Los corsarios eran particulares pero con
permiso de los Estados, llamado patente de corso. Cualquier marino podía
equipar un buque privado bajo la bandera que le otorgaba la patente,
para atacar barcos enemigos y saquearlos, quedándose con parte del
botín. Mediante esta metodología, los corsarios argentinos obtuvieron
150 buques entre 1814 y 1823. Era necesario empezar a conformar una
protoescuadra y, además, llevar la guerra de la independencia contra
España al mar, y atacar objetivos estratégicos alrededor del mundo. Los
pioneros de esta forma de guerrear a favor de la Argentina fueron el
irlandés Guillermo Brown, el francés Hipólito Bouchard y el maltés Juan
Bautista Azopardo.
La primera gran
acción fue en la isla de Madagascar, donde Bouchard y sus corsarios
estuvieron varios días combatiendo a los traficantes de esclavos e
impidiendo embarques de seres humanos, fieles al espíritu del gobierno
argentino que ya en la Asamblea del año 13 había decretado la “libertad
de vientres”.
Bouchard parlamentó varios días con el rey
Kamehameha I de Hawai y luego de llegar a un acuerdo económico, no sólo
recuperó la Chacabuco, sino que además consiguió que Hawai fuera el
primer país fuera de Sudamérica en reconocer la soberanía de las
Provincias Unidas.
Fortalecidos los corsarios argentinos y
envalentonado Bouchard, pusieron proa a California, donde esperaban
hostigar a los españoles, obtener nuevos botines y vengar las derrotas
de los patriotas mexicanos (sobre todo el fusilamiento del cura
Morelos). Pero sobre todo, Bouchard procuraba cortar la comunicación
marítima de California con los puertos de Acapulco, Lima y Valparaíso.
Eso era estratégicamente importante, porque por tierra, esas colonias
estaban separadas del resto del mundo por un hostil desierto.
El vigía de Punta de Pinos (en el extremo de la Bahía de Monterrey) dio
la alarma cuando el 20 de noviembre al atardecer vio las velas de los
barcos corsarios con una bandera desconocida. Los españoles se pusieron
en guardia y cargaron los cañones, pero Bouchard decidió esperar un
poco. Concentró la tripulación de asalto en la corbeta Chacabuco, que
tenía menor calado y era mejor para aproximarse a tierra sin encallar.
Bouchard entonces ordenó acercar la fragata La
Argentina y apoyar a la corbeta con más hombres. Al caer la nueva noche,
los realistas bailaban y festejaban su triunfo. En sus memorias,
Bouchard escribe: “Yo formé en este momento el designio de acabar con su
alegría… Con el ruido de la fiesta que tenían, nada percibían, y así yo
saqué toda la gente quedando sólo los heridos, que fue necesario dejar
para no hacernos sentir con sus quejidos”.
En la madrugada del 24 de
noviembre, entre las sombras del amanecer, desembarcó Bouchard al
frente de 200 infantes a una legua del fuerte. Primero aparecieron unos
milicianos a caballo para intentar detener a los corsarios argentinos,
pero el teniente Espora los hizo escapar. Entonces atacaron el fuerte y
encontraron menor resistencia de la que esperaban. Luego de una hora, la
bandera celeste y blanca ondeaba en el fuerte de Monterrey, donde antes
había estado la roja y amarilla.
Desde ese día, y hasta el 29, los
corsarios argentinos se apropiaron de todo el ganado que pudieron, de
algunos objetos de valor que consiguieron, y antes de abandonar
Monterrey incendiaron el fuerte, el cuartel de artilleros, la residencia
del gobernador y las casas de los españoles. Pero respetaron las
iglesias y las casas de los americanos.
Luego
de zarpar de Monterrey, la Argentina y la Chacabuco se dirigieron a la
misión de Santa Bárbara, una de las más importantes de toda California,
donde luego de un intercambio de prisioneros, siguieron viaje.
El 16
de diciembre sí desembarcaron en San Juan de Capistrano, donde luego de
una escaramuza, tomaron el pueblo. Luego de llevarse algunos objetos de
valor, incendiaron las casas de los españoles, aunque como siempre,
respetaron iglesias y casas de americanos.
Fuente: Asoc Belgraniana de Morón
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