte de la revolución emancipadora, grabando para siempre el nombre de Belgrano y de Tucumán, en la historia de la Patria.

Consecuencias:

Es la Batalla más importante de las acontecidas en el actual territorio nacional, en ella se salvó la Revolución Sudamericana. Bartolomé Mitre escribió al respecto: “En Tucumán salvose no sólo la revolución argentina, sino que puede decirse contribuyó de una manera muy directa y eficaz al triunfo de la independencia americana, Si Belgrano, obedeciendo las órdenes del gobierno, se retira ( o si no se gana la batalla) , las provincias del Norte se pierden para siempre, como se perdió el Alto Perú para la República Argentina[31]”.

Otra de las consecuencias directas de la Batalla de Tucumán fue la caída del Primer Triunvirato, desacreditado entre otras cosas por haber intentado abandonar a los pueblos del Norte.

Gracias al armamento tomado al Ejército Realista en el campo de Batalla, se pudo armar la fuerza militar patriota que el 20 de Febrero de 1813, venció a las órdenes del general Manuel Belgrano al general Pío Tristán en la decisiva Batalla de Salta.

Dr. José María Posse

Miembro del Instituto Belgraniano de Tucumán

Nota: Agradecemos especialmente por la fantástica ilustración al docente historietista César Carrizo por su extraordinario arte.

BIBLIOGRAFÍA:

Manuel Belgrano, (1945) “Autobiografía y Memorias sobre la expedición al Paraguay y la Batalla de Tucumán”, Buenos Aires: Emecé Editores.

Gregorio Aráoz de Lamadrid (1895), “Memorias del general Gregorio Aráoz de La Madrid”. Editorial de Guillermo Kraft, Buenos Aires.

José María Paz (1917), “Campañas de la Independencia, Memorias Póstumas, primera parte), Editorial, La Cultura Argentina, Buenos Aires.

Julio P. Avila, (1920) “La Ciudad Arribeña, Tucumán 1810/1816. Reconstrucción histórica”, Tucumán, Imprenta La Gaceta.

Manuel Lizondo Borda, (1930) “Actas del Cabildo. Vol I 1810/1816”, Imprenta de la Universidad Nacionalde Tucumán, Tucumán.

Bartolomé Mitre, (1902), “Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina”, Buenos Aires.-

Marcelino De La Rosa, (1890), “Tradiciones históricas de la Guerra de La Independencia Argentina”.

Ramón Leoni Pinto, “Tucumán y la Región Noroeste, período de 1810/1825”; Editorial de la Universidad Nacionalde Tucumán.

Carlos Páez de la Torre; (1987), “Historia de Tucumán”, Edit. Plus Ultra, Buenos Aires; “Porteños, Provincianos y Extranjeros en la Batallade Tucumán” (2012), Sara Peña de Bascary coautora; Emecé, Buenos Aires.

José María Posse, (2017), “Bernabé Aráoz, el Tucumano de la Independencia.” MundoEditorial, Salta; Tucumanos en la Batalla de Tucumán; 2012; Editorial, basílica de Nuestra Señora de La Merced, Tucumán.

Santiago Rex Bliss; (2012); “Batalla de Tucumán, 1812/2012”; Editorial La Feria del Libro, Tucumán; “Tucumán una Historia para Todos; 2010, Editorial La Feriadel Libro, Tucumán.

Cristina del Carmen López, (2009), “Bernabé Aráoz, los caudillos y la movilización de la plebe”, en “Cuatro Bicentenarios 1810/1812/1814/1816; Junta de Estudios Históricos de Tucumán.

[1]Manuel Belgrano, Autobiografía y Memorias sobre la expedición al Paraguay y Batalla de Tucumán (Bs. As. 1945), p.61.

[2] Gregorio Aráoz de Lamadrid,“Memorias del general Gregorio Aráoz de La Madrid”. Editorial de Guillermo Kraft, Buenos Aires. . p. 8

[3] Manuel Lizondo Borda. Junta de Estudios Históricos , Temas Argentinos del Siglo XIX, Tucumán 1959. P.76

[4]Julio P. Avila. La Ciudad.ps 364/365.

[5]Belgrano, cit.

[6] General José María Paz, “Memorias Póstumas”- I (Bs. As. 1917)

[7]Vicente Osvaldo Cuttolo, Nuevo Diccionario Biogr+afico Argentino(1750/1930), Bs s, 1968/1965.-

[8]General José María Paz, Ibídem.

[9] Antonio Zinny ( 1974) , Historia de los Gobernadores de las Provincias Argentinas; Editor: Fundación Banco Comercial del Norte, Tucumán.

[10]Manuel Belgrano, Cit...

[11]Ibídem.

[13]General Gregorio Aráoz de Lamadrid, Memorias I, Bs. As. 1895, ps.9-12.

[14]Julio P. Avila. La Ciudad.p. 370

[15]Paz, Memorias…cit. Ps 42-43.

[16]De la Rosa,Marcelino, Tradiciones Históricas de la Guerra de a Independencia argentina (Octubre de 1890).En Memorias del general Aráoz de Lamadrid. Edit. Univeristaria de Buenos Aires, 1968 (ps.400-404).-

[17]Julio P. Avila Ciudad Arribeña. Ps364

[18]Paz, Memorias…cit.

[19]Julio P. Avila. La Ciudad…p382/383

[20]Ibídem, ps. 44-46

[21]Gregorio Aráoz de Lamadrid, cit…

[22]Paz, Memorias…cit.,ps.48,49.-

[23]Ibídem, p.290, nota 10.-

[24]Paz, Memorias…cit,p.49.-

[25]Julio P. Avila. La Ciudad…cit. p. 381.

[26]Paz, Memorias…cit, p. 54.

[27]Ibídem, p.57 Manuel Belgrano, Autobiografía y Memorias sobre la expedición al Paraguay y Batalla de Tucumán (Bs. As. 1945), p.61.

[28]Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina, Tomo II (Bs. As. 1902), ps 86-88.

[29]Los Estados del armamento tomado al enemigo, número de prisioneros, número de muertos, heridos y dispersos en Senado de a nación, Biblioteca, ps.13.131-13.133.-

[30]Paz…

[31] Bartolomé Mitre, Ibídem

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