El prócer máximo de la Argentina, el misionero José de San Martín. En 1815 el futuro Libertador impuso un gravamen de 4 reales por cada 1.000 pesos de capital individual de cada miembro de la elite cuyana.
Al asumir la gobernación de Cuyo, en agosto de 1814, San Martín se encontró con un erario público escaso de recursos, debido al cierre del comercio con Chile, cuyos aranceles aduaneros constituían el ingreso principal de la provincia. Si bien el primer objetivo era prevenirse ante una posible invasión realista allende los Andes, San Martín ya tenía proyectado su plan continental para la liberación de Chile. Tanto para defenderse, pero principalmente para emprender la ofensiva, se necesitaba ampliar en forma considerable la recaudación pública.
En “Nueva historia del cruce de los Andes” (Aguilar, 2011) explicaba qué San Martín instauró un “estado recaudador” bajo un estricto control social garantizado por las tropas del ejército y un férreo sistema de vigilancia de la población. “Son tiempos de revolución”, justificaba San Martín. Ahora bien, ¿qué medidas adoptó el gobernador para aumentar sus ingresos? ¿A qué sectores sociales apuntó para generar la acumulación de capitales que demandaría la creación del Ejército de los Andes?
La realidad es que San Martín recurrió a todo tipo de recursos: contribuciones directas, empréstitos forzosos, multas en dinero o materias primas, castigo en horas de trabajo, expropiaciones y, también, un novedoso impuesto a la riqueza. Así es, estableció un impuesto de 4 reales por cada 1.000 pesos de capital individual, según declaración jurada presentada ante el Cabildo. En el segundo semestre de 1815 este impuesto significó un ingreso fiscal de 13.431 pesos, suficiente, por ejemplo, para pagar un mes de sueldos de las tropas.
Este impuesto no fue el único esfuerzo de guerra realizado por la elite local, la que también debió aportar ganado, caballos y alimento. En algunos casos, el Estado respondía con el pago de los mismos, en otras con órdenes de pago a futuro y, en no pocas oportunidades, las tomaba como contribución patriótica. “Son tiempos de revolución”, repetía San Martín.
Otro aporte fundamental que debió realizar a regañadientes la elite local, fue la entrega de un tercio de sus esclavos, hombres que fueron incorporados a los batallones de infantería en condición de libres. San Martín propuso la liberación de todos los esclavos del Río de la Plata, pero esta idea fue rechazada por el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón. Ante la negativa, el gobernador dispuso la compra compulsiva y a precio de “ganga” de uno de cada tres esclavos que poseyeran las principales familias cuyanas. Esta medida ocasionó una fuerte resistencia de los propietarios, quienes debieron resignarse ante la determinación del gobernador. Más de 700 libertos fueron manumitidos por San Martín en Cuyo, a los que se agregarían otros 900 que aportó Buenos Aires sobre el límite del inicio de la campaña.
No solo la elite local debió contribuir al esfuerzo de guerra, también lo hizo la Iglesia, la institución que poseía las mayores riquezas de la época. San Martín expropió el diezmo, las limosnas y todos los capitales que tenían las iglesias y conventos. Además, claro está, la iglesia era la principal propietaria de esclavos, por lo que su aporte en este rubro fue considerable.
San Martín puso todas las riquezas y los recursos cuyanos al servicio de las necesidades del momento excepcional que vivían: la lucha por la independencia y la revolución. Pero lo hizo graduando los esfuerzos según la capacidad de cada uno. Unos en su rol de soldados que se jugarían la vida por la patria, otros, con el aporte de aquello que más tenían: su riqueza.
Fuente: Misionesonline.net
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