Europa sí acaba en los Pirineos, al menos genéticamente. Los españoles (y los portugueses) somos los que más genes compartimos con los norteafricanos. Hasta el 20% del genoma de los ibéricos procede de ancestros compartidos con marroquíes, saharauis o tunecinos. La mezcla, sin embargo, no se remonta al tiempo del Califato de Córdoba, es mucho más reciente.
Un grupo de investigadores estadounidenses y españoles ha querido explicar por qué las poblaciones del sur de Europa presentan una mayor diversidad genética que el resto de los europeos. La ciencia ha venido planteando tres posibles causas.
La preferida de los científicos, al menos hasta los últimos avances en genética de poblaciones, tenía que ver con el clima. La última gran glaciación arrinconó a los antiguos europeos en las zonas más al sur del continente, donde la climatología era menos severa. A medida que los hielos se retiraron desde su máxima extensión, hace unos 20.000 años, se inició la reconquista del norte. Pero sólo por parte de algunos, de ahí la diferenciación genética entre norteños y sureños.
Otra teoría, apoyada en varios estudios genéticos, arqueológicos e históricos, señala al avance de la agricultura desde el Próximo Oriente como principal origen de la diversidad genética europea. Con los granos y las técnicas de cultivo, habrían llegado los genes de los agricultores asiáticos.
A pesar de la cercanía geográfica, el flujo desde África apenas ha sido tomado en cuenta como explicación hasta ahora. En parte, ese desinterés se debía a que las bases de datos genéticos existentes cubrían bien a la población subsahariana. Con el Sáhara de por medio, se descartaba que allí estuviera la causa. Sin embargo, la disponibilidad de recientes datos genéticos de poblaciones norteafricanas ha dado un vuelco al baile de teorías.
“La mayor diversidad de la población del sur de Europa está producida al menos en parte por una reciente emigración norteafricana”, dice David Comas, del Instituto de Biología Evolutiva (IBE) de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona y el CSIC y coautor del estudio publicado en PNAS.
Comas y sus colegas, que destacan que las tres posibilidades no son mutuamente excluyentes, usaron la frecuencia de alelos (formas alternativas que puede tener un gen) y haplotipos (series de alelos) para rastrear el flujo histórico de genes de 2.099 personas de 37 poblaciones diferentes tanto africanas como europeas, además de judías y qataríes.
Comprobaron que entre un 4% y un 20% del genoma de los españoles es compartido con los norteafricanos. “La cifra del 20% sólo se da en Canarias, para el resto del país oscila entre el 10% y 12%”, explica Comas. Sólo los vascos de la muestra no presentan ese influjo norteafricano.
Los investigadores comprobaron que a medida que nos alejamos de la Península ibérica la presencia de alelos y haplotipos compartidos con los magrebíes va disminuyendo hasta prácticamente desaparecer en el norte de Europa. En los países europeos del sur más orientales, los genes del Magreb son reemplazados por los del Mashreq (Egipto, la península Arábiga...).
ANCESTROS COMUNES
El análisis de los haplotipos idénticos heredados permitió a los investigadores una regresión hasta el origen de nuestra diferencia con los demás europeos. Espacialmente, los españoles comparten ancestros comunes recientes con los bereberes tunecinos, poblaciones del sur del actual Marruecos y del Sáhara Occidental.
El flujo de genes se produjo hace 300 años cuando se podria esperar que hubiera sido hace 1.300, con la llegada de los árabes en 711. Pero entonces no se mezclaron. Fue tras la expulsión de los moriscos, en 1609, con el decreto de Felipe III. Descendientes de los musulmanes españoles obligados a convertirse al cristianismo por los Reyes Católicos 100 años antes, miles de ellos vivían en comunidades aisladas de las cristianas. Comas plantea la hipótesis de que habría sido entonces cuando muchos de ellos, antes que ser expulsados de su país, se habrían mezclado con los cristianos.
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