Durante años la historia argentina ha sido utilizada como un panfleto militante y se ha atropellado de esa manera su condición de ciencia. Cuando Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento se encargaron de escribirla, aseguraron la tajada más siniestra a los caudillos. Ambos necesitaban justificar el avance de la "civilización" sobre la "barbarie" y describieron a esta última de manera exagerada. Fueron sus plumas más poderosas que el acero de cualquier sable.
Sin embargo, con el siguiente siglo, diversos historiadores rescataron a los caudillos y llegaron a extremos opuestos. Es por esto que, dejando de lado sus hazañas y el mito que suele rodear a estos personajes, resulta vital colocar la lupa sobre sus administraciones y la relación real que tuvieron con sus seguidores gauchos.
Una de las virtudes que algunos investigadores otorgan a estos líderes es la de haber sido representantes de las masas en su tensión con las clases altas. Pero aunque vistieran o actuaran como "gauchos", los caudillos fueron miembros —salvo raras excepciones— de familias bien acomodadas y defendieron intereses de la oligarquía.
José María Paz conoció a Martín Miguel de Güemes aproximadamente en 1815 y desnudó su capacidad para arrastrar a las masas mostrándose como ellos sin serlo. Buscando identificarse con su rebaño humano, la ropa del caudillo era similar a la del gaucho en cuanto a la forma, pero sumamente lujosa. El salteño ostentaba cordones de oro o plata en sus atuendos y tenía una nutrida colección de trajes. Del mismo modo que Juan Manuel de Rosas, este hombre sedujo al pueblo llano con un discurso antioligárquico, pese a que ambos pertenecían a un estrato social acomodado.
"Cuando se proclamaba —escribió Paz—, solía hacer retirar a toda persona de educación y aun a sus ayudantes, porque sin duda se avergonzaba de que presenciasen la imprudencia con que excitaba a aquellas pobres gentes a la rebelión contra la otra clase de la sociedad".
El caudillo debía ser rico porque necesitaba fondos para movilizar hombres y voluntades. Además su patrimonio debía crecer en detrimento de sus pares para poder imponerse con facilidad.
El historiador Rubén H. Zorrilla consideró a estos líderes como exponentes del "populismo oligárquico". Es decir, miembros de las clases altas que lograron imponerse a otros de similar extracción social utilizando y acercándose a los sectores pobres.
Juan Manuel de Rosas lo expresó claramente en correspondencia a su contemporáneo Santiago Vázquez, hacia 1829: "(…) conozco y respeto mucho a los talentos de muchos de los señores que han gobernado el país (…) pero a mi parecer todos cometían un error grande: se conducían muy bien con las clases ilustradas, pero despreciaban al hombre de la clase baja. Yo comprendí esto y me pareció (…) preciso hacerme gaucho como ellos, hablar como ellos y hacer cuanto ellos hacían, protegerlos, hacerme su apoderado, cuidar sus intereses, en fin, no ahorrar trabajos ni medios para adquirir más su concepto".
La condición oligarca de los caudillos puede observarse repasando sus biografías. Por ejemplo, el entrerriano Francisco Pancho Ramírez fue pariente del marqués de Salinas y descendiente del conquistador español Juan Ramírez de Velasco por línea paterna.
Por otra parte, está comprobado que los antepasados de Juan Felipe Ibarra -caudillo de Santiago del Estero- pertenecían a círculos españoles de abolengo trasladados a América en tiempos de colonia. Aunque a partir de 1789, al morir el padre, la familia se vio afectada económicamente, nunca dejaron de pertenecer a la oligarquía y jamás fueron pobres.
De Martín Miguel de Güemes se supo que su padre fue tesorero real. Esta excelente posición económica le permitió acceder a una educación privilegiada —poco común por entonces— y desenvolverse en los círculos de la elite salteña. Este caudillo agotó su contacto con el sector oligárquico recién hacia el final de su vida.
Punto aparte merece el caso de Juan Facundo Quiroga quien, con apoyo de la clase alta de su provincia, la manejó como quiso mientras sus arcas engordaban. Su madre, Juana Rosa de Argañaraz, perteneció a la oligarquía riojana y su padre fue capitán de milicias en los Llanos. Con el poder político —procurándose ventajas sobre el resto— llegó el económico, fundamentalmente a través del pastoreo y el comercio. Así, la familia logró ascender y Quiroga—respondiendo al mandato de clase— se casó con Dolores Fernández, una mujer de fortuna.
Líder aguerrido, fue también gran empresario. Fundó una compañía para explotar minas de Famatina y otra para acuñar monedas. Además obtuvo de Catamarca la concesión sobre los yacimientos mineros provinciales. En pocos años la mitad del ganado riojano llevó su marca y nadie comía carne que no fuese la suya. Gozaba de un verdadero monopolio. Además, Quiroga obtuvo importantes ganancias como prestamista, tanto de particulares como de provincias. Poseía el dinero suficiente como para dar préstamos al Estado. Según el testamento su fortuna alcanzaba 1.370.401 pesos en 1835. (unos 71 millones de pesos en 2015, según el economista Martín Tetaz, consultado especialmente para este cálculo).
Rosas, por su parte, perteneció a la clase más poderosa de Buenos Aires: los estancieros. Una vez en el poder dispuso como propios de los bienes de la provincia. La suma del poder público sirvió para aumentar su fortuna, la de amigos y parientes. Por ejemplo, su estancia Los Cerrillos creció mágicamente unas noventa y seis leguas cuadradas.
Al igual que el Restaurador, Justo José de Urquiza era rico antes de acceder al poder y al morir mucho más. Llegó a poseer numerosas haciendas que comprendían un total de 923.125 hectáreas cuadradas. A esto se debe sumar —según la historiadora Beatriz Bosch, la mayor especialista sobre este caudillo— una gran cantidad de pequeñas chacras y quintas, además de numerosas propiedades urbanas en Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires.
Chacho Peñaloza también perteneció a una familia relativamente pudiente. Contó con el apoyo de los miembros de clase alta hasta el último momento, aunque son conocidos los bailes que algunos organizaron para celebrar su muerte. El motivo de aquel odio recae sobre los numerosos abusos que cometió sobre sus pares sociales, entre los que se incluyen diversas formas de incrementar sus bienes.
Detrás de las vidas opulentas que llevaron los caudillos, la realidad de quienes los apoyaban fue muy distinta. Concretamente, las administraciones caudillistas se caracterizaron por un gran vacío, sin recompensas reales a los humildes.
Salvo el caso de Urquiza, que se preocupó por realizar mejoras en infraestructura, generar un sistema de préstamos para el incentivo del sector privado y de desarrollar el sistema educativo en Entre Ríos, los caudillos no fomentaron ningún adelanto en beneficio de las poblaciones a su cargo. Incluso, en muchas oportunidades terminaron perjudicando a sus partidarios populares para favorecer a las oligarquías.
El carácter clasista de estos líderes se observa, por ejemplo, en la persecución que hicieron del gaucho, aunque en el imaginario colectivo se crea lo contrario. En este aspecto se destaca el uso que hicieron de la "papeleta de conchabo", un documento a través del cual el gaucho demostraba estar empleado. Quien no poseía ese registro era obligado a incorporarse al ejército o a trabajar los campos de algún propietario rural en condiciones serviles. Además sus pequeñas propiedades terminaban siendo acaparadas por los grandes terratenientes.
En 1832 Felipe Ibarra estableció: "En la provincia de Santiago no se admiten hombres sin oficio, industria o destino conocido; y todo aquél que se encuentre en este estado será enviado a poblar las fronteras". Pancho Ramírez y Artigas hicieron uso del mismo sistema; aunque quien supo sacarle el mejor provecho fue Rosas.
Además de este tipo de acciones contra los grupos humildes que constituían su base de apoyo, los caudillos -en general- dejaron el poder sin beneficiarlos con obras que mejoraran sus vidas (escuelas, puentes o mejoras en las calles, por citar algunos ejemplos) o leyes que los ampararan.
Enaltecer los gobiernos de estos líderes -como suelen hacer algunos historiadores- constituye un error. Pero analizarnos es fundamental para echar luz sobre la historia nacional, sobre aquella tendencia tan propia de valorar positivamente administraciones vacías pero con buena propaganda.
Fuente: Infobae.com
Francisco Ramírez no era descendiente por línea paterna de Juan Ramírez de Velasco.
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