La reciente edición del estudio de Kaspar Hauser de Paul Johann Anselm von Feuerbach permite volver a una de los casos más extraños del siglo XIX y a una figura que al día de hoy fascina tanto al mundo científico como al artístico
El 26 de Mayo se encontró en la localidad alemana de Nürenberg un joven con una carta en la mano. Esa carta solicitaba que se hicieran cargo de ese muchacho. Cuando distintas personas (desde la policía, pasando por médicos y gente interesada en adoptarlo) empezaron a investigarlo descubrieron que sólo podía comer pan y agua, que apenas sabía decir dos frases y que lo único que podía escribir era la palabra "Kaspar Hauser".
Con el correr de los meses y en la medida en que se le iban enseñando cosas (entre ellas a hablar y a leer y escribir), se sabría que este joven había pasado toda su niñez y parte su adolescencia encadenado y sin conocer el exterior, que desconocía prácticamente el lenguaje y cualquier vínculo social y que por ende, hasta ser recogido en la calle no tenía prácticamente más conocimiento sobre el mundo que el de un bebé recién nacido. Durante toda su vida Kaspar Hauser fue un misterio ambulante, no se supo ni quién ni por qué lo mantuvieron en cautiverio tantos años, ni por qué se decidió soltarlo, ni quiénes eran sus padres (se especula hasta el día de hoy que pudo haber tenido un linaje nobiliario).
A tal punto fue un misterio su vida que su propia existencia terminó de forma extraña: asesinado por una persona que nunca pudo identificarse y por razones nunca explicadas. Con tamaña historia es imposible que no se hayan escrito cosas, y de Kaspar Hauser se hicieron obras de teatro, poemas, ensayos varios y hasta una película
La editorial Interzona acaba de reeditar justamente su estudio más conocido: el escrito por el jurista alemán Paul Johann Anselm von Feuerbach. A esta edición se suman también fragmentos de escritos de H. Fuhrmann (quien fuera profesor de religión de Kaspar Hauser); la autobiografía del propio Kaspar Hauser (que quedó lamentablemente trunca y de la cual su autor sólo pudo redactar unas páginas), y un epílogo del escritor contemporáneo Julio Monteverde sobre este caso.
De todas estas secciones del libro, probablemente la de Julio Monteverde sea la menos interesante, sus ideas sobre Hauser son muy buenas, pero hace extrañar del libro una característica memorable: el ser escrito por personas cuyo interés no pasa tanto por lo literario como por la descripción más objetiva de los hechos posibles, y por gente además que al no tomar distancia de su propio tiempo, describe ciertos hechos que hoy nos parecerían cómo mínimo discutibles desde la normalidad más pura. Por ejemplo, mientras Monteverde en su epílogo por ejemplo se indigna ante los dogmas religiosos que le imponen a Kaspar Hauser, Feuerbach simplemente se limita a describirlos sin decir si están bien o mal sino tomándolos como un hecho de lo más normal de su época.
La aproximación de Feuerbach es más bien la de un jurista que explica por qué lo que hicieron con Hauser es ilegal y sobre todo inmoral, pero también la de una suerte de científico que intenta entender la lógica de alguien que mira el mundo exterior y sus reglas físicas y sociales prácticamente por primera vez. Así es como describe la total falta de pudor y la honestidad brutal de un Hauser que no conoce ni de buenos modales ni de buenas costumbres. Kaspar puede por ejemplo sin problemas cuestionar dogmas religiosos férreos abiertamente y salir corriendo de una misa porque no soporta los gritos de los coros ni del cura.
Esto hace que este personaje se vuelva una figura inconsciente subversiva, algo que se ve incluso en los fragmentos en los que cuestiona la lógica religiosa con reflexiones totalmente heréticas de las que Kaspar se salvaba de ser condenado por el hecho obvio de que las decía sin intencionalidad ni malicia. Esto también hace que uno tenga la rara sensación durante la lectura del libro de que esta persona que estuvo encadenada durante más de una década y a la que durante todo el libro se la pasan diciéndole cómo comportarse, es en el fondo más libre que cualquiera de sus maestros atados a convenciones y reglas de todo tipo.
No obstante, lo más fascinante de la figura de Kaspar no es tanto su visión de los dogmas como su mirada sobre el mundo en general. En las descripciones precisas de Feuerbach, se muestra como el total aislamiento del mundo exterior de Kaspar Hauser provocó que cosas completamente cotidianas para cualquiera le resultaran fascinantes. Desde el reflejo de un espejo, hasta la distinción de cosas animadas de las no animadas.
En uno de los fragmentos más extroardinarios del estudio por ejemplo, Feuerbach describe el asombro de Kaspar cuando descubre que las piezas de un cuerpo no pueden despegarse sino que todo forma parte de un mismo mecanismo único. En otro, Kaspar ve por primera vez con atención el cielo estrellado y se emociona ante la belleza que tiene en frente. Es un momento que Feuerbach ve como clave porque será el primero en el que Kaspar se da cuenta de que el captor que lo tuvo años encerrado sin que conociera el exterior había sido no un benefactor sino una persona cruel que estaba haciendo algo éticamente repudiable. Pero es un momento también extraordinario del libro porque de haberse escrito de forma ampulosa hubiera sido desastroso. Es decir, querer hacer algo melodramático con una revelación a partir de un cielo estrellado es un lugar común tan grande que es imposible que uno pueda tomárselo en serio: es el hecho de que este momento sea descripto con la objetividad de algo que una persona efectivamente vivió lo que lo hace intenso y genuino.
Pero además pasa otra cosa en esos instantes de la descripción de Feuerbach: que se sienta extrañamiento por objetos comunes o situaciones de lo más normales. Desde este punto de vista, hay una rara e insospechada sabiduría en Kaspar: como él mira las cosas por primera vez, nota de forma más clara que cualquier otro la belleza y la rareza que lo rodea tanto del mundo natural como de las construcciones humanas. Por eso también las partes más fascinantes del libro están en las preguntas y apreciaciones que Kaspar tiene cuando ve asombrado por ejemplo edificios, o animales domésticos, o esculturas.
Que en 1974 un personaje así haya sido llevado al cine por Werner Herzog en la película El Enigma de Kaspar Hauser no es algo casual. Herzog siempre fue un realizador que filmó a personajes que se movían en mundos que de alguna manera los excedían, pero también es un director al cual le fascina la idea de mostrar el mundo natural como un espacio extraño. Al punto tal es así que en 2005 filmaría La salvaje y azul lejanía, una obra maestra en la cual Herzog imaginaba que el mundo submarino podía ser perfectamente un planeta extraterrestre lleno de criaturas de fantasía.
En El Enigma de Kaspar Hauser (cuyo título original es el mucho más sugerente "Cada uno para sí y Dios contra todos") Herzog filma diferentes episodios de la vida del célebre personaje alemán. Lo hace saltando bruscamente de un año a otro, sin mostrar un drama progresivo sino episodios aislados en la vida de Kaspar. La razón por la que hace esto es evidente: al no haber de Hauser más que registros aislados de su vida, Herzog no opta por la narración convencional y el in crescendo dramático, sino más bien por captar instantes de su existencia. De esta forma también, Herzog vuelve a su personaje un doble misterio: no sólo no sabemos quiénes son los padres ni por qué le hicieron esto al personaje, sino que tampoco sabremos muchas veces cómo es que llegó a tal o cual casa, o cómo es que conoció a tal o cual persona.
Herzog además, parece también querer imitar mediante la puesta en escena las frías descripciones de Feuerbach. El Enigma de Kaspar Hauser no es una película que busque la empatía con el protagonista y mucho menos el camino fácil de la búsqueda de compasión por su desgracia personal. Por el contrario, quien hace de Kaspar Hauser es Bruno S., intérprete extrañísimo (el actor de hecho era alguien con serios problemas psiquiátricos y en las películas en las que está no siempre está claro si está actuando o no) que en esta película apenas si varía de expresividad haciendo imposible para el espectador saber qué está sintiendo realmente. Si Herzog hace esto es porque su intención es ante todo que miremos estos episodios con la mayor distancia posible y alejados de toda manipulación sentimental. Al punto tal es así que Herzog juega muchas veces con la música poniendo alguna melodía emotiva para interrumpirla bruscamente quebrando así cualquier lirismo impostado.
Hay otra cosa poco convencional que hace Herzog acá: quitar toda sombra. Así es como no hay ninguna escena de Kaspar Hauser filmada de noche y ni siquiera la celda del personaje está filmada con claroscuros. Esta decisión tiene una explicación lógica: si el mundo para Kaspar es de por si una revelación y un enigma permanente, no hay nada más interesante que filmar el exterior de forma absolutamente clara, sin ninguna oscuridad que oculte algo que a esta persona pueda despertarle curiosidad. Por eso también una de las conclusiones más raras que pueden sacarse de la película de Herzog, es que Kaspar Hauser en el fondo es un hombre que tras su aparente inocencia esconde un enorme espíritu científico. Ese tipo de espíritus capaces encontrar un enigma en cosas cotidianas y que encuentran misterio en las cosas más transparentes. Quizás por esto lo que más impresione de Kaspar Hauser no es lo que ignora, sino su extraña inteligencia.
Fuente: Infobae:
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