En la mitología de los aborígenes australianos, los wondjina fueron espíritus de la lluvia y las nubes quienes pintaron sus imágenes en las paredes de ciertas cuevas. Estos personajes antropomóficos carecían de boca (existía la creencia que las lluvias nunca cesarían si la tuvieran), la parte superior ensanchada y enormes cabezas con rostros semejantes a calaveras con ojos y nariz. Sus cabezas están aparentemente rodeadas por plumas o auras luminosas. Los "wondjinas" tienen en común colores de negro, rojo y amarillo sobre un fondo blanco.
La región de Kimberley es una zona remota, muy poco poblada y visitada, cuenta con grandes ríos y magníficos paisajes de tonos rojizos.
En ese lugar existen unas pinturas rupestres de gran tamaño que llegan a medir hasta seis metros de altura. Sus rostros son blancos y sus cabezas son grandes y están rodeadas por uno o dos semicírculos.
Los aborígenes nombraron a estas figuras como “wandjinas“, y aseguran que no fueron realizadas por sus antepasados, sino por los propios seres a los que representan las pinturas rupestres, seres que descendieron a la Tierra en tiempos remotos.
Los “wandjinas” fueron los seres que trajeron a la civilización y prosperidad al igual que otros dioses de otras culturas, su símbolo era una serpiente.
En estas pinturas aparecen figuras de seres que llevan sandalias (los aborígenes siempre han ido descalzos), y el número de dedos de las manos y de los pies varía de 3 a 7.
De todas las figuras, destaca la representación de un hombre vestido con una túnica de color rosa y un círculo doble rodeando su cabeza. También aparece con una especie de inscripción con 6 letras o números escritos en un alfabeto totalmente desconocido.
Pero no es únicamente el aspecto de estas figuras lo que llama la atención, sino sus orígenes y sus leyendas.
Se sabe la antigüedad de las pinturas rupestres gracias al análisis de los fósiles hallados por encima de la superficie. En su momento, las pinturas con forma humanoide o “wandjinas” se dataron con una antigüedad que supera los 17.000 años.
Se pensó que no se podría datar la antigüedad de las pinturas debido a que la prueba del carbono 14 sólo es válida para material orgánico, y las pinturas de los “wandjinas” estaban realizadas con pigmentos de base mineral.
Fue por casualidad que el arqueólogo Grahame Walsh, viera un nido de avispas fosilizado encima de uno de los “wandjinas” mientras observaba dichas pinturas.
Walsh viajó a Kimberley en 1996 junto a Richard Roberts, un geólogo especializado en la lectura de los granos de arena mediante luminiscencia óptica, para poder analizar el avispero fosilizado y así tener una fecha aproximada de la edad de las pinturas.
Antes del análisis realizado por Walsh y Roberts, los arqueólogos habían estimado que la edad de las pinturas era de unos 5.000 años. Después del análisis se dató que los avisperos tenían 17.000 años. Walsh y Roberts dedujeron que la edad de las pinturas deberían ser más antiguas que los nidos.
La datación de las herramientas descubiertas se fijó en unos 100.000 años y los restos fósiles se dataron con una antigüedad de 200.000 años, contradiciendo así lo que la ciencia dice sobre los primeros pobladores en Australia y su aparición que tenía como máximo de entre los 65.000 y 70.000 años de antigüedad.
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