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viernes, 21 de septiembre de 2018

Tucumán, a las órdenes de Belgrano, se prepara para la gran Batalla - Cavilaciones y Certezas

Por: Dr. José María Posse

Belgrano, sin duda alguna había reflexionado mucho los días anteriores sus acciones. Sabía que seguir retrocediendo era traicionar a los pueblos que se habían pronunciado por la libertad. Dejarlos a su suerte significaba una derrota política inconmensurable para la Revolución. Sabía y así se lo habían hecho conocer los tucumanos, que abandonarlos en esa hora hubiera significado que los amigos de hoy serían los enemigos del mañana. Nunca otro ejército porteño podría haber requerido el apoyo de los norteños en la guerra contra España y sus súbditos americanos. Por lo tanto, decidió jugarse a la suerte de las armas y triunfar o morir junto a aquellos hombres determinados.



El 12 de septiembre escribió al Triunvirato informándoles su decisión de desobedecer las órdenes. Subraya su oficio con éstas palabras “Acaso la suerte de la guerra nos sea favorable, animados como están los soldados. Es de necesidad aprovechar tan nobles sentimientos que son obra del cielo, que tal vez empieza a protegernos para humillar la soberbia con que vienen los enemigos. Nada dejaré por hacer; nuestra situación es terrible, y veo que la patria exige de nosotros el último sacrificio para contener los desastres que la amenazan

A partir de ese momento todo fue febril actividad para formar cuerpos de combate y conseguir armamento.

También se tomaron disposiciones para neutralizar al enemigo potencia oculto, que seguramente se encontraba en el bando realista de la ciudad. Por ello se ordenó la salida, por ejemplo, del teniente Tesorero, don Manuel Antonio Pereyra, quién partió con muchos otros europeos a la ciudad de Santiago del Estero.

Pero la animación no cesaba: “Los Aráoz y otros vecinos principales se ocupaban entre tanto de alistar gente de la campaña para engrosar al ejército, en reunir caballadas y en proporcionar reses para el mantenimiento de los defensores”.

Se dispusieron barricadas en las calles y fortificaron las azoteas, se improvisaron escuadrones de lanceros que suplían experiencia y disciplina con decisión, determinación y coraje. Armados con lanzas, facones campesinos, machetes de diferentes dimensiones, boleadoras y lazos, se los puso a las órdenes de los pocos hombres de armas que allí se encontraban. El referido Balcarce les dio una instrucción básica, que serviría para los primeros momentos de la batalla. Durante diez días, les había enseñado a formar en batalla, marchaban por secciones y conocían tal o cual movimiento. Con toda urgencia, consiguió distinguiesen ciertos toques de clarín, y en especial el de ataque, que en aquél tiempo llamaban a degüello.

Se echó mano a la inventiva para convertir a San Miguel de Tucumán en una fortaleza. El plan de Belgrano era salir a enfrentar al enemigo fuera de la ciudad para sorprenderlo y causarle la mayor cantidad de bajas, luego intentaría atrincherarse en la urbanización para resistir lo más posible y pactar eventualmente una rendición conveniente.

En ese sentido, el 14 de septiembre escribe a Rivadavia anunciándole su plan de presentar combate en las afueras de la ciudad de Tucumán. “El último medio que me queda es hacer el último esfuerzo, presentando batalla fuera del pueblo, y en caso desgraciado encerrarme en la plaza hasta concluir con honor. Esta es mi resolución, que espero tenga buena fortuna. Algo es preciso aventurar y esta es la ocasión de hacerlo. ¡Felices nosotros si podemos conseguir nuestro fin, y dar a la patria un día de satisfacción, después de las amarguras que estamos pasando”.

Pero Belgrano no puede hacer milagros: trabajó por el honor de su patria, y por el de sus armas cuanto le fue posible, y se puso en disposición de defenderse para no perderlo todo. Por ello escribió: "Dios quiera mirarnos con ojos de piedad, y proteger los nobles esfuerzos de mis compañeros de armas! Ellos están llenos del fuego sagrado del patriotismo, y dispuestos a vencer o morir con su general.

Leyendo las Memorias Póstumas de José María Paz me animo a conjeturar que como estrategia, se contaba además con la caballería gaucha, conocedora de los senderos de los montes adyacentes para picar los escuadrones de Tristán obligándolos a dispersar tropas y así debilitarlos. Esta metodología fue utilizada posteriormente por la guerrilla norteña .

En los brevísimos días que quedaban, la ciudad se convirtió en un cuartel donde todo el mundo estaba movilizado. Sin distinción de estados, sexo o edad, se ofrecían como voluntarios. Se aprestaron hombres y cabalgaduras. La escasez de armas de fuego se contrapesó, como ya vimos, con improvisados armamentos.

Las calles se fosearon. Fueron reforzadas con la artillería de mayor calibre las esquinas de la plaza. Se construyeron defensas por doquier en medio de un pandemonio de órdenes y contra órdenes. Frenéticamente los criollos, acaudillados por los Aráoz, comenzaron a regimentar un improvisado ejército de milicias. Los habitantes de la ciudad, de alguna manera imitaban lo que los porteños habían hecho en la defensa de Buenos Aires durante las invasiones inglesas.
Las mujeres cortaban géneros que se utilizarían para vendas de los heridos, se construían camillas y catres. En suma, se organizaba un escenario de guerra. Hasta los niños de corta edad participaban de los preparativos, mientras los jóvenes y adultos recibían en esos pocos días una instrucción militar mínima.

Había entre los soldados algunos veteranos de la Reconquista y Defensa de Buenos Aires, tal el caso del irlandés Thomas Craig, que si bien llegó a las costas del Plata con las tropas inglesas, paradójicamente al caer prisionero de los criollos, quedó libre del ejército que lo había tomado como soldado forzado. Desde entonces abrazó la causa patriota y años después alcanzaría el grado de sargento mayor de marina del almirante Guillermo Brown .

La composición de aquellos valientes era muy diferente: negros libertos, mestizos, indígenas de etnias que ya no era posible diferenciar, españoles puros, porteños y de todas las provincias del Norte llegaron en cuentagotas a la ciudad de San Miguel de Tucumán. Contingentes reducidos de Catamarca, conducidos por Bernardino Ahumada y Barros; de Santiago del Estero y también del Alto Perú, 50 de los mejores jinetes, comandados por Manuel Asensio Padilla, quienes formaron la escolta de Belgrano. Pero el tamaño del Ejército Realista alarmaba los corazones. Sin duda eran las unidades de mayor experiencia y mejor regimentadas que habían pisado estas tierras.

En la ciudad, el escaso armamento se distribuía y se armaban lanzas con cualquier elemento punzante, espadas criollas y machetes se forjaban en fraguas permanentes. Todas las armas de fuego se requisaron para la milicia urbana y montada .

En medio de esa tensión casi insoportable, en el campamento militar y en las casas de familia se oraba a la Virgen de La Merced, la “Mamita del Cielo” de los gauchos. La devoción mercedaria de los tucumanos era tan antigua como la misma ciudad, pues databa de la época de la fundación en Ibatín. La fiesta se celebraba todos los años el 24 de setiembre, con gran pompa, y la imagen era sacada en procesión, con asistencia de todo el vecindario. La Cofradía databa del año 1744.

Con el inminente combate a las puertas de la ciudad y la proximidad de la fiesta, es lógico imaginar que se habrían multiplicado las rogativas. El general Manuel Belgrano, en las vísperas de la batalla, encomendó su ejército a la Virgen "a quien había confiado el triunfo". Además, el mismo jefe diría posteriormente, en el parte que la victoria fue "alcanzada el día de Nuestra Señora de las Mercedes, bajo cuya protección nos pusimos".

El general Manuel Belgrano se dirigió a las tropas diciéndoles que "La Santísima Virgen de las Mercedes, a quien he encomendado la suerte del ejército, es la que ha de arrancar a los enemigos la victoria".

Una piadosa tradición asegura, que cuando las tucumanas iban en tropel a rezar a la Virgen, el general les recomendó que, "pidan al cielo milagros, que de milagros vamos a necesitar para triunfar". Y siguen así multiplicándose los testimonios, que hablan de la devoción del general, del ejército y del pueblo. Ya en medio de la batalla, narra uno de sus protagonistas, el coronel Lorenzo Lugones, que mientras los soldados combatían, "las mujeres del patriota pueblo dirigían sus plegarias al Cielo y a la Virgen Santísima de las Mercedes" .


Fuente: FRAGMENTO: "BERNABÉ ARÁOZ, EL TUCUMANO DE LA INDEPENDENCIA". José María Posse. Mundo Editorial 2018.

1 comentario:

  1. ¡¡Cuanto amor a la patria y cuanto desprendimiento!! Estos son los ejemplos que debemos tomar.

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