por Luis Horacio Yanicelli
Manuel Belgrano, como ya lo he señalado en otras oportunidades en esta columna, no nació a la política en Mayo de 1810. Por el contrario, cuando revisamos los documentos que nos muestran su pensamiento a lo largo de su vida, desde el estudiante salamanquino al líder revolucionario, vemos de forma clara y evidente, la evolución y maduración que el prócer experimentó.
Abrió los ojos a la política, estando en España, cuando llegó en 1786 y pudo ver como en 1789, volaba por los aires el Antiguo Régimen absolutista borbónico francés y el consiguiente triunfo de las nuevas ideas de la ilustración, el liberalismo y el mercantilismo.
El primer modelo al que adhirió Manuel Belgrano, fue al de la “colonia próspera”, en la comprensión de que el progreso y crecimiento económico de las colonias, aportarían grandes beneficios a los caudales metropolitanos. A mas riquezas que se produjesen en las dependencias americanas, mas regalías llegarían a España para engordar las arcas de la corona.
Si bien con las reformas introducidas por Carlos III en el comercio con las colonias se habían incrementado las ganancias de la corona, no obstante ello, debemos señalar que no fueron exitosas o al menos equitativas, porque a la vez que empobrecieron más a las colonias generaron un estado de violencia y resistencia contra España.
Fueron unas reformas con beneficios unilaterales en exclusivo favor de la península. Mas brutalidad se descargaron contra los naturales y más impuestos se cobraron a los criollos y de allí el levantamiento de Tupac Amarú, precisamente como reacción a la opresión y asfixia que crearon las reformas del Rey Carlos III. La expulsión de los Jesuitas, para la alegría de los encomenderos y desgracia de los indios, fue otra de las reformas del mencionado monarca. Concretamente, se oprimió más a los pueblos americanos. Se perjudicó simultáneamente a los indios como a los españoles americanos.
En sus cartas y memorias, Belgrano observó los cambios y transformaciones pensando siempre en trasladar lo positivo y útil a su patria, es elevado su pensamiento crítico, cuestión que se evidenciará en su gestión al frente del Consulado de Buenos Aires, del cual, será designado por el Rey Carlos IV en 1794 su Secretario a Perpetuidad. Las memorias elaboradas por Manuel en esta función, nos muestran esta primera etapa en su vida política. El estadista que busca compatibilizar los intereses de la metrópolis con los de la colonia. Cree en estos tiempos posible una alianza positiva y progresista, entre la América colonial y la península colonialista.
Muchos años remará en estas aguas, propondrá la creación de escuelas, astilleros, instituciones de seguro, sin suerte. Procurará convencer a los comerciantes que integran el Consejo del Consulado, de la necesidad de abrir el comercio, de gestionar la libertad de comerciar generando así riquezas a los actores económicos como también haciendo llegar recursos a las arcas del fisco tan necesitado de ellos. Habla de la educación de la población como herramienta para incrementar el desarrollo y crecimiento económico. La incomprensión será la respuesta para los sueños y propuestas del joven Secretario Belgrano.
Cuando en 1805 recibe la negativa de las escuelas de náutica y dibujo, a mi entender, cierra Belgrano su ciclo de buen súbdito convenciéndose que el camino no es el mantenimiento del sistema colonial centralizado. Y aquí ya estamos ante otra fase de la evolución del pensamiento político de Manuel, que lo veremos en otro artículo.
Pero lo importante, Manuel Belgrano fue un espíritu y un intelecto abierto al cambio, a la transformación y profundo observador del mundo que lo rodeaba que, dicho sea de paso, transitaba una etapa de profundas transformaciones. Revolución industrial, caída y asenso de nuevas potencias, ruptura del orden político existente, nacimiento de gobiernos republicanos y constitucionales, caídas de monarcas y crisis del modelo monárquico absolutista.
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